La conducta de Duran esta semana pasada ha sido ejemplar: dijo que se iría si se demostraba que Unió Democràtica de Catalunya se había financiado ilegalmente. Y lo cumplió: se fue a Chile. Todo muy coherente. Y a pesar de esa demostración de honradez, parece que del líder democratacristiano empieza a no fiarse ni Dios.
En Madrid se frotaban las manos viendo el escándalo que afectaba a un líder nacionalista catalán. La corrupción empieza a ser vista por algunos como el gran garante de la unidad nacional.
No hizo falta ni que acabara la semana para que asistiésemos a otro edificante episodio, este protagonizado por el exconsejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid. Juan José Güemes dejó su cargo en el 2010 para pasar a la empresa privada. Hace unos meses la empresa para la que ahora trabaja se hizo con la gestión de los análisis clínicos de seis hospitales públicos madrileños. Casualmente Güemes formaba parte del Gobierno de Esperanza Aguirre cuando se privatizó este servicio. ¿Y qué? ¿Es malo lo que ha hecho Güemes? ¿Un hombre que ha luchado para acabar con la sangría de dinero público que va a la sanidad, consiguiendo que una empresa privada se haga con un servicio tan deficitario como la gestión de los análisis? ¿Y si a la empresa privada le va mal gestionando lo público? Que se jodan. (Utilizo esta expresión porque es habitual en su casa: Güemes es el marido de Andrea Fabra, otra lotería que le tocó a su suegro, don Carlos).
Rato, motivo de orgullo
Otra cosa. Que Rodrigo Rato haya encontrado trabajo tan rápido es algo que a todos nos debería enorgullecer. Tiene muchísimo mérito que un español de más de 60 años logre colocarse en el mercado laboral. A saber cuántos currículos tuvo que enviar el exvicepresidente del Gobierno para conseguir ese curro. La capacidad de Rato para la gestión se puede medir viendo cómo funciona el Fondo Monetario Internacional, ahora que él ya no lo dirige. Resulta que, por Navidad, el FMI celebró el típico papeo de empresa. 'The Washington Post' ha publicado que este acto costó 500.000 dólares y que en el menú había hasta caviar. Un homenaje a la austeridad que le piden a los países.
Pero el ciudadano puede estar tranquilo. Porque en todos estos casos se ha actuado con transparencia. Aquí ya nadie disimula, porque no hay nada malo que ocultar. Por eso no acabo de entender la ironía que se esconde en la pintada que corría esta semana por la red: "Dimitir no es un nombre ruso". ¿Seguro que no es un nombre ruso?
No hay comentarios:
Publicar un comentario