20.02.2013.
Julián Jiménez
Todos recordamos el 10 y el 11 de julio de 2012. Creo que a pocas personas de las que lean esto, se les olvidará esa noche y ese día: en aquellos momentos fue una auténtica emoción y una llama de esperanza en un mar de tinieblas liberales, ver cómo los mineros eran arropados y apoyados por miles y miles de obreros y trabajadores que, solidariamente, reconocían en los mineros a una vanguardia de lucha, a un espejo en el que mirarse y del que tomar ejemplo.
Hombres y mujeres derramabamos
lágrimas. Y no era por una nueva muerte en un desahucio, no. No era por
un nuevo ERE en una empresa cualquiera. No era de impotencia al ver
que el PP se lleva el dinero mientras miles de familias están
desgarradas en la pobreza y desamparadas. ¡NO! Era de una incontestable
emoción de ver a quienes se habían transormado, poco más, que en
dioses laicos dignos de nuestra admiración y respeto. Cada uno de
nosotros, desde Alicante hasta Granada, desde Barcelona a Gipuzkoa,
desde Madrid a Lugo, desde Sevilla a Tenerife, parecíamos querer una
solución digna y decente para aquella cuenca minera. Nuestra vida no iba
a cambiar en exceso, pero comprendíamos humanamente que ellos nos
habían tocado el alma y el corazón, dandonos una inconmensurable fuerza
para pelear en el resto de sectores. Y lo hicieron: la marea blanca en
Sanidad, las protestas de funcionarios y trabajadores de empresas
privadas, el movimiento contra los desahucios en todo el Estado e
incluso la Huelga General, el 25-S o la manifestación del 11 de
septiembre, llevaban en su aire pequeñas partículas de carbón
asturleonés y aragonés. Llevaban en sus entrañas un espíritu de
solidaridad de clase obrera, de conciencia de clase y de una fuerte
resistencia a la resignación.

Quien escribe estas líneas, sin ser
minero, tuvo el honor de participar en la Marcha Minera (hay varios
escritos sobre el tema). También llegó la empatía a tal punto de
conseguir pasar seis horas en una mina y conocer de primera mano las
condiciones de trabajo de esos “héroes anónimos”, sobre las que se
miente interesadamente desde muchos ámbitos. Y la verdad es que haber
entrado por las galerías, hasta bajar a la segunda planta, por esos
pasadizos oscuros e incómodos, con un fuerte olor a metal y a humedad;
bajar por la rampla, e incluso picando y tirando carbón a la cinta
(acabé agotado en poco tiempo) o acabar harto de estar 40 minutos para
bajar una rampla… A pesar de ser un profesor de metro sesenta y algo,
más frágil que una capa de carbón…. esas seis horas no me permitieron
conocer ni de lejos la verdadera dureza a la que se enfrentan los
trabajadores de la minería. Pero sí entenderles y comprender un poco
mejor cómo es su día a día.
La mina es muerte, pero también es vida. Y las condiciones de
trabajo son duras, durísimas. Si yo acabé agotado de algo que era poco
menos que una visita turística o periodística, figuraos cómo tiene que
ser el día a día para ellos y ellas (también hay mujeres mineras dignas
y valientes: Ana, va por ti)
Pero la verdadera muerte y exterminio les esta llegando a ellos y a
sus hijos y familias, así como a toda la cuenca minera, de la mano del
Gobierno y los empresarios mineros, a veces sin una contundente
respuesta ante el shock que llevan padeciendo desde principios de 2012.
Han pasado los meses y el goteo de despidos y puñaladas gubernamentales y empresariales ha sido monstruoso y, quizá lo más indignante, silenciado convenientemente por todos los medios fuera de León, Asturias y Aragón.
Después de la huelga de UMINSA, en la que trataron de expedientar a
dos comités de huelga, a los mineros les están lloviendo palos por
todos lados: En la Hullera Vasco Leonesa llevan dos meses sin cobrar y
se está planteando un ERE al 90% de la plantilla. En Aragón se han
encerrado cinco mineros hasta el día de hoy ante la posibilidad de que,
debido a la rebaja del porcentaje de las eléctricas a comprar carbón
nacional, la cuenca aragonesa acabase en la UCI económica, batalla que,
de momento, consiguieron ganar. Cientos de trabajadores de las
subcontratas mineras tanto en la Hullera Vasco Leonesa como en las
Empresas de Vitorino Alonso han sido despedidos.
Y en las empresas del cacique Vitorino Alonso, auténtico empresario
déspota y decimonónico, la situación es mucho peor: Despidos de
subcontratados, Expedientes de Regulación de Empleo planteados tanto en
UMINSA y CMC. Y a los que tienen la suerte de trabajar, por decirlo de
alguna manera, se les adeudan hasta TRES NÓMINAS, con lo que la
extenuación y la desesperación es total en la Cuenca Minera tanto del
Bierzo como de Laciana. Se está llegando a la desoladora situación de
empresas familiares que cierran ante la falta de clientes y mineros que
están necesitando de la ayuda de otros para poder llevar la comida a
sus familias.
Por eso, muchos no entendemos qué está pasando en las cuencas, salvo
la esperanzadora llama de protesta que hubo en Mequinenza y los
piquetes mineros leoneses que están parando a los camiones con carbón
importado que llega desde el extranjero. ¿De verdad los mineros se han
dejado ganar?¿Se han agotado de luchar?¿Están reponiendo fuerzas? ¿Por
qué Asturias no trata de tirar del carro y apoyar a sus hermanos
leoneses?¿Por qué los sindicatos no están avivando de nuevo la llama de
la protesta?¿Cómo es posible que aquellos que nos traspasaron a miles y
miles de nosotros unas enormes ganas de luchar parece que estén
desunidos y débiles?
Por ello, es necesario que los mineros vuelvan a cargase de
la fuerza que nunca han dejado de tener para volver a pelear y,
posiblemente, esta vez, a VIDA o MUERTE. Porque lo que parece
un goteo lento de golpes, mirado con perspectiva, se está convirtiendo
en una paliza a traición y por la espalda a toda la cuenca minera y a
sus habitantes, por parte del Gobierno y sus empresarios. Y quienes en
aquellas tierras se disfrazan de “defensores de la minería” porque no
les queda más remedio son los mismos que en Madrid aprueban, decreto
tras decreto, el aplastamiento de ella. Y es algo que se debería tener
presente, siempre.
Es imprescindible - y me dirijo directamente a vosotros, sí, a vosotros – que volváis a recuperar ese espíritu de lucha, ese que nos contagiasteis, ese que nos hizo llorar como niños de alegría, ese que nunca olvidaremos miles y miles de trabajadores y parados que, sin dudarlo ni un solo momento, subimos a Madrid a vuestro lado para agradeceros todo lo que, sin apenas daros cuenta, habíais hecho por miles y miles de nosotros.
Nos contagiasteis esa fuerza, esa pureza y esa valentía, que llevamos ahora a cada rincón de la geografía.
Allí donde se para un desahucio, donde se organiza una protesta
fuerte, donde se corta una calle o una carretera, donde se señala al
banquero ladrón, al empresario caradura o al politíco cómplice, está
esa luz destellante del casco minero que sobrecogió a la ciudad de
Madrid en la noche del 10 al 11 de julio, esa luz a la que se aferran
miles de seres humanos ante las tinieblas de los recortes y la pobreza.
Por ello, ahora, más que nunca, más que en ningún otro momento de la
historia reciente, con más unidad entre vosotros y con total
solidaridad entre todos vosotros, debéis volver a encenderla, con
fuerza. Porque vuestros hijos, porque vuestras mujeres y vuestros
hermanos, vuestros vecinos y vuestros convecinos lo imploran y lo
necesitan.
Tratad de dejar a un lado cualquier resquemor, pensad firmemente en
el futuro, pensad en el exterminio sistemático al que están sometiendo,
con muchos silencios cómplices, a vuestras cuencas mineras. Y cargaros
de ánimos para luchar por vuestra tierra. Ojalá que la luz del casco
minero vuelva a brillar de nuevo con fuerza. Ojalá que esa luz acabe
cegando a esos que sólo entienden de sobres y de comisiones. A esos que
sólo saben que ganar dinero a expuertas, teniendo a unas comarcas en
un feudalismo que repugna a la sensibilidad humana y a la decencia. Porque
esa luz que se encendió en junio y julio, gracias a vosotros y a
vuestra fuerza y solidaridad, sigue parpadeando constantemente en miles
de rincones del país. Y en el corazón de aquellos que luchan.

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