28.09.2012.
El euro, tal y como lo conocemos, es inviable. Por eso, el euro,
desde mi humilde perspectiva, y desde el pesimismo intelectual, está
condenado a colapsar. ¿En cuánto tiempo? Eso es lo que yo no me atrevo a
anticipar.
Intervención de Alberto Montero
Soler, profesor de Economía Aplicada en la Universidad de Málaga, en el
coloquio "De la crisis del euro al rescate. El debate de la izquierda
ante la crisis", que tuvo lugar el 22 de septiembre, en el marco de la
Fiesta del PCE. Transcripción a cargo de Rebelión
Yo soy de los que cree, frente a otros compañeros economistas críticos, que no hay alternativas y que o se aborda el problema de la Eurozona sin tratar de poner paños calientes, de una forma radical y enfrentándonos a la realidad que tenemos delante o la realidad pasará por encima de nosotros y cuando nos hayamos dado cuenta estaremos volteados y sin ningún tipo de capacidad de respuesta y reacción.
Yo soy de los que cree, frente a otros compañeros economistas críticos, que no hay alternativas y que o se aborda el problema de la Eurozona sin tratar de poner paños calientes, de una forma radical y enfrentándonos a la realidad que tenemos delante o la realidad pasará por encima de nosotros y cuando nos hayamos dado cuenta estaremos volteados y sin ningún tipo de capacidad de respuesta y reacción.
La primera cuestión que quisiera
plantear es la más básica de todas, y es que cuando hablamos del
proyecto europeo, cuando hablamos de la crisis en Europa y de la crisis
del euro, nos olvidamos de lo principal. Y es que el euro está contra la
Europa en la que todas y todos creemos. El euro es un proyecto que ha
permitido a las élites económicas, tanto industriales como financieras
europeas, cooptar a la clase política tanto a nivel europeo como estatal
y ponerla al servicio de un proyecto de rentabilización de los
capitales en el cual la clase trabajadora no tiene nada más que cosas
que perder. Si no entendemos que la Europa del euro no es nuestra
Europa, no podremos enfrentarnos adecuadamente a esta crisis. Plantear
que hay que rescatar a Europa y rescatar al euro, y olvidarnos de eso,
es echarnos piedras sobre nuestro tejado.
En segundo lugar, la crisis del euro no
es una crisis financiera, lo que no quita para que tenga una dimensión
financiera. La crisis del euro es una crisis que estaba inserta en el
código genético del euro desde su aparición. El euro se diseñó desde una
perspectiva neoliberal y orientada exclusivamente a ese proceso de
rentabilización de los capitales a nivel europeo. Las políticas de
ajuste permanente que se articularon en el proceso de convergencia hasta
llegar a Maastricht como las políticas que se han mantenido desde
entonces; los errores de diseño en el euro con la ausencia de una
estructura fiscal de redistribución de la renta que permita repartir la
renta y la riqueza desde las zonas en las que se genera y acumula hacia
las zonas en las que se producen situaciones de recesión y crisis; la
ausencia de cualquier mecanismo de solidaridad más allá de la Política
Agraria Común para permitir que las vacas europeas vivan mejor que los
niños latinoamericanos o africanos; las asimetrías estructurales que se
han producido, que existían y que en ningún caso se han reducido, sino
que se han agravado, y que como consecuencia de esta crisis se están
intensificando. Todo ello sólo puede hacernos llegar a la conclusión de
que el euro es proyecto fallido; pero que, además, no es nuestro
proyecto ni algo que tengamos que defender desde ningún punto de vista.
¿Qué opciones hay frente al futuro? Las
opciones frente al futuro dependen de la comprensión de cuáles son las
dimensiones y la naturaleza de la crisis, por un lado; y por otro lado,
de valorar la viabilidad del proyecto europeo tal y como lo conocemos.
Si mañana cambia el código genético de todos los alemanes, incluida su
Canciller, me comeré todas y cada una de las palabras que voy a decir a
continuación, pero como creo que esa mutación genética no va a ocurrir,
la viabilidad de la pertenencia al euro para los países periféricos es
prácticamente nula. Es decir, la viabilidad del euro, si no se restringe
única y exclusivamente a los países centrales, estaría puesta en
cuestión. Es decir, el euro, tal y como lo conocemos ahora, es una
moneda que va hacia el colapso. Y por eso digo que, probablemente, si no
tratamos de articular respuestas desde esa perspectiva del colapso de
la Unión Europea a medio o largo plazo, lo que nos encontraremos es que
éste nos pasará por encima.
Sobre la naturaleza de la crisis, muy
rápidamente, porque yo creo que todos y todas, más o menos, estamos al
tanto. La crisis europea no es una crisis financiera. Es una crisis
derivada de las diferencias acumuladas de competitividad entre el núcleo
y la periferia; entre un núcleo que ha aumentado sus niveles de
productividad, que ha mantenido unas tasas bajas de inflación y que ha
emprendido unos procesos de ajuste y de moderación salarial; y una
periferia que ha mantenido unos diferenciales de inflación positivos con
respecto al núcleo -es decir, ha visto cómo sus precios han crecido
más-; también ha visto cómo los salarios de la clase trabajadora han
crecido más, entre otras cosas, porque partían de unos niveles
inferiores; y, por lo tanto, esto ha dado lugar a unos déficit en la
balanza por cuenta corriente que explican, junto a la crisis bancaria,
la dimensión financiera posterior de la crisis.
Esas diferencias en las productividades
han beneficiado esencialmente a Alemania. Alemania ha sido la principal
beneficiaria de que exista una moneda única. ¿Por qué? Porque cuando
existían esas diferencias de competitividad entre las economías, pero
cada una tenía su propia moneda, los Estados podían devaluar sus monedas
para reducir los déficit de competitividad. Desde el momento en que se
crea una moneda única, con un tipo de cambio fijo e inalterable entre
las distintas economías, los países no pueden recurrir a la devaluación
para reducir los déficit de competitividad entre sus economías. Y vemos
cómo eso se traduce en dos situaciones enfrentadas: por una parte,
acumulación de superávit por cuenta corriente en los países centrales;
y, por otra, déficit por cuenta corriente en los países de la periferia.
Para mantener esa situación de
desequilibrio en las balanzas por cuenta corriente a su favor, ¿qué hizo
Alemania? Básicamente, sustituir superávit comercial por deuda externa.
Es decir, vendía a los países de la periferia y, al mismo tiempo,
financiaba el endeudamiento de los países de la periferia para que le
compraran el excedente comercial. ¿Por qué? Porque Alemania ha sido
tradicionalmente, por motivos demográficos, sociológicos y de distinta
naturaleza, un país con una insuficiente demanda interna. Y lo que ha
hecho a lo largo de todo el proceso del euro es sustituir esencialmente
demanda externa de los países periféricos y del resto del mundo por
demanda interna.
Su política ha sido la de mantener
niveles de demanda al interior muy bajos, incrementando la presión
salarial sobre los trabajadores, y sustituirla por la demanda que
realizaba el resto del mundo, especialmente los países periféricos. Como
esos países periféricos necesitaban de inyecciones de recursos
financieros para poder financiar la falta de ahorro de sus economías, lo
que ha hecho Alemania es, básicamente, fomentar el endeudamiento de los
países periféricos. De manera que la crisis, tal y como la encontramos
en estos momentos, tiene dos dimensiones difícilmente reconciliables:
una es el problema de la deuda. Pero especialmente para el caso español y
de la mayor parte de los países periféricos, es un problema de deuda
privada. Que, parcialmente, ha sido socializada, porque se ha
socializado la deuda de los bancos, pero la deuda de los particulares
sigue viva e intacta. Y que no se puede solucionar si no se
reestructura. Es decir, si no hay una quita, una moratoria y una
reestructuración de los plazos de pago de la deuda. Esa sería la
expresión financiera del problema.
La otra dimensión de la crisis son las
diferencias en la competitividad. Diferencias en la competitividad entre
las economías centrales y las economías periféricas que no están
disminuyendo sino que se están ampliando. Lo que nos encontramos es que
el proceso de ajuste para salvar al capital financiero e industrial,
tanto a nivel europeo como estatal, se está haciendo a costa del ajuste
salarial y de la presión sobre los trabajadores, con repercusiones sobre
los niveles de productividad de los mismos.
Frente a ello, ¿qué se está haciendo?
Políticas de ajuste y austeridad que no pueden funcionar bajo ningún
concepto por razones evidentes.
Primero, porque inducen a sustituir
demanda interna por demanda externa a todos los países. Es decir,
deprimen el consumo, la inversión y el gasto público a nivel interno y
lo tratan de sustituir por exportaciones hacia el resto del mundo de
nuestros productos. Y eso se hace, esencialmente, por la vía de la
deflación salarial. Es decir, reduciendo el coste del trabajo. Pero se
hace promoviendo esa política para todos los países simultáneamente -y
ahora veremos a qué niveles- y, al mismo tiempo, en un contexto de
economía global en recesión. Es decir, es una política pro-cíclica:
induce a las economías hacia la crisis en un contexto de crisis
económica global. Por lo tanto, es una política que no tiene ningún
sentido. Además, impone el ajuste sobre cada vez más economías.
El ajuste duro sobre los "cerditos"
(Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España) supone en estos momentos el
37% del PIB comunitario. Si a eso se le une el ajuste moderado que se
está llevando a cabo en Francia, con la reciente rebaja de los 30 mil
millones de euros, el ajuste afecta ya al 57% del PIB de la eurozona. Y
si a eso se le suma los ajustes moderados sobre Bélgica y sobre los
Países Bajos, el ajuste llega al 66% del PIB comunitario. Es decir, se
está imponiendo políticas de recesión, de contracción, de profundización
en la crisis, a casi dos tercios de la eurozona. Con lo cual, la
posibilidad de que esos dos tercios salgan a flote como consecuencia de
la demanda externa que haga el otro tercio, es prácticamente nula.
Y además las políticas de ajuste tienen
repercusiones sobre los diferenciales de productividad. Las políticas de
ajuste lo que hacen es frenar el crecimiento. Al frenar el crecimiento,
afectan a los rendimientos del sector industrial, fundamentalmente.
Eso, debido a las rigideces técnicas que impiden que haya un ajuste
paralelo entre el empleo y la producción -es decir, la producción suele
caer más rápidamente de lo que lo hace el empleo- provoca el deterioro
de la productividad, el deterioro de los beneficios, la caída en la
inversión e incentiva la caída en la producción. Con lo cual, volvemos a
deteriorar lo que debería servir para sanar la causa última de la
crisis en Europa: los diferenciales de competitividad entre las
distintas economías.
Pero además, hay otra cuestión de fondo
mucho más grave. Y es que, utilizando sólo las relaciones
macroeconómicas básicas sobre las que todo el mundo coincide nos
encontramos con que el proyecto europeo es inviable con Alemania dentro.
Sin Alemania, la cosa pudiera cambiar.
Tenemos que partir de la premisa, como
hemos señalado, de que la eurozona es un diseño fallido, un diseño que
estaba mal desde su propio origen. Y, en estos momentos, estamos
asistiendo al conflicto entre las élites europeas, que ven cómo su
proyecto se está desmoronando y no terminan de entender cómo y por qué y
cómo y a través de qué vías podrían solucionarlo de forma que las
soluciones le permitieran mantener su posición de poder a lo largo del
tiempo. Y, por otro lado, la lógica económica elemental. Se trata de un
conflicto difícilmente resoluble y que ha ilustrado muy bien Luis
Alonso.
Hemos pasado de una situación que
parecía que era un juego de suma cero al interior de la Unión Europea,
donde lo que unos ganaban era a costa de lo que otros perdían y era,
hasta cierto punto, asimilable por todos, a una situación que se llama
juego de suma negativa, es decir, donde cada una de las partes cree que
está peor de lo que estaría si no estuviera en el euro. Los del núcleo,
porque creen que han financiado la orgía inmobiliaria y el bienestar de
los países periféricos, que, al parecer, no nos correspondía; y los
periféricos, porque creemos que los países centrales nos están
imponiendo políticas de austeridad que están acabando con el empleo, con
los derechos sociales y con las perspectivas de futuro de nuestra
generación y de las generaciones futuras.
El problema es básicamente Alemania. No
porque le tenga especial aversión a los alemanes, sino por su estructura
productiva. Una estructura productiva que está basada esencialmente en
la debilidad crónica de la demanda interna: una economía que ahorra
mucho más de lo que consume; y que ha orientado sus aparatos productivos
hacia la exportación, a sustituir demanda interna por demanda externa.
Para eso, Alemania, después de la reunificación alemana, necesitaba un
contexto de tipos de cambio fijos inamovibles, y la expresión más
cerrada y perfecto de ello era construir una moneda única.
Eso ha dado lugar a que los países
centrales, con Alemania a la cabeza, hayan conseguido una situación de
superávit en la balanza por cuenta corriente que se ha canalizado en
forma de flujos financieros hacia los países periféricos. Revertir esa
situación significaría que Alemania aceptara que los países periféricos
empezaran a exportar más hacia los países centrales, cosa que es
altamente improbable. Si todo su esfuerzo productivo desde la Agenda
2010 de Schröder de principios del siglo XXI ha estado orientada a
reestructurar su economía en ese sentido, parece muy poco probable que a
estas alturas sea políticamente aceptable a nivel interno que puedan
revertir esa situación para aceptar déficit en la balanza por cuenta
corriente. Entre otras cosas, porque se enfrentarían a la debilidad de
la demanda interna y a debilidad de la demanda externa; es decir,
aceptar eso significaría que Alemania aceptaría incrementar sus niveles
de desempleo e incrementar sus niveles de inflación. De hecho, Alemania,
durante estos doce, quince años ha hecho todo lo posible por llegar a
esta situación. Por llegar a reforzar su superávit en la balanza por
cuenta corriente. Difícilmente va a permitir que eso se revierta, entre
otras cosas porque para ello sería necesario, por ejemplo, que su
inflación fuera mayor que la de los países periféricos. Algo que, por
otra parte, no es fácil de conseguir en unas sociedades que tienen mayor
aversión a la inflación que las sociedades periféricas y en unas
economías periféricas donde la inflación es estructuralmente más alta
que la inflación del centro. Por otro lado, debería aceptar pérdidas de
competitividad por la vía de mantener mayores incrementos de los costes
laborales, de los salarios de los trabajadores. Cuando lo que se está
promoviendo con las políticas de ajuste es, precisamente, lo contrario:
deflación salarial en los países periféricos manteniendo, más o menos
constantes, los niveles salariales en sus países. Además, hay que
considerar que no se puede cambiar una estructura productiva que está
orientada a la exportación por una estructura productiva orientada a la
economía interna de la noche a la mañana.
El colapso es inevitable, por cuestiones
de relaciones económicas básicas. A lo que nos vamos enfrentando es a
que el nivel de la deuda pública es actualmente insostenible para los
países periféricos. España (ya no hablo de Grecia y Portugal) es un país
insolvente, en quiebra: no puede conseguir ni un superávit comercial ni
un superávit fiscal que permita hacer frente al crecimiento del pago de
la deuda en los próximos años. Es decir, frente a lo que se nos viene,
en algún momento, y eso lo sabe todo el mundo, se va a tener que
plantear que la deuda española es impagable, que no hay forma de
pagarla. Cuánto tiempo tardemos en aceptar esa situación o cuánto tiempo
tardemos en entender que lo que se está produciendo a través de los
procesos de ajuste es una extracción de los excedentes desde la
periferia hacia el centro para llegar a un momento en el que, cuando no
haya más de dónde extraer, reconocer que la deuda es impagable, cuando
ya lo es ahora, en estos momentos, es a lo que se tiene que enfrentar
actualmente la izquierda.
La izquierda no sólo se tiene que
enfrentar a eso, a cuándo vamos a reestructurar la deuda, sino también a
cómo conseguimos, y aquí viene la parte más delicada, que no se
produzcan, por catastróficas, o que se produzcan en beneficio de la
clase trabajadora alguna de las posibles soluciones que hay en el
horizonte.
¿Cuáles son las posibles soluciones que hay en el horizonte?
Una, la mejor solución: la mutación
genética de todos los alemanes, que hiciera que, de repente, no tuvieran
aversión a la inflación, sino que les pareciera bien que los precios
crecieran y/o que aceptaran unos niveles de desempleo más altos de los
que tienen en estos momentos.
Dos, el colapso de la eurozona. Es
decir, la posibilidad de que, en algún momento, más allá de Grecia, que
representa un porcentaje muy pequeño del PIB, España declare que la
deuda no se puede pagar. En ese momento, si hay que proceder a la
reestructuración de la deuda, los inversores internacionales en cuyas
manos estamos, dirán: si no se puede pagar la deuda de España,
probablemente tampoco se puede pagar la deuda de Italia, probablemente
tampoco se puede pagar la deuda de Portugal, probablemente tampoco se
puede pagar la deuda de Francia. Es decir, el euro colapsará como
consecuencia de que los inversores dejarán de financiar las deudas de
los distintos estados. Ese es el horizonte más probable.
La tercera posibilidad es también algo
altamente improbable: la monetización de la deuda por parte del Banco
Central Europeo, sin ninguna condición. No lo que pretenden hacer ahora:
te compro deuda en el mercado secundario, siempre y cuando te sometas a
un ajuste para provocar una deflación interna, que te permita,
improbablemente, llegar a sustituir demanda interna por demanda externa.
El que el Banco Central Europeo, los alemanes o los países centrales
acepten financiar mediante la monetización de la deuda, vía Banco
Central Europeo, sin ningún tipo de condiciones, los niveles de deuda
acumulados en los países periféricos, es también, como digo, altamente
improbable.
Por eso, el euro, desde mi humilde
perspectiva, y desde el pesimismo intelectual, está condenado a
colapsar. ¿En cuánto tiempo? Eso es lo que yo no me atrevo a anticipar.
De manera que, o nos salimos del euro, preparando anticipadamente la
salida, sin pasar del euro a las futuras pesetas de la noche a la
mañana. Sino pensando en mecanismos posibles para ir preparando una
salida no traumática del euro: básicamente, anticipo uno, introduciendo
una moneda paralela exclusivamente de circulación nacional. O lo que
puede ocurrir es que el colapso nos pille como siempre, mirando para
otro lado.
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