AQUEL 1975: 33 AÑOS YA
28.09.2012
La
historia oficial nos dice, si algo dice, que, desde que el Seat 600 se
extendió por España hasta la muerte de Franco, no pasó prácticamente
nada. Todo era un tran-tran gris y cateto, vale; los Pirineos seguían
muy altos, vale; pero ya la fiera casi no mordía. Nadie luchaba, y toda
la oposición y sectores nucleares del propio Régimen coincidían en una
misma y única estrategia de acción política: esperar a que Franco se
muriera. De modo que el franquismo ya no era franquismo, sino una
protodemocracia con mucha paciencia.
El resultado es que el periodo que va
de mediados de los sesenta a mediados de los setenta es uno de los más
desconocidos de la reciente historia de España. Aquellos años de
durísima lucha por la libertad se han borrado de la pizarra, hasta el
extremo de que las voces “antifranquismo” y “antifranquista” ni
siquiera están recogidas en el Diccionario de la Real Academia. La
ignorancia, no sólo entre los más jóvenes, es aterradora. Todo para
insuflar aliento al gran engaño y al gran olvido que vinieron después y
aún continúan.
Paralelismo sangriento
El principio y el fin de ese periodo tienen muchos paralelismos.
Se abre con sangre: el 20 de abril de 1963 Julián Grimau es fusilado (1).
El 17 de agosto de ese mismo año, Francisco Granados Data y Joaquín
Delgado Martínez son ejecutados a garrote vil. Todo ello tras sendos
Consejos de Guerra sumarísimos. El gobierno franquista ratificó las
penas de muerte por unanimidad, lo que incluía, naturalmente, a Manuel
Fraga Iribarne.
El periodo se cierra con un auto de fe
sangriento. Tras sus correspondientes Consejos de Guerra sumarísimos,
el 27 de septiembre de 1975, un Franco moribundo, y su consejo de
ministros, también por unanimidad (2),
hacían fusilar a 5 militantes antifranquistas. Tres de ellos eran del
FRAP: José Humberto Baena Alonso, de 25 años, José Luis Sánchez Bravo,
de 21, y Ramón García Sanz, de 27. Otros dos, de ETA: Juan Paredes
Manot, de 21 años, y Ángel Otaegui, de 33.
José Antonio Sáenz de Santamaría
–padre de la actual vicepresidenta de gobierno, Soraya Sáenz de
Santamaría–, entonces general jefe del Estado Mayor de la guardia
civil, dirigió parte de los preparativos de esas ejecuciones.
Otro paralelismo: en ambos casos, la
presión internacional aísla al Régimen. Por todo el mundo hay
manifestaciones de condena, son retirados embajadores, hay peticiones
oficiales –hasta papales– de indulto… Nada sirve.
Y el paralelismo básico: al principio y
al fin de ese periodo confluían dos tendencias: la progresiva
acumulación de luchas obreras y populares, y el agotamiento de un
determinado modelo económico. En resumen, en ambos casos, se daba la
necesidad de un cambio de ciclo que el franquismo, no ya Franco, quería
controlar y dirigir a su conveniencia (aperturismo/Transición). Y lo
hacía, también en ambos casos, incorporando nuevos gestores al sistema y
golpeando, a muerte y con idénticos métodos, a la izquierda que le
cuestionaba o podía llegar a cuestionarle. A fines del mismo año 1963
en que fueron asesinados Granados, Delgado y Grimau era aprobado el I
Plan de Desarrollo (1964-1967). Entre estos asesinatos y la Ley de
Prensa de Fraga (1966) transcurre el mismo tiempo –tres años– que entre
los fusilamientos de 1975 y la aprobación de la Constitución
monárquica (1978).
Cuatro días después de los
fusilamientos, el 1 de Octubre de 1975, Franco y el entonces príncipe
Juan Carlos presiden, desde el balcón del Palacio de Oriente, una
concentración de reafirmación fascista. La Transición que se inicia
tras la muerte del dictador consiste, entre otras cosas, en hacer
olvidar que Juan Carlos estaba allí. Y que había sido designado por su
acompañante en aquel balcón, y que había jurado los principios del
Movimiento Nacional. Y hacer olvidar también que se había torturado y
asesinado, y los nombres de los que habían torturado y asesinado, y de
los que habían orquestado y presidido simulacros de juicio para avalar
condenas preestablecidas… Y la ilegitimidad radical de esas condenas. Y
la ilegitimidad radical del Régimen de Franco y de su sucesor en la
Jefatura del Estado.
(1) Grimau fue
brutalmente torturado en la DGS y arrojado por la ventana desde una
segunda planta, con las manos esposadas. El entonces ministro de
Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, declaró que el detenido
había recibido un trato exquisito por parte de la Policía, y que se
había arrojado desde la ventana por voluntad propia.
(2) Buena parte de ellos continuaron
su actividad política, sobre todo en Alianza Popular y en el Partido
Popular. Un caso curioso es el de Fernando Suárez González, ministro de
Trabajo y Vicepresidente de Gobierno en 1975. En relación a aquellas
sentencias dice: “Era muy difícil no aplicarlas porque era un momento
en el que a Carlos Arias lo acusaban de debilidad. Y hubo cinco
ejecuciones, las últimas en España (…) Yo no estaba de acuerdo, eso lo
sabe todo el mundo; no soy partidario de la pena de muerte. Entonces el problema era si dimites o no dimites.». Y no dimitió. Con esos precedentes, fue nombrado miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en 2007.
No hay comentarios:
Publicar un comentario