Fue un episodio que marcó la vida de Jordi Pujol i Soley. En mayo de 1984, la Fiscalía General del Estado se querelló contra 25 miembros del Consejo de Administración de Banca Catalana, la entidad creada en marzo de 1959 por Florenci Pujol, su hijo Jordi y Francesc Cabana, que en noviembre de 1982 había sido intervenida por el Banco de España tras una gestión que la Audiencia de Barcelona calificó de “desastrosa”.
Entre los acusados por presuntos delitos de apropiación indebida, falsedad en documento público y maquinación para alterar el precio de las cosas, se encontraba el entonces presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, 83, que acusó a Narcís Serra, entonces ministro de Defensa del Gobierno de Felipe González, de ser el "inspirador" político de la querella. De aquel episodio que removió los cimientos de la burguesía catalana de derechas e izquierdas han pasado 29 años. Pero hete aquí que el pasado 5 de septiembre la Fiscalía Anticorrupción presentó denuncia contra la antigua cúpula de CatalunyaCaixa, ahora Catalunya Bank, por haber aprobado incrementos salariales para sus altos cargos pese a la “situación crítica” que atravesaba la entidad. El fiscal pide que se llame a declarar como imputados por un delito de administración desleal al expresidente Serra, al exdirector general Adolf Todó y a otros 52 miembros del Consejo. Termina la peripecia vital, se cierra el bucle sobre Narcís Serra Serra, 70 años, exministro y ex vicepresidente del Gobierno de España. El cazador cazado.
He aquí un personaje que podría ser exhibido en la pasarela del Gran Teatro del Mundo como ejemplo del fracaso de la Transición española, de las escasas virtudes y múltiples vicios de su clase política y financiera, y del fiasco de un modelo que nunca supo, porque nunca quiso, separar lo público de lo privado. Ejemplo de niño bien de familia mejor de la burguesía barcelonesa que, exquisito currículo académico, eligió el PSC, ese peculiar partido socialista donde el mando lo ejercían los señoritos de Barcelona y los votos los ponía la mano de obra llegada de Murcia y Andalucía, para hacer carrera política. Tras la mayoría absoluta de Felipe en 1982, Serra se convirtió en modelo de lo que iba a ser una clase política escasamente democrática a la anglosajona manera, siempre dispuesta a utilizar el aparato del Estado en beneficio propio. Caído en desgracia para la política, el señorito de izquierdas se consideró con avales suficientes –como en la derecha ha ocurrido con Rodrigo Rato y tantos otros- para reclamar la oportunidad –porque sí, por derecho de cuna, porque el país se lo debe- de hacer dinero, de forrarse, lisa y llanamente, desde el sillón de mando de una caja de ahorros, como contraprestación a los servicios prestados.
Serra pertenece por derecho propio a esa burguesía culta barcelonesa que hoy comanda el proceso secesionista catalán, aunque, de acuerdo con el profesor Álvarez Junco, “más que burguesía, lo que encontramos tras estos procesos son élites político-intelectuales”, entendido ello no el sentido de grandes creadores de arte o pensamiento, sino de personas que manejan y difunden conceptos y/o productos culturales y que con ello se ganan la vida como profesionales liberales, enseñantes y funcionarios. Alto funcionariado y clase política, elites acostumbradas a operar desde centros urbanos, Barcelona en este caso, para irradiar desde allí su weltanschauung nacionalista.
Alumno de primaria del Colegio de la Inmaculada Concepción y de bachillerato del Colegio Balmes de las Escuelas Pías, la infancia y juventud del joven Narciso transcurrió en un entorno eclesial que forjó su carácter “tranquilo y bondadoso”, propicio para aficiones exquisitas como el piano, instrumento que llegó a dominar con soltura.
Licenciado en Económicas, realizó estudios de postgrado en la London School of Economics, que culminó en 1974 con el doctorado en la Universidad Autónoma de Barcelona. En la universidad trabó amistad con Pasqual Maragall y Miquel Roca, con quien, en pleno franquismo, montó un gabinete de estudios (Roca & Serra & Solé) de inmediato éxito profesional y económico, en razón a los padrinos con que contó de partida: nada menos que Andrés Ribera Rovira, Luis Carulla y Pedro Durán Farell, además de su tío Narciso de Carreras, casado con una hermana de su madre, que inyectó en su sobrino los ideales de la Lliga Regionalista (en su juventud, De Carreras fue secretario personal de Francesc Cambó), partido considerado precursor de una CiU que hoy ha arrumbado por completo el espíritu de Cambó.
En 1978 se afilió al Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC), tras dar cristiana sepultura a sus coqueteos universitarios con el Front Obrer de Catalunya (FOC). Su cuate, Miquel Roca, estaba ya en las filas de CDC, el partido de la dinastía Pujol. Con Tarradellas de vuelta en la plaza Sant Jaume, Serra pasó a desempeñarse como conceller de Obras Públicas. Tras las primeras elecciones municipales democráticas, el chico piadoso a quien su tía Mercedes, monja, quiso hacer cura resultó elegido alcalde de Barcelona, cargo que ocupó hasta 1982. Porque, tras la arrolladora victoria del PSOE de octubre de 1982, fue designado ministro de Defensa, nombramiento que vino avalado por la buena relación que como alcalde había alcanzado con los capitanes generales de Cataluña.
Amable por fuera, oscuro por dentro, sibilino, miedoso
Su paso por la alta política no hizo sino poner de manifiesto las lagunas éticas de una generación a quien le sorprendió la democracia, porque no la ganaron: se la entregaron las Cortes franquistas con un lazo rosa, después de que el dictador hubiera muerto en la cama. Los hagiógrafos de Serra insisten en adularle como responsable de modernizar y democratizar las Fuerzas Armadas, reconduciendo el golpismo militar hacia un modelo de Defensa integrado en un Estado democrático. Nada más lejos de la realidad, entre otras cosas porque a los golpistas del 23-F les juzgó y condenó el Gobierno de la UCD, con Calvo Sotelo al frente. En realidad su paso por Defensa estuvo rodeado de las mil polémicas que acompañaron sus iniciativas tan arbitrarias como injustas, cuando no simplemente egocéntricas, que le enfrentaron con todos los grados de la jerarquía militar. Cual burro en cacharrería. De reparar los desperfectos causados –con la ayuda de Eduardo Serra como su 'número dos'- por el curita en el estamento militar se encargaron militares de la altura de Díez-Alegría, Gutiérrez Mellado, Fernández Campo, Alonso Manglano, González del Yerro, Cano Hevia o Sáenz de Tejada, gente que a pesar de su origen supieron comportarse como auténticos defensores de la democracia.
Ello por no hablar de las cuentas del Ministerio bajo su mandato, sometidas a todas las sospechas de despilfarro, descontrol y comisioneo al por mayor. El Tribunal de Cuentas habló en su día de un “agujero” de 162.000 millones de pesetas sin justificar entre los años 1982 y 1987. La compra de armamento para modernizar las FFAA se convertiría en uno de los escándalos más graves ocurridos tras la muerte de Franco, escándalo que descansa en paz bajo siete toneladas de tierra. Personaje sibilino que elevó el “secretismo” de su política ministerial a cotas paradigmáticas, su labor en el ámbito normativo resultó devastadora -caso de la creación del Instituto para la Vivienda de las Fuerzas Armadas (INVIFAS), una operación inmobiliaria tan indecente como oscura-. Amable por fuera, oscuro por dentro, sibilino y miedoso. Una anécdota, muy celebrada en los cuartos de banderas, define su mandato: a finales de septiembre de 1985, el CESID le informó un buen día con gran susto de que el alto mando del Ejército de Tierra, con todos sus tenientes generales al frente, se hallaba “concentrado” en el Palacio de Buenavista (Cibeles), sede de su Cuartel General. Literalmente descompuesto, Serra activó todas las alarmas “contragolpistas”, hasta que el propio JEME le recordó telefónicamente que le estaban esperando para celebrar su habitual almuerzo mensual, que como era norma se encargaba de servir el restaurante 'Jockey'.
En parecido orden de irresponsabilidad y dejación política habría que situar el control, o más bien el descontrol, de los Servicios de Inteligencia (CESID), que bajo su directa autoridad pasaron a ser servicios de partido, que no de Estado. La ruptura entre Alfonso Guerra y Felipe González, con la salida de aquél del Gobierno, permitió a Serra abandonar en 1991 el polvorín de Defensa para instalarse como vicepresidente multiusos del Gobierno, con serias posibilidades de relevar a Felipe González en su momento como candidato-líder del PSOE. En ello estaba, hasta que los “secreteos” y las potentes minas que había sembrado en el CESID acabaron estallando con efecto retardado, desalojándole de la vicepresidencia del Gobierno y hundiendo cualquier aspiración política de futuro. Entre esas “minas”, el escándalo Crillón, o el espionaje a Mario Conde encargado a la Agencia Kroll. Operación llevada a cabo por Julián Sancristóbal por encargo de Serra, que pagó Luis Roldán, entonces director general de la Guardia Civil, con dinero de los fondos reservados.
Utilización de dinero público con fines privados. Todos han pasado por la cárcel, menos el pianista.
Su finiquito político se produjo el 2 de julio de 1995, dentro de un paquete que incluyó también a su sucesor en Defensa, Julián García Vargas, y al jefe del CESID, el teniente general Alonso Manglano. Oficialmente, los tres dimitieron como consecuencia del “escándalo de las escuchas ilegales” realizadas por los Servicios, aunque detrás aleteaba la resaca de la eventual colaboración prestada por el CESID a la lucha irregular contra ETA a través de los GAL. A su casa de Sant Cugat del Vallès, el antaño niño “tranquilo y bondadoso” se llevó un buen montón de cintas con conversaciones grabadas por el CESID de sus enemigos, privados y públicos, a los que hizo saber que disponía de “material” sobrado para vivir tranquilo el resto de sus días.
A forrarse tocan en Caixa Catalunya
Tras un tiempo al frente de la secretaría general del PSC –y en el Congreso como diputado por Barcelona-, en marzo de 2005 fue obsequiado con la presidencia de la Caixa d'Estalvis Catalunya, Caja de la Diputación de Barcelona donde mandaba el PSC. Había llegado el momento de hacerse rico con cargo al dinero de todos, que no es de nadie, como dijo en celebre momento la singular señora. A su llegada se declaró “presidente representativo sin sueldo”, pero pronto se supo que cobraba 200.000 euros al año como “gastos de representación”. Cansado de tanto sacrificio, en un momento determinado, año 2008, anunció que su presidencia pasaba a ser ejecutiva. Se trataba de ocupar un puesto en el consejo de Gas Natural en representación del paquete de CX, que estaba pagado con 200.000 euretes año, y otro tanto ocurrió con la compra del 7,5% del capital de Applus (Grupo Agbar), que hizo endeudar a la caja en 140 millones, en cuyo Consejo también se sentó. Cargos que simultaneaba con su presencia ocasional, pero muy bien remunerada, en otros consejos de administración, caso de Telefónica Internacional en Chile y Brasil, entre otros.
El fiscal Maldonado le reprocha que, a medida que la situación de CX se agravaba, su presidente se incrementaba su sueldo. El resultado es que el chico piadoso que solía amenizar las reuniones del Colegio de la Inmaculada con sus conciertos de piano no ha salido por menos de un millón de euros año en los últimos tiempos. La crisis llama a la puerta de CX en 2007, y estalla con la salida de José María Loza de la Dirección General, que huye en desacuerdo con la política de inversiones industriales y, sobre todo, por el desembarco, tan tardío como irresponsable, en un mercado inmobiliario ya más que recalentado. Muchas de las operaciones que patrocina Serra son “entre amigos o para quedar bien”, en palabras de un conocedor de sus habilidades, favores que tales amigos no han podido devolver y que la caja ha tenido que traspasar a la Sareb o “banco malo”. En marzo 2009 encabezó una curiosa operación pidiendo personalmente la capitalización global de las cajas, propuesta que rechaza tanto la AEB como el propio Pedro Solbes. Don Narciso estaba ya buscando su paraguas, después de que la agencia de calificación Fitch rebajara la clasificación de CX a bono basura, y de que gente notable, caso del presidente de J.P. Morgan, avisara de que la situación de CX era insostenible.
En 2008 contrató a Adolf Todó (con Jaume Massana como número dos) para sustituir a Loza, en la esperanza de que hagan el milagro de evitar el hundimiento. Y les retribuye generosamente, y sus sueldos no dejan de crecer en 2009, 2010 y 2011. Todó cobró de la entidad un total de 4 millones y se aseguró derechos económicos por 8,2 más. Pese al “enorme desfase patrimonial”, los sueldos de los dos ex altos cargos “no dejaron de subir” entre 2008 y 2011, en plena crisis. El fiscal, que habla de la “irresponsable política de retribuciones”, reprocha a Serra y a Todó —los “principales beneficiarios” de la trama— que hicieran un “reprochable y espurio manejo de los fondos” de una entidad cuyo fin es destinar sus beneficios “a obra social” y evitar “un despilfarro de los fondos en beneficio de los altos directivos”. Mientras los citados se lo llevaban, el FROB inyectaba 1.250 millones de euros en 2010; 1.718 millones en 2011, y 9.084 en 2012, hasta un total de 12.032 millones como capital. Ello por no hablar de las pérdidas, cuantiosas, causadas a preferentistas y bonistas de CX, y de los daños, no menos importantes, infligidos a la plantilla de la entidad.
El agujero del grupo Banca Catalana se cuantificó en 139.000 millones de pesetas y requirió unas ayudas públicas de 275.713 millones antes de pasar a manos del Banco Vizcaya. El agujero de Catalunya Banc, de momento, supera ya los 2 billones de las antiguas pesetas. Tal es el abismo al que el chico que tocaba el piano con gran maestría ha llevado a la segunda caja catalana. El anciano Jordi Pujol debe de haber esbozado más de una sonrisa burlona estos días, al reparar en los vaivenes del destino. Si en su caso su partido, CDC, sacó a sus bases a la calle para que se manifestaran contra el procesamiento del presidente de la Generalitat, nadie, más allá de su abogado, parece haber movido un dedo en defensa de Narcís Serra. El exalcalde y exministro socialista es hoy un apestado.
Conviene, con todo, no fiarse de las apariencias. El niño que tocaba el piano ha demostrado ser un desastre como gestor, pero sigue siendo uno de los nuestros, un miembro de esa cofradía barcelonesa de la buena y culta y noble gent, razón de más para que no lo abandonemos. Así se explica que la querella de Anticorrupción contra él haya ido a caer “por sorteo”, ya es casualidad, en el juzgado del juez Josep Maria Pijuan, el mismo del “caso Palau” de Felix Millet y compañía…
Fuente: http://vozpopuli.com/actualidad/32735-de-banca-catalana-a-catalunya-banc-el-caso-narcis-serra
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