Cada día de “huelga forzada” de
los 6 millones de parados en España, inducida por el sistema económico
vigente, se tiran por la borda más de 5.000 años de labor potencial
útil, por encima de las 46 millones de horas no trabajadas (jornada de 8
horas diarias). Un día, 5.000 años a la basura por decisión fáctica
de los empresarios y por las políticas neoliberales prescritas por
el PP, Rajoy, los mercados financieros fantasmales, los especuladores
bursátiles y los vampiros del esfuerzo ajeno, Bruselas, el Banco Mundial
y el FMI. Con tan desmesurado despilfarro, el régimen
imperante capitalista crea riqueza para la elite al mismo tiempo que
fabrica pobreza generalizada para la gran masa de la clase trabajadora.
Sus contradicciones son más que evidentes, pero permanecen ocultas,
desvirtuadas o tergiversadas gracias a la ideología hegemónica de las
castas pudientes. Estas “sucias verdades” están ahí, en noticias,
informes, estudios y estadísticas que sobrevuelan la actualidad ocupando
espacios irrelevantes o mínimos en los medios de comunicación.
El mismo día de marras, una jornada
cualquiera, hoy sin ir más lejos, alrededor de 170 millones de euros se
refugian de tapadillo en la caja de caudales B denominada técnicamente
fraude o evasión fiscal. La cuenta anual asciende a 60 mil millones de
euros. Cada mes, los ricos “roban” al país (la marca España del PP) 5 mil millones de euros que se refugian en paraísos financieros libres de impuestos.
Pero el día aún no ha terminado. Unos 480 millones de euros se generan en la economía sumergida,
un sector en el que los trabajadores tienen conculcados todos sus
derechos laborales.
Sobreviven al margen de la ley, en la clandestinidad
absoluta, rindiendo fabulosos beneficios a las empresas o emprendedores
individuales que les contratan verbalmente. Al año, esa extraordinaria
cantidad supone más o menos 245 mil millones de euros. Uno de cada
cuatro euros tiene su origen en la economía informal.
Un aspecto olvidado por casi todos los
economistas, incluidos los que se sitúan o acoplan a la izquierda del
espectro ideológico y político, es el concepto de plusvalor o plusvalía,
esto es, la parte de tiempo de la jornada laboral de cualquier
trabajador regalada o arrebatada por imposición legal o tácita por
empresario “emprendedor” de turno. En función del tiempo no
remunerado podemos hablar de explotación o incluso de esclavitud. Esa
sustracción, la empresa lo convierte en capital o en beneficio
inmediato. Es decir, aquel que no trabaja saca la mayor tajada económica
a través de medios ilegítimos fuera de toda ética razonable. Ahí reside
el meollo sustancial del sistema capitalista.
Otro aspecto no menos relevante de los datos reseñados es el del número de desempleados, un impresionante ejército en competición permanente entre todos sus miembros
por cazar un mísero sueldo y poder así pagar sus facturas,
situación que provoca directamente rebajas salariales inmediatas, mayor
explotación, incremento de plusvalías para el empresario, aumento de
los ritmos de trabajo y de los riesgos laborales y un deterioro in crescendo de la salud general e individual de los trabajadores.
La economía irregular o sumergida,
por su parte, recoge ese caudal de necesidades vitales imperiosas e
insoslayables de la clase trabajadora, sorteando impuestos y
elevando la productividad al máximo. Y sin salir de casa. No le hace
falta viajar a Extremo Oriente u otras plazas fáciles de la globalidad
para rentabilizar hasta cotas fabulosas sus inversiones.
Atacar este conjunto de causas y efectos
íntimamente relacionados entre sí requiere visiones políticas de fondo,
estructurales como ahora se dice siguiendo la neolengua inventada al
efecto para eludir bajo eufemismos blandos la dura realidad cotidiana. La
negociación colectiva es un primer peldaño imprescindible, pero sin
trabazón política con una óptica de conjunto de largo alcance será
inviable obtener soluciones auténticas a corto y medio plazo.
Continúa siendo válido el lema de que
otra sociedad es posible, pero también hay que armarse de ideología
alternativa y transformadora para hallar los caminos a ese presunto
mundo nuevo más justo y solidario que la inmensa mayoría quiere o
necesita objetivamente hablando. Poner en valor lo común y lo público
es un primer paso fundamental para crear itinerarios distintos a los ya
transitados por las izquierdas institucionales durante las décadas más
recientes.
Hay que ser capaces de pensar de otra manera, de encarar
el conflicto social con miras más amplias y con críticas severas y
constructivas al modelo social en vigor. La camisa de fuerza de las
democracias de corte occidental se ha convertido en un mito reaccionario
que solo ofrece hechos aislados sin conexión entre ellos. La falsa
objetividad de lo real impide ver la relación dialéctica y compleja
entre unos y otros, escenificando un círculo vicioso del que resulta
imposible salir sin utopías omnicomprensivas o relatos ambiciosos. La
posmodernidad y el fin de la historia son ideologías que juegan a favor
del constante renacimiento del capitalismo. Otro mundo será factible si
la clase trabajadora es capaz de escribir un nuevo relato de
convicciones propias. Sin relato coherente, todo persistirá en su ser:
más capitalismo, más consumo, más expansión, más crisis, más recesión… y
vuelta a empezar.
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