8 de octubre de 2013
¿Sabías que la hierática
magistrada Mercedes Alaya dilató tanto una instrucción que ésta terminó
por prescribir y acabó en el cesto de la basura?. Dos de los imputados
de la instrucción eran hermanos de la actual la ministra de Desempleo e
Inseguridad Social, Fátima Báñez.
Era la mujer perfecta.
Por su tenacidad, por su resistencia, por su peluquería, por su
maquillaje, por su habilidad para combinar prendas y complementos al
entrar en su juzgado como si avanzara por una alfombra roja. Abanderada
de una feminidad empachosa, su estética empezó a inquietarme mucho antes
que su ética. Una madre de familia, con un empleo exigente, cuyo rostro
jamás revela el menor signo de cansancio físico a las ocho de la
mañana, o no es humana, o no es de fiar.
Ahora ya tenemos
indicios contundentes de que Mercedes Alaya no es de fiar. La Fiscalía
Anticorrupción la ha censurado con una dureza insólita, por haber
dilatado sin motivo la instrucción del caso Mercasevilla, hasta lograr
que prescribieran los delitos de dos imputados, que casualmente son
hermanos de la ministra de Empleo, Fátima Báñez.
Les prometo que no voy a
hablar de los jueces todas las semanas, pero comprenderán que hoy me
pregunte, ¿y ahora, qué? La trayectoria previa de Alaya y este nuevo
escándalo consolidan la impresión de un estado donde el poder judicial
parece directamente sometido a los dictados del gobierno. ¿Se puede
llamar a eso democracia? El viernes pasado me acordé de Cicerón. Hoy,
recuerdo a Montesquieu. ¿Y el próximo? Al menos, la verdad sobre Alaya
reconfortará a las mujeres imperfectas de España, todas esas madres con
ojeras que salen de casa sin haber tenido tiempo para peinarse, y se
pintan de mala manera en la parada del autobús".
Desfile de modelitos
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