por Albert Recio Andreu / RGE
10.10.2013.
La victoria electoral de Merkel refuerza las posibilidades de
continuidad y profundización del tipo de neoliberalismo a la europea
consolidado en las últimas décadas.
I
La victoria electoral de Merkel
refuerza las posibilidades de continuidad y profundización del tipo de
neoliberalismo a la europea consolidado en las últimas décadas. Un
modelo socio-político que impone la liberalización desde arriba, desde
una acción política fuerte, autoritaria. Los ordoliberales germanos [1] y
sus seguidores no confian realmente en la autorregulación social del
libre mercado, sino que imponen sus políticas por medio de toda la
fuerza que sea posible. De hecho, en todas las variantes de políticas
neoliberales actuales el Estado (o las instituciones paraestatales en su
caso) juega un papel crucial a la hora de garantizar los derechos del
capital sobre los trabajadores y el conjunto de la sociedad. Y por ello,
cada vez más el ascenso del modelo esta asociado a un vaciamiento de
las libertades reales y de la acción política democrática. De la última
contienda electoral alemana, uno percibe no tanto el arrollador éxito de
frau Angela (en parte propiciado por el hundimiento del FPD) como que
las opciones alternativas que suman mayoría absoluta y que, al menos
sobre el papel, reflejan aspiraciones a implantar otros modelos sociales
(socialdemócratas, verdes y rojos tradicionales) no puedan ni siquiera
pensar en construir una propuesta alternativa que modere, reoriente,
reorganice la dirección de la economía y la sociedad. En el marco
actual, cualquier pretensión de cambio real es expulsada del debate
institucional y sólo queda negociar algunos flecos marginales.
El mayor argumento a favor de este
neoliberalismo autoritario es que se trata de un modelo de éxito. La
evolucion reciente de la economía alemana es presentada como un modelo a
seguir. Un modelo cuyas tres patas son: la competitividad que conduce
al éxito exportador, la austeridad en el gasto público y las reformas
liberales de las pensiones y el mercado laboral. Analizadas con detalle,
ninguna de las tres resulta convincente y ni siquiera explican por qué
Alemania ha resistido mejor la crisis que otras economías europeas.
II
La idea de competitividad es
simplista. De ahí su éxito. Equipara la economía a una competición
deportiva. Hay que ser mejor que los demás para ganar. La diferencia es
que al final lo que se gana y pierde en una competición deportiva es
trivial, por más carga simbólica y emocional que se ponga en ello. La
vida cotidiana de la gente (excepto la de los propios competidores y sus
clubs y directivos) no va a cambiar nada si ganan o pierden. En cambio
en la economía real los resultados negativos tienen efectos devastadores
para mucha gente. La visión de la competitividad como eje de la vida
económica tiene mucho que ver con la vieja cultura imperialista de
dominar el mundo en beneficio de una minoría (sea una pequeña élite, una
clase social o un grupo nacional), desentendiéndose de los impactos
negativos que pueda tener para el resto. Mucho de ello tiene el
pensamiento mercantilista (propio del siglo XVII) que claramente subyace
en la política de presentar los excedentes de la balanza de pagos como
un éxito. No hace falta ser un gran experto económico para entender que
si algún país exporta más que importa algunos otros tendran que estar en
la situación inversa, puesto que es imposible un mundo con
exportaciones netas para todos. El resultado es que los éxitos de una
determinada economía pueden generar males en otros. A corto plazo puede
que se mantenga esta situación, pero al largo puede que se genere un
efecto “boomerang” que acabe por afectar al propio triunfador: el
empobrecimiento sucesivo de sus clientes puede acabar por debilitar sus
propias ventas. Las élites alemanas seguramente confían en que el
hundimiento de algunos clientes tradicionales (los países europeos)
podrá sustituirse fácilmente con las “nuevas capas medias” de los países
emergentes, pero ni éstas son tan densas ni van a resultar inmunes a la
sucesiva caída de la demanda en los países baqueteados por la crisis.
El capitalismo alemán ha basado su
estrategia “competitiva” en un marco institucional favorable. De una
parte la Unión Europea tiene un marco institucional que bloquea dos de
las posibles respuestas competitivas de los países perdedores: el euro
impide aplicar devaluaciones defensivas y la práctica prohibición de las
políticas industriales nacionales impide que se desarrollen cambios
sustanciales en las estructuras productivas de estos países. De esta
forma, la superioridad técnica de la industria alemana, su
especialización en productos sofisticados, constituye el bastión donde
piensan seguir manteniendo su hegemonía económica mientras se permiten
dar lecciones de eficiencia a todo el mundo (sin permitir en cambio que
adopten medidas que realmente permitieran invertir la situación). Hay
que añadir a ello algunas cuestiones adicionales.
En primer lugar, que parte de esta
eficiencia técnica se ha basado en el viejo modelo alemán de
profesionalización y cooperación laboral, un modelo que en los últimos
años han debilitado las propias élites alemanas en su política de
reducción de costes. Parte del éxito es pues el resultado de una
eficiencia heredada que el propio modelo de “competitividad” está en
parte socavando. De la misma forma que los ajustes laborales en las
fases depresivas del ciclo han moderado la destrucción de empleo gracias
a la existencia de mecanismos institucionales provenientes del viejo
modelo de concertación. Es posible que este viejo modelo de capitalismo
embridado explique más la eficiencia industrial que la moderna política
de desregulación y competitividad global.
En segundo lugar, gran parte de la
moderación de precios alemana se ha conseguido mediante un sofisticado
proceso de externalización de actividades orientada a abaratar costes
aprovechando la situación social y política de otros países,
especialmente el ejército de reserva que significa el Este de Europa.
Ello presupone que parte del éxito alemán exige la continuidad de un
marco institucional y productivo en estos países que les permitan seguir
constituyendo una fuente de suministros baratos. La miseria del Este de
Europa y, quizás, de parte del Mediterráneo es un componente
estructural del modelo. Por ello la apelación a la competencia es más un
sarcasmo que una invitación real al cambio.
III
La austeridad y las reformas laborales
son presentadas como la otra componente del éxito alemán. Su aplicación
a los países del Sur de Europa desmienten su bondad. Los recortes en el
gasto público y los derechos laborales, lejos de propiciar una
activación económica, han agravado la tragedia. Si la recesión de 2008
fue propiciada por el crash financiero-inmobiliario la de 2012, el
estancamiento ha sido claramente generado por las políticas de ajuste.
Hasta el momento no parecen servir siquiera para lo que en teoría se
diseñan: eliminar el déficit y reducir el endeudamiento público. Y ello a
un coste social que aún no podemos evaluar concienzudamente. Lo que las
reformas han hecho en Alemania, más que propiciar una economía
eficiente, es generar una clara diferenciación social entre los que
siguen manteniendo empleos de los viejos tiempos y los abocados a una
situación permanente de subempleo y precariedad social. Una
diferenciación social que para consolidarse requiere una continua labor
ideológico-cultural orientada a presentar como normal lo que es un
verdadero desastre social. Una historia en la que el recurso al mérito
individual (o al demérito de los fracasados) se convierte en un slogan
permanente de adoctrinamiento social. Adoptar la estrategia alemana es
optar por una sociedad fragmentada, desigual, autoritaria (para impedir
la rebelión, la protesta, para reprimir el pequeño delito que genera la
miseria), en dosis variables. Mientras que en Alemania esta masa de
trabajadores marginados representa ya un 30% de la población laboral,
para el resto de países del Sur la proporcion deberá ser claramente
mayor. El modelo alemán hegemónico en la Unión Europea ni constituye un
marco general que permita al conjunto de países elaborar un proyecto
sólido de desarrollo ni ofrece oportunidades reales para una sociedad
próspera, en el sentido de una sociedad que permita a todos sus
individuos gozar de condiciones de vida y trabajo dignas, sostenibles,
gozosamente vivibles. Lejos de ello, promociona una férrea
diferenciación y jerarquía de espacios e individuos. En este sentido,
las ideas de los modernos neoliberales pueden considerarse una variante
de las viejas ideas de dominio imperial y clasismo social que han
imperado en nuestro pasado reciente. La historia del capitalismo de
rostro humano que propició el keynesianismo de postguerra parece haber
sido tanto o más fugaz que la pseudo-utopía del socialismo
burocrático-autoritario.
IV
Alemania no impera en Europa en el
vacío. Su hegemonía no sería posible si no contara con firmes alianzas
entre las capas dirigentes del resto de países. Al fin y al cabo la
jibarización del sector público, la debilitación de los derechos
laborales y la gestión autocrática de la sociedad han estado presentes
en las orientaciones de las élites económicas. La globalización, la
posibilidad de contar con estructuras financieras, productivas e
institucionales a escala planeraria simplemente les ha liberado de sus
compromisos nacionales (por ejemplo en nuestro país las grandes empresas
españolas, la mayoría de las que cotizan en el Ibex, están basando sus
beneficios cada vez más en el exterior, un “exterior” que además les
permite evadir parte de los impuestos que deberían pagar) y por ello el
discurso de austeridad, reforma laboral y competitividad resulta tan
acríticamente aceptable. Los imperios siempre necesitan de fuerzas
internas para ganar densidad. El modelo merkeliano no puede por tanto
reducirse a un mero control imperial, sino que permite construir un
modelo de hegemonía a escala doméstica. Los hombres de negro son la
versión moderna del los cien mil hijos de San Luis. Y, como aquellos,
combinan elementos de dominación externa e interna.
La Europa merkeliana no parece
preocupar a las élites económicas locales. Es un problema de la gente
corriente. De millones de personas cuyas vidas se parecen cada vez más a
las que describió el literato socialista Upton Sinclair en su novela La Jungla en
1906 (Capitan Swing la ha reeditado recientemente). Pero estos millones
de personas no podrán discutir esta hegemonía si no tiene lugar un
esfuerzo colectivo de tipo cultural, académico, político, de
organización social, capaz de empezar a construir otra referencia
social. Algo en lo que hasta ahora las diversas gentes de izquierda nos
hemos mostrado francamente incompetentes.
Notas
[1] La existencia de
un núcleo de neoliberales alemanes que, a diferencia de los neoliberales
hayekianos que perciben el orden del mercado como un sistema
autogenerado, piensan que el liberalismo debe ser impuesto por la acción
del estado, esta explicada en P. Anderson,
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