Una crónica de Sara Rosenberg para inSurGente.-
Llegamos con lluvias a Somonte y el campo no podía estar más hermoso. El agua entrando en la tierra y la hospitalidad y la solidaridad en el corazón. La ruta bordeada de huertas y naranjales que sale de Palma del Río –Córdoba- se bifurca y ya camino de tierra serpentea sobre una colina que es una mar de piedras hasta el portón de entrada a Somonte. En una nave está la cocina y el espacio común. En la nave contigua los pimientos colgados se secan, las berenjenas, los calabacines, las collejas y otras verduras van encontrando un orden en las cajas que llena un grupo de jóvenes. Más allá, la casa que alberga a las veinticinco personas que hoy trabajan la tierra colectivamente y han conseguido poner en pie este milagro de justicia y dignidad en medio de un país que va siendo lenta y constantemente destruido y saqueado por los bancos y las grandes empresas que gobiernan en nombre de la “democracia”.
Llueve y el sol sale de pronto, un inmenso arco iris doble se extien
de sobre las colinas. En los techos ondea la bandera republicana y la bandera verde y blanca con la estrella roja del Sat.
Escuché atentamente los relatos de cada uno de los que viven allí y luchan por todos nosotros, condenados en las ciudades al paro, los desahucios y los recortes. Si escribo estas líneas es sólo para compartir lo que he aprendido, porque la lucha del Sat, -de Marinaleda, de Somonte, de Las Turquillas y de otras tierras recuperadas para quien las trabaja-, forma parte de la misma lucha contra un sistema que está llegando a su fin. Somonte sin embargo, quizás está un paso adelante, porque ya encarna aquella vieja consigna: “todo por ganar, nada que perder, salvo las cadenas”.
La finca de Somonte tiene 400 hectáreas, que pertenecen a la Junta de Andalucía. Es tierra de secano y parte de regadío. Hay agua y la tierra es buena para la producción agrícola. Sin embargo, es una tierra que el estado (la junta de Andalucía en este caso) quería privatizar para volverla improductiva.
El domingo 4 de marzo de 2012 unos quinientos miembros del Sindicato de Obreros del Campo y el Sindicato Andaluz de Trabajadores (SOC-SAT) ocuparon la finca, que el día 5 salía a subasta. La Junta de Andalucía iba a venderla sin pensar en las mil setecientas personas paradas en Palma del Río, ni en las más de cuatro mil en paro que hay en la zona. El objetivo del SOC-SAT es que esta finca sirva para el trabajo de la cooperativa formada por jornaleros y jornaleras en paro, en vez de que sea tierra para especular en manos de banqueros y terratenientes.
Estas 400 hectáreas están rodeadas por miles de hectáreas de tierras no cultivadas y protegidas por las perversas leyes que defienden la propiedad privada. Los terratenientes, dueños de estas tierras, reciben subvenciones millonarias sólo por ser dueños de tierras, no por cultivarlas, o permitir cultivarlas. Tampoco usan esas subvenciones para crear empleo o al menos para dejar plantar y cosechar. Las inmensas tierras que colindan con Somonte y que pertenecen al duque del Infantado, no producen nada pero reciben ¡5.300 euros al día! de la comunidad europea, mientras miles de familias pasan hambre y están desempleadas o condenadas a recibir un subsidio que es una limosna indigna.
Basta una simple comparación de datos entre los subsidios millonarios que reciben los grandes terratenientes con los subsidios de miseria que reciben los jornaleros que reclaman tierra para trabajar. Los jornaleros –en caso de que lo tengan- reciben catorce euros al día de subsidio y es evidente que con ese dinero nadie puede vivir. El paro en Andalucía crece día a día, pero las tierras siguen siendo privadas. Inmensas extensiones improductivas, cercadas y vigiadas por la guardia civil y la policía. Si entras aunque sea a coger níscalos o caracoles, puedes ser detenido. Las camionetas de la guardia civil van y vienen constantemente para controlar, anotan placas, hacen preguntas. Para el capitalismo, trabajar es un delito y comer de tu trabajo una afrenta penalizada por la ley.
¿Cuál ley, qué ley, quién dicta esta ley, por qué hemos de reconocer la ilegitimidad y el delito como ley?
Digan lo que digan las campañas mediáticas, que criminalizan el subsidio a los parados y a los más desfavorecidos -cuando no los acusan de vagos-, nadie en Somonte ni en Andalucía quiere un subsidio. La gente reclama el cumplimiento de una ley elemental: el derecho al trabajar con dignidad. El derecho a vivir dignamente. Y la tierra para trabajarla.
En Somonte se trabaja la tierra de manera organizada, autogestionada, y ya han conseguido desarrollar diversos cultivos ecológicos. La tierra es colectiva, es de los trabajadores y en ningún caso se plantea que la tierra que están cultivando deba ser privada. Nadie necesita ni pretende ser propietario de la tierra sino vivir del trabajo de esa tierra.
Según el artículo 35 de la Constitución, el trabajo es un derecho.
1. Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia, sin que en ningún caso pueda hacerse discriminación por razón de sexo.
2. La ley regulará un estatuto de los trabajadores (1)
En cierta forma la lucha de los jornaleros de Somonte tiene que ver con el cumplimiento de esta ley elemental, pero al mismo tiempo la trasciende porque su lucha- como las luchas de los obreros y los habitantes de la ciudad- es una lucha por el derecho al trabajo digno, al trabajo con sentido colectivo y a la justicia.
Sin embargo el estado de derecho transgrede esa ley básica –el derecho al trabajo- y destruye cada día la posibilidad de las mayorías de tener una vida digna. Los recortes, los desahucios, la tierra improductiva, el paro, la deuda odiosa, son el resultado del sistema capitalista que se propone como “democrático”, pero que es una máquina depredadora de los derechos civiles y sociales, en nombre de la ley de la máxima ganancia para unos pocos. Y este estado de derecho, como es evidente, actúa de manera ilegal. Se sitúa más allá de la ley y opera en el campo del delito y la violencia.
¿Hasta qué punto se puede llamar democracia a un sistema que se sostiene por y para el robo y la corrupción?
La tierra no es una mercancía, dicen siempre los jornaleros, y de la tierra viven hoy muchas familias que se han unido para defenderla de la especulación de los terratenientes apoyados por los gobiernos de turno.
Este es el reclamo de los jornaleros, de los obreros del campo y que alumbra una nueva forma de hacer, de luchar y de resistir.
Y en Somonte se están abriendo cauces que no sólo tienen que ver con el derecho al trabajo sino con algo tan importante como la soberanía alimentaria. La capacidad de controlar qué se produce y cómo producir con sentido social, no para beneficiar a las grandes empresas monopólicas que controlan el precio y la calidad de los alimentos. Además de contaminar, destruir y apropiarse de las semillas, mediante un uso perverso de la ingeniería genética. El caso Monsanto es paradigmático y el robo de las patentes junto a la apropiación de la tierra sólo ha llevado a una aguda crisis alimentaria en el mundo entero. Producen alimentos basura y biocombustibles mientras crece el hambre.
Pero las leyes capitalistas defienden a los monopolios y su discurso mediático criminaliza a los despojados. Se los acusa de picaresca, se opaca el sentido de su lucha. De la misma manera que hablan de que “hemos vivido más allá de nuestras posibilidades”, para cerrar una empresa, para quitarnos un piso pagado durante 20 años y que no podemos seguir pagando por estar sin trabajo, para privatizar los hospitales, para destruir la educación. Una pinza infernal que demuestra la ilegitimidad de las leyes del estado. Se legisla para los dueños, para los bancos, los grandes terratenientes y la gran empresa. Se gobierna contra el derecho de las mayorías.
Y al mismo tiempo se usa el ejército de mano de obra inmigrante para culpabilizar y atomizar la unidad de los trabajadores. Ese es el sentido de los discursos del poder. Promover la guerra entre los explotados para nublar y opacar la verdad, para ocultar el nombre de quienes son los que están robando. Tantos años de neoliberalismo y discurso imperial han hecho que el habitante de las ciudades,
alienado, esclavo la deuda, del supermercado, del coche y sobre todo del individualismo más atroz, se sienta incapaz de pensar que somos un colectivo, una sociedad capaz de transformarse. Tememos que solos no podamos ir a ninguna parte, y es verdad: solos no vamos a ninguna parte. Es imposible. En relación a la velocidad de la depredación y el saqueo, estamos recién pronunciando las primeras palabras en contra del sistema, a través de las grandes movilizaciones y huelgas. Tal vez por eso, es tiempo de mirar y ver Somonte y las experiencias autogestionarias, capaces de producir con sentido colectivo, capaces de crear espacios diferentes a defender por todos, porque son experiencias que nos permiten perder el miedo y perder el miedo a cambiar.
Por eso nuestra lucha en las ciudades es también la lucha del campo y lo que necesitamos es una profunda unidad, una profunda conciencia de clase trabajadora. Un relato completamente opuesto al relato de los explotadores, esa constante cadena trófica que atrofia nuestra capacidad de vivir. Es hora de despertar. Es hora de unir fuerzas y comprender que la lucha de los jornaleros es nuestra lucha. Que ellos están sembrando no sólo un campo recuperado sino un nuevo tipo de relaciones sociales. “Si se puede” gritan los desahuciados de los bancos, “Si estamos pudiendo” corean nuestros hermanos jornaleros.
Los dejo hablar, saben mucho más que yo. Son las voces de Somonte. Las voces de la resistencia y como no, las voces del presente y del futuro:
1. Palabras de Pepe.
Llegué a Somonte por pura coincidencia, pero llegué aun sitio donde valía la pena llegar. Como andaluz me siento bien, porque mi tierra despierta. Somonte es un despertar para Andalucía. Nadie podía creer que llegáramos y cruzáramos esta frontera. Me siento bien porque mi tierra lo merece, una tierra que ha estado siempre en manos de cuatro caciques y terratenientes. Esto lo sabe todo el mundo.
Somonte se ha convertido en una abanderada para los andaluces, los españoles y para el resto del mundo, que está con nosotros porque pedimos la tierra para trabajarla. Sabemos que será duro, porque no nos van a dar nada por la buenas, pero el nivel de lucha que ha cogido Somonte es grande y se han cruzado barreras. Por eso los políticos han de tenerlo en cuenta, ellos viven del voto y del pueblo.
Con lo de las ayudas, lo del Per, nos critican porque piensan que es un regalo, pero nosotros no queremos esos 400 euros, ni los 420, nada de eso, queremos trabajo para tener una vida digna. Toda persona tiene derecho a tener una vida digna, sea pastor o médico, y eso es lo que queremos. Trabajar nuestra tierra. Y lo vamos a conseguir porque se han roto el miedo y el silencio. Ya no nos quedamos en las esquinas para que el señorito venga y nos contrate, o para pedir limosna.
Ahora tenemos apoyo de gente de Brasil, de Argentina, de todo el mundo vienen a brindarnos su solidaridad.
Decía que llegué a Somonte por coincidencia y así es. En abril estaba viendo un debate por la televisión, se trataba de la junta de Andalucía y las elecciones . Y en ese debate escuché por primera vez a Gordillo. Me gustó lo que decía y cómo pensaba, y fui a conocerlo. Viajé desde Málaga a Marinaleda y allí me dijeron que en Somonte había trabajo, que podía ir a trabajar en el campo. Y es lo que hice. Yo vengo del campo, en la juventud trabajé en el campo pero hacía cuarenta años que no trabajaba el campo. Pero es como la bicicleta, una vez que lo aprendes no se olvida, uno sabe cuidar la tierra y no envenenarla. Además, yo tenía un sueño. Ser inventor. Me dedico desde hace dieciséis años a investigar en agricultura y ya tengo algunas patentes de fertilizantes y de sistemas de riego. Y me di cuenta de que el campo va conmigo. Mi padre fue pastor y yo también fui pastor. Pero al campo hay que volver no para la esclavitud sino para trabajar dignamente, no mendigando firmas ni parados, ni 400 euros, y Somonte va por ese objetivo: lograr que los jornaleros tengan lo que les corresponde.
La Junta de Andalucía tiene 22.000 hectáreas de tierra ¿y por qué las tiene como las tiene? ¿por qué no las entrega al pueblo para que las trabaje, para que controle que no haya abusos? Porque si la gente tiene tierras, es seguro que las va a trabajar bien.
No se trata sólo de Somonte, es toda Andalucía, es Europa, no se trata sólo de una finca de 400 hectáreas, porque los cambios en la vida son así y se puede hacer que Andalucía, que siempre ha vivido siendo la última, se convierta en un referente mundial. Tenemos la materia prima, la riqueza de la tierra y el trabajo. Sin embrago, el caciquismo nos ha avasallado pero está llegando a su fin. Nos han avasallado porque para trabajar se necesitaba recomendaciones, enchufismo, dinero, y esto no es una democracia. Esto no puede llamarse democracia.
Mi tierra se mueve. Es verdad que nueve millones de andaluces no están con Somonte. Hay dos millones que tienen otra idea y tienen capital, pero esos siete millones que somos podemos ser independientes.
Y a los estudiantes y a la gente de la ciudad les digo que esta lucha es un bien para todos. Que desde distintos saberes y lugares nuestra lucha es la lucha de todos.
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