¿Una década más de austeridad?
“Rajoy
debe aprobar otra reforma laboral que flexibilice los salarios a la
baja. Eso hizo Schröder en 2003. Eliminó el salario mínimo y laminó el
Estado del Bienestar privando a millones de personas de sus ayudas
sociales: eso causó disturbios y protestas. Le costó el cargo. Sin
embargo, se trataba de la política adecuada.” “A su vez, no tengo dudas
de que les espera una década, incluso más, de austeridad hasta llegar a
esa devaluación interna del 30%.”[1]
Las
reformas laborales de los últimos años – de ambos gobiernos- iban
encamidadas en esa dirección. La reforma de 2012 que abarata el despido y
facilita el descuelgue de los convenios laborales por parte de los
empresarios parece haber dado sus frutos: el coste medio por despido ha
bajado un 23%[2]. Los salarios, por su parte, han caido un 4,3% en el ultimo año.
La realidad es que la austeridad tiene el efecto contrario al que aparentan desear: "Los
pronósticos subestimaron significativamente el aumento del desempleo y
la caída de la demanda interior con la consolidación fiscal",
reconocieron los economistas del FMI Blanchard y Daniel Leigh. Por cada
dólar que recorta el Gobierno de su presupuesto la economía del país
pierde 1,5 dólares. Los pronósticos del FMI asumían que por cada dolar
de austeridad la economía decrecería solo 0.5 dólares. La evidencia
muestra que la austeridad aumenta la recesion, fundamentalmente a
expensas de la caida del consumo.
Es lo que constata el Banco de España en el informe trimestral de marzo de 2013: “El
comportamiento del PIB en el cuarto trimestre de 2012 fue débil,
observándose, según la segunda estimación de Eurostat, una contracción
del 0,6 %, en tasa intertrimestral. Este retroceso se debió
principalmente a una caída de la demanda interna, pero también es
atribuible a la fragilidad de las exportaciones.”[3]
La
carrera por disminuir los salarios para aumentar las exportaciones, para
ganar cuotas de mercado, es generalizada. Las consecuencias son
evidentes: si todo el mundo devalua los salarios ¿Quién va a exportar?
Si los salarios disminuyen en todos los paises, ¿Quién podrá comprar?.
Es lo que reconoce la Organización Mundial del Comercio : “la
estrategia de reducción de costes laborales, una recomendación frecuente
en términos de política interna para países en crisis y con déficit en
su cuenta corriente, podría correr el riesgo de deprimir el consumo
interno más de lo que aumentan las exportaciones. Si se buscan
reducciones competitivas de los salarios en forma simultánea en un gran
número de países, esto podría llevar a una «carrera hacia el fondo» en
la participación del trabajo, reduciendo la demanda agregada."[4]
“Salarios y empleo ponen todo el sacrificio. Hay que parar” mantiene Miguel Ángel García, analista de CCOO y profesor de la Universidad Rey Juan Carlos. “El
excedente de las empresas no se ha destinado a aumentar la inversión, a
aportar productividad. Se dedican a repartir beneficios y a reducir
deuda”.[5]
Y es que en 2012 las grandes empresas españolas del IBEX han destinado a
dividendos 92.567 millones de euros, el 70,8% de los beneficios,
mientras que destinan a reservas el 29,2%.[6]
Es decir: 3 de cada 4 euros ganados por las empresas se distribuyen a
los accionistas. Y solo 1 de cada 4 se acumula o invierte. No podría ser
de otra manera ante un consumo raquítico. ¿Es esa la maravillosa
competitividad de la que nos hablan los analistas económicos?
No
podemos dejar de indignarnos ante lo evidente: ¿Cómo pueden seguir
asfixiándonos de esta manera? ¿No se dan cuenta que la crisis empeora
con su maldita austeridad? El economista Henri Houben explica porqué para las empresas, aunque a medio plazo pueda ser un problema, no es “su problema”: si hay crisis “los
capitalistas emplean cuatro medios: reducción de precios, reducción de
costes laborales, cierre de departamentos, y, en consecuencia, la
disminución de los puestos de trabajo y de los salarios; la quiebra de
los más débiles. Todo ello no resuelve la recesión, ya que se está haciendo disminuir el consumo.” Pero es,“en
definitiva la mejor solución para cada capitalista individual, porque
hace recaer el peso de la dificultades en su rivales, y le permite
hacerse con las cuotas de mercado de las empresa que han quebrado o que
ha adquirido.”[7]
Es la ley de la selva: el sálvese quien pueda. Y en esa carrera los
pequeños pierden y los grandes son cada vez más grandes. La crisis recae
sobre los trabajadores.
Los
efectos son devastadores: en el último año 850.000 personas perdieron su
empleo en nuestro país. La tasa de pobreza afecta al 21,0% de las
personas en edad de trabajar. Casi la mitad de los hogares no se pueden
permitir ir de vacaciones una semana al año.[8]
Los
cierres y expedientes de regulación de empleo se repiten en miles de
empresas. Desde el año 2007, el empleo industrial ha disminuido un
26,7%: una pérdida de más de 717.300 puestos de trabajo. En los últimos
cinco años, el paro ha crecido del 8% al 26,02%.[9]
La
tendencia de las empresas a disminuir salarios para maximizar beneficios
es la base de las crisis periódicas que azotan a la economía de
mercado. A diferencia de las antiguas crisis económicas, en las que las
malas cosechas o catástrofes naturales hundían en la más absoluta
pobreza a millones de personas, la realidad en el capitalismo es la
contraria: la gente no tiene casa, no come lo necesario, no puede pagar
las medicinas, no por falta de necesidades o de producción, si no por
falta de salario. Es la paradoja de la crisis de sobreproducción: casas
sin gente, gente sin casas. Gente sin trabajo y empresas funcionando al
30%. Inmensas necesidades insatisfechas, millones de euros de beneficios
en pocas manos.
Y es
que a pesar de la crisis, las empresas financieras, industriales y de
servicios españolas, declararon en los primeros 4 años de crisis 851.933
millones de euros de beneficios, por los cuales tributaron un 11,9%.[10] Un
11.9% frente al 28.5% que pagamos de media los trabajadores. Pero en la
lucha por maximizar los beneficios, cualquier impuesto siempre es
excesivo: “En
lo que respecta a la reducción de las cuotas sociales, CEOE siempre ha
defendido que es una reforma fundamental para que las empresas puedan
crear empleo en una situación tan difícil como la actual. Los
empresarios quieren reiterar su convencimiento de que existe margen
suficiente para reducirlas y de que hacerlo contribuirá a que podamos
competir con los países de nuestro entorno.”[11]
Es
una espiral descendente: la patronal opone a los trabajadores entre sí
para atacar las condiciones laborales. Opone las legislaciones entre sí
para lograr la menos "interventiva". El ejemplo a seguir son los
salarios de Indonesia, no las ayudas a la maternidad de Finlandia. Es la
política laboral norteamericana, no el derecho a vacaciones francés. Es
bajar los salarios, y no las primas de los accionistas. Es un dumping generalizado. Un dumping orquestado
bajo una amenaza: si no lo aceptais, deslocalizamos. Si no se acepta,
tendremos que cerrar. Es el mismo argumento que utilizaron los
empresarios mineros cuando afirmaban que sin el trabajo de los niños y
mujeres, sin las jornadas de 12 horas de trabajo se verían abocados a
cerrar. El movimiento sindical de aquel entonces no asumió esa lógica
depredadora: luchó por mejorar las condiciones laborales. Creyó en su
propio camino, en la espiral ascendente para mejorar las condiciones
laborales, a expensas de los beneficios de los empresarios. Y lo logró.
Lo que
está en juego es el reparto de la riqueza, de la gran tarta que
significa el PIB. En 2012, por primera vez, los empresarios obtuvieron
más porción de la riqueza que 18 millones de asalariados: un 46.2%
frente a un 46%. Esa es la carrera real, la que no conoce “diálogos sociales”, la que esboza una sonrisa condescendiente ante los llamados a “conformarse con beneficios suficientes” o ante la "concertación"…
Que los
pronósticos de Hans-Werner Sinn se hagan realidad, que nos enfrentemos a
10 años más de austeridad empobreciéndonos un 30% más, depende de la
fuerza que se consolide en la calle y en las empresas. Estamos ante el
mismo chantaje que esgrimían en el siglo XIX los empresarios mineros.
Hoy más que nunca es necesario oponerse a la lógica que antepone los
rendimientos a los accionistas a cualquier cosa. Como afirma Henri
Houben: :“Las necesidades de la población son numerosas, y el
mercado no las satisface, por falta de una demanda lo suficientemente
solvente o de unas expectativas de beneficios capaces de atraer a los
inversores privados. Para hacer frente a esta situación, se podrían
crear, refundar o desarrollar empresas públicas no sometidas a la
competencia.” Y para financiar este programa hay que “saber, a fin de cuentas, quién va a pagar esta crisis: ¿los capitalistas y sus aliados o los trabajadores?.”
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