Miércoles, 27 de Marzz
Laentrevista poselectoral,
Toni Negri avanza la conclusión que las elecciones italianas hayan
definitivamente declarado la muerte del togliattismo (de Palmiro
Togliatti, líder histórico del Partido Comunista Italiano desde 1927
hasta 1964), usado por él como sinónimo de vía estatista a los caminos
emancipadores.
La posición no sorprende, si
consideramos que Negri ha profesado durante su recorrido político e
intelectual una aversión obstinada hacia el poder y el Estado. En lugar
de la lucha electoral (o armada) para el poder, así recita la teoría
negriana, se prospecta más bien la generación de alternativas de
resistencia cotidianas basadas en la auto-organización, en prácticas de
construcción desde abajo que se sustraen del Estado. Un poder
constituyente entonces, el cual, a través de una suerte de deleuziana
concidentia oppositorum de los diversos actores sociales que componen
una vaga multitud, se opondría al poder constituido y lograría suplantar
espontáneamente el Estado, sin por eso llegar a transformarse a su vez
en poder constituido.
Un sonoro bofetón a estas teorías llega
de la Venezuela de Hugo Chávez. A las veleidades de los que se han
refugiado desde hace algunas décadas en la organización de espacios
alternativos, mientras eludían el nudo crítico del poder, se opone una
experiencia viva y real de gobierno, no exenta de contradicciones y
errores, pero tremendamente eficaz en volcar las geometrías del poder.
La Venezuela de Chávez nos cuenta que la
resistencia no es suficiente: es necesario asumir la responsabilidad de
transformar y democratizar el Estado, transformándolo en instrumento de
defensa de los derechos, mecanismo de redistribución de los excedentes,
espejo democrático de la voluntad popular. Ya no locus de las clases
dominantes o de sus representantes, sino sujeto progresivamente
inclinado hacia una misión histórica diferente. Se trata de una
respuesta a los biempensantes de izquierda que en Europa han creído que
someter infinitamente el Estado a demandas, usando el lenguaje del
filósofo inglés Simon Chritchley, se pudiera de alguna forma trastocar
su huella exclusiva y burguesa.
“Muy bien, gracias por los insumos” ha
sido la respuesta del Estado que de esta manera ha hipocráticamente
legitimado su fachada benevolente y pluralista. Radica justamente en
esta diferencia determinante la enseñanza de Chávez: si queremos
recorrer un camino de emancipación verdadera, hay que tener la valentía
de tomar el poder.
¿Cómo se alteran sino las políticas
fiscales y sociales a favor de las clases sociales más necesitadas, cómo
se da vida a una política exterior que no sea filo-americana, cómo se
interviene para hacer que el medio ambiente se transforme en una
prioridad de la acción estatal? En breve, ¿cómo se pretende cambiar las
cosas, si se delega a otros la responsabilidad de gobernar?
Pero el bofetón no es reservado
solamente a los revoltosos que huyen del poder. La lección de Chávez es
válida también para toda la izquierda tecnocrática y moderada que ha
creído que la liquidación de sus principios, pero sobre todo su
espasmódica búsqueda de seriedad, pudieran ser la clave para poder
gobernar. Chávez nos enseña que en el continuum entre populismo y
tecnocracia, el fiel de la balanza no puede no orientarse hacia el
primero, aquí conceptualizado como articulación política de diferentes
demandas sociales, como construcción contingente de una idea de pueblo.
La izquierda moderada entonces no
fracasa solo por haber abandonado sus principios y su bagaje histórico,
sino sobre todo por haber antepuesto estáticamente la representación de
los moderados, categoría política totalmente carente de sentido y de
anclaje empírico. Las identificaciones políticas son inestables y
transitorias y necesitan de adversarios, además de ser suscitadas a
través de caminos emotivos. La aburrida y monótona izquierda
tecnocrática no puede ofrecer todo esto.
Con su habitual tono mordaz, Slavoy
Žižek relega la política de resistencia a un simple suplemento
moralizador de la Tercera Vía. No se equivoca: si dividimos el campo
político en dos ejes, uno horizontal y el otro vertical, donde el
primero tiene que ver con la simple multiplicación de las demandas y el
segundo con la forma en la cual estas transforman el sistema político,
notamos que el movimiento de las dos tendencias es especular. La
política de resistencia se pliega al eje horizontal y ya no hay
transformación política. La Tercera Vía, es decir la izquierda
tecnocrática, se pliega al vertical y ya no hay demandas sociales a las
cuales hacer referencia. Que Chávez les explique que el populismo es la
única alternativa para articular las dos dimensiones.
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