Un artículo de Juan Manuel Olarieta
I. Un problema de banquete
Poco
después de 1848 Marx escribió que toda revolución recurre a un
pretexto, como esas familias que para reunirse necesitan celebrar algo,
cualquier cosa; entonces convocan un banquete y se aturden a sí mismas
imaginando que han quedado para comer: "Toda revolución necesita un
problema de banquete. El sufragio universal es el problema de banquete
de la nueva revolución". La confusión entre una revolución y su
correspondiente pretexto, decía Marx, es propia de
"semirrevolucionarios", los cuales se engañan "a sí mismos acerca del
carácter concreto de la futura revolución" (1).
Cuando
invites a un semirrevolucionario a un banquete ten cuidado porque puede
creer que tratas de exhibir tus habilidades culinarias. Como cualquier
espíritu puro, ellos no necesitan pretextos para la reunión, para la
manifestación, ni para la revolución. Lo suyo es la lucha por la lucha,
como lo de otros es el arte por el arte, o la guerra por la guerra. Cada
día el capitalismo les está suministrando pretextos para la revolución,
que ellos rechazan con elegancia porque no los necesitan; no necesitan
de nada que no sea la revolución misma.
Mao
utilizó un proverbio chino para concluir que "una sola chispa puede
incendiar la pradera". Un incendio también necesita un pretexto, la
chispa, y tampoco es sorprendente que si en 1848 Marx hablaba del
sufragio universal como pretexto, un siglo después Mao siguiera
exigiendo un "poder democrático obrero-campesino" (2). En contextos
históricos, económicos, culturales, políticos y sociales tan diferentes
como Francia en 1848 y China un siglo después, los comunistas han estado
unidos por ese hilo conductor: han puesto a la democracia en el orden
del día.
Parecería, pues, que el asunto del banquete debería estar algo más claro, pero no es así porque las discusiones en torno a la "revolución democrático burguesa" y asuntos conexos ("revolución permanente") son los más confusos y peor entendidos del materialismo histórico, dando lugar a corrientes aberrantes del movimiento obrero, como el trotskismo. Hoy los comunistas se siguen debatiendo en medio de frases tales como "todo Estado es la dictadura de una clase" y, por consiguiente, "en todo Estado existe democracia para una clase pero no para su contraria". No es que esas frases sean erróneas sino que son redundantes, tautologías que parecen decirlo todo pero no dicen nada porque olvidan, como decía Marx, "el carácter concreto de la futura revolución", es decir, olvidan la historia y sin ella, sin pasado, tampoco puede haber futuro. Sin historia ni siquiera puede haber materialismo histórico. Un programa revolucionario debe ser concreto, no una colección de frases válidas para cualquier país en cualquier tiempo porque las masas lo tienen que asumir como si fuera propio: "La teoría se convierte en poder material tan pronto como se apodera de las masas", decía Marx en uno de sus primeros escritos (3).
Las
formas de dominación del Estado burgués están lejos de haber sido
esclarecidas, a pesar de que conciernen a varios aspectos claves de la
estrategia revolucionaria del proletariado. Por un lado, se trata del
empleo de conceptos tales como "democracia burguesa" y "fascismo" y, por
el otro, de los propios programas de las organizaciones comunistas. No
es casualidad que este debate se reproduzca continuamente en España;
algún significado tendrá. Tampoco es casualidad que eso se centre en un
momento histórico, como la "transición", que según el discurso
dominante, que es el discurso de la clase dominante, debería estar
resuelto porque reafirma una y otra vez la existencia de un cambio de
régimen político durante la década de los setenta del siglo pasado que
condujo del fascismo a la democracia burguesa. Si eso está claro, no
habría que darle tantas vueltas, y a la inversa: si se le da tantas
vueltas es porque no está tan claro como parece.
No es sólo un debate teórico. Es un hecho que, a diferencia de otros países próximos, en España el movimiento antifascista nunca ha desaparecido, por más que la claudicación de los reformistas (incluidos algunos comunistas) durante la transición haya tratado de aislarlo. Las movilizaciones periódicas del 20-N son una prueba de ello; la recuperación de la memoria histórica es otro. Entonces una pregunta surge espontáneamente: si no hay fascismo, ¿por qué hay antifascistas? ¿Se trata de nostálgicos a quienes sólo les gusta recordar el pasado? ¿La república de 1931? ¿Acaso su lucha no tiene nada que ver con la actualidad?
La
consideración de España como un Estado democrático burgués o fascista
no es más que una manera de abordar la época de la transición política.
La reacción sostiene que la memoria histórica se agota en 1975, momento
en el que, sin necesidad de ningún tipo de revolución, se produce un
punto de inflexión cualitativo: una clase en el poder "desde arriba"
modifica la naturaleza del Estado y el fascismo se transforma en
democracia burguesa. Por sí mismo eso ya sería bastante sorprendente,
toda una novedad histórica sin duda, y mucho más si tenemos en cuenta de
qué clase social estamos hablando cuando nos referimos a la España de
1975: banqueros, terratenientes, especuladores, militares, obispos y
burócratas salidos de las cloacas más negras del franquismo como Arias
Navarro, Suárez, Rodríguez Mellado, Martín Villa y otros parecidos.
En las condiciones concretas de 1975 la insólita transición del fascismo a la democracia exige una nueva evaluación de los conceptos fundamentales del materialismo histórico. Si algo de eso existió es muy posible que Marx, Engels, Lenin o Dimitrov estuvieran equivocados.
2.300 años de pensamiento político arrojados a la basura
El recordatorio de los conceptos fundamentales del materialismo histórico es también imprescindible porque a partir de 1945 y durante la guerra fría el imperialismo estadounidense lleva a cabo un nuevo replanteamiento ideológico, y para impulsarlo pone en marcha un dispositivo académico que, finalmente, ha logrado su propósito sobre dos ejes fundamentales que desde entonces forman parte de la ideología dominante: la contraposición de los conceptos de "democracia" y "dictadura" y la creación de tres tipos de regímenes políticos (totalitario, autoritario y democrático). Esta verborrea ideológica no tiene nada que ver con el materialismo histórico y por eso se pueden leer artículos, como "Sobre la dictadura democrática popular" de Mao (4), que a la burguesía actual y a sus universitarios le deben resultar incomprensibles. ¿Cómo es posible que un régimen político sea una dictadura y una democracia simultáneamente?
La nueva teoría política del imperialismo estadounidense contradice la historia milenaria del pensamiento político occidental, que es el que tuvieron en cuenta Marx, Engels y Lenin en el momento de elaborar los conceptos fundamentales del materialismo histórico. Por lo tanto, se opone al materialismo histórico mismo. Desde los tiempos de Plotino, es decir, desde la Grecia clásica, hace la friolera de unos 2.300 años, en la tradición de la ciencia política que llega hasta 1945 se diferenciaban tres tipos de regímenes políticos: la monarquía (gobierno de uno), la oligarquía (gobierno de una élite) y democracia (gobierno de la mayoría). Se trata de definiciones políticas cuantitativas (minoría, mayoría) de trascendental importancia en obras de Marx y Engels como el "Manifiesto comunista", en donde destacaron que hasta la fecha, es decir, hasta mediados del siglo XIX, todos los movimientos habían sido "realizados por minorías o en provecho de minorías", mientras que el movimiento obrero lo era de la "inmensa mayoría" y "en provecho" de ella (5).
Hasta la revolución burguesa, es decir, hasta 1800 aproximadamente, en esa clasificación tripartita había otro elemento común de acuerdo en el pensamiento político occidental: que la democracia era una forma de gobierno repudiable, por lo que sólo las otras dos eran realmente válidas. Aquel rechazo hacia la democracia demostraba la naturaleza de clase del Estado porque, como escribió Marx, la democracia pone los primeros cimientos de la disolución del Estado, de cualquier tipo de Estado (6), lo mismo que el proletariado está en la raíz de la disolución de las clases sociales (7).
En ese escenario ideológico está ausente el otro concepto político básico, el de dictadura, que elabora posteriormente el derecho público romano. Dicha ausencia se debe a que la dictadura nunca se concibió como una forma de gobierno como las otras sino con un carácter transitorio. Como consecuencia de una perturbación del funcionamiento habitual del sistema político, se otorgaban poderes excepcionales a un mando, normalmente militar, para restablecer la situación al estado normal anterior. Una dictadura no cambiaba la naturaleza política del Estado, sino todo lo contrario: se decretaba para restablecer una situación previa que se había visto alterada.
Durante la revolución burguesa en Inglaterra la dictadura se reconvierte en "ley marcial" que en otros países adopta la forma de "estado de sitio" o "estado de excepción" durante los cuales los mandos militares asumen poderes extraordinarios para adoptar cuantas medidas estimen necesarias para "restablecer el orden", pudiendo violar la ley, matar y confiscar sin estar sometidos a ningún tipo de responsabilidad por ello. En España el ejemplo más característicos fueron dos leyes de 1821 que jamás fueron derogadas, por las cuales los gobernadores militares asumían la dirección de las instituciones civiles del Estado en su región, lo cual anunciaban mediante los llamados "bandos militares", es decir, por propia decisión.
El recordatorio de los conceptos fundamentales del materialismo histórico es también imprescindible porque a partir de 1945 y durante la guerra fría el imperialismo estadounidense lleva a cabo un nuevo replanteamiento ideológico, y para impulsarlo pone en marcha un dispositivo académico que, finalmente, ha logrado su propósito sobre dos ejes fundamentales que desde entonces forman parte de la ideología dominante: la contraposición de los conceptos de "democracia" y "dictadura" y la creación de tres tipos de regímenes políticos (totalitario, autoritario y democrático). Esta verborrea ideológica no tiene nada que ver con el materialismo histórico y por eso se pueden leer artículos, como "Sobre la dictadura democrática popular" de Mao (4), que a la burguesía actual y a sus universitarios le deben resultar incomprensibles. ¿Cómo es posible que un régimen político sea una dictadura y una democracia simultáneamente?
La nueva teoría política del imperialismo estadounidense contradice la historia milenaria del pensamiento político occidental, que es el que tuvieron en cuenta Marx, Engels y Lenin en el momento de elaborar los conceptos fundamentales del materialismo histórico. Por lo tanto, se opone al materialismo histórico mismo. Desde los tiempos de Plotino, es decir, desde la Grecia clásica, hace la friolera de unos 2.300 años, en la tradición de la ciencia política que llega hasta 1945 se diferenciaban tres tipos de regímenes políticos: la monarquía (gobierno de uno), la oligarquía (gobierno de una élite) y democracia (gobierno de la mayoría). Se trata de definiciones políticas cuantitativas (minoría, mayoría) de trascendental importancia en obras de Marx y Engels como el "Manifiesto comunista", en donde destacaron que hasta la fecha, es decir, hasta mediados del siglo XIX, todos los movimientos habían sido "realizados por minorías o en provecho de minorías", mientras que el movimiento obrero lo era de la "inmensa mayoría" y "en provecho" de ella (5).
Hasta la revolución burguesa, es decir, hasta 1800 aproximadamente, en esa clasificación tripartita había otro elemento común de acuerdo en el pensamiento político occidental: que la democracia era una forma de gobierno repudiable, por lo que sólo las otras dos eran realmente válidas. Aquel rechazo hacia la democracia demostraba la naturaleza de clase del Estado porque, como escribió Marx, la democracia pone los primeros cimientos de la disolución del Estado, de cualquier tipo de Estado (6), lo mismo que el proletariado está en la raíz de la disolución de las clases sociales (7).
En ese escenario ideológico está ausente el otro concepto político básico, el de dictadura, que elabora posteriormente el derecho público romano. Dicha ausencia se debe a que la dictadura nunca se concibió como una forma de gobierno como las otras sino con un carácter transitorio. Como consecuencia de una perturbación del funcionamiento habitual del sistema político, se otorgaban poderes excepcionales a un mando, normalmente militar, para restablecer la situación al estado normal anterior. Una dictadura no cambiaba la naturaleza política del Estado, sino todo lo contrario: se decretaba para restablecer una situación previa que se había visto alterada.
Durante la revolución burguesa en Inglaterra la dictadura se reconvierte en "ley marcial" que en otros países adopta la forma de "estado de sitio" o "estado de excepción" durante los cuales los mandos militares asumen poderes extraordinarios para adoptar cuantas medidas estimen necesarias para "restablecer el orden", pudiendo violar la ley, matar y confiscar sin estar sometidos a ningún tipo de responsabilidad por ello. En España el ejemplo más característicos fueron dos leyes de 1821 que jamás fueron derogadas, por las cuales los gobernadores militares asumían la dirección de las instituciones civiles del Estado en su región, lo cual anunciaban mediante los llamados "bandos militares", es decir, por propia decisión.
La democracia en el pensamiento político burgués
Dejando ahora aparte el concepto de dictadura, la teoría de las tres formas de gobierno experimenta un giro con la revolución burguesa y, en particular, con el desarrollo del pensamiento político de sus representantes más avanzados: Rousseau y Payne. Es cierto, no obstante, que hay otras versiones del pensamiento burgués, como Montesquieu, que no se pueden equiparar a las anteriores ya que, en cierta medida, continúan las tradiciones anteriores, pero como aquí lo que pretendemos es esclarecer las posiciones del marxismo-leninismo al respecto, podemos prescindir de ellas, si bien no es posible descuidar que, frente a las posiciones más avanzadas, las otras están más arraigadas en la ideología burguesa y, por consiguiente, también en la sociedad actual. Ahora bien, Marx y Engels nunca se posicionan en esta línea para iniciar su propia teoría política, sino precisamente en la de los pensadores más avanzados.
El componente político fundamental de los pensadores burgueses más avanzados de 1800 es la introducción de la democracia como forma de gobierno, es decir, la democracia como consigna y como programa político de vanguardia cuyo prototipo más conocido es la Revolución Francesa, aunque se pueden poner otros ejemplos tan buenos o mejores, como la americana, que además son anteriores. No obstante, la Revolución Francesa, como tantos otros procesos revolucionarios, no se inicia en 1789 de una manera ejemplar, es decir, democrática sino que avanza empujada por las propias fuerzas que se oponían a ella hasta alcanzar la República muy pocos años después. Lo que la burguesía empezó de una forma conciliadora, salvando a la monarquía, acabó con la cabeza del rey en la guillotina. La democracia empieza con la República. Para decirlo más claramente: la democracia empieza con el terror, con Robespierre, Saint-Just y los demás, un proceso que culmina Napoleón, quien "practicó el terrorismo, reemplazando la revolución permanente por la guerra permanente" (8).
El terrorismo burgués es la cuna de los derechos humanos; la dictadura burguesa alumbra la democracia burguesa. Luego la burguesía se avergonzó de sí misma, renegó de sus fundamentos como si ella, y no la aristocracia, hubiera sido la responsable del terror; como ha hecho en otras ocasiones, se puso a lamer sus heridas tratando de reescribir la historia y maquillar los acontecimientos para ocultar lo obvio, a saber, que cualquier progreso histórico llega en medio de un baño de sangre. La burguesía intentó una transición pacífica que sus enemigos de clase trataron de impedir por los medios más brutales que tuvieron a su alcance.
Para luchar contra la reacción y alcanzar "sus propios fines políticos", la burguesía tuvo que poner en movimiento al proletariado, abriendo una etapa en la cual el proletariado no combate "contra sus propios enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos" (9). Hasta 1848 la burguesía llevó de la mano al proletariado y todas las formas políticas de expresión de éste son burguesas. El proletariado no era entonces una fuerza política independiente sino que prestaba o sumaba su fuerza a la de los elementos más avanzados de la burguesía, que son los republicanos, cuya consigna más importante es el sufragio universal, el símbolo mismo de la democracia, que representa el derecho de todos a votar y, por lo tanto, a decidir y a participar en las decisiones políticas.
En aquella época el voto era censitario, es decir, sólo tenían derecho a votar quienes pagaban impuestos, o sea, la burguesía. La conquista del derecho de voto por el proletariado, el sufragio universal, era un elemento fundamental para el desarrollo de su conciencia de clase, es decir, para la conversión del proletariado en una fuerza política independiente de la burguesía y la creación de partidos de clase. La burguesía crea, "a pesar de ella", las condiciones "más favorables para la unión de la clase obrera; y la unión de los obreros es la primera condición de la victoria de éstos. Los obreros saben que no se puede llegar a suprimir los modos burgueses de la propiedad manteniendo los modos feudales. Saben que el movimiento revolucionario de la burguesía contra las castas feudales y la monarquía absoluta no puede sino acelerar su propio movimiento revolucionario. Saben que su propia lucha contra la burguesía no podrá estallar más que el día en que la burguesía haya logrado triunfar" (10).
Marx y Engels lo explicaron con los conceptos de "clase en sí" y "clase para sí" (11). Como dice el "Manifiesto comunista", toda lucha de clases es una lucha política y en ella el proletariado se organiza como tal clase en un partido de vanguardia, lo que en el terreno jurídico formal se expresa en el derecho de asociación política. El vínculo entre los aspectos sindicales ("clase en sí") y políticos ("clase para sí") de la lucha obrera quedó sellado cuando los primeros partidos estrictamente proletarios adoptaron el nombre de "socialdemócratas".
Todo por la patria
El mérito histórico, realmente milenario, de la burguesía consistió en poner en primer plano a la democracia como régimen político y la revolución de 1848 representó el triunfo definitivo de la democracia como forma de gobierno en Europa central, sirviendo de ejemplo para el mundo entero.
No obstante, al llevar su programa a la práctica, la burguesía demostró que no era ella la clase capaz de conquistarla. La lucha de la burguesía por la democracia es, pues, la historia de una frustración; la teoría no tuvo su continuación en la práctica política. No es posible minimizar la importancia de este fracaso porque para la burguesía la democracia era una meta, un punto de llegada que nunca alcanzaría. Esta contradicción entre la teoría y la práctica condujo a la noción de "democracia burguesa" como la cota máxima a la que en cada país era capaz de llegar la burguesía en su lucha retórica en favor de la democracia. La "democracia burguesa" es, pues, una categoría histórica.
La burguesía no pudo cumplir cabalmente el programa político que ella mismo se había trazado, ni siquiera en los países más adelantados, por múltiples y diferentes motivos que Marx y Engels explicaron, en primer lugar, por su condición social minoritaria dentro de la sociedad capitalista: eso le impedía erigirse en representante de dicha sociedad. En 1895 en uno de sus últimos y más geniales escritos, Engels lo resumió de la siguiente manera:
"Hasta aquella fecha [1848] todas las revoluciones se habían reducido al derrocamiento y sustitución de una determinada dominación de clase por otra; pero todas las clases dominantes anteriores sólo eran pequeñas minorías, comparadas con la masa del pueblo dominada. Una minoría dominante era derribada, y otra minoría empuñaba en su lugar el timón del Estado y amoldaba a sus intereses las instituciones estatales. Este papel correspondía siempre al grupo minoritario capacitado para la dominación y llamado a ella por el estado del desarrollo económico y, precisamente por esto y sólo por esto, la mayoría dominada, o bien intervenía a favor de aquella en la revolución o aceptaba la revolución tranquilamente. Pero, prescindiendo del contenido concreto de cada caso, la forma común a todas estas revoluciones era la de ser revoluciones minoritarias. Aun cuado la mayoría cooperase a ellas, lo hacía -consciente o inconscientemente- al servicio de una minoría; pero esto, o simplemente la actitud pasiva, la no resistencia por parte de la mayoría, daba al grupo minoritario la apariencia de ser el representante de todo el pueblo" (12).
No es el burgués sino el proletario quien puede representar a la sociedad bajo el capitalismo. Por eso cuando reivindica el derecho de voto lo que exige es el sufragio "universal". Las libertades que quiere para sí las quiere también para todos aquellos privados de ellas: "Ya el 'Manifiesto Comunista' había proclamado la lucha por el sufragio universal, por la democracia, como una de las primeras y más importantes tareas del proletariado militante" (13).
Ahora bien, ese es un obstáculo puramente formal que atiende al derecho de representación exclusivamente, al derecho de elegir y ser elegido. Hay, además, un aspecto material: la burguesía habla en nombre de la nación ("todo por la patria") pero, al mismo tiempo, desdobla lo público de lo privado (14) para poner al Estado a su servicio. Por ello, en el "Manifiesto comunista" Marx y Engels incorporan a su concepción de la democracia una noción olvidada que procede de Rousseau: no basta actuar en nombre de la mayoría sino que es necesario hacerlo "en provecho" de ella, teniendo en cuenta sus necesidades, o lo que es lo mismo: el socialismo.
No obstante, la burguesía obtuvo un diagnóstico distinto que encubría la frustración envolviéndola en el papel de celofán de sus rebuscadas elaboraciones jurídico-formales, es decir, en una abstracción nebulosa. No es que ella no pudiera sino que ninguna otra clase podría porque era un objetivo que no dependía de las clases sociales en liza. La democracia era un sueño o una aspiración irrealizable que, además, comprometía la situación de la burguesía en numerosos países en los que su correlación de fuerzas era débil frente a la aristocracia. La actuación independiente de la clase obrera en la revolución de 1848 le puso en el punto de mira de la burguesía; para ésta el proletariado pasó de aliado a enemigo, es decir, que la burguesía empezó a pensar en la lucha contra el proletariado buscando compromisos con la vieja aristocracia. En lugar de acercarse al proletariado era preferible arrojar la toalla, buscar compromisos y soluciones intermedias con los "enemigos de los enemigos".
A partir de entonces el formalismo jurídico condujo a otras ficciones: al desdoblar lo público de lo privado el Estado burgués aparece como neutral; el gobierno cambia pero el Estado sigue siendo el mismo. Es la errónea teoría del Estado como "aparato" o maquinaria. Bajo el mismo Estado (burgués) son posibles todas las formas de gobierno, todos los partidos, todos los programas, todas las creencias, etc. Por lo mismo, la burguesía cree haber edificado un Estado por encima de las clases sociales. El reformismo asume esa misma concepción para pregonar la posibilidad de "utilizar" el Estado burgués para llevar a cabo una política en provecho de la mayoría, lo cual simplifica las tareas del proletariado: si no es necesario construir un nuevo Estado, tampoco es necesario destruir el ya existente. Cuando Engels explicó el interés que tenía el proletariado en conquistar la democracia dijo todo lo contrario: "Las instituciones estatales en las que se organiza la dominación de la burguesía ofrecen nuevas posibilidades a la clase obrera para luchar contra estas mismas instituciones", lo que dio lugar a que la burguesía temiese "mucho más la actuación legal que la actuación ilegal del partido obrero" (15).
¿En qué sentido es burguesa la democracia?
La
tarea de los comunistas empieza justamente en el punto en el que la
burguesía arroja la toalla, el punto más elevado, cuando empieza a
renegar de sí misma, de sus fundamentos políticos. Cuando el
proletariado reivindicó la democracia burguesa como tarea propia destacó
la ineptitud política de la burguesía para remover los obstáculos que
se oponían a ella. Por lo tanto, los comunistas siempre han estado
interesados en la democracia, e incluso en la democracia burguesa. Con
más razón aún cuando es la propia burguesía la que reniega de ella.
Ahora bien, en la lucha por la democracia no hay diferencias sustanciales entre los objetivos de la burguesía y el proletariado; no hay libertades y derechos "proletarios". El derecho de voto y el derecho de asociación política no cambian su naturaleza por que los reivindique para sí la clase obrera. Las organizaciones de clase asumieron como algo propio lo que procedía de la burguesía.
Las libertades y los derechos no son formalizaciones jurídicas sino una parte integrante de la lucha de clases. Al proletariado la burguesía no le regaló nada sino que tuvo que conquistar tanto el derecho al voto como el derecho de asociación sindical y política. No es tan difícil de entender: como escribieron Marx y Engels, quienes reivindican son quienes no tienen (16). El movimiento obrero reivindicó la democracia allá donde ésta nunca llegó, o tardó en implantarse, o lo hizo de manera limitada; el movimiento obrero disfrutó de aquellos derechos que fue capaz de defender en cada momento y en cada país. Los ganó si luchó por ellos y los perdió cuando dejó de hacerlo. Un dirigente del proletariado parisino como Blanqui, pasó la mayor parte de su vida en la cárcel; en 1847 la Liga de los Comunistas se tuvo que reunir en Londres porque estaba prohibida en Alemania; la I Internacional fue prohibida en España en 1871; poco después se dictaron las leyes contra los socialistas en Alemania; Marx, Engels y Lenin pasaron en el exilio la mayor parte de sus vidas... En fin, la historia de las revoluciones y de los revolucionarios son episodios repletos de clandestinidad, ilegalidad, fusilamientos, cárceles, torturas y persecución. En esas condiciones, ¿cómo es posible sostener que los revolucionarios no están interesados por la libertad? ¿No será más acertado decir que quien no está interesada por la libertad es la burguesía? Y si la burguesía no está interesada por la libertad, ¿no deberá interesarle al proletariado? Finalmente, ¿cómo es posible calificar de "burgués" a algo que no le interesa a la burguesía?
Es necesario volver a insistir: el proletariado lucha por la democracia y la libertad para sí mismo, para su clase, naturalmente, pero también para todos aquellos que carecen de ellas, para los sectores explotados, oprimidos, humillados y marginados por la sociedad capitalista. En la medida en que dicha sociedad está regida por una minoría en provecho de ella misma, genera esas lacras sociales, culturales y políticas. En ese contexto el programa democrático del proletariado se convierte en uno de los más poderosos instrumentos de acumulación de fuerzas, la palanca misma de la revolución. Dicho programa ha atraído atrae y seguirá atrayendo siempre, con una fuerza creciente, incluso a numerosos sectores de la propia burguesía. Este proceso constituye una ley de la historia porque "cada nueva clase instaura su dominación siempre sobre una base más extensa que la dominante con anterioridad a ella" (17). No existe otra consigna con mayor capacidad de legitimación política que la democracia. Por sí misma, justifica la revolución proletaria.
Como programa revolucionario la democracia trasciende, pues, al momento histórico en el que lo impulsó la burguesía. Cuando el proletariado instaure su dominación "sobre una base más extensa" que la burguesía, su régimen político no será nada distinto a la democracia sino su realización más plena. El "Manifiesto comunista" lo resume al proponer como "primer paso" de la revolución proletaria "la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia" (18). ¿Qué es, pues, la democracia? "La elevación del proletariado a clase dominante", responden Marx y Engels. ¿Y qué es la elevación del proletariado a clase dominante? La realización de la democracia.
Ahora bien, en la lucha por la democracia no hay diferencias sustanciales entre los objetivos de la burguesía y el proletariado; no hay libertades y derechos "proletarios". El derecho de voto y el derecho de asociación política no cambian su naturaleza por que los reivindique para sí la clase obrera. Las organizaciones de clase asumieron como algo propio lo que procedía de la burguesía.
Las libertades y los derechos no son formalizaciones jurídicas sino una parte integrante de la lucha de clases. Al proletariado la burguesía no le regaló nada sino que tuvo que conquistar tanto el derecho al voto como el derecho de asociación sindical y política. No es tan difícil de entender: como escribieron Marx y Engels, quienes reivindican son quienes no tienen (16). El movimiento obrero reivindicó la democracia allá donde ésta nunca llegó, o tardó en implantarse, o lo hizo de manera limitada; el movimiento obrero disfrutó de aquellos derechos que fue capaz de defender en cada momento y en cada país. Los ganó si luchó por ellos y los perdió cuando dejó de hacerlo. Un dirigente del proletariado parisino como Blanqui, pasó la mayor parte de su vida en la cárcel; en 1847 la Liga de los Comunistas se tuvo que reunir en Londres porque estaba prohibida en Alemania; la I Internacional fue prohibida en España en 1871; poco después se dictaron las leyes contra los socialistas en Alemania; Marx, Engels y Lenin pasaron en el exilio la mayor parte de sus vidas... En fin, la historia de las revoluciones y de los revolucionarios son episodios repletos de clandestinidad, ilegalidad, fusilamientos, cárceles, torturas y persecución. En esas condiciones, ¿cómo es posible sostener que los revolucionarios no están interesados por la libertad? ¿No será más acertado decir que quien no está interesada por la libertad es la burguesía? Y si la burguesía no está interesada por la libertad, ¿no deberá interesarle al proletariado? Finalmente, ¿cómo es posible calificar de "burgués" a algo que no le interesa a la burguesía?
Es necesario volver a insistir: el proletariado lucha por la democracia y la libertad para sí mismo, para su clase, naturalmente, pero también para todos aquellos que carecen de ellas, para los sectores explotados, oprimidos, humillados y marginados por la sociedad capitalista. En la medida en que dicha sociedad está regida por una minoría en provecho de ella misma, genera esas lacras sociales, culturales y políticas. En ese contexto el programa democrático del proletariado se convierte en uno de los más poderosos instrumentos de acumulación de fuerzas, la palanca misma de la revolución. Dicho programa ha atraído atrae y seguirá atrayendo siempre, con una fuerza creciente, incluso a numerosos sectores de la propia burguesía. Este proceso constituye una ley de la historia porque "cada nueva clase instaura su dominación siempre sobre una base más extensa que la dominante con anterioridad a ella" (17). No existe otra consigna con mayor capacidad de legitimación política que la democracia. Por sí misma, justifica la revolución proletaria.
Como programa revolucionario la democracia trasciende, pues, al momento histórico en el que lo impulsó la burguesía. Cuando el proletariado instaure su dominación "sobre una base más extensa" que la burguesía, su régimen político no será nada distinto a la democracia sino su realización más plena. El "Manifiesto comunista" lo resume al proponer como "primer paso" de la revolución proletaria "la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia" (18). ¿Qué es, pues, la democracia? "La elevación del proletariado a clase dominante", responden Marx y Engels. ¿Y qué es la elevación del proletariado a clase dominante? La realización de la democracia.
La democracia burguesa como etapa intermedia
El
materialismo histórico es el pensamiento científico más avanzado que
existe para analizar la evolución de las sociedades a lo largo del
tiempo. Se forjó tomando en consideración a los países europeos más
adelantados de mediados del siglo XIX y los instrumentos científicos más
desarrollados que Marx y Engels pudieron encontrar, por una razón que
es importante tener en cuenta: porque históricamente los países avanzan
en la dirección que marcan los más adelantados. Por lo tanto, al
desentrañar la naturaleza de los países más avanzados del momento, Marx y
Engels desentrañaron la naturaleza del capitalismo como tal.
Si tomamos a Francia como referencia, a partir de 1798 la burguesía ya tenía su propio Estado, es decir, había creado un Estado a su imagen y semejanza y se disponía a utilizarlo en provecho propio, o lo que es lo mismo, para el desarrollo del capitalismo, de la explotación y la extracción de plusvalía a gran escala. En toda Europa la burguesía pretendía hacer lo mismo que en Francia.
Pero Francia es el modelo tanto como la excepción. El debate recursivo sobre la democracia burguesa no se plantea con los países que Marx y Engels tomaron como referencia para la elaboración de sus categorías científicas; apenas se discute el capitalismo en Inglaterra o la democracia en Francia. La controversia empieza a partir de ahí con los demás países, cuando el capitalismo convive con el feudalismo o la democracia con el absolutismo. Entonces las referencias se convierten en excepciones y algunos buscan coincidencias que jamás se van a reproducir en la misma forma. En la historia no hay dos asaltos a la Bastilla ni al Palacio de Invierno.
Los agotadores debates sobre la "democracia burguesa" olvidan que se trata de una categoría histórica. Por eso abundan las recetas estereotipadas y se echa de menos el "análisis concreto de la situación concreta". Normalmente lo concreto es que el país en cuestión está atrasado con respecto a los que eran avanzadilla política en aquella época, especialmente Francia, que ya era un país capitalista antes de 1789. No se puede proceder a una extrapolación mecánica del proceso, es decir, a pretender explicar un fenómeno local complejo mediante los conceptos elaborados para un prototipo de excepción, como Francia, porque entonces se producen todo tipo de paradojas.
En los países en los cuales la revolución burguesa no se había producido o no había alcanzado las cotas de Francia, que eran la mayoría de los europeos, la burguesía tuvo que adaptarse a una situación ambigua, vacilante entre la aristocracia feudal y el proletariado. La "revolución democrático burguesa" es una etapa de la historia que expresa de manera muy concreta la penetración del capitalismo en cada país, la manera en que se articula el nuevo Estado burgués, la línea de la vanguardia del proletariado a ese respecto y la necesidad de acumular fuezas revolucionarias.
Lo que algunos partidos comunistas pretendieron con la reivindicación de la "democracia burguesa" era justamente eso, desarrollar el capitalismo, lo que da la vuelta al programa politico originario de la burguesía: para el proletariado la revolución democrática no era la culminación del proceso sino el principio del mismo, no un punto de llegada sino un punto de partida. El proletariado, escribieron Marx y Engels, acepta la revolución burguesa "como una condición de la revolución obrera. Pero ni por un instante pueden mirarla como el objetivo final" (19). De ahí que las organizaciones comunistas hayan propuesto dos programas políticos, uno mínimo, correspondiente a la revolución burguesa, y otro máximo, correspondiente a la revolución proletaria.
A partir de ahí se comprenden otras propuestas del comunismo, como que en un país pueden existir prioridades antes que la construcción del socialismo y que las mismas pueden ser tan trascendentes que requieran de toda una etapa previa o intermedia. En el materialismo histórico tan importante como el concepto de "modo de producción" es el de transición de uno a otro (20), esos momentos grises e "impuros" de la historia en los que el pasado no aparece nítidamente separado del futuro. Si, además, esos momentos se prolongan en el tiempo, si un país no se acuesta feudal y se levanta capitalista, el despiste suele ser monumental. Del mismo modo, el socialismo no "surge" de la noche a la mañana, como los champiñones después del aguacero, sino que se construye, y cualquier albañil sabe que para construir no basta poner un ladrillo encima de otro sino que hacen falta planos, andamios y hormigoneras, entre otras muchas cosas.
Otro aspecto fácil de entender es que no tiene sentido propugnar la "democracia burguesa" cuando el capitalismo ya está desarrollado, es decir, cuando está en su fase monopolista. Ahora bien, ¿significa eso que no tiene ya sentido luchar por la democracia?, ¿o más bien significa que hay que seguir luchando por una democracia que no esté lastrada las limitaciones que la burguesía ha mostrado a lo largo de la historia? ¿existe una democracia que va más allá del programa político de la burguesía?
La respuesta es afirmativa. Una vez que el proletariado maduró, formó sus propias organizaciones políticas y adquirió la suficiente experiencia, avanzó un paso más en la batalla por la democracia, que fue el que correspondió dar a Lenin: al proletariado le correspondía dirigir la lucha por la democracia llevando de la mano a la burguesía. Este sello característico del bolchevismo tampoco cambiaba la naturaleza de la situación: el proletariado seguía interesado en la democracia. En 1900 Lenin resumió la trayectoria del movimiento obrero y la tarea política "inmediata" de la socialdemocracia rusa, en el derrocamiento de la autocracia y la conquista de "la libertad política" (21). Al cabo de los años, en 1915, seguía defendiendo lo mismo: "La forma política de la sociedad en que triunfe el proletariado, derrocando a la burguesía, será la república democrática" (22).
Cuando el proletariado se pone a la cabeza de la lucha por la democracia aparece todo ese cúmulo de expresiones políticas propias del movimiento comunista internacional, como "democracia popular", "nueva democracia" y otras, que tampoco cambian sustancialmente la esencia del planteamiento: los comunistas están por la democracia y el transcurso del tiempo lo que viene demostrando es que son sus defensores más consecuentes.
Lenin insistió en que los programas mínimo y máximo no se oponen sino que se complementan y suceden a lo largo de la revolución proletaria. El programa mínimo significa que el proletariado empieza su lucha allá donde la burguesía no ha llegado ni llegará jamás. Ambos programas corresponden a otras tantas etapas de un proceso, más o menos dilatado en el tiempo. Que dichos programas no se contradicen lo demuestra también el hecho de que entre ambos es posible encontrar toda clase de situaciones intermedias que expresan (o deberían expresar) el grado de penetración del capitalismo en cada país y la correlación de fuerzas entre las clases sociales.
Por el contrario, los semirrevolucionarios consideran que ambos programas son contradictorios, crean ambigüedad y confusión. Ellos sólo quieren programas "puros", ideológicamente impecables. No entienden que una situación social de transición, que no es blanca ni negra, sino gris, exige un programa de transición. Hay semirrevolucionarios de todos los colores. Los de izquierdas se olvidan del programa mínimo porque propugnan un imposible histórico, a saber, que todos los problemas históricos que deja pendientes la burguesía, que son muchos y muy variados, se pueden resolver simultáneamente, en un instante. Los oportunistas de derechas sólo se acuerdan de uno, el programa mínimo, sólo tienen en cuenta la etapa previa y cuando la alcanzan se olvidan de pasar a la siguiente.
Si tomamos a Francia como referencia, a partir de 1798 la burguesía ya tenía su propio Estado, es decir, había creado un Estado a su imagen y semejanza y se disponía a utilizarlo en provecho propio, o lo que es lo mismo, para el desarrollo del capitalismo, de la explotación y la extracción de plusvalía a gran escala. En toda Europa la burguesía pretendía hacer lo mismo que en Francia.
Pero Francia es el modelo tanto como la excepción. El debate recursivo sobre la democracia burguesa no se plantea con los países que Marx y Engels tomaron como referencia para la elaboración de sus categorías científicas; apenas se discute el capitalismo en Inglaterra o la democracia en Francia. La controversia empieza a partir de ahí con los demás países, cuando el capitalismo convive con el feudalismo o la democracia con el absolutismo. Entonces las referencias se convierten en excepciones y algunos buscan coincidencias que jamás se van a reproducir en la misma forma. En la historia no hay dos asaltos a la Bastilla ni al Palacio de Invierno.
Los agotadores debates sobre la "democracia burguesa" olvidan que se trata de una categoría histórica. Por eso abundan las recetas estereotipadas y se echa de menos el "análisis concreto de la situación concreta". Normalmente lo concreto es que el país en cuestión está atrasado con respecto a los que eran avanzadilla política en aquella época, especialmente Francia, que ya era un país capitalista antes de 1789. No se puede proceder a una extrapolación mecánica del proceso, es decir, a pretender explicar un fenómeno local complejo mediante los conceptos elaborados para un prototipo de excepción, como Francia, porque entonces se producen todo tipo de paradojas.
En los países en los cuales la revolución burguesa no se había producido o no había alcanzado las cotas de Francia, que eran la mayoría de los europeos, la burguesía tuvo que adaptarse a una situación ambigua, vacilante entre la aristocracia feudal y el proletariado. La "revolución democrático burguesa" es una etapa de la historia que expresa de manera muy concreta la penetración del capitalismo en cada país, la manera en que se articula el nuevo Estado burgués, la línea de la vanguardia del proletariado a ese respecto y la necesidad de acumular fuezas revolucionarias.
Lo que algunos partidos comunistas pretendieron con la reivindicación de la "democracia burguesa" era justamente eso, desarrollar el capitalismo, lo que da la vuelta al programa politico originario de la burguesía: para el proletariado la revolución democrática no era la culminación del proceso sino el principio del mismo, no un punto de llegada sino un punto de partida. El proletariado, escribieron Marx y Engels, acepta la revolución burguesa "como una condición de la revolución obrera. Pero ni por un instante pueden mirarla como el objetivo final" (19). De ahí que las organizaciones comunistas hayan propuesto dos programas políticos, uno mínimo, correspondiente a la revolución burguesa, y otro máximo, correspondiente a la revolución proletaria.
A partir de ahí se comprenden otras propuestas del comunismo, como que en un país pueden existir prioridades antes que la construcción del socialismo y que las mismas pueden ser tan trascendentes que requieran de toda una etapa previa o intermedia. En el materialismo histórico tan importante como el concepto de "modo de producción" es el de transición de uno a otro (20), esos momentos grises e "impuros" de la historia en los que el pasado no aparece nítidamente separado del futuro. Si, además, esos momentos se prolongan en el tiempo, si un país no se acuesta feudal y se levanta capitalista, el despiste suele ser monumental. Del mismo modo, el socialismo no "surge" de la noche a la mañana, como los champiñones después del aguacero, sino que se construye, y cualquier albañil sabe que para construir no basta poner un ladrillo encima de otro sino que hacen falta planos, andamios y hormigoneras, entre otras muchas cosas.
Otro aspecto fácil de entender es que no tiene sentido propugnar la "democracia burguesa" cuando el capitalismo ya está desarrollado, es decir, cuando está en su fase monopolista. Ahora bien, ¿significa eso que no tiene ya sentido luchar por la democracia?, ¿o más bien significa que hay que seguir luchando por una democracia que no esté lastrada las limitaciones que la burguesía ha mostrado a lo largo de la historia? ¿existe una democracia que va más allá del programa político de la burguesía?
La respuesta es afirmativa. Una vez que el proletariado maduró, formó sus propias organizaciones políticas y adquirió la suficiente experiencia, avanzó un paso más en la batalla por la democracia, que fue el que correspondió dar a Lenin: al proletariado le correspondía dirigir la lucha por la democracia llevando de la mano a la burguesía. Este sello característico del bolchevismo tampoco cambiaba la naturaleza de la situación: el proletariado seguía interesado en la democracia. En 1900 Lenin resumió la trayectoria del movimiento obrero y la tarea política "inmediata" de la socialdemocracia rusa, en el derrocamiento de la autocracia y la conquista de "la libertad política" (21). Al cabo de los años, en 1915, seguía defendiendo lo mismo: "La forma política de la sociedad en que triunfe el proletariado, derrocando a la burguesía, será la república democrática" (22).
Cuando el proletariado se pone a la cabeza de la lucha por la democracia aparece todo ese cúmulo de expresiones políticas propias del movimiento comunista internacional, como "democracia popular", "nueva democracia" y otras, que tampoco cambian sustancialmente la esencia del planteamiento: los comunistas están por la democracia y el transcurso del tiempo lo que viene demostrando es que son sus defensores más consecuentes.
Lenin insistió en que los programas mínimo y máximo no se oponen sino que se complementan y suceden a lo largo de la revolución proletaria. El programa mínimo significa que el proletariado empieza su lucha allá donde la burguesía no ha llegado ni llegará jamás. Ambos programas corresponden a otras tantas etapas de un proceso, más o menos dilatado en el tiempo. Que dichos programas no se contradicen lo demuestra también el hecho de que entre ambos es posible encontrar toda clase de situaciones intermedias que expresan (o deberían expresar) el grado de penetración del capitalismo en cada país y la correlación de fuerzas entre las clases sociales.
Por el contrario, los semirrevolucionarios consideran que ambos programas son contradictorios, crean ambigüedad y confusión. Ellos sólo quieren programas "puros", ideológicamente impecables. No entienden que una situación social de transición, que no es blanca ni negra, sino gris, exige un programa de transición. Hay semirrevolucionarios de todos los colores. Los de izquierdas se olvidan del programa mínimo porque propugnan un imposible histórico, a saber, que todos los problemas históricos que deja pendientes la burguesía, que son muchos y muy variados, se pueden resolver simultáneamente, en un instante. Los oportunistas de derechas sólo se acuerdan de uno, el programa mínimo, sólo tienen en cuenta la etapa previa y cuando la alcanzan se olvidan de pasar a la siguiente.
La lucha del proletariado por la democracia en la etapa imperialista
Si en el siglo XIX el proletariado luchó por la democracia, cuando la burguesía estaba interesada en eso mismo, con más razón debía seguir luchando por dicho objetivo cuando la burguesía le volvió la espalda, una situación que se produjo con la entrada del capitalismo en su fase última, el imperialismo, que Lenin caracterizó por la tendencia a la reacción "en toda línea", "a la dominación y no a la libertad" (23). Como explicó luego en los prólogos a su obra "El imperialismo fase superior del capitalismo", Lenin tuvo que expresarse en un lenguaje "servil" a causa de la censura zarista, lo que le obligó a centrarse en los aspectos teóricos y económicos del imperialismo, formulando las "indispensables y poco numerosas observaciones de carácter político con una extraordinaria prudencia".
Tras la muerte de Lenin el movimiento comunista internacional tuvo que continuar el análisis en el punto en el que lo dejó, en el terreno político: ¿que consecuencias políticas tuvo la transición del capitalismo a su fase superior? La respuesta a esta pregunta la dio la Internacional Comunista sin necesidad de recurrir al lenguaje "servil" ni a la "prudencia" de Lenin gracias a la Revolución de 1917, definiendo como fascismo aquella tendencia política hacia la reacción propia de la época imperialista de la que había hablado Lenin. ¿Qué es el fascismo para el movimiento comunista internacional? En 1928, cuando en Berlín aún los nazis no estaban en el gobierno, Dimitrov respondió: "Hemos de darnos perfectamente cuenta que el fascismo no es un fenómeno local, temporal o transitorio, sino que representa un sistema de dominación de clase de la burguesía capitalista y de su dictadura en la época del imperialismo y de la revolución social" (24). El fascismo, dice Dimitrov, "no es un simple cambio de un gobierno burgués por otro, sino la sustitución de una forma estatal de la dominación de clase de la burguesía" (25). No cabe duda de que el fascismo supone bastantes más cosas, pero por ahora bastará con dejar éstas apuntadas.
La concepción comunista sobre el fascismo es la única que responde de manera precisa a su naturaleza de clase como régimen político y, desde luego, está en abierta contradicción con la que viene difundiendo la burguesía, a saber, que el fascismo es cosa del pasado, de una determinada etapa a la que denominan "periodo de entreguerras" en Europa o a países y momentos concretos de Latinoamérica. Pero hay que ser comprensivos con esas limitaciones propias de tal clase social: cuando la burguesía habla del fascismo, habla acerca de sí misma, de su forma de dominación, y cuando se mira al espejo no le gusta lo que ve; entonces vuelve a recurrir al maquillaje, a los enjuagues y disfraces. Para ella se trataría de un régimen político de excepción, es decir, una "dictadura" en el sentido clásico de la palabra que antes ha quedado expuesto, lo cual da lugar a una concepción de la historia como si de un guante reversible se tratara: los países pasan de la democracia al fascismo pero luego retornan a su "auténtico estado", que es siempre la democracia. Cuando el guante se vuelve del revés el "auténtico estado" de la democracia es la masacre, los desaparecidos, los exiliados y los torturados. Luego es tarea de los periodistas e historiadores borrar estos asuntos desagradables de la memoria histórica, como si nada hubiera pasado.
Sin embargo, para los marxistas la historia es sustancialmente irreversible. El fascismo no es, pues, el pasado sino el futuro del capitalismo. De la tendencia del imperialismo a la reacción deriva una pregunta obvia: cualquiera que sea la caracterización del régimen político de un país capitalista, en el futuro los comunistas ¿deben esperar que se amplíe el círculo de las libertades y los derechos democráticos o, por el contrario, deben adoptar todas las medidas necesarias para hacer frente a la represión, a la ilegalidad y a la clandestinidad? Dado que la represión fascista no se limita a los comunistas sino que empieza por ellos, como dice el conocido poema de Bertold Brecht, ¿no deberán poner en el primer plano de su programa la lucha por la libertad y la democracia?, ¿no deberán alertar de ello a las masas a fin de que estén prevenidas?
En su informe al VII Congreso de la Internacional Comunista, Dimitrov criticó los complejos de los comunistas polacos a la hora de reivindicar la democracia "de un modo positivo" para no despertar "ilusiones democráticas". Hoy ese complejo sigue existiendo, lo que favorece extraordinariamente el proceso de fascistización en muchos países europeos, donde los semirrevolucionarios no saben apreciar la importancia de la libertad. Les sabe a poco, seguramente porque la burguesía les concede todas las facilidades imaginables que a los comunistas les niega. Por eso ellos olvidan que Dimitrov exigía defender "palmo a palmo las condiciones democráticas arrancadas por la clase obrera en años de lucha tenaz" (26).
Como cualquier otro régimen político, el fascismo hay que analizarlo en concreto, según la historia de cada país. Como dijo Dimitrov, en cada uno de ellos el fascismo adopta variedades nacionales que los comunistas tienen que tomar en cuenta a la hora de confeccionar su programa político. En particular, si en los países más avanzados en los que triunfó la revolución burguesa el fascismo es un futuro cercano y amenazador, en aquellos otros en los que dicho proceso no se cumplimentó, el futuro se aferra al pasado y el fascismo enlaza directamente con las más negras tradiciones feudales autóctonas. Ese retorno al pasado, esa mezcla de un pasado de pesadilla con una modernidad siniestra ha sido otra fuente de paradojas y discusiones políticas dentro del movimiento comunista en muchos países. España es uno de los casos típicos, porque los 80 años de fascismo heredan a los 400 de Inquisición y no es fácil averiguar dónde acaba una y empieza el otro.
Si en el siglo XIX el proletariado luchó por la democracia, cuando la burguesía estaba interesada en eso mismo, con más razón debía seguir luchando por dicho objetivo cuando la burguesía le volvió la espalda, una situación que se produjo con la entrada del capitalismo en su fase última, el imperialismo, que Lenin caracterizó por la tendencia a la reacción "en toda línea", "a la dominación y no a la libertad" (23). Como explicó luego en los prólogos a su obra "El imperialismo fase superior del capitalismo", Lenin tuvo que expresarse en un lenguaje "servil" a causa de la censura zarista, lo que le obligó a centrarse en los aspectos teóricos y económicos del imperialismo, formulando las "indispensables y poco numerosas observaciones de carácter político con una extraordinaria prudencia".
Tras la muerte de Lenin el movimiento comunista internacional tuvo que continuar el análisis en el punto en el que lo dejó, en el terreno político: ¿que consecuencias políticas tuvo la transición del capitalismo a su fase superior? La respuesta a esta pregunta la dio la Internacional Comunista sin necesidad de recurrir al lenguaje "servil" ni a la "prudencia" de Lenin gracias a la Revolución de 1917, definiendo como fascismo aquella tendencia política hacia la reacción propia de la época imperialista de la que había hablado Lenin. ¿Qué es el fascismo para el movimiento comunista internacional? En 1928, cuando en Berlín aún los nazis no estaban en el gobierno, Dimitrov respondió: "Hemos de darnos perfectamente cuenta que el fascismo no es un fenómeno local, temporal o transitorio, sino que representa un sistema de dominación de clase de la burguesía capitalista y de su dictadura en la época del imperialismo y de la revolución social" (24). El fascismo, dice Dimitrov, "no es un simple cambio de un gobierno burgués por otro, sino la sustitución de una forma estatal de la dominación de clase de la burguesía" (25). No cabe duda de que el fascismo supone bastantes más cosas, pero por ahora bastará con dejar éstas apuntadas.
La concepción comunista sobre el fascismo es la única que responde de manera precisa a su naturaleza de clase como régimen político y, desde luego, está en abierta contradicción con la que viene difundiendo la burguesía, a saber, que el fascismo es cosa del pasado, de una determinada etapa a la que denominan "periodo de entreguerras" en Europa o a países y momentos concretos de Latinoamérica. Pero hay que ser comprensivos con esas limitaciones propias de tal clase social: cuando la burguesía habla del fascismo, habla acerca de sí misma, de su forma de dominación, y cuando se mira al espejo no le gusta lo que ve; entonces vuelve a recurrir al maquillaje, a los enjuagues y disfraces. Para ella se trataría de un régimen político de excepción, es decir, una "dictadura" en el sentido clásico de la palabra que antes ha quedado expuesto, lo cual da lugar a una concepción de la historia como si de un guante reversible se tratara: los países pasan de la democracia al fascismo pero luego retornan a su "auténtico estado", que es siempre la democracia. Cuando el guante se vuelve del revés el "auténtico estado" de la democracia es la masacre, los desaparecidos, los exiliados y los torturados. Luego es tarea de los periodistas e historiadores borrar estos asuntos desagradables de la memoria histórica, como si nada hubiera pasado.
Sin embargo, para los marxistas la historia es sustancialmente irreversible. El fascismo no es, pues, el pasado sino el futuro del capitalismo. De la tendencia del imperialismo a la reacción deriva una pregunta obvia: cualquiera que sea la caracterización del régimen político de un país capitalista, en el futuro los comunistas ¿deben esperar que se amplíe el círculo de las libertades y los derechos democráticos o, por el contrario, deben adoptar todas las medidas necesarias para hacer frente a la represión, a la ilegalidad y a la clandestinidad? Dado que la represión fascista no se limita a los comunistas sino que empieza por ellos, como dice el conocido poema de Bertold Brecht, ¿no deberán poner en el primer plano de su programa la lucha por la libertad y la democracia?, ¿no deberán alertar de ello a las masas a fin de que estén prevenidas?
En su informe al VII Congreso de la Internacional Comunista, Dimitrov criticó los complejos de los comunistas polacos a la hora de reivindicar la democracia "de un modo positivo" para no despertar "ilusiones democráticas". Hoy ese complejo sigue existiendo, lo que favorece extraordinariamente el proceso de fascistización en muchos países europeos, donde los semirrevolucionarios no saben apreciar la importancia de la libertad. Les sabe a poco, seguramente porque la burguesía les concede todas las facilidades imaginables que a los comunistas les niega. Por eso ellos olvidan que Dimitrov exigía defender "palmo a palmo las condiciones democráticas arrancadas por la clase obrera en años de lucha tenaz" (26).
Como cualquier otro régimen político, el fascismo hay que analizarlo en concreto, según la historia de cada país. Como dijo Dimitrov, en cada uno de ellos el fascismo adopta variedades nacionales que los comunistas tienen que tomar en cuenta a la hora de confeccionar su programa político. En particular, si en los países más avanzados en los que triunfó la revolución burguesa el fascismo es un futuro cercano y amenazador, en aquellos otros en los que dicho proceso no se cumplimentó, el futuro se aferra al pasado y el fascismo enlaza directamente con las más negras tradiciones feudales autóctonas. Ese retorno al pasado, esa mezcla de un pasado de pesadilla con una modernidad siniestra ha sido otra fuente de paradojas y discusiones políticas dentro del movimiento comunista en muchos países. España es uno de los casos típicos, porque los 80 años de fascismo heredan a los 400 de Inquisición y no es fácil averiguar dónde acaba una y empieza el otro.
Un desarrollo capitalista ligado al terrorismo de Estado
Donde hay continuidad hay también ruptura. En España el punto de ruptura del pasado con el futuro se situó en la década de los sesenta del siglo pasado, cuando tras el Plan de Estabilización de 1959 el país transformó su economía en capitalismo monopolista de Estado. Desde entonces no hay aquí nada cualitativamente diferente de cualquier otro país capitalista desarrolado, es decir, que no se puede desarrollar más de lo que ya lo está, que no hay una etapa ulterior a esa, por lo que cualquier avance sólo puede ser hacia el socialismo. En este sentido no hay ninguna revolución burguesa que llevar a cabo. La crisis económica actual no ha hecho más que reforzar la evidencia de que en España el capitalismo ha agotado todas sus reservas. El futuro está única y exclusivamente en el socialismo y un programa revolucionario así deberá indicarlo.
Ahora bien, a diferencia de otros países, en España el desarrollo capitalista ha estado ligado al terrorismo de Estado, intensificado desde 1939 bajo las más crueles formas. La transformación económica se produjo sin modificar la naturaleza fascista del Estado. La realidad volvía a presentarse "impura", ambigua y confusa: la persistencia del fascismo, ¿no era un índice del atraso de España?, ¿cómo se congraciaba ese atraso con la modernidad monopolista? El debate volvió a reanudarse con nuevos adornos, propios del momento. Donde unos semirrevolucionarios veían la botella medio llena, los otros la veían medio vacía, manifestándose las primeras rupturas dentro del movimiento comunista. Una primera corriente, directamente heredera del PCE, relaciona la pervivencia del fascismo en España con el atraso, hasta el punto de calificar la situación de "colonial" o dependiente del imperialismo, poniendo en primer plano el programa mínimo y la necesidad de una revolución democrático burguesa. La otra sólo tiene en cuenta la condición monopolista, por lo que reivindica la necesidad inmediata de una revolución socialista sin tener en cuenta el carácter fascista del Estado.
La transición puso a prueba ambas concepciones y demostró que la primera de ellas era ampliamente dominante, es decir, que el revisionismo sigue siendo la tendencia más fuerte dentro del movimiento comunista, particularmente, en España, contribuyendo así a reforzar el relato hegemónico que hoy siguen transmitiendo los medios de comunicación: existió una transición política en España durante la cual el fascismo se convirtió en una democracia burguesa. Con el tiempo la argumentación reformista ha contribuido luego a alimentar a su contraria, al izquierdismo, que desarrolla exactamente la misma argumentación justo en el punto en el que los anteriores la abandonan: dado que actualmente España es un país democrático burgués, la revolución sólo puede ser de naturaleza socialista. Como suele ocurrir, aquí y ahora los izquierdistas no son nada diferente de los reformistas; el discurso de ambos es sustancialmente el mismo y se corresponde exactamente con el discurso fascista hegemónico.
El error de ambas corrientes se puede comprobar tanto en la década de los sesenta, con la transición económica, como en los setenta, con la transición política y empieza por un equívoco, otro más que hay que añadir a la lista. Dicho equívoco se origina porque minimiza la capacidad de las masas, incluso en ausencia de una vanguardia revolucionaria, para poner contra las cuerdas a la burguesia y a su Estado, cualquiera que sea su naturaleza, y obtener importantes victorias parciales. Incuso a veces esas conquistas son tan importantes que es posible calificarlas como "revoluciones". Pero en absoluto es el caso de la tansición en España, una etapa en la que el proletariado obtuvo indudables conquistas que no alteraron la naturaleza del Estado.
No se deberían confundir los avances populares alcanzados durante la transición con un cambio de régimen político y no basta hablar sólo de los avances si, al mismo tiempo, no se habla de lo que jamás se logró conquistar, de lo que quedó pendiente, una herida imposible de cicatrizar que se manifiesta hasta en los detalles. Por ejemplo, algunas familias de los antifascistas asesinados (Grimau, Ruano Casanova, Puig Antich, Xose Humberto Baena) emprendieron acciones legales para rehabilitar su memoria. Nada hubiera resultado más fácil en un Estado democrático que, incluso, no hubiera debido exigir el inicio de ninguna reclamación judicial: hubiera debido hacerlo por sí mismo, declarando solemnemente su gratitud hacia los antifascistas caídos en la lucha por la democracia, e incluso poner sus nombres a las calles. Resulta muy ilustrativo constatar que París y muchas ciudades de Francia tienen nombres de calles dedicadas a Julián Grimau y en toda España no haya ninguna. Pero es una ingenuidad esperar que la legalidad fascista rehabilite jamás la memoria de los antifascistas. Eso sólo ocurrirá en ese Estado democrático a conquistar en un futuro próximo.
Los fascistas emprendieron la transición a regañadientes; se vieron obligados a introducir algunos cambios en contra de su voluntad para evitar males mayores y apuntalar su vetusto edificio. No decretaron ninguna amnistía sino que pusieron en libertad a algunos presos políticos a golpe de huelgas, manifestaciones y protestas que costaron tantas vidas como presos salieron a la calle y, como siempre, junto a los que salieron es necesario recordar a quienes no salieron nunca, lo que ha traído como consecuencia que desde 1939 no es posible encontrar un solo día en el que no haya habido presos políticos. La existencia actual de presos políticos plantea, además, un dilema obvio, tantas veces escuchado: si España es un país democrático, ¿cómo es posible que haya presos políticos?, y al revés, si hay presos políticos, ¿como es posible hablar de democracia en España?
Se va generalizando la convicción de que, más que una transición, lo que se produjo en los setenta fue una "traición" en toda regla: la incorporación de los reformistas a la legalidad fascista. Fue la esencia de aquel momento, el verdadero cambio: la transformación del reformismo en colaboracionismo. Nada hubieran logrado los fascistas sin la aportación de los reformistas, que pusieron la nota de color al cambio de fachada, las payasadas electorales, las procesiones pactadas y esa palabrería vacía a la que llaman "libertad de expresión". Los fascistas y los refomistas se necesitaban mutuamente. El reformismo necesitaba que algo cambiara para justificar su colaboración y bastó un retoque puramente cosmético para que se instalaran en las butacas más cómodas del régimen. Pero hubo una notable diferencia entre ambos: mientras los reformistas sólo se justificaban, los fascistas se sucedían a sí mismos.
El tiempo pone a cada cual en su sitio. A pesar de que en 1977, en el colmo del colaboracionismo, el PCE convirtió a la bandera fascista en su enseña propia, en las manifiestaciones lo que aparecen hoy son las republicanas. También se intenta recuperar la memoria histórica y cada año la convocatoria del 20 de noviembre en Madrid no recuerda la muerte sino la resurrección de Franco y su elevación a los altares. En fin, el movimiento práctico de las masas aquí y ahora lo que demuestra es que la Internacional Comunista tenía razón una vez más: el fascismo trasciende a los cambios cosméticos y de gobierno; no sólo ha pervivido sino que ahora mismo se apresta a eliminar los últimos residuos de las concesiones que se vio obligado a hacer durante la transición. El fascismo vuelve por sus fueros y pone en el orden del día la necesidad de la libertad, la democracia y los derechos más elementales, que en nuestro país se resumen en la consigna de la República.
Donde hay continuidad hay también ruptura. En España el punto de ruptura del pasado con el futuro se situó en la década de los sesenta del siglo pasado, cuando tras el Plan de Estabilización de 1959 el país transformó su economía en capitalismo monopolista de Estado. Desde entonces no hay aquí nada cualitativamente diferente de cualquier otro país capitalista desarrolado, es decir, que no se puede desarrollar más de lo que ya lo está, que no hay una etapa ulterior a esa, por lo que cualquier avance sólo puede ser hacia el socialismo. En este sentido no hay ninguna revolución burguesa que llevar a cabo. La crisis económica actual no ha hecho más que reforzar la evidencia de que en España el capitalismo ha agotado todas sus reservas. El futuro está única y exclusivamente en el socialismo y un programa revolucionario así deberá indicarlo.
Ahora bien, a diferencia de otros países, en España el desarrollo capitalista ha estado ligado al terrorismo de Estado, intensificado desde 1939 bajo las más crueles formas. La transformación económica se produjo sin modificar la naturaleza fascista del Estado. La realidad volvía a presentarse "impura", ambigua y confusa: la persistencia del fascismo, ¿no era un índice del atraso de España?, ¿cómo se congraciaba ese atraso con la modernidad monopolista? El debate volvió a reanudarse con nuevos adornos, propios del momento. Donde unos semirrevolucionarios veían la botella medio llena, los otros la veían medio vacía, manifestándose las primeras rupturas dentro del movimiento comunista. Una primera corriente, directamente heredera del PCE, relaciona la pervivencia del fascismo en España con el atraso, hasta el punto de calificar la situación de "colonial" o dependiente del imperialismo, poniendo en primer plano el programa mínimo y la necesidad de una revolución democrático burguesa. La otra sólo tiene en cuenta la condición monopolista, por lo que reivindica la necesidad inmediata de una revolución socialista sin tener en cuenta el carácter fascista del Estado.
La transición puso a prueba ambas concepciones y demostró que la primera de ellas era ampliamente dominante, es decir, que el revisionismo sigue siendo la tendencia más fuerte dentro del movimiento comunista, particularmente, en España, contribuyendo así a reforzar el relato hegemónico que hoy siguen transmitiendo los medios de comunicación: existió una transición política en España durante la cual el fascismo se convirtió en una democracia burguesa. Con el tiempo la argumentación reformista ha contribuido luego a alimentar a su contraria, al izquierdismo, que desarrolla exactamente la misma argumentación justo en el punto en el que los anteriores la abandonan: dado que actualmente España es un país democrático burgués, la revolución sólo puede ser de naturaleza socialista. Como suele ocurrir, aquí y ahora los izquierdistas no son nada diferente de los reformistas; el discurso de ambos es sustancialmente el mismo y se corresponde exactamente con el discurso fascista hegemónico.
El error de ambas corrientes se puede comprobar tanto en la década de los sesenta, con la transición económica, como en los setenta, con la transición política y empieza por un equívoco, otro más que hay que añadir a la lista. Dicho equívoco se origina porque minimiza la capacidad de las masas, incluso en ausencia de una vanguardia revolucionaria, para poner contra las cuerdas a la burguesia y a su Estado, cualquiera que sea su naturaleza, y obtener importantes victorias parciales. Incuso a veces esas conquistas son tan importantes que es posible calificarlas como "revoluciones". Pero en absoluto es el caso de la tansición en España, una etapa en la que el proletariado obtuvo indudables conquistas que no alteraron la naturaleza del Estado.
No se deberían confundir los avances populares alcanzados durante la transición con un cambio de régimen político y no basta hablar sólo de los avances si, al mismo tiempo, no se habla de lo que jamás se logró conquistar, de lo que quedó pendiente, una herida imposible de cicatrizar que se manifiesta hasta en los detalles. Por ejemplo, algunas familias de los antifascistas asesinados (Grimau, Ruano Casanova, Puig Antich, Xose Humberto Baena) emprendieron acciones legales para rehabilitar su memoria. Nada hubiera resultado más fácil en un Estado democrático que, incluso, no hubiera debido exigir el inicio de ninguna reclamación judicial: hubiera debido hacerlo por sí mismo, declarando solemnemente su gratitud hacia los antifascistas caídos en la lucha por la democracia, e incluso poner sus nombres a las calles. Resulta muy ilustrativo constatar que París y muchas ciudades de Francia tienen nombres de calles dedicadas a Julián Grimau y en toda España no haya ninguna. Pero es una ingenuidad esperar que la legalidad fascista rehabilite jamás la memoria de los antifascistas. Eso sólo ocurrirá en ese Estado democrático a conquistar en un futuro próximo.
Los fascistas emprendieron la transición a regañadientes; se vieron obligados a introducir algunos cambios en contra de su voluntad para evitar males mayores y apuntalar su vetusto edificio. No decretaron ninguna amnistía sino que pusieron en libertad a algunos presos políticos a golpe de huelgas, manifestaciones y protestas que costaron tantas vidas como presos salieron a la calle y, como siempre, junto a los que salieron es necesario recordar a quienes no salieron nunca, lo que ha traído como consecuencia que desde 1939 no es posible encontrar un solo día en el que no haya habido presos políticos. La existencia actual de presos políticos plantea, además, un dilema obvio, tantas veces escuchado: si España es un país democrático, ¿cómo es posible que haya presos políticos?, y al revés, si hay presos políticos, ¿como es posible hablar de democracia en España?
Se va generalizando la convicción de que, más que una transición, lo que se produjo en los setenta fue una "traición" en toda regla: la incorporación de los reformistas a la legalidad fascista. Fue la esencia de aquel momento, el verdadero cambio: la transformación del reformismo en colaboracionismo. Nada hubieran logrado los fascistas sin la aportación de los reformistas, que pusieron la nota de color al cambio de fachada, las payasadas electorales, las procesiones pactadas y esa palabrería vacía a la que llaman "libertad de expresión". Los fascistas y los refomistas se necesitaban mutuamente. El reformismo necesitaba que algo cambiara para justificar su colaboración y bastó un retoque puramente cosmético para que se instalaran en las butacas más cómodas del régimen. Pero hubo una notable diferencia entre ambos: mientras los reformistas sólo se justificaban, los fascistas se sucedían a sí mismos.
El tiempo pone a cada cual en su sitio. A pesar de que en 1977, en el colmo del colaboracionismo, el PCE convirtió a la bandera fascista en su enseña propia, en las manifiestaciones lo que aparecen hoy son las republicanas. También se intenta recuperar la memoria histórica y cada año la convocatoria del 20 de noviembre en Madrid no recuerda la muerte sino la resurrección de Franco y su elevación a los altares. En fin, el movimiento práctico de las masas aquí y ahora lo que demuestra es que la Internacional Comunista tenía razón una vez más: el fascismo trasciende a los cambios cosméticos y de gobierno; no sólo ha pervivido sino que ahora mismo se apresta a eliminar los últimos residuos de las concesiones que se vio obligado a hacer durante la transición. El fascismo vuelve por sus fueros y pone en el orden del día la necesidad de la libertad, la democracia y los derechos más elementales, que en nuestro país se resumen en la consigna de la República.
El papel de la monarquía en el régimen fascista español
No obstante, los semirrevolucionarios siguen jugando con la confusión. Creen que la monarquía es en España como en Dinamarca y dicen que aunque cambiara la forma del Estado nada sustancial cambiaría; a lo máximo España sería como Portugal u otra república vecina. Seguimos, pues, fuera de la historia, en el limbo de las abstracciones. No hace falta poner la lupa a la historia para comprobar que en España las dos Repúblicas que han existido han supuesto otros tantos momentos fugaces de libertad, de los pocos que las masas han podido disfrutar, por lo que se han grabado a sangre y fuego en su corazón y su memoria. Aquí entre sectores muy amplios, que van mucho más allá del proletariado, la República es sinónimo de libertad y ha conducido antes y conducirá siempre a las masas a la revolución. Parece increíble que los semirrevolucionarios de salón se atrevan a menospreciar este caudal político, que va bastante más allá del banquete: es una opípara comilona.
Hoy en España la monarquía es uno de los pilares fundamentales del monopolismo. La Corona española estaba arruinada cuando en 1964 Franco nombró heredero político al actual rey, hasta el punto de que la Casa Real tuvo que vender la Corona para pagar sus deudas; actualmente es una de las mayores fortunas del mundo. Por lo tanto, lo mismo que el resto del capital monopolista, también la Corona debe su fortuna al terrorismo de Estado. Por si cabían dudas, el asunto KIO demostró que una parte muy importante de los circuitos financieros y comerciales pasan por la monarquía, donde pagan su peaje correspondiente.
Pero en Europa hay otras monarquías tanto o más engolfadas en el capital monopolista que la española. Lo que realmente diferencia a la Corona española es que también es uno de los pilares fundamentales sobre los que se ha edificado el Estado fascista. Este rey no hereda a su padre, como en cualquier otra monarquía, sino al Caudillo. Es el Caudillo de la transición; para eso le nombraron. Juega el mismo papel que Franco en la etapa anterior: es la cúspide del ejército y no creo que, a su vez, sea necesario explicar ahora cuál es el papel del ejército en el régimen español actual pero, por poner un ejemplo, conviene recordar que todos los hilos del golpe de Estado de 1981 y la posterior etapa de guera sucia de los GAL pasaron por ahí.
Si los fascistas heredan la monarquía los antifascistas heredan la República. No puede ser de otro modo. La lucha antifascista no sólo no ha nacido ahora sino que tiene una larga tradición que sólo se puede calificar de épica. Por lo tanto, envuelve una responsabilidad histórica en cuanto que a los antifascistas de hoy les corresponde tomar la antorcha que con tanto arrojo, abnegación y heroísmo portaron sus mayores. Ese es el significado exacto de la batalla por la memoria histórica: ellos resistieron para que las generaciones futuras estuvieran en las mejores condiciones para triunfar. No restablecer el hilo entre el pasado y el presente no es un mero descuido por parte de los semirrevolucionarios, sino una traición en toda regla para la cual no existen calificativos lo suficientemente explícitos.
Pero donde hay continuidad hay también ruptura. Ni los años pasan en vano ni la historia detiene su marcha inexorable. ¿De qué República estamos hablando? ¿De la República de 1931? ¿De una tercera República que ignoramos? ¿De cualquier clase de República? No; como cualquier otra institución política la futura República tiene que tener en cuenta que, a diferencia de 1931, España es hoy un país de capitalismo monopolista de Estado, un sistema económico en bancarrota que no tiene ya ningún futuro. Hoy la reivindicación de la democracia y la República no supone, pues, ninguna etapa "intermedia" entre el capitalismo y el socialismo. Más bien al contrario, como consecuencia de las transformaciones económicas, la correlación de fuerzas entre las clases sociales ha cambiado y el proletariado no sólo dirige la lucha por la Repúlica sino que es su principal fuerza propulsora. Un programa revolucionario debería expresar estas nuevas condiciones sociales y afirmar claramente que la única República posible hoy es la República Popular. Ésta enlaza con el pasado, pero no es el pasado sino el futuro.
Ciertamente, como digo, las transformaciones económicas de los sesenta convirtieron al proletariado en la fuerza principal de la lucha contra el fascismo, pero no en la única. La lucha de clases es el motor de la historia, pero eso no tiene nada que ver con la caricatura de "clase contra clase", típica del trotskismo. Es un craso error privar al proletariado de sus aliados más próximos porque una revolución -hay que repetirlo- es un proceso de acumulación de fuerzas; cuando un contrincante gana fuerzas, las pierde su contrario, y así inclina la balanza a su favor.
Es cierto que en la actualidad, ante el proletariado y la burguesía, las demás clases han perdido la importacia social que tuvieron en épocas anteriores. No obstante, tanto la condición monopolista de España como la pervivencia del fascismo, aproximan al proletariado a numerosos sectores sociales, que son múltiples y cualitativamente diversos. No es necesario recurrir al ejemplo de Rusia para destacar la importancia de los aliados de la clase obrera porque mucho antes Engels también propuso, con su proverbial maestría, incorporar a los pequeños campesinos dentro del programa obrero, es decir, forjar una alianza obrero-campesina, incluso en los países avanzados, como Francia:
"Es asimismo evidente que cuando estemos en posesión del Poder del Estado, no podremos pensar en expropiar violentamente a los pequeños campesinos (sea con indemnización o sin ella) como nos veremos obligados a hacerlo con los grandes terratenientes. Nuestra misión respecto a los pequeños campesinos consistirá ante todo en encauzar su producción individual y su propiedad privada hacia un régimen cooperativo, no por la fuerza, sino por el ejemplo y brindando la ayuda social para este fin. Y aquí tendremos, ciertamente medios sobrados para presentar al pequeño campesino la perspectiva de ventajas que ya hoy tienen que parecerle evidentes" (27).
Este es el banquete que recomendaba Engels en 1894 para un país como Francia, incluso en un momento posterior a la revolución proletaria. Si ese programa es correcto, ¿no será más correcto aún para el momento anterior a la revolución, para la acumulación de fuerzas?, ¿sigue siendo correcto ese programa en la actualidad? La respuesta es afirmativa: en esencia hoy las líneas maestras de ese programa son de plena actualidad, y no sólo para un sector social tan concreto como los campesinos, sino para cualquier otro. Cada día el fascismo y el monopolismo convidan a un festín al arrojar a las filas de la revolución a sectores muy amplios de la sociedad y sería un suicidio de que el programa de la revolución también les diera la espalda. ¿Por qué los semirrevolucionarios se empeñan en buscarse enemigos donde no los hay?
No obstante, los semirrevolucionarios siguen jugando con la confusión. Creen que la monarquía es en España como en Dinamarca y dicen que aunque cambiara la forma del Estado nada sustancial cambiaría; a lo máximo España sería como Portugal u otra república vecina. Seguimos, pues, fuera de la historia, en el limbo de las abstracciones. No hace falta poner la lupa a la historia para comprobar que en España las dos Repúblicas que han existido han supuesto otros tantos momentos fugaces de libertad, de los pocos que las masas han podido disfrutar, por lo que se han grabado a sangre y fuego en su corazón y su memoria. Aquí entre sectores muy amplios, que van mucho más allá del proletariado, la República es sinónimo de libertad y ha conducido antes y conducirá siempre a las masas a la revolución. Parece increíble que los semirrevolucionarios de salón se atrevan a menospreciar este caudal político, que va bastante más allá del banquete: es una opípara comilona.
Hoy en España la monarquía es uno de los pilares fundamentales del monopolismo. La Corona española estaba arruinada cuando en 1964 Franco nombró heredero político al actual rey, hasta el punto de que la Casa Real tuvo que vender la Corona para pagar sus deudas; actualmente es una de las mayores fortunas del mundo. Por lo tanto, lo mismo que el resto del capital monopolista, también la Corona debe su fortuna al terrorismo de Estado. Por si cabían dudas, el asunto KIO demostró que una parte muy importante de los circuitos financieros y comerciales pasan por la monarquía, donde pagan su peaje correspondiente.
Pero en Europa hay otras monarquías tanto o más engolfadas en el capital monopolista que la española. Lo que realmente diferencia a la Corona española es que también es uno de los pilares fundamentales sobre los que se ha edificado el Estado fascista. Este rey no hereda a su padre, como en cualquier otra monarquía, sino al Caudillo. Es el Caudillo de la transición; para eso le nombraron. Juega el mismo papel que Franco en la etapa anterior: es la cúspide del ejército y no creo que, a su vez, sea necesario explicar ahora cuál es el papel del ejército en el régimen español actual pero, por poner un ejemplo, conviene recordar que todos los hilos del golpe de Estado de 1981 y la posterior etapa de guera sucia de los GAL pasaron por ahí.
Si los fascistas heredan la monarquía los antifascistas heredan la República. No puede ser de otro modo. La lucha antifascista no sólo no ha nacido ahora sino que tiene una larga tradición que sólo se puede calificar de épica. Por lo tanto, envuelve una responsabilidad histórica en cuanto que a los antifascistas de hoy les corresponde tomar la antorcha que con tanto arrojo, abnegación y heroísmo portaron sus mayores. Ese es el significado exacto de la batalla por la memoria histórica: ellos resistieron para que las generaciones futuras estuvieran en las mejores condiciones para triunfar. No restablecer el hilo entre el pasado y el presente no es un mero descuido por parte de los semirrevolucionarios, sino una traición en toda regla para la cual no existen calificativos lo suficientemente explícitos.
Pero donde hay continuidad hay también ruptura. Ni los años pasan en vano ni la historia detiene su marcha inexorable. ¿De qué República estamos hablando? ¿De la República de 1931? ¿De una tercera República que ignoramos? ¿De cualquier clase de República? No; como cualquier otra institución política la futura República tiene que tener en cuenta que, a diferencia de 1931, España es hoy un país de capitalismo monopolista de Estado, un sistema económico en bancarrota que no tiene ya ningún futuro. Hoy la reivindicación de la democracia y la República no supone, pues, ninguna etapa "intermedia" entre el capitalismo y el socialismo. Más bien al contrario, como consecuencia de las transformaciones económicas, la correlación de fuerzas entre las clases sociales ha cambiado y el proletariado no sólo dirige la lucha por la Repúlica sino que es su principal fuerza propulsora. Un programa revolucionario debería expresar estas nuevas condiciones sociales y afirmar claramente que la única República posible hoy es la República Popular. Ésta enlaza con el pasado, pero no es el pasado sino el futuro.
Ciertamente, como digo, las transformaciones económicas de los sesenta convirtieron al proletariado en la fuerza principal de la lucha contra el fascismo, pero no en la única. La lucha de clases es el motor de la historia, pero eso no tiene nada que ver con la caricatura de "clase contra clase", típica del trotskismo. Es un craso error privar al proletariado de sus aliados más próximos porque una revolución -hay que repetirlo- es un proceso de acumulación de fuerzas; cuando un contrincante gana fuerzas, las pierde su contrario, y así inclina la balanza a su favor.
Es cierto que en la actualidad, ante el proletariado y la burguesía, las demás clases han perdido la importacia social que tuvieron en épocas anteriores. No obstante, tanto la condición monopolista de España como la pervivencia del fascismo, aproximan al proletariado a numerosos sectores sociales, que son múltiples y cualitativamente diversos. No es necesario recurrir al ejemplo de Rusia para destacar la importancia de los aliados de la clase obrera porque mucho antes Engels también propuso, con su proverbial maestría, incorporar a los pequeños campesinos dentro del programa obrero, es decir, forjar una alianza obrero-campesina, incluso en los países avanzados, como Francia:
"Es asimismo evidente que cuando estemos en posesión del Poder del Estado, no podremos pensar en expropiar violentamente a los pequeños campesinos (sea con indemnización o sin ella) como nos veremos obligados a hacerlo con los grandes terratenientes. Nuestra misión respecto a los pequeños campesinos consistirá ante todo en encauzar su producción individual y su propiedad privada hacia un régimen cooperativo, no por la fuerza, sino por el ejemplo y brindando la ayuda social para este fin. Y aquí tendremos, ciertamente medios sobrados para presentar al pequeño campesino la perspectiva de ventajas que ya hoy tienen que parecerle evidentes" (27).
Este es el banquete que recomendaba Engels en 1894 para un país como Francia, incluso en un momento posterior a la revolución proletaria. Si ese programa es correcto, ¿no será más correcto aún para el momento anterior a la revolución, para la acumulación de fuerzas?, ¿sigue siendo correcto ese programa en la actualidad? La respuesta es afirmativa: en esencia hoy las líneas maestras de ese programa son de plena actualidad, y no sólo para un sector social tan concreto como los campesinos, sino para cualquier otro. Cada día el fascismo y el monopolismo convidan a un festín al arrojar a las filas de la revolución a sectores muy amplios de la sociedad y sería un suicidio de que el programa de la revolución también les diera la espalda. ¿Por qué los semirrevolucionarios se empeñan en buscarse enemigos donde no los hay?
La teoría de la democracia como instrumento
De
la errónea concepción de la neutralidad del Estado burgués, los
revisionistas deducen una concepción instrumental, también errónea, de
la democracia que, en definitiva, conduce a propugnar un cambio "desde
dentro" o una posible transición pacífica o legal al socialismo. Algunos
suavizan este programa diciendo que su propuesta de "utilización" del
Estado burgués es puramente "táctica" pero que su estrategia es la
contraria: realmente quieren acabar con él formando parte de él.
Al mismo tiempo, por los mismos motivos que los revisionistas, los izquierdistas llaman a luchar contra la "democracia burguesa" e incluso contra cualquier programa democrático. Hace años en un centro okupado en los alrededores de Madrid, alguien colgó una pancarta que decía: "¡Abajo la democracia!" y recientemente un lamentable artículo de "Kaos en la Red" titulaba: "La democracia burguesa es un peligro para la humanidad" (28).
La formulación de cualquier programa político en esos términos expresa una coincidencia de ambos, revisionistas e izquierdistas, con el discurso dominante de la burguesía según el cual el Estado ("su" Estado) es democrático, hasta el punto de que la democracia se suele confundir con una clase (la burguesía) y con un modo de producción (el capitalismo). Esas nociones han llegado a convertirse en sinónimas, creando la ilusión de que la lucha contra la burguesía, contra el Estado burgués y contra el capitalismo no defiende la democracia sino que se opone a ella, es decir, que es antidemocrática. Es un gravísimo error que no se opone sino que se suma al de los reformistas y su supuesta "utilización" de la democracia.
La experiencia histórica ha demostrado sobradamente que el Estado burgués es beligerante y no le permite al proletariado acceder al poder por las vías legalmente establecidas, ni tampoco la ejecución desde el gobierno de ningún tipo de políticas socialistas características, tales como la expropiación de los monopolios, los bancos y la tierra, o la planificación económica. En este punto se hace necesario volver a insistir y reiterar:
a) que el apoyo de la burguesía a los manejos reformistas no se debe confundir con el socialismo porque su objetivo es el opuesto: apuntalar el capitalismo
b) que es una ilusión imaginar que las conquistas que el movimiento obrero logra alcanzar bajo el capitalismo confirman la posibilidad de acceder al socialismo por medios pacíficos, legales o mediante la sustitución de un gobierno por otro
c) que el Estado burgués sea beligerante no justifica por sí mismo el abstencionismo político o electoral propugnado con carácter sistemático
La revolución socialista no consiste en la "toma del poder político", como a veces se dice de manera imprecisa. Tras la experiencia de la Comuna de París, Marx concluyó que "la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal y como está y servirse de ella para sus propios fines" (29). Por el contrario, debe destruir el Estado burgués, lo cual es consecuencia obligada de su naturaleza de clase. En cada país el Estado burgués se ha configurado históricamente para que una clase minoritaria, la burguesía, aplaste a la mayoría, el proletariado. Ese proceso también es irreversible: no se puede "utilizar" ese Estado en la dirección inversa. Con el transcurso del tiempo esa imposibilidad instrumental se ha acentuado de manera que, en la mayor parte de los países, hoy el proletariado no puede esperar gran cosa de un simple cambio de gobierno, ni de instituciones, ni de leyes. Antaño esos cambios podían ser importantes, e incluso se les pudo calificar de revolucionarios en cierta medida, pero hoy son prácticamente irrelevantes.
En su revolución el proletariado, pues, cumple dos funciones al mismo tiempo: destruye un Estado y construye otro distinto. La experiencia demuestra, además, que esa tarea no ha sido, ni será en el futuro, pacífica porque es consecuencia inevitable de la lucha de clases, que en el siglo XIX se llamó también "guerra de clases" porque en última instancia, tarde o temprano, conducía a un enfrentamiento militar. La revolución desencadena una contrarrevolución y la burguesía opone una resistencia violenta a los cambios, recurriendo a las peores formas represivas, tanto en el momento anterior como en el posterior a la revolución. Ahora bien, que no sea pacífica no quiere decir que la revolución socialista sólo pueda ser violenta, una guerra permanente, sino que es ambas cosas al mismo tiempo.
La experiencia también demuestra que la revolución socialista no ha sido posible nunca a través de las vías legales y el transcurso del tiempo lo que pone de manifiesto a cada paso es que todas las modificaciones de la legalidad conducen a impedir la organización y la actuación abierta del proletariado, es decir, a impedir el ejercicio de sus derechos y, por lo tanto, al fascismo. La burguesía aprende más, mejor y más rápidamente que el proletariado y después de 1917 no se ha vuelto a dejar sorprender por una acumulación acelerada de fuerzas por parte del proletariado. Las nuevas medidas que ha introducido en el funcionamiento de su Estado a partir de 1945 siguen a ultranza esa política punitiva.
En los países adelantados, la burguesía ha pasado de la represión a la prevención; para evitar futuras medidas traumáticas, el Estado se ve forzado a tomar la iniciativa para impedir que el proletariado se organice bajo su paraguas de manera legal, gradual y pacífica. Los Estados imperalistas han convertido en permanente el estado de excepción, cerrando progresivamente todos los cauces legales y convirtiendo en delitos lo que antes eran derechos. Hoy la legalidad es un cepo que sólo atrapa a los ratones más inofensivos.
Pero no se trata sólo de medidas legales ni institucionales, sino también políticas y sociales. Hace tiempo que las universidades norteamericanas han inventado la "ingeniería social" con el fin de asegurar la "gobernabilidad" de un capitalismo que se hunde irremisblemente. Los medios implementados van desde la intoxicación propagandística hasta el empleo del reformismo, de toda esa constelación variopinta de grupos sin los cuales la burguesía no podría camuflar la esencia de su sistema de dominación. Lo que traviste al fascismo moderno no son las payasadas electorales periódicas sino esas decenas de figurantes que se presentan a ellas, poseídos por el "cretinismo parlamentario" (30). La retórica reformista se excusa con el llamamiento a "aprovechar" ciertos espacios de libertad y la supuesta existencia de unas "posibilidades" de llegar a un auditorio amplio que, finalmente, acaban en una apología sistemática de la legalidad fascista. Ni siquiera la burguesía se muestra tan entusiasta de su propia legalidad. Los reformistas no "utilizan" las elecciones sino que las elecciones les utilizan a ellos. No es, pues, una "utilización" inútil.
La burguesía no se despista; reconoce claramente a sus amigos de sus enemigos. Por eso la política contrainsurgente de su Estado es discriminatoria; mientras por un lado promueve toda esa constelación de grupos oportunistas que se mueven (e incluso protestan) en la legalidad, por el otro persigue, reprime y encarcela a los verdaderos revolucionarios.
El recurso a la violencia para lograr la revolución socialista no depende del proletariado. Sus medios de accción son fundamentalmente reactivos. Una correlación de fuerzas desfavorable le obliga a actuar en las condiciones impuestas por la burguesía. Si las mismas son de legalidad, el proletariado debe triunfar, y si son de clandestinidad, también debe triunfar. Para ello debe aprender a luchar en cualquier clase de situaciones que la burguesía imponga. El planteamiento dicotómico de las formas de organización y actuación es, pues, absurdo: "La socialdemocracia -decía Lenin- no se ata las manos, no circunscribe sus actividades a un plan o a un procedimiento cualesquiera de lucha política concebidos de antemano: admite todos los medios de lucha con tal de que correspondan a las fuerzas efectivas del partido y permitan lograr los mayores resultados posibles en unas condiciones dadas" (31).
Desde los tiempos de Lenin lo que se ha acentuado es el recurso de la burguesía al fascismo, por lo que en todo el mundo las formas de acción y organización del proletariado van adquiriendo progresivamente un carácter predominantemente clandestino y violento. La galopante crisis del capitalismo acelerará ese proceso aún más.
Al mismo tiempo, por los mismos motivos que los revisionistas, los izquierdistas llaman a luchar contra la "democracia burguesa" e incluso contra cualquier programa democrático. Hace años en un centro okupado en los alrededores de Madrid, alguien colgó una pancarta que decía: "¡Abajo la democracia!" y recientemente un lamentable artículo de "Kaos en la Red" titulaba: "La democracia burguesa es un peligro para la humanidad" (28).
La formulación de cualquier programa político en esos términos expresa una coincidencia de ambos, revisionistas e izquierdistas, con el discurso dominante de la burguesía según el cual el Estado ("su" Estado) es democrático, hasta el punto de que la democracia se suele confundir con una clase (la burguesía) y con un modo de producción (el capitalismo). Esas nociones han llegado a convertirse en sinónimas, creando la ilusión de que la lucha contra la burguesía, contra el Estado burgués y contra el capitalismo no defiende la democracia sino que se opone a ella, es decir, que es antidemocrática. Es un gravísimo error que no se opone sino que se suma al de los reformistas y su supuesta "utilización" de la democracia.
La experiencia histórica ha demostrado sobradamente que el Estado burgués es beligerante y no le permite al proletariado acceder al poder por las vías legalmente establecidas, ni tampoco la ejecución desde el gobierno de ningún tipo de políticas socialistas características, tales como la expropiación de los monopolios, los bancos y la tierra, o la planificación económica. En este punto se hace necesario volver a insistir y reiterar:
a) que el apoyo de la burguesía a los manejos reformistas no se debe confundir con el socialismo porque su objetivo es el opuesto: apuntalar el capitalismo
b) que es una ilusión imaginar que las conquistas que el movimiento obrero logra alcanzar bajo el capitalismo confirman la posibilidad de acceder al socialismo por medios pacíficos, legales o mediante la sustitución de un gobierno por otro
c) que el Estado burgués sea beligerante no justifica por sí mismo el abstencionismo político o electoral propugnado con carácter sistemático
La revolución socialista no consiste en la "toma del poder político", como a veces se dice de manera imprecisa. Tras la experiencia de la Comuna de París, Marx concluyó que "la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal y como está y servirse de ella para sus propios fines" (29). Por el contrario, debe destruir el Estado burgués, lo cual es consecuencia obligada de su naturaleza de clase. En cada país el Estado burgués se ha configurado históricamente para que una clase minoritaria, la burguesía, aplaste a la mayoría, el proletariado. Ese proceso también es irreversible: no se puede "utilizar" ese Estado en la dirección inversa. Con el transcurso del tiempo esa imposibilidad instrumental se ha acentuado de manera que, en la mayor parte de los países, hoy el proletariado no puede esperar gran cosa de un simple cambio de gobierno, ni de instituciones, ni de leyes. Antaño esos cambios podían ser importantes, e incluso se les pudo calificar de revolucionarios en cierta medida, pero hoy son prácticamente irrelevantes.
En su revolución el proletariado, pues, cumple dos funciones al mismo tiempo: destruye un Estado y construye otro distinto. La experiencia demuestra, además, que esa tarea no ha sido, ni será en el futuro, pacífica porque es consecuencia inevitable de la lucha de clases, que en el siglo XIX se llamó también "guerra de clases" porque en última instancia, tarde o temprano, conducía a un enfrentamiento militar. La revolución desencadena una contrarrevolución y la burguesía opone una resistencia violenta a los cambios, recurriendo a las peores formas represivas, tanto en el momento anterior como en el posterior a la revolución. Ahora bien, que no sea pacífica no quiere decir que la revolución socialista sólo pueda ser violenta, una guerra permanente, sino que es ambas cosas al mismo tiempo.
La experiencia también demuestra que la revolución socialista no ha sido posible nunca a través de las vías legales y el transcurso del tiempo lo que pone de manifiesto a cada paso es que todas las modificaciones de la legalidad conducen a impedir la organización y la actuación abierta del proletariado, es decir, a impedir el ejercicio de sus derechos y, por lo tanto, al fascismo. La burguesía aprende más, mejor y más rápidamente que el proletariado y después de 1917 no se ha vuelto a dejar sorprender por una acumulación acelerada de fuerzas por parte del proletariado. Las nuevas medidas que ha introducido en el funcionamiento de su Estado a partir de 1945 siguen a ultranza esa política punitiva.
En los países adelantados, la burguesía ha pasado de la represión a la prevención; para evitar futuras medidas traumáticas, el Estado se ve forzado a tomar la iniciativa para impedir que el proletariado se organice bajo su paraguas de manera legal, gradual y pacífica. Los Estados imperalistas han convertido en permanente el estado de excepción, cerrando progresivamente todos los cauces legales y convirtiendo en delitos lo que antes eran derechos. Hoy la legalidad es un cepo que sólo atrapa a los ratones más inofensivos.
Pero no se trata sólo de medidas legales ni institucionales, sino también políticas y sociales. Hace tiempo que las universidades norteamericanas han inventado la "ingeniería social" con el fin de asegurar la "gobernabilidad" de un capitalismo que se hunde irremisblemente. Los medios implementados van desde la intoxicación propagandística hasta el empleo del reformismo, de toda esa constelación variopinta de grupos sin los cuales la burguesía no podría camuflar la esencia de su sistema de dominación. Lo que traviste al fascismo moderno no son las payasadas electorales periódicas sino esas decenas de figurantes que se presentan a ellas, poseídos por el "cretinismo parlamentario" (30). La retórica reformista se excusa con el llamamiento a "aprovechar" ciertos espacios de libertad y la supuesta existencia de unas "posibilidades" de llegar a un auditorio amplio que, finalmente, acaban en una apología sistemática de la legalidad fascista. Ni siquiera la burguesía se muestra tan entusiasta de su propia legalidad. Los reformistas no "utilizan" las elecciones sino que las elecciones les utilizan a ellos. No es, pues, una "utilización" inútil.
La burguesía no se despista; reconoce claramente a sus amigos de sus enemigos. Por eso la política contrainsurgente de su Estado es discriminatoria; mientras por un lado promueve toda esa constelación de grupos oportunistas que se mueven (e incluso protestan) en la legalidad, por el otro persigue, reprime y encarcela a los verdaderos revolucionarios.
El recurso a la violencia para lograr la revolución socialista no depende del proletariado. Sus medios de accción son fundamentalmente reactivos. Una correlación de fuerzas desfavorable le obliga a actuar en las condiciones impuestas por la burguesía. Si las mismas son de legalidad, el proletariado debe triunfar, y si son de clandestinidad, también debe triunfar. Para ello debe aprender a luchar en cualquier clase de situaciones que la burguesía imponga. El planteamiento dicotómico de las formas de organización y actuación es, pues, absurdo: "La socialdemocracia -decía Lenin- no se ata las manos, no circunscribe sus actividades a un plan o a un procedimiento cualesquiera de lucha política concebidos de antemano: admite todos los medios de lucha con tal de que correspondan a las fuerzas efectivas del partido y permitan lograr los mayores resultados posibles en unas condiciones dadas" (31).
Desde los tiempos de Lenin lo que se ha acentuado es el recurso de la burguesía al fascismo, por lo que en todo el mundo las formas de acción y organización del proletariado van adquiriendo progresivamente un carácter predominantemente clandestino y violento. La galopante crisis del capitalismo acelerará ese proceso aún más.
Democracia y dictadura del proletariado
En su carta a Weydemeyer de 1852, Marx reconocía que él no había descubierto ni la existencia de las clases ni la lucha entre ellas, y que su aportación consistía en haber demostrado que "la lucha de clases conduce necesariamente a la dictadura del proletariado" (32). Tras la Comuna de París de 1871 él y Engels insistieron en la trascendencia de la dictadura del proletariado, como se observa en su obra "Crítica del Programa de Gotha", en donde constatan que en algunos países y hasta donde la burguesía es capaz de llegar, las reivindicaciones democráticas "están ya realizadas", por lo que es absurdo repetir la "vieja y consabida letanía democrática" (33). No se trataba de reclamar algo que el proletariado ya habia conquistado, sino de ir más allá, al socialismo y, por consiguiente, implantar la dictadura del proletariado.
La dictadura del proletariado es el reconocimiento de la naturaleza de clase del Estado propio del proletariado. Las experiencias posteriores a la Revolución de 1917 demostraron que tan importante como hacer la revolución es saber defenderla. En el socialismo subsisten las clases y la lucha entre ellas y para acabar con él la burguesía no vaciló en unirse en todo el mundo para atacar militarmente al poder soviético, desde dentro y desde fuera. La URSS no disfrutó ni de un minuto de respiro porque la burguesía ni se resigna, ni tiene tampoco las dudas éticas que manifiesta el proletariado. Expulsada del poder, ella jamás se planteó recurrir a métodos democráticos y pacíficos de oposición, jamás salió a la calle detrás de una pancarta reivindicando su derecho a la propiedad privada. El Ejército Rojo, el gulag, los procesos de Moscú, el KGB y demás instituciones de la dictadura del proletariado en la URSS fueron la guillotina de la revolución proletaria, el reverso de los terribles desafíos que siempre acosaron al socialismo. Lo mismo que la aristocracia, la burguesía morirá matando y el proletariado estará obligado a defenderse.
A diferencia de la burguesía, los comunistas no hablan en nombre de toda la sociedad sino sólo de una parte de ella: el proletariado y, a traves de él, hablan también en nombre de todos los demás oprimidos, es decir, de la inmensa mayoría del mundo. Cuando se refieren a las libertades y los derechos consideran a las personas como trabajadores y en tanto que trabajadores. Para ellos el "Estado de todo el pueblo" al que se refirió Jruschov en 1956 es un imposible histórico y no tiene, pues, ningún sentido político. Sin embargo, para justificar el desmantelamiento del socialismo y de la URSS como Estado, en su "Informe secreto" Jruschov afirmó que la dictadura del proletariado ya no tenía ningún sentido porque "las clases explotadoras habían sido liquidadas" (34). Según los revisionistas, al liquidar a la burguesía sólo queda "el pueblo", que debían entender como algo de naturaleza residual, en cuyo caso el "Estado de todo el pueblo" tendría esa misma naturaleza residual, es decir, ambigua.
Este tipo de expresiones son realmente extrañas. Es como si Tocqueville hubiera escrito en 1850 que la aristocracia había sido "liquidada". ¿Cómo se liquida a una clase social?, ¿exterminando físicamente a sus miembros, uno por uno? Ni siquiera así desaparecería. La tarea de la dictadura del proletariado, como escribió Engels, consiste en "someter" a la burguesía como clase social (35), que es la misma expresión utlizada luego por Lenin: se trata de "romper la resistencia de los explotadores" (36), lo que comienza poniendo en práctica una serie de medidas económicas y políticas, fundamentalmente, que socavan su poder. Es más, el socialismo no puede atacar frontalmente a toda una clase, como la burguesía, sino a través de sus elementos más fuertes y destacados, los monopolistas, los financieros, los grandes propietarios de tierras, quienes además de perder su poder político, deben ser expropiados también de lo que constituye la fuente del mismo: sus medios de producción.
Pero la expropiación no tiene poderes mágicos; el socialismo no se inventa, decía Lenin. La lucha de clases subsiste en esa etapa porque la expropiación no es un acto sino un proceso diversificado y dilatado en el tiempo. No supone sólo el empleo de "métodos de represión implacables" sino también de "métodos de compromiso", en los que se debe indemnizar a una parte de la burguesía, o incluso no expropiarla en absoluto y "sentarse a la misma mesa que ella" (37). El socialismo no puede tratar de manera homogénea a clases y sectores sociales que son diferentes. Tan demagógico como proponer el "Estado de todo el pueblo" es hablar de "clase contra clase"; tan erróneo como olvidarse de los "métodos de represión" es olvidarse de los "métodos de compromiso".
En la edificación del socialismo, un proceso que es económico tanto como político, el proletariado cumple una segunda tarea: asumir por sí y para sí la planificación, organización, dirección y gestión de las empresas socializadas de la industria, de la alimentación, de las finanzas, de los transportes, de la energía y, en fin, de toda la economía de un país, lo cual exige aprendizaje y experiencia, entre otras muchas cosas, ninguna de las cuales se improvisa. A lo largo de ese proceso sigue siendo fundamental la acumulación de fuerzas y la ampliación de la capacidad representativa y la legitimación política del proletariado, para lo cual es imprescindible ganarse a la pequeña burguesía tanto como someter a la grande. En palabras de Lenin, tan necesaria como la dictadura del proletariado es "la extensión de la democracia a una mayoría aplastante de la población" (38).
La dictadura del proletariado, pues, debe seguir acumulando fuerzas bajo el socialismo. La lucha de clases tendrá entonces una naturaleza militar sólo si la agresión es militar, será política cuando el desafío sea político e ideológica cuando los ataques sean de esa naturaleza. El objetivo no es "liquidar" a la burguesía sino poner los medios, fundamentalmente económicos, para que se extinga como tal clase social, un proceso paralelo al de la ampliación de las fuerzas del proletariado, porque éste es la única clase social que lleva en sí misma los gérmenes de su propia autodestrucción: "Esta descomposición de la sociedad, en cuanto clase particular, es el proletariado" (39). El proletariado no es una clase simétrica a la burguesía cuyo objetivo sea perpeturarse como clase, y mucho menos como clase en el poder. A diferencia de ella, "el proletariado, en tanto que proletariado, se encuentra forzado a trabajar por su propia supresión". Marx y Engels insistieron especialmente sobre este carácter representativo del proletariado y su significado histórico: "Si el proletariado conquista la victoria, esto no significa abolutamente que se haya convertido en tipo absoluto de la sociedad, pues sólo es victorioso suprimiéndose a sí mismo y a su contrario" (40). La sociedad del futuro es, pues, una sociedad sin clases porque es una sociedad de proletarios; ese es el significado del comunismo.
Si el proletariado se extingue como clase, la dictadura del proletariado tiene ese mismo destino: su autodestrucción. Por lo tanto, tan errónea como la "liquidación" de la burguesía de la que hablan los reformistas, es la "abolición" del Estado de la que hablan los anarquistas. El Estado de clase se extingue con la extinción de las clases sociales. Sin embargo, no se logrará por la promulgación de un decreto que así lo establezca sobre un papel, sino porque la dictadura de proletariado significa la más consecuente expresión de la democracia política, porque el proletariado representa y satisface los intereses de sectores sociales cada vez más amplios que, finalmente, son los suyos propios.
Para el proletariado la democracia no es, pues, un objetivo táctico sino estratégico, indisolublemente ligado a la construcción del socialismo. La democracia pone los cimientos para que el Estado se pueda extinguir, es decir, para la realización del comunismo. El sufragio universal, escribió Marx, anula "una y otra vez el Poder estatal", pone en tela de juicio "todos los poderes existentes", "aniquila la autoridad" y amenaza con "elevar a la categoría de autoridad a la misma anarquía" (41).
El socialismo es un proceso dirigido y planificado conscientemente hacia ese objetivo y por medio de él. En su edificación el proletariado participa y decide democráticamente como clase social, incorporando a su seno a sectores cada vez más numerosos y ampliando su capacidad de representación política. Es un proceso histórico que empieza y acaba en la democracia, como decía Lenin: "Sólo el comunismo puede proporcionar una democracia verdaderamente completa; y cuanto más completa sea antes dejará de ser necesaria y se extinguirá por sí misma" (42).
En su carta a Weydemeyer de 1852, Marx reconocía que él no había descubierto ni la existencia de las clases ni la lucha entre ellas, y que su aportación consistía en haber demostrado que "la lucha de clases conduce necesariamente a la dictadura del proletariado" (32). Tras la Comuna de París de 1871 él y Engels insistieron en la trascendencia de la dictadura del proletariado, como se observa en su obra "Crítica del Programa de Gotha", en donde constatan que en algunos países y hasta donde la burguesía es capaz de llegar, las reivindicaciones democráticas "están ya realizadas", por lo que es absurdo repetir la "vieja y consabida letanía democrática" (33). No se trataba de reclamar algo que el proletariado ya habia conquistado, sino de ir más allá, al socialismo y, por consiguiente, implantar la dictadura del proletariado.
La dictadura del proletariado es el reconocimiento de la naturaleza de clase del Estado propio del proletariado. Las experiencias posteriores a la Revolución de 1917 demostraron que tan importante como hacer la revolución es saber defenderla. En el socialismo subsisten las clases y la lucha entre ellas y para acabar con él la burguesía no vaciló en unirse en todo el mundo para atacar militarmente al poder soviético, desde dentro y desde fuera. La URSS no disfrutó ni de un minuto de respiro porque la burguesía ni se resigna, ni tiene tampoco las dudas éticas que manifiesta el proletariado. Expulsada del poder, ella jamás se planteó recurrir a métodos democráticos y pacíficos de oposición, jamás salió a la calle detrás de una pancarta reivindicando su derecho a la propiedad privada. El Ejército Rojo, el gulag, los procesos de Moscú, el KGB y demás instituciones de la dictadura del proletariado en la URSS fueron la guillotina de la revolución proletaria, el reverso de los terribles desafíos que siempre acosaron al socialismo. Lo mismo que la aristocracia, la burguesía morirá matando y el proletariado estará obligado a defenderse.
A diferencia de la burguesía, los comunistas no hablan en nombre de toda la sociedad sino sólo de una parte de ella: el proletariado y, a traves de él, hablan también en nombre de todos los demás oprimidos, es decir, de la inmensa mayoría del mundo. Cuando se refieren a las libertades y los derechos consideran a las personas como trabajadores y en tanto que trabajadores. Para ellos el "Estado de todo el pueblo" al que se refirió Jruschov en 1956 es un imposible histórico y no tiene, pues, ningún sentido político. Sin embargo, para justificar el desmantelamiento del socialismo y de la URSS como Estado, en su "Informe secreto" Jruschov afirmó que la dictadura del proletariado ya no tenía ningún sentido porque "las clases explotadoras habían sido liquidadas" (34). Según los revisionistas, al liquidar a la burguesía sólo queda "el pueblo", que debían entender como algo de naturaleza residual, en cuyo caso el "Estado de todo el pueblo" tendría esa misma naturaleza residual, es decir, ambigua.
Este tipo de expresiones son realmente extrañas. Es como si Tocqueville hubiera escrito en 1850 que la aristocracia había sido "liquidada". ¿Cómo se liquida a una clase social?, ¿exterminando físicamente a sus miembros, uno por uno? Ni siquiera así desaparecería. La tarea de la dictadura del proletariado, como escribió Engels, consiste en "someter" a la burguesía como clase social (35), que es la misma expresión utlizada luego por Lenin: se trata de "romper la resistencia de los explotadores" (36), lo que comienza poniendo en práctica una serie de medidas económicas y políticas, fundamentalmente, que socavan su poder. Es más, el socialismo no puede atacar frontalmente a toda una clase, como la burguesía, sino a través de sus elementos más fuertes y destacados, los monopolistas, los financieros, los grandes propietarios de tierras, quienes además de perder su poder político, deben ser expropiados también de lo que constituye la fuente del mismo: sus medios de producción.
Pero la expropiación no tiene poderes mágicos; el socialismo no se inventa, decía Lenin. La lucha de clases subsiste en esa etapa porque la expropiación no es un acto sino un proceso diversificado y dilatado en el tiempo. No supone sólo el empleo de "métodos de represión implacables" sino también de "métodos de compromiso", en los que se debe indemnizar a una parte de la burguesía, o incluso no expropiarla en absoluto y "sentarse a la misma mesa que ella" (37). El socialismo no puede tratar de manera homogénea a clases y sectores sociales que son diferentes. Tan demagógico como proponer el "Estado de todo el pueblo" es hablar de "clase contra clase"; tan erróneo como olvidarse de los "métodos de represión" es olvidarse de los "métodos de compromiso".
En la edificación del socialismo, un proceso que es económico tanto como político, el proletariado cumple una segunda tarea: asumir por sí y para sí la planificación, organización, dirección y gestión de las empresas socializadas de la industria, de la alimentación, de las finanzas, de los transportes, de la energía y, en fin, de toda la economía de un país, lo cual exige aprendizaje y experiencia, entre otras muchas cosas, ninguna de las cuales se improvisa. A lo largo de ese proceso sigue siendo fundamental la acumulación de fuerzas y la ampliación de la capacidad representativa y la legitimación política del proletariado, para lo cual es imprescindible ganarse a la pequeña burguesía tanto como someter a la grande. En palabras de Lenin, tan necesaria como la dictadura del proletariado es "la extensión de la democracia a una mayoría aplastante de la población" (38).
La dictadura del proletariado, pues, debe seguir acumulando fuerzas bajo el socialismo. La lucha de clases tendrá entonces una naturaleza militar sólo si la agresión es militar, será política cuando el desafío sea político e ideológica cuando los ataques sean de esa naturaleza. El objetivo no es "liquidar" a la burguesía sino poner los medios, fundamentalmente económicos, para que se extinga como tal clase social, un proceso paralelo al de la ampliación de las fuerzas del proletariado, porque éste es la única clase social que lleva en sí misma los gérmenes de su propia autodestrucción: "Esta descomposición de la sociedad, en cuanto clase particular, es el proletariado" (39). El proletariado no es una clase simétrica a la burguesía cuyo objetivo sea perpeturarse como clase, y mucho menos como clase en el poder. A diferencia de ella, "el proletariado, en tanto que proletariado, se encuentra forzado a trabajar por su propia supresión". Marx y Engels insistieron especialmente sobre este carácter representativo del proletariado y su significado histórico: "Si el proletariado conquista la victoria, esto no significa abolutamente que se haya convertido en tipo absoluto de la sociedad, pues sólo es victorioso suprimiéndose a sí mismo y a su contrario" (40). La sociedad del futuro es, pues, una sociedad sin clases porque es una sociedad de proletarios; ese es el significado del comunismo.
Si el proletariado se extingue como clase, la dictadura del proletariado tiene ese mismo destino: su autodestrucción. Por lo tanto, tan errónea como la "liquidación" de la burguesía de la que hablan los reformistas, es la "abolición" del Estado de la que hablan los anarquistas. El Estado de clase se extingue con la extinción de las clases sociales. Sin embargo, no se logrará por la promulgación de un decreto que así lo establezca sobre un papel, sino porque la dictadura de proletariado significa la más consecuente expresión de la democracia política, porque el proletariado representa y satisface los intereses de sectores sociales cada vez más amplios que, finalmente, son los suyos propios.
Para el proletariado la democracia no es, pues, un objetivo táctico sino estratégico, indisolublemente ligado a la construcción del socialismo. La democracia pone los cimientos para que el Estado se pueda extinguir, es decir, para la realización del comunismo. El sufragio universal, escribió Marx, anula "una y otra vez el Poder estatal", pone en tela de juicio "todos los poderes existentes", "aniquila la autoridad" y amenaza con "elevar a la categoría de autoridad a la misma anarquía" (41).
El socialismo es un proceso dirigido y planificado conscientemente hacia ese objetivo y por medio de él. En su edificación el proletariado participa y decide democráticamente como clase social, incorporando a su seno a sectores cada vez más numerosos y ampliando su capacidad de representación política. Es un proceso histórico que empieza y acaba en la democracia, como decía Lenin: "Sólo el comunismo puede proporcionar una democracia verdaderamente completa; y cuanto más completa sea antes dejará de ser necesaria y se extinguirá por sí misma" (42).
Notas:
(1) Marx, Las luchas de clases en Francia, Obras Escogidas, tomo I, pg.230.
(2) Mao, Una sola chispa puede incendiar la pradera, Obras Escogidas, tomo I, pgs.125 y stes.
(3) Marx, Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, Los Anales Franco-Alemanes, Barcelona, 1970, pg.109.
(1) Marx, Las luchas de clases en Francia, Obras Escogidas, tomo I, pg.230.
(2) Mao, Una sola chispa puede incendiar la pradera, Obras Escogidas, tomo I, pgs.125 y stes.
(3) Marx, Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, Los Anales Franco-Alemanes, Barcelona, 1970, pg.109.
(4) Mao, Sobre la dictadura democrático popular, Obras Escogidas, tomo IV, pg.425 y stes.
(5) Marx y Engels, Manifiesto Comunista, Obras Escogidas, tomo I, pg.33.
(6) Marx, Las luchas de clases en Francia, Obras Escogidas, tomo I, pg.229.
(7) Marx, Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, cit., pg.115.
(8) Marx y Engels, La Sagrada familia, Madrid, 1981, pg.141.(5) Marx y Engels, Manifiesto Comunista, Obras Escogidas, tomo I, pg.33.
(6) Marx, Las luchas de clases en Francia, Obras Escogidas, tomo I, pg.229.
(7) Marx, Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, cit., pg.115.
(9) Marx y Engels, Manifiesto comunista, cit., pg.30.
(10) Marx y Engels, La sagrada familia, cit., pg.247.
(11) Marx, Miseria de la filosofía, Madrid, 1974, pg.257.
(12) Engels, Introducción a "Las luchas de clases en Francia", Obras Escogidas, tomo I, pgs.117-118.
(13) Engels, Introducción, cit., tomo I, pg.124.
(14) Marx y Engels, La ideología alemana, Montevideo, 1959, pg.35.
(15) Engels, Introducción, cit., tomo I, pg.125.
(16) Marx y Engels, Crítica del Programa de Gotha, Obras Escogidas, tomo II, pg.26.
(17) Marx y Engels, La ideología alemana, cit., pg.53.
(18) Marx y Engels, Manifiesto comunista, cit., tomo I, pg.42.
(19) Marx y Engels: La sagrada familia, cit., pg.248.
(20) Lenin, Cuadernos filosóficos, Obras Completas, tomo 29, pgs.124-125.
(21) Lenin, Tareas urgentes de nuestro movimiento, Obras Escogidas, tomo I, pg.110.
(22) Lenin, La consigna de los Estados Unidos de Europa, Obras Escogidas, tomo I, pg.675.
(23) Lenin, El imperialismo fase superior del capitalismo, Obras Escogidas, tomo I, pgs.772 y 781.
(24) Dimitrov, Acerca de las medidas de lucha contra el fascismo y los sindicatos amarillos, Obras Escogidas, tomo I, pg.425.
(25) Dimitrov, La ofensiva del fascismo y las tareas de la Internacional en la lucha por la unidad de la clase obrera contra el fascismo, Obras Escogidas, tomo I, pg.581.
(26) Dimitrov, La ofensiva del fascismo, cit., pg.676.
(27) Engels, El programa campesino en Fracia y Alemania, Obras Escogidas, tomo II, pg.461.
(28) Ricardo Ferré: La democracia burguesa es un peligro para la humanidad, http://www.kaosenlared.net/america-latina/item/36698-la-democracia-burguesa-es-un-peligro-para-la-humanidad.html(29) Marx, Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871, Obras Escogidas, tomo I, pg.539.
(30) Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Barcelona, 1971, pgs.105 y 133.
(31) Lenin, Tareas urgentes de nuestro movimiento, Obras Escogidas, tomo I, pg.114.
(32) Marx, Carta a Weydemeyer, Obras Escogidas, tomo II, pg.481.
(33) Marx, Crítica del Programa de Gotha, Obras Escogidas, tomo II, pgs.25-26.
(34) Branko Lazitch: Le rapport Khrouchtchev et son histoire, Seuil, Paris, 1976, pg.84.
(35) Engels, Carta a Bebel, marzo de 1875, Obras Escogidas, tomo II, pg.36.
(36) Lenin, El Estado y la revolución, Obras Escogidas, tomo II, pg.363.
(37) Lenin, Acerca del infantilismo izquierdista, Obras Completas, como 36, pgs.313 a 321.
(38) Lenin, El Estado y la revolución, Obras Escogidas, tomo II, pg.364.
(39) Marx, Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, cit., pg.115.
(40) Marx y Engels, La sagrada familia, cit., pgs.50 y 51.
(41) Marx, Las luchas de clases en Francia, Obras Escogidas, tomo I, p.229.
(42) Lenin, El Estado y la revolución, Obras Escogidas, tomo II, pg.364.
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