Por Rafael Narbona
Hace unos años, el actor Pepe Rubianes
explotó en un plató televisivo, cuando le preguntaron si opinaba que la
unidad de España estaba en peligro. Con una sinceridad descacharrante,
exclamó: “A mí la unidad de España me suda la polla por delante y por
detrás”. El locutor no pudo reprimir una carcajada, mientras Rubianes
completaba su reflexión: “Y que se metan a España ya en el puto culo, a
ver si les explota dentro y les quedan los huevos colgando de un
campanario”. El público –catalán- aplaudió y Rubianes, después de una
breve pausa, terminó con un contundente: “Y que vayan a cagar a la puta
playa con la puta España, que llevo desde que nací con la puta España.
Que se vayan a la mierda de una vez y dejen de tocar los cojones”.
Finalmente, hizo una pausa y, con una cortesía impecable, se dirigió al
entrevistador: “Siga, por favor”. Desgraciadamente, nada es perfecto y
el actor, linchado en los medios, rectificó y afirmó que se refería a la
España negra e inquisitorial del general Franco, responsable del
asesinato de García Lorca y la muerte en Colliure de Antonio Machado. Yo
creo que Rubianes no fue sincero y que en su interior siguió pensando:
“¡Puta España! ¡Mierda de país!”. Pienso que el tiempo le ha dado la
razón. La España de 2013 es una cloaca, donde los niños pasan hambre,
las familias son desahuciadas y los policías apalean a los ciudadanos
hasta la muerte.
Con permiso de Rubianes, voy a copiar su
estilo. Me importan una mierda los argumentos históricos, que se
remontan a la Edad Media o a la Edad Moderna para justificar la unidad
de España. Después de 40 años de franquismo y casi otros 40 de monarquía
franquista disfrazada de democracia parlamentaria, España es una nación
fallida, que desprende un insoportable hedor a represión, corruptelas e
infamias. Entiendo que Catalunya, Galicia y Euskal Herria quieran
convertirse en países soberanos, pues sufrieron un genocidio cultural
bajo la bota del fascismo y nunca se les ha permitido elegir libremente
su futuro. Entiendo que los independentistas quemen la bandera
rojigualda rescatada por el general Franco y sus conmilitones para
acabar con el sueño de un país laico y republicano. Aplaudo el valor de
los diputados de Herri Batasuna y LAIA que en 1981 abuchearon a Juan
Carlos I en la Casa de Juntas de Gernika, manifestando que no todos se
habían creído el cuento de una Transición modélica y ejemplar. Sólo unos
pocos se atrevieron a resistir a una pantomima cada día más endeble y
lo pagaron con torturas, largos años de prisión o desapariciones
forzosas. El Estado español no se basa en la Constitución de 1978, sino
en 2.000 fosas clandestinas que aún albergan los restos de 114.000
hombres y mujeres asesinados por el Ejército, con la complicidad de la
Iglesia Católica y las oligarquías económicas. Es vergonzoso que una
vagina continúe siendo la puerta de la Jefatura del Estado y que se
garantice la inimputabilidad al déspota de turno. No sé si será Felipe
VI o su televisiva esposa, pero no se me ocurre ninguna razón para no
desearles el mismo fin que a María Antonieta y Luis XVI.
Algunos dirán que todas las naciones son
imperfectas y tal vez no se equivoquen, pero los que soportamos a la
puta España, de forma cotidiana e ineludible, nos asfixiamos en un
modelo político alumbrado por el vientre putrefacto del franquismo.
Franco no creó la Guardia Civil, pero ésta siempre encarnó su ideal de
gobierno: chulería, brutalidad, matonismo, arbitrariedad. La Benemérita
sigue torturando al amparo del régimen de incomunicación y pedirle que
renuncie a la bolsa, las vejaciones sexuales, los golpes o los
simulacros de ejecución sería tan inconcebible como exigir a los obispos
españoles que renuncien a su cruzada contra el divorcio, el aborto, los
anticonceptivos, el matrimonio homosexual y la igualdad de la mujer.
Algunos pensamos que sería más coherente sustituir el toro de Osborne de
la bandera rojigualda por el lúgubre tricornio o quizás combinarlos en
un alarde de ingenio castizo. Tal vez de esa manera nadie nos tomaría en
serio o se horripilaría con la pervivencia de instituciones y
costumbres que se caracterizan por el desprecio a la vida, escogiendo
como víctimas a los más débiles y vulnerables. La tauromaquia sigue
ensuciando los pueblos de España, con sus fiestas sangrientas y sus
alardes de machismo. No me parece extraño que la taleguilla de los
matadores se ciña a la entrepierna. Algunos dirán que es para evitar
enganchones, pero yo creo que es para resaltar los genitales masculinos,
demostrando que eso de torturar y matar a un herbívoro exige dos
cojones y un falo superlativo. Los mercenarios que apalean y multan a
los indignados, arrojan a la calle a las familias sin recursos o
disparan pelotas de goma contra manifestantes y transeúntes obedecen al
mismo impulso. Las Fuerzas de Seguridad del Estado son la mayor reserva
de macarras, psicópatas y descerebrados. La puta España siempre ha
utilizado a estos miserables para aterrorizar a la clase trabajadora y
proteger los privilegios de una minoría.
La puta España de los cojones ha
falsificado la historia reciente, minimizando los crímenes de la
dictadura y elogiando una Reforma gestada por las elites del franquismo
(Fraga, Areilza, Martín Villa). La socialdemocracia de Felipe González,
plenipotenciario de las cloacas, añadió nuevos crímenes a su negro
historial. Mr. X financió el terrorismo de Estado, ordenó feroces
reconversiones industriales, implantó los contratos basura y conservó la
corrupción estructural de la España del Caudillo. Galindo, Amedo,
Barrionuevo continuaron la tradición del conde de Mayalde, que torturó
personalmente a Lluís Companys, y el conde de Rodezno, que firmó 50.000
sentencias de muerte. Ambos siguen en el callejero de la puta España de
2013, pero en 2009 la Audiencia Nacional obligó a retirar la placa
dedicada a Argala en la plaza principal de Arrigorriaga. Al parecer, no
es democrático homenajear a un valiente luchador antifascista, pero no
hay ninguna objeción legal contra los municipios que honran a generales
responsables de crímenes contra la humanidad, como Yagüe, Varela o
Queipo de Llano. La España de 2013 es la España del Valle de los Caídos y
de la Audiencia Nacional, nacida de una costilla del infame Tribunal de
Orden Público. Los jueces venales y los jueces estrella seguirán
cometiendo agravios al amparo de la Constitución de 1978, un texto que
rebosa heces franquistas.
La puta España de 2013 levanta cuchillas
en sus fronteras para dejar malheridos a los desdichados que huyen de
la guerra, el hambre y la miseria. La puta España de 2013 protege a los
torturadores franquistas reclamados por la justicia argentina. La puta
España de 2013 es uno de los países más desiguales de la UE y con uno de
los porcentajes más altos de policías por habitante. Con cárceles
superpobladas y nuevas leyes que criminalizan las protestas sociales,
podemos decir que la puta España de 2013 es un puto Estado policial. Los
asesinatos de Iñigo Cabacas en Bilbao y del empresario Juan Andrés
Benítez en el barrio barcelonés del Raval nos recuerdan que la Leyenda
Negra sigue escribiendo la historia de la puta España. Dos nuevas
víctimas de la brutalidad policial que serán olvidadas, mientras se nos
restriega por las narices a los caídos por Dios y por España. Algunos
aún recordamos con nostalgia el vuelo de Carrero Blanco, una verdadera
obra de arte que combinó poesía y dinamita para liberarnos de un
perverso ogro. La puta España no es una realidad geográfica y, menos
aún, “una unidad destino en lo universal”, sino un talante homicida y
cerril que contamina el aire que respiramos. El panorama es sombrío y
descorazonador, pero hay un motivo de esperanza. En la puta España de
2013, los barrenderos y jardineros de Madrid mantienen una huelga épica.
La basura inunda las calles y baja hasta las entrañas de la tierra,
desperdigándose por los andenes del Metro. Muchos deseamos que la basura
crezca y llegue hasta el cielo. Si un dios compasivo y justiciero
arrojara un rayo, Madrid ardería como una gigantesca hoguera. Nada me
haría más feliz que oler la carne chamuscada de los políticos,
banqueros, espadones, príncipes, obispos y mercenarios, mezclándose como
las pavesas de un cadáver descomunal. Desgraciadamente, la puta España
seguirá jodiéndonos la vida durante muchos años y no habrá un Pepe
Rubianes que se cague en ella, pero siempre nos quedará el consuelo de
repetir sus palabras: “Puta España, vete a la mierda de una vez y deja
de tocarme los cojones”. A veces, la vulgaridad es el último reducto de
la libertad.
PEPE RUBIANES
OTRA HUMANIDAD ES NECESARIA
No hay comentarios:
Publicar un comentario