06.02.2013.
"...estragada por “el cinismo, el populismo y el chauvinismo
rampante” de la que han hecho gala durante años la clase política
continental, los empresarios que la sostienen y muchos ciudadanos que
todavía mantienen sus privilegios..."
Fuente: Agencias
El “Manifiesto por la Unión”, que acaba
de firmar un grupo de intelectuales europeos, asegura que “Europa no
está en crisis sino que se está muriendo”, estragada por “el cinismo, el
populismo y el chauvinismo rampante” de la que han hecho gala durante
años la clase política continental, los empresarios que la sostienen y
muchos ciudadanos que todavía mantienen sus privilegios.
Entre los firmantes están la
búlgara-francesa Julia Kristeva, el italiano Umberto Eco, el
anglo-paquistaní Salman Rushdie, el francés Bernard-Henry Lévy, el
español Juan Luis Cebrián, el alemán Hans Christoph Buch, el húngaro
Gyorgy Konrad, el greco-francés Vassili Alexakis, el italiano Claudio
Magris, el español Fernando Savater, el portugués Antonio Lobo Antunes y
el alemán Peter Schneider, entre otros.
Alarmados por la situación sociopolítica del continente y frente a la inacción o al ensimismamiento de muchos de sus colegas, este grupo -que recuerda vagamente al mítico documento firmado en París durante los 60 a causa de la guerra de Argelia- decidió reunirse y publicar el manifiesto en el diario El País de Madrid, epicentro de una situación crítica fenomenal.
La Europa actual, “se deshace en Atenas, una de sus cunas, en medio de la indiferencia y el cinismo de sus naciones hermanas: hubo un tiempo, el del movimiento filohelénico de principios del siglo XIX (...) en el que todos los artistas, poetas, grandes mentes de Europa, volaban en su auxilio y militaban en favor de su libertad”.
“Hoy estamos lejos de eso; y da la impresión de que los herederos de aquellos grandes europeos, mientras los helenos libran una nueva batalla contra otra forma de decadencia y sujeción, no tienen nada mejor que hacer que reprenderles, estigmatizarlos, despreciarlos y -con el plan de rigor impuesto como programa de austeridad, que se les conmina a seguir- despojarles del principio de soberanía que, hace tanto tiempo, inventaron ellos mismos”, dice el documento que fue presentado el lunes en París.
Alarmados por la situación sociopolítica del continente y frente a la inacción o al ensimismamiento de muchos de sus colegas, este grupo -que recuerda vagamente al mítico documento firmado en París durante los 60 a causa de la guerra de Argelia- decidió reunirse y publicar el manifiesto en el diario El País de Madrid, epicentro de una situación crítica fenomenal.
La Europa actual, “se deshace en Atenas, una de sus cunas, en medio de la indiferencia y el cinismo de sus naciones hermanas: hubo un tiempo, el del movimiento filohelénico de principios del siglo XIX (...) en el que todos los artistas, poetas, grandes mentes de Europa, volaban en su auxilio y militaban en favor de su libertad”.
“Hoy estamos lejos de eso; y da la impresión de que los herederos de aquellos grandes europeos, mientras los helenos libran una nueva batalla contra otra forma de decadencia y sujeción, no tienen nada mejor que hacer que reprenderles, estigmatizarlos, despreciarlos y -con el plan de rigor impuesto como programa de austeridad, que se les conmina a seguir- despojarles del principio de soberanía que, hace tanto tiempo, inventaron ellos mismos”, dice el documento que fue presentado el lunes en París.
"Europa no está en crisis, está muriéndose. No Europa como territorio, naturalmente. Sino Europa como Idea. Europa como sueño y como proyecto..."
"Europa no está en crisis, está
muriéndose. No Europa como territorio, naturalmente. Sino Europa como
Idea. Europa como sueño y como proyecto", subraya el grupo de
escritores, ensayistas, semiólogos, etcétera, testigos de cómo durante
los últimos veinte años, la socialdemocracia, para aplastar el
crecimiento homeopático de la derecha, arriaba sus banderas y hasta
financiaba a la ultraderecha, que hoy es una de las fuerzas más
poderosas del Viejo Mundo.
Así las cosas, dicen, “ya no queda otra opción: o la unión política o la muerte. Una muerte que podría adoptar muchas formas y dar varios rodeos”. Si no se hace algo, “Europa saldrá de la historia, desaparecerá”.
Así las cosas, dicen, “ya no queda otra opción: o la unión política o la muerte. Una muerte que podría adoptar muchas formas y dar varios rodeos”. Si no se hace algo, “Europa saldrá de la historia, desaparecerá”.
Manifiesto por la Unión
Europa no está en crisis, está muriéndose.
No Europa como territorio, naturalmente.
Sino Europa como Idea.
Europa como sueño y como proyecto.
La Europa acorde con el espíritu
elogiado por Edmund Husserl en sus dos grandes conferencias pronunciadas
en 1938 en Viena y Praga, en vísperas de la catástrofe nazi.
Europa como voluntad y representación,
como sueño y como construcción, esta Europa que pusieron en pie nuestros
padres, esta Europa que supo transformarse en una idea nueva, que fue
capaz de aportar a los pueblos que acababan de salir de la Segunda
Guerra Mundial una paz, una prosperidad y una difusión de la democracia
sin precedentes, pero que, ante nuestros propios ojos, está
deshaciéndose una vez más.
Se deshace en Atenas, una de sus cunas,
en medio de la indiferencia y el cinismo de sus naciones hermanas: hubo
un tiempo, el del movimiento filohelénico de principios del siglo XIX,
en el que desde Chateaubriand hasta el Byron de Missolonghi, desde
Berlioz hasta Delacroix, desde Pushkin hasta el joven Victor Hugo, todos
los artistas, poetas, grandes mentes de Europa, volaban en su auxilio y
militaban en favor de su libertad. Hoy estamos lejos de eso; y da la
impresión de que los herederos de aquellos grandes europeos, mientras
los helenos libran una nueva batalla contra otra forma de decadencia y
sujeción, no tienen nada mejor que hacer que reprenderles,
estigmatizarlos, despreciarlos y —con el plan de rigor impuesto como
programa de austeridad, que se les conmina a seguir— despojarles del
principio de soberanía que, hace tanto tiempo, inventaron ellos mismos.
Se deshace en Roma, su otra cuna, su
otro pedestal, la segunda matriz (la tercera es el espíritu de
Jerusalén) de su moral y su saber, el otro lugar en el que se inventó
esta distinción entre la ley y el derecho, entre el ser humano y el
ciudadano, que constituye el origen del modelo democrático que tanto ha
aportado, no solo a Europa, sino al mundo: esa fuente romana contaminada
por los venenos de un berlusconismo que no acaba de desaparecer, esa
capital espiritual y cultural a veces incluida, junto a España,
Portugal, Grecia e Irlanda, en los famosos "PIIGS" a los que fustigan
unas instituciones financieras sin conciencia ni memoria, ese país que
enseñó a embellecer el mundo en Europa y que ahora parece, con razón o
sin ella, el enfermo del continente. ¡Qué miseria! ¡Qué ridículo!
Se deshace en todas partes, de este a
oeste, de norte a sur, con el ascenso de los populismos, los
chauvinismos, las ideologías de exclusión y odio que Europa tenía
precisamente como misión marginar, debilitar, y que vuelven
vergonzosamente a levantar la cabeza. ¡Qué lejos está la época en la
que, por las calles de Francia, en solidaridad con un estudiante
insultado por el responsable de un partido de memoria tan escasa como
sus ideas, se cantaba "todos somos judíos alemanes"! ¡Qué lejanos
parecen hoy los movimientos solidarios, en Londres, Berlín, Roma, París,
con los disidentes de aquella otra Europa que Milan Kundera llamaba la
Europa cautiva y que parecía el corazón del continente! Y en cuanto a la
pequeña internacional de espíritus libres que luchaban, hace 20 años,
por esa alma europea que encarnaba Sarajevo, bajo las bombas y presa de
una despiadada "limpieza étnica", ¿dónde está? ¿Por qué ya no se la oye?
Y además, Europa se viene abajo por
culpa de esta interminable crisis del euro, que todos sentimos que no
está resuelta en absoluto : ¿no es una quimera esa moneda única
abstracta, flotante, que no está unida a unas economías, unos recursos
ni unas fiscalidades convergentes? ¿No es evidente que las únicas
monedas comunes que han funcionado (el marco después del Zollverein, la
lira de la unidad italiana, el franco suizo, el dólar) son las que se
apoyaban en un proyecto político común? ¿No existe una ley de hierro que
dice que, para que haya una moneda única, tiene que haber un mínimo de
presupuesto, reglas contables, principios de inversión, es decir,
políticas compartidas?
El teorema es implacable.
Sin federación, no hay moneda que se sostenga.
Sin unidad política, la moneda dura unos cuantos decenios y después, aprovechando una guerra o una crisis, se disuelve.
En otras palabras, sin un serio avance
de esta integración política, obligatoria según los tratados europeos
pero que ningún responsable parece querer tomar en serio, sin un
abandono de competencias por parte de los Estados nacionales, sin una
franca derrota, por tanto, de esos "soberanistas" que empujan a sus
ciudadanos al repliegue y la debacle, el euro se desintegrará como se
habría desintegrado el dólar si los sudistas hubieran ganado, hace 150
años, la Guerra de Secesión.
Antes se decía: socialismo o barbarie.
Hoy debemos decir: unión política o barbarie.
Mejor dicho: federalismo o explosión y,
en la locura de la explosión, regresión social, precariedad, desempleo
disparado, miseria.
Mejor dicho: o Europa da un paso más, y decisivo, hacia la integración política, o sale de la Historia y se sume en el caos.
Ya no queda otra opción: o la unión política o la muerte.
Una muerte que podría adoptar muchas formas y dar varios rodeos.
Puede durar dos, tres, cinco, 10 años, y
estar precedida de numerosas remisiones que den la sensación, una y
otra vez, de que lo peor ha pasado.
Pero llegará. Europa saldrá de la
Historia. De una u otra forma, si no se hace algo, desaparecerá. Esto ha
dejado de ser una hipótesis, un vago temor, un trapo rojo que se agita
ante los europeos recalcitrantes. Es una certeza. Un horizonte
insuperable y fatal. Todo lo demás —trucos de magia de unos, pequeños
acuerdos de otros, fondos de solidaridad por aquí, bancos de
estabilización por allá— solo sirve para retrasar el fin y entretener al
moribundo con la ilusión de una prórroga.
*Firmantes:
Vassilis Alexakis, Hans Christoph Buch, Juan Luis Cebrián, Umberto Eco,
György Konrád, Julia Kristeva, Bernard-Henri Levy, Antonio Lobo
Antunes, Claudio Magris, Salman Rushdie, Fernando Savater y Peter
Schneider.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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