23.03.2013
El capitalismo, por su propia naturaleza desigualitaria, es un
sistema que necesita de mitos para ser aceptado por el sujeto. Tiene que
ser disfrazado, adornado, maquillado, presentado como una forma de
vida, como una hermenéutica de sentido. El fin de la historia es la
culminación de todos ellos.
El capitalismo, por su propia naturaleza desigualitaria, es un
sistema que necesita de mitos para ser aceptado por el ser humano. Tiene
que ser disfrazado, adornado, maquillado, presentado como una forma de
vida, como una hermenéutica de sentido.Crea narrativas que lo autolegitiman y que son lanzadas al sujeto como verdades incuestionables, sacralizadas. No solo se sacralizan ideas, sino que a través de ellas se construye toda una mitología que sirve a los sujetos como fuente de sentido. Una mitología donde no solo se recoge el ideal de individuo virtuoso de la época tal y como el sistema económico lo demanda -egoista, competitivo, consumista, movido por la razón instrumental, etc.-, sino que sirve para brindar al propio sistema de cualquier ataque, para convertirlo en alternativa única, política y económica pero también de sentido.
No solo son ideas sobre el modo de vida de las personas, también ideas sobre la sociedad misma y su función de cara a la ciudadanía. Ideas como que el capitalismo es un sistema igualitario donde todo el mundo, independientemente de su clase social, puede llegar a alcanzar lo más alto de la jerarquía social a base de esfuerzo y trabajo, como que éste crea riqueza y bienestar para todos sus ciudadanos, sin excepción, como que todos debemos defender el libre mercado porque con ello estaremos defendiendo el interés común, la libertad y la democracia, como que más allá del capitalismo no es posible encontrar libertad ni democracia, abarrotan y llenan de contenido todo el mundo mitológico que es propio de nuestros días.
El dinero da la felicidad, el éxito social garantiza una vida digna, el único camino posible hacia el éxito social es aquel que viene determinado por el seguimiento a las normas de sentido, basadas en la posesión de bienes materiales, que se imponen desde la publicidad y los medios de masas, son algunos de los mensajes encerrados en los grandes mitos que impregnan de cabo a rabo, a modo de narrativas, toda nuestra civilización, y que se ven acompañados por multitud de representaciones concretas que, a modo de aquellos Dioses griegos de cuyas vivencias se podían sacar las claves para interpretar la vida, se nos hacen llegar cada día desde esos mismos medios de comunicación de masas.
La mitología capitalista es la creación de modos de vida, es la inspiradora de la hermenéutica de sentido que constituye el consumismo-capitalismo como sistema socio-cultural. Los grandes relatos de nuestros días nos llegan a través del cine, de las series de televisión, de los programas del corazón, de los dibujos animados y, sobre todo, de la publicidad. Los estereotipos, arquetipos e imágenes simbólicas mitificadas se insertan a través de estos elementos mediáticos, de manera transversal y segmentada, para que no haya una sola persona en la sociedad que quede fuera del alcance de sus “enseñanzas”. Las ideas sagradas y los comportamientos que son propios del individuo virtuoso de nuestra época se asoman allí en forma de relatos, narrativas, historias de vida, reales o ficticias, que los sujetos de la sociedad han de aprehender e interiorizar, para que, a su vez, les sirva como marco interpretativo para su propia existencia. La repetición sistemática de tales estereotipos, arquetipos e imágenes simbólicas, diversificadas en multitud de estímulos mediáticos, construyen y constituyen los grandes mitos del capitalismo.
Figuras como Bill Gates, Henry Ford, Steve Jobs, etc. etc., pueden encarnar determinados estereotipos sobre el hombre que se hace multimillonario partiendo desde lo más bajo a base de creatividad, trabajo y esfuerzo, pero son solo eso, representaciones concretas. El mensaje no está en ellos mismos ni en sus vidas como seres reales, el mensaje que transciende de ellos, como personajes públicos y famosos, es ese que nos habla del capitalismo como un sistema donde cualquiera puede llegar a ocupar los principales escalones de la sociedad incluso naciendo en los escalones más bajos. Ese mensaje no solo se concreta en la existencia de tales figuras, sino que repetidamente se promociona y se divulga a través de otras muchas historias de vida (futbolistas, cantantes, actores, empresarios, etc.) que cada día ocupan horas de programación en nuestros medios, pero también, fundamentalmente, a través de multitud de historias de ficción que llegan al espectador a través del cine, las series de televisión, los dibujos animados o las telenovelas, entre otras fuentes, principalmente la publicidad.
La mitología capitalista no se expresa en los personajes sino en los relatos mismos, no es el contenido concreto de las historias que nos hacen llegar sino la narrativa que lo contiene, en sí misma. La mitología capitalista es metamitología porque como mitología concreta no existe, pero existe como narrativa de narrativas, como síntesis suprema de narrativas. El valor que las personas adquieren a través de sus propiedades o el dinero, la infalibilidad de la ley de la oferta y la demanda, de la mano invisible del mercado, como portadora de justicia social y desarrollo económico, el acto de consumir como acto de ocio con características de tipo emocional, como forma de integrarse a las estructuras simbólicas de la sociedad, la esclavitud del ser al señorío del tener, la sustitución de la ética por la estética, y tantas otras cosas propias de la sociedad de nuestros días, no son más que el reflejo en la praxis cotidiana de los mensajes que estos mitos capitalistas esconden en sus narrativas, relatos e historias de vida, mensajes que se construyen como una metanarrativa que las supera a todas ellas en particular y, a una vez, las engloba de manera sintética. Una mitología de carácter transversal.
La mitología capitalista, tal y como funciona socialmente, es a la vez mito y rito, imagen del mundo, de la sociedad y del ser humano, y, a su vez, canal de acceso a tales imágenes. La mitología capitalista no son los personajes, reales o ficticios, que contemplamos a través de nuestros medios, sino el mensaje simbólico que, sumados los unos a los otros, durante cada día de nuestras vidas, representan, aunque no lo hagan explícitamente o no lo pretendan.
Los mitos consumistas/capitalistas son, en definitiva, imágenes que a través de las narrativas contemporáneas se convierten en absolutos sociales y culturales.
Llegamos con ello al que, a nuestro parecer, es el gran mito, el principal metarelato, de nuestros días, el que sintetiza en sí mismo, pues los pone a su servicio, a todos los demás mitos capitalistas: aquel que nos vende el capitalismo como el fin de la historia.
Aunque el concepto es asociado a Fukuyama por ser el autor del conocido libro “El fin de la historia y el último hombre”, donde el autor argumenta y da forma a su tesis mediante un recurso a la filosofía de la historia de carácter hegeliano, en la práctica es mucho más que lo expuesto en dicho libro. De hecho, rebasa en mucho el contenido del mismo. El capitalismo como fin de la historia es una narrativa que da forma a nuestro mundo actual, es un relato que determina y delimita la concepción de dicho mundo que es propia de una mayoría de ciudadanos de las sociedades capitalistas, que actúan y piensan como si realmente lo fuera.
El ensayo de Fukuyama constituye un intento de explicación del acontecer de los tiempos, a partir de un análisis de las tendencias en la esfera de la conciencia o de las ideas. El liberalismo económico y político finalmente se ha impuesto en el mundo. Esto se evidencia en el colapso y agotamiento de ideologías alternativas. Así lo que estaríamos presenciando es el término de la evolución ideológica en sí, y, por tanto, el fin de la historia en términos hegelianos. Si bien la victoria del liberalismo por ahora solo se ha alcanzado en el ámbito de la conciencia, su futura concreción en el mundo material, afirma Fukuyama, será ciertamente inevitable.
Fukuyama trata con ello de acabar con toda posible alternativa al capitalismo liberal y lo hace recurriendo a una especie de glorificación suprema de su propia ideología. No obstante, no andaba mal encaminado. Con tal perspectiva, Fukuyama recoge la esencia misma de la mitología capitalista, aunque él nos lo presente como una verdad histórica que se impone sobre toda otra realidad.
Si el capitalismo, en su versión consumista, tiene la capacidad de convertirse cada vez más en un modelo único de sentido para cada vez un mayor número de personas a lo largo y ancho de todo el mundo, ¿por qué no creer que con ello se acabará, a la larga, con toda alternativa?
Primero se construye la mitología, luego se hace a los seres humanos dependientes de ella y finalmente se proclama el fin de la historia, en tanto y cuanto serán los comportamientos de estos mismos seres humanos quienes demuestren el éxito del sistema capitalista y su capacidad para ser aceptado como modelo único por los sujetos de la sociedad. Es la pescadilla que se muerde la cola, cuyo bocado evidencia una verdad que emerge, en teoría, del funcionamiento natural de la propia sociedad y que, como tal, no puede ser puesta en duda.
Con la doctrina del fin de la historia se cierra entonces el círculo mitológico consumista-capitalista y, a su vez, se le hace volver sobre sí mismo. El fin de la historia remite, globalizado, a la parcialidad de la mitología capitalista que se expresa a través de diferentes relatos, insertos en los medios de comunicación (publicidad, cine, series de televisión, dibujos animados, programas del corazón, etc.), sobre lo que debe ser una vida de éxito y el funcionamiento mismo de la sociedad, y esta, a su vez, nos devuelve a la globalidad del fin de la historia como culmen de toda mitología capitalista.
El éxito de la ideología consumista-capitalista como hermenéutica de sentido se nos presenta como un éxito del capitalismo liberal en sí mismo por imponerse a toda alternativa política y/o económica, y esto, a su vez, se refleja, según el mito, en la imposibilidad de alternativas capaces de derrotarlo en un futuro. Los sujetos, conociendo solo el final, deben actuar en consecuencia.
Esto es, no solo deben aspirar a ser los individuos virtuosos que el sistema espera de ellos, sino que además deben asumir que no existe otro camino fuera de ello. Eso es el fin de la historia. La narrativa mitológica que, de múltiples maneras, nos dice que no es posible para el ser humano más hermenéutica de sentido real que la que emana de las estructuras culturales de la sociedad consumista-capitalista.
La que nos hace creer que no existe alternativa al capitalismo porque el capitalismo es la máxima expresión de la historia, el modelo de sociedad capaz de recoger todos los anhelos y deseos de los sujetos de nuestros tiempos, el que es capaz de garantizar libertad, democracia y bienestar social para todos y cada uno de nosotros, tan solo es necesario que así lo queramos y que nos comportemos conforme a lo que las necesidades económicas de dicho sistema, para su correcto funcionamiento, nos impone.
El fin de la historia es la metanarrativa por excelencia de la sociedad capitalista, que se presenta a sí misma como única posible si lo que se quiere es caminar en busca del bien común, pero también, por ello mismo, del bien personal.
El fin de la historia es la proclamación que nuestra sociedad capitalista hace de sí misma como única alternativa posible, como la religión verdadera a la que todos los seres humanos deben rendirle culto.
El fin de la historia es la suma de todas las ideas sacralizadas de nuestros días, su reflejo en el comportamiento de los individuos conforme el sistema espera de ellos y las demás narraciones mitológicas que otorgan al consumismo-capitalismo un carácter absoluto e incuestionable para una amplia mayoría de ciudadanos y ciudadanas que habitan en tales sociedades consumistas-capitalistas.
Es la consagración de su propio éxito como hermenéutica de sentido, como proyecto de vida, en las mentes de las personas. Es, en definitiva, la forma que el capitalismo tiene de convertir en un mito de alcance generalizado la idea de que la historia no es más que la voluntad del Dios-mercado, que todo progreso vendrá dado por el cumplimiento de dicha voluntad y que, fuera de ella, no es posible vislumbrar un futuro, porque no es posible hallarlo.
El fin de la historia es el mismísimo Dios-mercado, con todas y cada una de sus posibles manifestaciones, hecho mito.
Fukuyama, pues, no expresa una sentencia histórica -aunque lo pretenda-, sino un deseo. El deseo de que la sociedad consumista-capitalista, en su relación con las personas que la conforman y, por tanto, con la historia, siga funcionando por siempre tal y como funciona en la actualidad.
El deseo de que la voluntad de Dios-mercado siga siendo el motor de la historia, tal y como hoy se concibe en el marco del capitalismo-consumismo.
Frente a ello, claro, se seguirá encontrando, ahora y siempre, con la lucha de clases como motor real de la historia
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