El exprimer ministro israelí tuvo varias vidas políticas, pero
todas unidas bajo una idea: convertir en irreversible la colonización
judía sobre la mayoría de los territorios palestinos
Su plan de convertir Líbano en un Estado vasallo de Israel acabó con un gran fracaso e implicó a su país en una guerra de desgaste durante 18 años
Al final de su vida, decretó la retirada de Gaza, lo que hizo pensar que tenía un plan para poner fin al conflicto con los palestinos
Su plan de convertir Líbano en un Estado vasallo de Israel acabó con un gran fracaso e implicó a su país en una guerra de desgaste durante 18 años
Al final de su vida, decretó la retirada de Gaza, lo que hizo pensar que tenía un plan para poner fin al conflicto con los palestinos
En el Ejército y en la política, Sharon aceptó pocas veces recibir órdenes de nadie.
Soldado, héroe militar, criminal de guerra,
arquitecto de la colonización judía de los territorios palestinos y
líder político incontestable. Ariel Sharon ha muerto en un hospital con
85 años, ocho años después de su muerte política, precisamente en el
momento en que había comenzado a aceptar que el final de la cuestión
palestina no consistía sólo en la máxima aplicación de la fuerza con
independencia de sus efectos. Al no haber culminado ese proceso de final
incierto, lo cierto es que el Israel actual lo debe todo a la
trayectoria política de Ariel Sharon.
Nacido en 1928
en la Palestina sometida al Mandato Británico, se unió con 14 años a la
milicia judía del Haganá y participó en la guerra de 1948. El negocio
agrícola familiar no le interesaba tanto como la carrera de las armas, y
ahí comenzó una de las carreras militares más relevantes de la historia
del Ejército israelí. Sharon era tanto una pesadilla para los
combatientes enemigos como para sus propios superiores. Pocas veces un
militar ha desobedecido tantas veces a los generales y se ha librado con
tanta facilidad de las consecuencias. De ahí que se dijera de él que
fuera un táctico excelente y un pésimo estratega, características que le
acompañaron también en su carrera política.
En 1953
puso en marcha la Unidad 101, dedicada a realizar incursiones en
territorio enemigo contra las guerrillas palestinas para responder a sus
ataques. El objetivo militar era en realidad la venganza: no dejar un
ataque sin respuesta. Sharon interpretaba las órdenes a su manera. En una operación contra el pueblo de Qibya,
en Cisjordania, se le dijo que destruyera 10 casas para vengarse de un
ataque palestino en el que habían muerto tres israelíes, una mujer y sus
dos hijos. Colocó cargas explosivas en 45 casas y una escuela y mató a
69 civiles que se habían escondido en su interior.
El
rechazo internacional obligó al Gobierno israelí a pedir disculpas por
la matanza. Sharon no vio su carrera militar comprometida. A pesar del
escándalo, la operación cumplía los requisitos habituales en la
respuesta israelí durante décadas a la violencia de la resistencia
palestina: siempre había que infligir un daño superior al recibido.
En las guerras de 1956 y 1967, volvió a protagonizar acciones
espectaculares y arriesgadas, cimentando su fama de héroe militar para
el que ninguna operación parecía imposible. De hecho, siempre superaba
los límites de las órdenes recibidas. Y otra vez demostró que nadie como
él para ser cruel y despiadado con el enemigo. Las tropas a su mando
fueron acusadas de ejecutar a prisioneros de guerra egipcios en 1956.
El gran fracaso de Sharon fue no llegar a jefe de las Fuerzas Armadas
de su país. Estaba claro que ningún Gobierno le iba a entregar el
control del Ejército a alguien incapaz de respetar una orden. Su destino
era la política, donde dejó una huella mucho mayor. Con la llegada del
Likud al poder en 1977, se convirtió en ministro de Agricultura, un
puesto aparentemente menor que le sirvió para impulsar la colonización
de las tierras palestinas. Lo vendió siempre como una medida de
seguridad. Los asentamientos serían la primera línea de defensa en
futuras guerras.
Era mucho más que eso. La expansión
de las colonias judías, continuada por todos los gobiernos posteriores,
convertía en imposible en la práctica cualquier idea de un Estado
palestino. Mientras los gobiernos afirmaban que estaban dispuestos a
negociar con sus enemigos siempre que estos abandonaran la violencia,
sobre el terreno los palestinos eran desposeídos de sus tierras y
entregadas a colonos, que gozaban de los privilegios y la protección
necesarias para hacer ver a los palestinos que estaban condenados a ser
ocupados para siempre.
Sharon quería más. Como
ministro de Defensa, convenció al primer ministro, Menahem Begin, de que
era posible acabar de una vez por todas con la OLP en Líbano: poner fin
a los santuarios palestinos en el vecino del norte, acabar con la
guerra de baja intensidad en marcha desde hace años, e instaurar en
Líbano un Gobierno amigo controlado por los cristianos maronitas. Es
difícil saber con total seguridad si Begin era consciente de la
viabilidad de la tercera parte de la misión. Muchos en Israel creen que
Sharon engañó al jefe de Gobierno, que nunca fue consciente de lo que
estaba haciendo su ministro de Defensa.
La matanza de Sabra y Chatila
fue el inevitable desenlace de una empresa condenada al fracaso. Siria
no podía impedir la invasión israelí, pero sí que prosperaran sus
objetivos políticos. No iba a dejar que los israelíes implantaran en
Beirut un Gobierno títere que le hiciera el trabajo sucio en la
frontera. El nuevo presidente libanés, Bachir Gemayel, fue asesinado y
las milicias falangistas maronitas se decidieron a vengar su muerte.
Un grupo dirigido por Eli Hobeika, jefe de inteligencia de la milicia
dirigida por Gemayel y por tanto con contacto directo con los militares
israelíes, se reunió en el aeropuerto de Beirut, controlado por los
israelíes, y se dirigió a los campamentos de refugiados palestinos de
Sabra y Chatila, que estaban rodeados por las fuerzas israelíes. Desde
los edificios altos cercanos, podían ver perfectamente lo que ocurría
dentro.
Los milicianos de Hobeika asesinaron a cerca
de 2.000 personas. Excepto unos pocos combatientes, la mayoría de las
víctimas eran civiles. Sharon negó saber cuál era la verdadera intención
de los falangistas. Una comisión de investigación israelí le hizo
personalmente responsable de lo sucedido. Ni aun así, Begin aceptó que
Sharon tuviera que dimitir. Pero cuando alguien lanzó una granada de
mano contra una manifestación pacifista en Jerusalén y mató a una
persona en 1983, comenzó a surgir el miedo a un enfrentamiento violento
entre israelíes. Begin y Sharon llegaron a un pacto por el que el
segundo dejó la cartera de Defensa y se convirtió en ministro sin
cartera.
Parecía que su carrera política se había
detenido y que tendría que conformarse con puestos menores en los
gobiernos del Likud. Sin embargo, como ministro de Vivienda en 1990 dio
un nuevo impulso a la construcción de los asentamientos. Otros
políticos, como Shamir y Netanyahu, le cortaron el camino hacia el
liderazgo de la derecha, pero él se ocupaba de que el futuro quedara
modelado por decisiones tomadas por él. Durante los años del proceso de
paz de Oslo, la suya fue la opinión más destacada contra las concesiones
a los palestinos. Era como si la suya fuera la voz de las guerras del
pasado que se resistían a morir.
Sharon era un político acostumbrado a segundas y terceras
oportunidades. La derrota de Netanyahu ante el laborista Barak le
permitió de forma algo sorprendente conseguir por primera vez el
liderazgo del Likud. El proceso de paz agonizaba y su último estertor
fueron las fracasadas negociaciones de Camp David y Taba. Se hablaba ya
de la posibilidad de una segunda intifada y Sharon aceleró esa pendiente
hacia la violencia en septiembre del año 2000 echando gasolina al fuego
con su visita a la Explanada de las Mezquitas protegido por un millar
de policías. Meses después, ganó las elecciones.
El
suyo fue un Gobierno de mano dura que prometía paz y seguridad, y que
estaba en camino de no conseguir ninguna de las dos cosas, sino como
mucho alcanzar un nivel tolerable de violencia que permitiera perpetuar
la colonización de Cisjordania. Pero en 2005 sorprendió a sus
partidarios decretando la retirada unilateral de Gaza. Fue una decisión
hecha contra el criterio de los militantes del Likud e ignorando las
necesidades de la Autoridad Palestina.
En el Likud se
hizo una consulta por la que el 60% de sus miembros votó en contra de
la retirada. Sharon ignoró el resultado. El Gobierno palestino reclamó
una retirada pactada que le permitiera adelantarse a los acontecimientos
y que no se produjera una situación caótica que terminara beneficiando a
Hamás. Sharon también les dejó a un lado.
Las
prioridades de Sharon tenían únicamente que ver con las necesidades de
la sociedad israelí y no se veían afectadas por ninguna idea sobre la
coexistencia pacífica con los palestinos. Su única misión consistía en
salir de Gaza, cerrarla con llave y tirarla al mar. Ya en 1999 le había
dicho al primer ministro italiano, Massimo D'Alema, cómo veía el futuro
de los palestinos. D'Alema contó años después que Sharon había intentado
convencerle de que el sistema de bantustanes, impuesto por el régimen
racista de Suráfrica, era el más apropiado para resolver el conflicto.
Los palestinos podían autogobernarse en zonas aisladas entre sí y
vigiladas desde fuera por el Ejército israelí.
Sin
embargo, la retirada de Gaza era importante no por el hecho en sí, sino
por lo que podía venir después. A una edad en la que pocos políticos
cambian de ideas, Sharon lo apostó todo por la idea de la separación
entre israelíes y palestinos. De aplicarse en Cisjordania, como era su
intención, hubiera exigido un acuerdo político entre ambos gobiernos que
pasara por la formación de un Estado palestino. Al menos, esa es la
interpretación de muchos líderes extranjeros (Condoleezza Rice ha dicho
que si Sharon hubiera sobrevivido, hoy habría un Estado palestino) y que
aparecerá en la mayoría de las necrológicas de Sharon.
Él nunca lo dejó tan claro en público. En privado, era mucho más explícito.
Un mes antes del ataque que lo dejó en estado de coma, contó a Rafi
Eitan, antiguo alto cargo del Mossad y asesor suyo en múltiples
ocasiones, que su plan era crear una "separación mosaico", que dejaría
intactos a la mayor parte de los asentamientos y conectaría los pueblos y
ciudades palestinos aislados con un complejo sistema de túneles y
puentes.
"Arik (Sharon) dijo: dividamos Judea y
Samaria (el nombre judío de origen bíblico para Cisjordania) y cojamos
un tercera parte para nosotros, dejando dos tercios a los árabes. Con
este plan, el Valle del Jordán y el desierto de Judea (al este de
Jerusalén) seguirían siendo nuestros", explicó años después Eitan.
Sharon abandonó el partido que él mismo había ayudado a crear y formó
uno nuevo, Kadima, que impulsado por su prestigio personal se preparaba
para ganar las siguientes elecciones. En su cerebro, irreparablemente
dañado por el ataque, quedó el enigma de su futuro político y el de su
país.
OTRA HUMANIDAD ES NECESARIA
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