LA MUJER QUE VENGO AL CHE: MONICA ERTL
18 de Julio del 2012
En
Hamburgo, Alemania, eran las diez menos veinte de la mañana del 1 de
abril de 1971. Una bella y elegante mujer de profundos ojos color de
cielo entra en la oficina del cónsul de Bolivia y, espera pacientemente
ser atendida.
Mientras hace antesala, mira indiferente los cuadros que adornan la
oficina. Roberto Quintanilla, cónsul boliviano, vestido elegantemente
de traje oscuro de lana, aparece en la oficina y saluda impactado por
la belleza de esa mujer que dice ser la australiana, y quien días antes
le había pedido una entrevista.
Por un instante fugaz, ambos se encuentran frente a frente. La
venganza aparece encarnada en un rostro femenino muy atractivo. La
mujer, de belleza exuberante lo mira fijamente a los ojos y sin mediar
palabras extrae un revolver y dispara tres veces. No hubo resistencia,
ni forcejeo, ni lucha. Los impactos dieron en el blanco. En su huida,
dejó atrás una peluca, su bolso, su Colt Cobra 38 Special, y un trozo
de papel donde se leía ‘Victoria o muerte. ELN’.
¿Quién era esta audaz mujer y por qué habría asesinado a “Toto” Quintanilla?
En la milicia guevarista había una mujer que se hacia llamar “Imilla”
cuyo significado en lengua quechua y aimara es Niña o joven indígena
(ahora considerado un insulto en Bolivia). Su nombre de pila: Mónica
(Monika) Ertl. Alemana de nacimiento que había realizado un viaje de
once mil kilómetros desde la perdida Bolivia con el único propósito de
asesinar a un hombre, el personaje más odiado por la izquierda mundial:
Roberto Quintanilla Pereira.
Ella, a partir de ese momento, se convirtió en la mujer más buscada
del mundo. Acaparó las portadas de los diarios de toda América. Pero
¿cuáles eran sus razones y cuáles sus orígenes?
Retornemos al 3 de marzo de 1950, fecha en la que Mónica había
llegado a Bolivia con Hans Ertl -su padre- a través de lo que sería
conocida como “la ruta de las ratas” , sendero que facilitó la huida de
miembros del régimen nazi hacia Sudamérica al finalizar el conflicto
armado más grande y sangriento de la historia universal: la II Guerra
Mundial.
La historia de Mónica pudo ser narrada con grandes pasajes gracias a
la investigación de Jürgen Schreiber. La que yo le presento es apenas
un pincelazo de ésta apasionante historia que involucra muchos
sentimientos y personajes.
Hans Ertl (Alemania, 1908-Bolivia, 2000) alpinista, innovador de
técnicas submarinas, explorador, escritor, inventor y materializador de
sueños, agricultor, converso ideológico, cineasta, antropólogo y
etnógrafo aficionado. Muy pronto alcanzó notoriedad al retratar a los
dirigentes del partido nacionalsocialista cuando filmaba la
majestuosidad, la estética corporal y las destrezas atléticas de los
participantes en los Juegos Olímpicos de Berlín (1936), bajo la
dirección de la cineasta Leni Riefenstahl quien glorificó a los nazis.
Sin embargo, tuvo el infortunio de ser reconocido para la historia
(y su posterior desgracia), como “el fotógrafo de Adolfo Hitler”,
aunque el iconógrafo oficial del Führer haya sido Heinrich Hoffman del
escuadrón de defensa. Citan algunas fuentes que Hans estaba asignado
para documentar las zonas de acción del regimiento del famoso mariscal
de campo, apodado el “Zorro del Desierto” Erwin Rommel, en sus
travesía por Tobruk, África.
Como dato curioso, Hans no perteneció al partido nazi pero, a pesar
de que aborrecía la guerra, exhibía con orgullo la chaqueta diseñada
por Hugo Boss para el ejército alemán, como símbolo de sus gestas de
otrora, y su garbo ario. Detestaba que lo llamaran “nazi”, no tenia
nada contra ellos, pero tampoco contra los judíos. Por irónico que
parezca fue otra víctima de la Schutzstaffel.
Al término la Segunda Guerra Mundial, cuando el Tercer Reich se
derrumbó, los jerarcas, colaboradores y allegados al régimen nazi
huyeron de la justicia europea refugiándose en diversos países, entre
ellos, los del continente americano con el beneplácito de sus
respectivos gobiernos y el apoyo incondicional de Estados Unidos. Se
dice que era una persona muy pacífica y no tenía enemigos, así que optó
por quedarse en Alemania un tiempo trabajando en asignaciones menores a
su status, hasta que emigró con su familia. Primeramente a Chile, en
el austral archipiélago de Juan Fernández, “fascinante paraíso
perdido”, donde realizó el documental Robinson (1950), antes que otros
proyectos.
Después de un largo viaje, Ertl se establece en 1951 en Chiquitania,
a 100 kilómetros de la ciudad de Santa Cruz. Hasta ahí llegó para
instalarse en las prósperas y vírgenes tierras cual conquistador del
siglo XV, entre la espesa e intrincada vegetación brasileño-boliviana.
Una propiedad de 3.000 hectáreas donde construiría con sus propias
manos y materia autóctona lo que fue su hogar hasta sus últimos días;
“La Dolorida”.
Mónica había vivido su niñez en medio de la efervescencia del nazismo
de Alemania y cuando emigraron a Bolivia aprendió el arte de su padre
lo que le valió para trabajar después con el documentalista boliviano
Jorge Ruiz. Hans realizó en Bolivia varios filmes (Paitití y Hito Hito)
y trasmitió a Mónica la pasión por la fotografía. Por cierto,
fácilmente podemos reclamarla como mujer pionera de las realizadoras de
documentales en la historia del séptimo arte.
Mónica se crió en un círculo tan cerrado como racista, en el que
brillaban tanto su padre como otro siniestro personaje al que ella se
acostumbró a llamar con cariño “El tío Klaus”. Un empresario germano
(seudónimo de Klaus Barbie (1913-1991) y ex jefe de la Gestapo en Lyon,
Francia) mejor conocido como el “Carnicero de Lyon”.
Klaus Barbie, cambiaría su apellido por “Altmann” antes de
involucrarse con la familia Ertl. En el estrecho círculo de
personalidades en La Paz, donde este hombre ganó suficiente confianza
de tal forma que, el propio padre de Mónica, fue quien lo introdujo,
incluso, le consiguió su primer empleo en Bolivia como ciudadano Judío
Alemán, de quien se dice asesoro dictaduras sudamericanas.
La celebre protagonista de esta historia, se casó con otro alemán en
La Paz y vivió en las minas de cobre en el norte de Chile pero, luego
de diez años, su matrimonio fracasó y ella se convirtió en una política
activa que apoyó causas nobles. Entre otras cosas ayudó a fundar un
hogar para huérfanos en La Paz, ahora convertido en hospital.
Vivió en un mundo extremo rodeada de viejos lobos torturadores
nazis. Cualquier indicio perturbador no le resultaba extraño. Sin
embargo, la muerte del guerrillero argentino Ernesto Che Guevara en la
selva boliviana (Octubre de 1967) había significado para ella el
empujón final para sus ideales. Mónica -según su hermana Beatriz-,
“adoraba al “Che” como si fuera un Dios”.
A raíz de esto, la relación padre e hija fue difícil por la
combinación: ese fanatismo adherido a un espíritu subversivo; quizá
factores detonantes que generaron una postura combativa, idealista,
perseverante. Su padre fue el más sorprendido y, muy a su pesar, la
echó de la granja. Quizás ese desafío produjo en él cierta metamorfosis
ideológica en los años 60, hasta convertirse en colaborador y defensor
indirecto de los izquierdistas en Sudamérica.
A finales de los sesenta, todo cambió con la muerte del Che Guevara,
rompió con sus raíces y dio un drástico giro para entrar de lleno a la
milicia empuñando el brazo con la Guerrilla de Ñancahuazú, tal como lo
hiciera en vida su héroe por la desigualdad social.
Durante los cuatro años que permaneció recluida en el campamento
escribió a su padre, solamente una vez por año, para decir
textualmente; “no se preocupen por mi… estoy bien”, Lamentablemente,
nunca más la volvió a ver; ni viva, ni muerta.
Así fue como en año 1971 cruza el Atlántico y vuelve a su natal
Alemania, y en Hamburgo ejecuta personalmente al cónsul boliviano, el
coronel Roberto Quintanilla Pereira, responsable directo del ultraje
final a Guevara: la amputación de sus manos, luego de su fusilamiento en
La Higuera. Con esa profanación firmó su sentencia de muerte y, desde
entonces, la fiel “Imilla” se propuso una misión de alto riesgo: juró
que vengaría al Che Guevara.
Después de cumplir su objetivo comenzaría una cacería que atravesó
países y mares y que solo encontró su fin cuando Mónica cayó muerta en
el año de 1973, en una emboscada que según algunas fuentes fidedignas
le tendió su traicionero “tío” Klaus Barbie.
Después de su muerte, Hans Erlt siguió viviendo y filmando
documentales en Bolivia, donde murió a la edad de 92 años (año 2000) en
su granja ahora convertida en museo gracias a la ayuda de algunas
instituciones de España y Bolivia. Allí permanece enterrado, acompañado
de su vieja chaqueta de militar alemán, su fiel compañera de los
últimos años. Su sepulcro permanece entre dos pinos y tierra de su
natal Bavaria. El mismo se encargo de prepararlo y su hija Heidi de
hacer sus deseos realidad. Hans había expresado en una entrevista
concedida a la agencia Reuters:
“No quiero regresar a mi país. Quiero, incluso muerto, quedar en esta mi tierra”.
En un cementerio de La Paz, se dice que descansan “simbólicamente”
los restos de Mónica Ertl.
En realidad nunca le fueron entregados a su
padre. Sus reclamos fueron ignorados por las autoridades a partir del
hecho. Estos permanecen en algún sitio desconocido del país boliviano.
Yacen en una fosa común, sin una cruz, sin un nombre, sin una Bendicion
de su padre.
Así fue la vida de esta mujer que en un período, al decir de la
derecha fascista de aquellos años, campeaba en “el comunismo” y por
ende “el terrorismo” en Europa. Para unos su nombre quedo grabado en
los jardines de la memoria como guerrillera, asesina o quizá
terrorista, para otros como una mujer valiente que cumplió con una
misión.
En mi opinión, es el costado femenino de una revolución que luchó
por las utopías de su época, y que a la luz de nuestros ojos nos obliga
a reflexionar, una vez más sobre esta frase:
“Jamás subestime el valor de una mujer”.
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