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escrito por Pedro Núñez Mosquera | |
La noticia no es nueva pero aparece y desaparece con cierta asiduidad,
aún cuando los principales medios globalizados de información no la
presentan en su real dimensión: Estados Unidos y sus aliados, incluido
Israel, desarrollan planes para establecer "escudos antimisiles" en
Europa, Asia y el Oriente Medio.
La idea de los sistemas de defensas antimisiles, comúnmente conocidos
como "escudos antimisiles", forma parte de la ya demasiado larga carrera
armamentista; y surgió en los Estados Unidos en la década de 1940,
concebida como un mecanismo que protegiera el territorio de ese país de
un ataque con armas nucleares, incluso en momentos en que solo Estados
Unidos poseía ese tipo de armamento.
Desde que Estados Unidos ensayó con éxito el arma atómica en 1945, que
fue seguido por el ensayo atómico en la Unión Soviética en 1949; y por
sucesivas espirales en la carrera armamentista, la concepción del escudo
antimisiles, con diferentes variantes, siempre estuvo presente.
Precisamente, la decisión de la Unión Soviética y de los Estados Unidos,
de firmar en 1972 un Tratado de Defensa Antimisiles, tuvo como
finalidad concreta no solo la protección del territorio de ambos países,
sino también limitar la producción y el despliegue de este tipo de
sistema, en la convicción de que su poseedor podría verse estimulado a
propinar un primer golpe con armas nucleares.
Es eso lo que explica que ese Tratado de Defensa Antimisiles, conocido
más comúnmente como Tratado ABM, limitara el despliegue de esos
"escudos" únicamente a dos áreas en cada país y no a la totalidad de los
respectivos territorios; con un radio de acción de alcance limitado; y
con un determinado número de lanzadores. En el año 1974, durante la
década de la "distensión", Estados Unidos y la Unión Soviética acordaron
limitar las áreas "protegidas" a solo una en cada país. Tal era la
relevancia y pertinencia que se le concedía al Tratado ABM.
La idea del escudo antimisiles, sin embargo, reapareció repentinamente
con mucha fuerza y gran publicidad en los Estados Unidos el 23 de marzo
de 1983, cuando el entonces presidente Ronald Reagan, anunció en la
televisión de su país su "Iniciativa de Defensa Estratégica", conocida
comúnmente como "guerra de las galaxias" que, en su esencia, planteó la
creación de un gran paraguas nuclear, capaz de detectar y destruir todos
los misiles dirigidos hacia cualquier parte del territorio
norteamericano.
Consecuencia inmediata de esta propuesta fue el incremento del
presupuesto militar de los Estados Unidos que, con el pretexto de la
investigación y el desarrollo, engrosó considerablemente las arcas de
grandes empresas norteamericanas vinculadas al sector. Desde el punto de
vista militar, la iniciativa, que pronto concitó el rechazo de amplios
sectores en todo el mundo, suponía un cambio radical de estrategia en la
política seguida por Estados Unidos frente a la Unión Soviética desde
los inicios mismos de la guerra fría, pues su implementación acabaría
con los fundamentos de la disuasión nuclear, que había prevalecido hasta
ese momento en las relaciones soviético-norteamericanas, a fin de
evitar el primer uso de las armas nucleares y la destrucción mutua
asegurada (MAD). Esa destrucción mutua asegurada; y el interés en evitar
el primer uso de armas nucleares por alguna de las partes, estuvieron
en la raíz misma del Tratado ABM.
La "iniciativa" Reaganeana, que entre otras cosas contemplaba el
desarrollo de bases espaciales y satelitales con rayos láser para
interceptar los misiles adversarios en el espacio, fue muy criticada en
su momento. En el año 1987, durante el segundo mandato de Reagan,
apareció un estudio elaborado por un grupo de especialistas de la
Sociedad Norteamericana de Física, que cuestionó su viabilidad.
Pero a pesar de todas las críticas recibidas, que incluyeron su elevado
costo económico y las dudas sobre su real viabilidad; la idea de un
escudo antimisiles continuó siendo explorada y desarrollada por
sucesivos gobiernos en los Estados Unidos. En su discurso sobre el
estado de la Unión, en 1991; en un escenario en el que ya se había
previsto el desmembramiento de la Unión Soviética, el presidente George
H. W. Bush la retomó con ciertas innovaciones.
Es en ese contexto que apareció la Protección Global Contra Ataques
Limitados, (GPALS), que significó un cambio en la concepción del escudo
antimisiles, al abogar no por un sistema que protegiera a todo el
territorio de los Estados Unidos, lo que estaba prohibido según el
Tratado ABM, sino por un sistema defensivo limitado a un determinado
teatro y con un número también limitado de interceptores. Se consideraba
que, al desmembrarse la Unión Soviética, ningún Estado tendría en sus
arsenales grandes cantidades de armas nucleares, capaces de un ataque
masivo contra el territorio norteamericano, por lo que el número de
misiles a interceptar eventualmente, provenientes quizás ahora de los
que Estados Unidos calificaba como Estados "renegados", sería mucho
menor.
En el año 1993, durante el gobierno del presidente William Clinton, en
Estados Unidos se mantuvo la brega hacia el escudo antimisiles. La
Organización para la Iniciativa de Defensa Estratégica (SDIO), que había
sido establecida en 1984 bajo la administración de Ronald Reagan, fue
transformada en Organización para la Defensa contra Misiles balísticos
(BMDO) que, en línea con la nueva concepción del ex presidente Bush, se
concentró en un sistema más limitado; y no necesariamente dirigido a
proteger todo el territorio de los Estados Unidos de una vez.
En enero de 1999, el Congreso de los Estados Unidos aprobó la Ley de Defensa Nacional contra Misiles (Nacional Missile Defense Act),
en cuya sección segunda se establece claramente la política a seguir en
materia de defensa contra misiles: "La política de los Estados Unidos
es la de desplegar, tan pronto como sea tecnológicamente posible, un
Sistema Nacional de Defensa contra Misiles efectivo, capaz de defender
el territorio de los Estados Unidos contra ataques limitados con misiles
balísticos (sea de forma accidental, no autorizada o deliberada)"
Esa ley se convirtió en un instrumento formidable para los sectores que
en el congreso norteamericano abogaban por acelerar los trabajos
dirigidos al establecimiento de un escudo antimisiles. A partir de su
aprobación, la ley fue utilizada en muchas ocasiones como muestra del
interés "bipartidista" en el tema, con el objetivo de promover apoyo al
mismo.
La Ley de Defensa Nacional contra Misiles de 1999 fue un claro y
determinante paso hacia la salida de Estados Unidos del Tratado ABM. Es
más, como señalara un investigador de estos temas,
los Estados Unidos se apuraron en desplegar sus defensas contra la
amenaza de ataques con misiles balísticos intercontinentales por parte
de Estados "renegados", aún antes de que esa amenaza se materializara y
antes de que esos sistemas se hubiesen ensayado. Esas acciones, según se
ha considerado, costó a Estados Unidos gastos considerables y pérdida
de otras oportunidades.
El presidente George W. Bush, quien a pesar de haber obtenido menos
votos populares que su contrincante demócrata, se hizo de la presidencia
de Estados Unidos en el año 2000 gracias a las mañas de la mafia
terrorista de origen cubano que mora en el sur de la Florida, continuó
dando pasos acelerados hacia el escudo antimisiles, incluso con una
participación más activa de sus aliados de la OTAN. Fue a principios de
su gestión que Estados Unidos abandonó el Tratado ABM, lo que dejó a ese
país con las manos libres para concretar las ideas que venían siendo
diseñadas desde mucho antes, así como para ensayar los sistemas
antimisiles tanto en solitario, como de conjunto con otros aliados
De manera que los esfuerzos dirigidos hacia el desarrollo de un escudo
antimisiles por parte de Estados Unidos, incluida la investigación y el
ensayo de sus componentes, siempre estuvieron presentes en todo el
período de posguerra y no se detuvieron luego del desmembramiento de la
Unión Soviética y la desaparición del Pacto de Varsovia.
En el período del presidente George W. Bush, Estados Unidos fue
particularmente agresivo en este tema, en forma solo comparable con el
período en que Ronald Reagan fue presidente. El propósito declarado,
ahora como entonces, era la intercepción de los misiles enemigos antes
de que alcanzaran su objetivo. No importaba que desde hacia diez años no
existieran la Unión Soviética ni el Pacto de Varsovia; ni que se
considerara finalizada ya la guerra fría; ni que las pretendidas
justificaciones a las que se echaba mano no fueran convincentes. Lo
importante era mantener la superioridad militar norteamericana y el
mundo unipolar al que se había arribado en la confluencia de los dos
últimos decenios del Siglo XX, costara lo que costara.
Ahí está la esencia de la renuncia de Estados Unidos al tratado ABM,
firmado treinta años antes, que impedía el desarrollo de ese tipo de
programa, pues no solo regulaba su despliegue, sino que comprometía a
las partes a no crearlos, ensayarlos ni desplegarlos. Con la denuncia de
ese tratado en el año 2002, Estados Unidos quitó del camino un
obstáculo formidable a sus planes armamentistas; y para el quinquenio
2004 - 2009, el Pentágono había previsto ya 59 mil millones de dólares
en su presupuesto con esos fines.
Con el establecimiento de un sistema de defensa antimisiles lo que
Estados Unidos busca, en realidad, es mantener una superioridad militar
absoluta, en línea con los postulados del Informe Guía de Planificación
de la Defensa, redactado luego del desmembramiento de la Unión
Soviética, en el que se abogó por la dominación militar en todo el mundo
mediante el incremento de la superioridad norteamericana. Se basa para
ello en los enormes recursos financieros y materiales propios y en los
de sus aliados; y en la capacidad científico-técnica desarrollada por el
Complejo Militar Industrial desde los inicios de la carrera
armamentista.
Independientemente de los pretextos a que se recurra, el objetivo
verdadero del "escudo antimisiles" es imponerse sobre los países que
puedan ser capaces de acabar con el actual orden unipolar, en particular
Rusia y China, puntales fundamentales en la Organización de Cooperación
de Shangai, que representa un formidable desafío al orden internacional
unipolar.
Son los anhelos de dominación y hegemonía, unidos a los intereses
económicos y financieros de poderosas empresas, los que están en la base
misma del desarrollo y sofisticación de los armamentos, incluido el
sistema de defensa antimisiles, que constituye un fuerte estímulo para
una nueva espiral en la carrera armamentista. En el actual orden
internacional unipolar; el escudo antimisiles, precisamente por estar
diseñado para intersectar y destruir en pleno vuelo los misiles de un
enemigo potencial, gana relevancia como arma de primer golpe nuclear,
pues Estados Unidos podría sentirse impune, como nunca antes, para
realizar un ataque de ese tipo contra otro país.
Rusia y China han rechazado, en más de una ocasión, los planes dirigidos
a desarrollar y expandir a varias regiones del mundo el escudo
antimisiles, por los peligros que entraña para la paz y la seguridad
internacionales; pero Estados Unidos y sus aliados se muestran
dispuestos a seguir adelante con esa aberración. De ahí que la
insistencia en el desarrollo del escudo antimisiles podría arrastrar al
mundo a una nueva espiral en la carrera armamentista, con todas sus
negativas consecuencias en varias esferas.
Precisamente por eso hay cada vez más países que, a pesar de enfrentar
grandes dificultades económicas, no parecen estar dispuestos a aceptar
por mucho más tiempo la hegemonía norteamericana. Son países que
comienzan a actuar en el escenario internacional con mayor determinación
e independencia; y que levantan sus voces con fuerza para oponerse a
los planes militaristas de Estados Unidos.
También contra esos países y las posiciones que sostienen en el ámbito
internacional, aún cuando muchos de ellos no poseen la capacidad de
producir armas nucleares, está dirigido el escudo antimisiles. Se trata,
en el fondo, de un esfuerzo más por mantener el actual orden unipolar,
cuando comienzan a cuajar las condiciones para cambiarlo.
De ahí que el presupuesto del Departamento de Defensa de Estados Unidos
aprobado para el 2012 alcance la astronómica cifra de 662 mil millones
de dólares; es decir, casi la mitad de la suma total de los presupuestos
militares de todos los países del mundo. Oponerse al escudo antimisiles
es oponerse, en consecuencia, a la carrera armamentista, al
mantenimiento del orden unipolar vigente, y al aumento de los peligros
de que estalle una guerra que, por sus características y alcance, podría
convertirse en nuclear.
*Pedro Núñez Mosquera es el Embajador de Cuba ante las Naciones Unidas.
OTRA HUMANIDAD ES NECESARIA
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