LO PRIVADO CONTRA LO PÚBLICO, ¿PARA QUE ENTONCES LOS PARTIDOS POLITICOS?
Las
incontables editoriales y artículos, cientos de millones de
comentarios, miles de manifestaciones en medio mundo, asambleas,
concentraciones y toda serie de movimientos sociales en torno a esa
estafa global, llamada crisis
por quienes sirven a los intereses del grupo Bilderberg, han sido
reproducidas por la inmensa mayoría de los medios periodísticos, como
parte obligada de lo que se conoce como “comunicación”.
Sin embargo, ha sido notorio el hecho de que, como ya viene
revelándose desde hace años (pero millones de personas aún siguen
encaramadas voluntariamente en la higuera), esas plataformas de
“información” son propiedad de las mismas familias de estafadores y
organizaciones mafiosas que hoy controlan a miles de diputados y
senadores, alcaldes y gobernadores, para que lo estrictamente privado
siga colocado en lo más alto de la pirámide “patriótica”.
El objetivo es tan nítido como la prevaricación judicial de la que
vienen haciendo gala los tribunales nacionales e internacionales o la
hipocresía y doble rasero de las Naciones Unidas a la hora de juzgar y/o
condenar un conflicto armado, dependiendo de quién sea el agresor.
Se trata de suprimir todos los derechos conquistados por los
trabajadores/as desde la Revolución francesa hasta que Wall Street dijo
basta, haciendo creer a la humanidad entera que sólo la iniciativa
personal y la protección de las empresas en manos como las de Carlos
Slim o Bill Gates, pueden salvar al mundo de una ruina como la que se ha
instalado, mira por dónde, desde los despachos de personajes de esa
misma calaña.
Un directivo de una corporación bancaria privada (léase, un presunto chorizo) afirmaba hace unos días ante la TV que “ya se veía el fin del principio de la salida a la crisis”. Creo que todos somos testigos del asesinato del ciudadano/a y el renacimiento del esclavo/a.
El esperpento en el que banqueros y otros delincuentes entran y
salen de la cárcel, son o no imputados, pagan una multa o son
amnistiados, parece no tener fin, en tanto la realeza española ríe,
comprobando cómo los fiscales se trocan en defensores y los sospechosos
gozan de indultos y favores. No hay salida, si nos limitamos a salir a
la calle con una pancarta.
España o Marruecos, Francia o Argelia, EE.UU, o Canadá, Alemania o
Reino Unido, Bélgica o Túnez, Chequia o Libia, Colombia o Qatar, no son
naciones, sino empresas en poder de aquellos a quienes interesa que esta
tragicomedia llamada “democracia” continúe consagrando a un par de
colectivos políticos como básicos para la convivencia nacional. Léase,
como sostén de la connivencia delictiva nacional.
Esta pantomina democrática se quebró por fortuna en Cuba y comenzó a
agrietarse en Venezuela, Ecuador, Nicaragua y Bolivia, mientras Brasil,
Uruguay y Argentina tratan aún de liberarse de los rescoldos de las
dictaduras criminales que laceraron sus pueblos, (con la ayuda de la
Casa Blanca y su ejército de criminales) para que todo el continente
latinoamericano no corra el mismo y patético destino que vive Europa,
donde todos los gobiernos sin excepción intentan convencer a la
ciudadanía de que lo público es deficitario y lo privado nos asegurará
asistencia médica, cultura y pensión vitalicia.
¿Para qué, entonces, los partidos políticos? ¿Para qué entonces, los
impuestos? ¿Por qué no, de una vez, la desobediencia civil? ¿Por qué no
la rebeldía sin pausa?
OTRA HUMANIDAD ES NECESARIA
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