LA ESENCIAL VENALIDAD DE LOS INTELECTUALES
El sistema ¿paga a los que van contra él?
Los medios del sistema no pueden
voluntariamente permitir y mucho menos financiar la difusión de
información que atente contra el sistema. De lo contrario, estaríamos
ante un sistema suicida -y los sistemas suicidas, por definición, viven
poco. Es esta una verdad casi tautológica que solo la comodidad del no
pensar y el simulacro de libertades civiles que aun disfrutamos nos
invitan a olvidar.
Sobre este último punto merece la pena
detenerse. La peculiar situación de la Guerra Fría ha acostumbrado a
los comunistas habitantes del próspero mundo libre capitalista a
suponer que, por muy criticable que fuese en otros aspectos, el
capitalismo contaba al menos con la ventaja de permitir la plácida
existencia de partidos comunistas legales, de intelectuales marxistas
que incluso cobraban un salario del Estado a cambio de seguir
investigando y difundiendo ideas comunistas y de editoriales y
periódicos que difundían sus ideas en forma de bien de consumo en un
proceso productivo netamente capitalista.
Stalin, del mediodía a la medianoche.
Observando esta situación, que parece
desafiar el axioma expuesto al comienzo, con el espíritu de sospecha
propio del que descubre un fenómeno que parece contradecir las leyes de
la naturaleza, puede empezar a detectarse que el milagro, como casi
siempre, tiene truco. Para descubrir la argucia, es bueno que nos
fijemos en un momento clave de esa Guerra Fría.
Cuando Stalin muere en 1953, los
comunistas (e incluso no pocos socialdemócratas del mundo entero)
lloran la muerte del gran lider que liberó al mundo del nazismo y que
llevó a Rusia de la miseria feudal a la prosperidad de una
superpotencia del siglo XX. Tres años después, en el XX Congreso del
PCUS, Nikita Khruschev lee su famoso “informe secreto” (que era tan
secreto que ya se leía en Washington cuando todavía los rusos lo
desconocían) en el que se “demostraba” que el gran líder, el vencedor
de Hitler, el guía que llevó a la URSS a la prosperidad, no era en
realidad sino un psicópata sanguinario, un estúpido ignorante con
graves desequilibrios mentales. El informe venía a explicar que todos
los espectaculares logros de la URSS, la victoria militar, el milagro
económico, etc, se habían logrado a pesar de Stalin, mientras que todos
los horrores de la represión política, e incluso todas las muertes de
la agresión nazi, habían tenido lugar por su culpa. Por su maldad y su
ineptitud.
Cuando el pueblo soviético,
especialmente los militantes de base del partido, se enteraron de este
radical cambio de rumbo de su gobierno, quedaron perplejos. ¿Stalin de
repente era un inepto, un paranoico, un sanguinario…? Jóvenes
comunistas georgianos protestaron contra este giro radical en el nuevo
Politburó e intentaron homenajear al líder soviético en el tercer
aniversario de su muerte. Khruschev respondió enviando tanques a Tiflis, la cidad natal de Stalin, para reprimir a los manifestantes. Murieron varios centenares de ellos. Este envío de tanques contra estalinistas no es tan famoso como los de Hungría y Praga.
Tras esta consigna emitida por Khruschev, la inmensa mayoría de los
intelectuales marxistas del mundo siguieron fielmente el guión. Stalin,
ayer un semidiós, se convertía en un demonio. Un informe sin la menor
base probatoria leído por Khruschev así lo demostraba. (¡Cuánto recuerda
esto al caso actual de Gaddafi!) Inmediatamente los intelectuales
comunistas franceses, alemanes, italianos, etc. despertaron de su
letargo y descubrieron qué gran mal para la causa obrera, para el
socialismo internacional, había sido Stalin y el estalinismo. Un caso
muy pintoresco nos lo proporciona el gran poeta chileno Pablo Neruda,
que escribió versos como estos:
Su sencillez y su sabiduría,
su estructura
de bondadoso pan y de acero inflexible
nos ayuda a ser hombres cada día
(…)
Stalin es el mediodía,
la madurez del hombre y de los pueblos.
Neruda tuvo la mala suerte de dedicar
su poema al satánico personaje en 1954, dos años antes de que el XX
Congreso del PCUS le descubriese al mundo mediante unos folios que, en
efecto, el mediodía de los pueblos era en realidad una oscura noche de
pesadilla que, por fortuna, había concluído. Luego, en 1957, el vate
rectificó y criticó el “culto a la personalidad” en Stalin como algo
sumamente censurable. Un culto a la personalidad que se respira de un
modo incomparable en la Oda que él mismo escribiese al líder soviético
apenas tres años antes.
Haciendo historia-ficción podríamos preguntarnos ¿qué lugar habría ocupado Pablo Neruda en el Parnaso del Canon de Occidente
si, obstinado, hubiese seguido escribiendo odas a Stalin cuando ya no
tocaba hacerlo? ¿Conoceríamos ahora de memoria sus Veinte Poemas de Amor
y Una Canción Desesperada? ¿Habría recibido el título de Doctor Honoris
Causa en Oxford (1965) o el Nobel de Literatura (1971)?
Pero no nos cebemos en Neruda. Toda la
plana mayor de lo que hoy conocemos como intelectuales marxistas
posteriores a 1956 declaró en alta voz su renuncia a Stalin y a sus
obras. Antes de 1956 a casi nadie se le había ocurrido que lo de las
deportaciones, lo del Gulag y lo del culto a la personalidad fueran
cosas censurables, si es que existieron ¡Y eso que muchos de estos
intelectuales habían vivido en la URSS de Stalin largas temporadas!
No es este el lugar para determinar si
Stalin era un héroe o un tirano. Lo que importa ahora a nuestra
argumentación es que no tiene sentido que un simple informe de dudosa
capacidad probatoria tenga el poder de cambiar a toda la
intelectualidad marxista mundial de un plumazo y para siempre. Que
ningún intelectual hoy considerado como tal se negase a creer ese
informe antes que a sus propias experiencias directas en la URSS. Que
nadie sospechase que tras ese informe podría haber una conspiración
para acabar con la amenaza comunista.
¿Nadie? Obviamente esto no es, no
puede ser así. Siempre habría (todavía los hay) quienes no creyeron lo
que el Informe de Khruschev contaba. Pero ciertamente, los que no
nadaron en el sentido que indicaba la corriente pasaron a ser “nadies”.
Pasaron a no ser “intelectuales”. Ni en la URSS ni en Occidente se los
quería. Apoyar a Stalin pasó a ser cosa de tipos raros y asociales, o
de ignorantes campesinos de la estepa rusa, que sustituyeron los iconos
ortodoxos por carteles del líder georgiano.
¿Qué hace que un señor, hasta ayer normal, pase a ser un intelectual?
Personas con capacidad de crear opinión mediante libros, artículos y
conferencias hay muchas (si se les permitiera hacerlo). Ni siquiera hay
que ser demasiado brillante. Si se me permite la irreverencia, poetas
tan buenos como Neruda los habría a patadas en el Chile de posguerra. No
es tan difícil ser intelectual, escribir poemas de amor, u opinar
sobre Stalin. Incluso gente como Luis María Ansón ha hecho las tres
cosas. Requiere algunas facultades naturales y un poco de dedicación:
es como tener habilidad para hacer ganchillo o pintar acuarelas. Y
además es un trabajo cómodo y agradable. Y, lo dicho, no es
imprescindible tampoco ser muy bueno.
Ser intelectual no es una cualidad
personal, como sí lo es ser inteligente o tener buena voz.
“Intelectual” es una profesión, como la de fontanero o profesor. Pensar
o escribir sobre polìtica o sobre arte no le convierte a nadie en
intelectual. El que contrata a alguien es el que convierte a ese
alguien en intelectual. El intelectual es una persona a la que se le
paga para elaborar un determinado producto. En sentido estricto, el
propio intelectual se convierte a menudo en un producto. Su nombre se
convierte en una marca, con el fetichismo propio de cualquier marca. Si
firmar un autómovil con el nombre Mercedes-Benz equivale a venderlo
como lujoso, poner “Noam Chomsky” en un libro equivale a vender sus
ideas como antisistema (y venderlas muy bien, además.)
¿Por qué suponemos que Chomsky,
Wallerstein, Galeano, etc. son voces de las que tenemos que fiarnos
cuando hablan, por ejemplo, de la presente situación en Siria? ¿Por qué
un profesor de lingüística norteamericano o un escritor uruguayo
deberían saber mas sobre Siria que, por ejemplo, un profesor de
matemáticas estonio o un programador indonesio? No solo esto. Esto
tampoco es tan importante.
Lo peor es esto: ¿qué nos hace creer
que Noam Chomsky es un incorruptible y honesto antiimperialista y
anticapitalista? ¿Por qué suponemos que Chomsky, por ejemplo, jamás
emitirá una opinión que beneficie a las grandes multinacionales? ¿Quién
de los que me está leyendo que no haya tenido interés por la
lingüística habría jamás conocido las opiniones políticas de un
aburrido profesor de Pennsylvania? ¿Conoce alguien las opiniones
políticas (quizá interesantísimas) de su vecino del quinto?
Está claro que lo que convierte a
Chomsky en intelectual de referencia para la izquierda no es la
calidad, mayor o menor, de sus conocimientos, ni tan siquiera su
coherencia ideológica o su bella prosa. Quien logra el milagro es el
mercado. A Chomsky le publica sus libros en España el Grupo Planeta.
Las portadas de sus libros brillan en las librerías, su nombre suena
en la radio, en la TV, en la prensa. Nada de esto le ocurre a nuestro
vecino del quinto, que tiene varios fabulosos y reveladores libros
escritos cogiendo polvo en un cajón.
Así que es el grupo Planeta el que nos
ha colocado a Chomsky como referente del antiimperialismo hispano.
Pero es que ¿acaso el Grupo Planeta, sus accionistas y sus medios no
son en teoría enemigos acérrimos del antiimperialismo, del marxismo y
de todo lo que huela a disidencia anticapitalista? ¡Hemos dejado que
Goebbels nos elija a nuestros intelectuales antinazis de referencia!
Acabemos con el fraude de los intelectuales a sueldo.
Durante la Guerra Fría los
izquierdistas de Occidente han consumido las ideas que los
intelectuales aupados por instituciones y editoriales nada
izquierdistas les han brindado. Nos han acostumbrado a ver como lógico
que el sistema otorgue premios, cátedras y prestigio a los antisistema.
Pero no nos engañemos. Los antisistema no tienen megáfono (Zizek no lo tenía en Wall Street,
pero sí tiene las cámaras de todas las televisiones y las páginas de
todos los periódicos). En otros tiempos, una mordaza tapaba la boca de
los que hablaban contra el sistema. Hoy ya no tienen mordaza pero sus
voces tampoco se oyen, porque los antisistema del sistema gritan muy
alto, tanto que solo se les oye a ellos.
Una tarea fundamental de los antiimperialistas y anticapitalistas de
hoy es volver a pensar por nosotros mismos. El fetichismo de un nombre
prestigioso, de una cátedra de Universidad, de un hermoso libro a a la
venta en una librería no puede embelesarnos. La vanguardia ideológica
no puede proporcionárnosla el Grupo Mondadori de Berlusconi o el Grupo
Planeta de José Manuel Lara. El trabajo ideológico debe volver a ser
colectivo y espontáneo y el liderazgo, si lo hubiese, nunca podrá estar
mediatizado por El Corte Inglés.
El liderazgo ideológico no se gana en
las conferencias organizadas por la Caixa. Se gana en la trinchera, en
las barricadas, en la lucha cotidiana y real contra el capitalismo y
el imperialismo. Por eso precisamente es por lo que todos los
intelectuales a sueldo han ayudado a la OTAN a acabar con Libia. Pero
también por eso es por lo que los líderes socialistas del mundo (Ortega,
Chávez, Lukashenko, Morales, Correa, Fidel…) han condenado a la OTAN y
han apoyado a Gaddafi. Porque a ellos no les paga nadie. No están ahí,
en su posición de liderazgo, porque los haya puesto ninguna
multinacional. Al contrario: están ahí, a pesar de las multinacionales,
porque se han ganado su puesto con el apoyo popular, en las urnas o
con el fusil, en la selva. Están ahí porque no trabajan de
revolucionarios: son revolucionarios.
El Día del Sacrificio y Santiago Alba Rico.
No es tan buen escritor como Pablo
Neruda, me parece a mí, pero desde luego no escribe mal. En la
Nochevieja de 2006, un día después del Aid al Adha, Santiago Alba Rico
escribió esto:
El día del Aid-al-Adha, el día en que Alá perdonó la vida a Ismail,
el día en que los dictadores musulmanes indultan a los condenados,
los estadounidenses ejecutaron a Sadam Huseín; el día en que Dios
sustituyó la víctima humana por un cordero, liberando así a los
hombres del círculo interminable del sacrificio, EEUU restableció la
maldición sacrificial.
A las seis de la madrugada Sadam
Huseín subió al cadalso, firme y sereno, según todas las noticias;
rechazó la capucha de reo y tranquilizó al verdugo; su dignidad no
demuestra ni su superior moralidad ni la justicia de su gobierno, pero
rebaja a los ejecutores un peldaño por debajo de su propia abyección.
Todo el que se entristezca por su muerte sin ser pariente suyo está
loco; todo el que se alegre sin haber sufrido daño de su mano es un
criminal. Todo el que no se escandalice está legitimando, y reclamando
de nuevo, las decapitaciones en directo de los salafitas, el atentado
de las Torres Gemelas, el dolor de los proletarios e inmigrantes de
Madrid, el horror del metro de Londres, la sangre de los turistas de
Bali y los siniestros abusos de todas las dictaduras, incluyendo a
aquellos por los que se condenó al propio Sadam Huseín.
El expresidente iraquí no tuvo un
juicio justo y murió, por tanto, tan inocente como el día en que
nació; su ejecución le exculpa de hecho de todos sus crímenes, porque
castiga su imperdonable error de no haberlos cometido, a partir de
1990, a favor de su verdugo. Un tribunal de excepción establecido por
un ejército ocupante, sin las más mínimas garantías procesales y
animado exclusivamente por un principio retributivo y ejemplarizante,
es tan legítimo y justo como el que formasen diez mafiosos para
acuchillar al miembro de una familia rival o cien esbirros del
Ku-Klux-Klan para linchar a un delincuente negro. Sin un juicio justo,
no se ha probado que Sadam Huseín fuera culpable y, una vez muerto,
ya nunca se podrá probar. El día del Cordero su inocencia resplandece
como la de Ismail en el ara del sacrificio y quizás la firmeza y
dignidad del reo, con el Corán bajo el brazo, se alimentase justamente
de este recuerdo y de esta identificación, que otros muchos, en todo
el mundo árabe y musulmán, establecerán espontáneamente. (…)
Eran otros tiempos. El Grupo Prisa,
Tele 5, el PSOE, IU, protestaron por el bombardeo a Irak. Santiago Alba
Rico no podía ser menos.
La compasión que le suscitó Sadam
Husein hace cinco años no la merece hoy Gaddafi. Quizá sea porque
Gaddafi era mucho mas tirano, mucho más déspota, mucho menos demócrata
que Husein.
O quizá es que es muy triste dejar de ser un intelectual y resignarse a ser un simple vecino del quinto.
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