Por Juan Torres López Los medios de comunicación y los centros de
poder económico y político de Europa tratan de hacer creer que las
dificultades para llegar a un acuerdo con Grecia provienen de las
exigencias y de las malas prácticas de este país y que es la posición
del nuevo gobierno heleno lo que […]
Por Juan Torres López
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Los medios de comunicación y los centros de poder económico y político
de Europa tratan de hacer creer que las dificultades para llegar a un
acuerdo con Grecia provienen de las exigencias y de las malas prácticas
de este país y que es la posición del nuevo gobierno heleno lo que
justifica que sea tratado con intransigencia por sus socios europeos,
con Alemania a la cabeza.
Lo cierto es, sin embargo, que Grecia ha cumplido a rajatabla las
imposiciones de la Troika pero que éstas se han mostrado como un
completo fracaso para recuperar la economía, disminuir la deuda y
mejorar la vida de las personas, lo que justificaría que se iniciara un
camino diferente. Además, lo que está planteando el nuevo gobierno no
es sino tratar de encontrar fórmulas que permitan hacer frente a estos
problemas de una manera más efectiva y no haciendo oídos sordos a los
compromisos anteriores sino replanteándolos. Y a ello se une que lo que
necesita Grecia para salir adelante es un montante de recursos o una
generosidad de los demás realmente ínfimos si se comparan con los que se
han dedicado hasta ahora a los bancos o incluso a economías mucho más
prósperas como la alemana. Tanto es así, que hasta alguien tan poco
sospechoso de simpatías con Syriza como el presidente Obama ha
manifestado que lo razonable sería no presionar tanto a Grecia y
ayudarle a recobrar el crecimiento para que pueda salir de su situación.
Por eso creo que lo necesario para entender la intransigencia de la
señora Merkel y de sus aliados no es mirar tanto a Grecia sino
precisamente a Alemania y a lo que viene sucediendo con su economía en
los últimos tiempos.
A menudo los europeos no somos conscientes de que Alemania no es para
nosotros un socio más, una especie de hermano mayor más grande y
poderoso. No. Alemania es mucho más que eso. Alemania es la cuarta
potencia mundial, tras Estados Unidos, Japón y China, y, sobre todo, es
la segunda economía exportadora del mundo. Es decir, es una economía
gigantesca, en consecuencia obligada a pensar principalmente en sí
misma, y que necesita permanentemente de los mercados exteriores, lo que
significa que ha de condicionar cualquier otra de sus estrategias a
disfrutar de una posición adecuada (es decir, de ventaja) en el entorno
en el que actúa. En los últimos diez años, prácticamente la mitad del
crecimiento de su economía ha dependido de sus exportaciones netas. Y
creo que es en esa naturaleza de la economía alemana donde hay que
encontrar la razón de la intransigencia con la que viene imponiendo sus
intereses en la Unión Europea y ahora frente a Grecia.
En ese sentido, hay tres factores que en esos momentos están influyendo decisivamente en la estrategia alemana.
En primer lugar, que el comercio mundial se está resintiendo
fuertemente y no solo con carácter coyuntural. Según un estudio reciente
de economistas del FMI y del Banco Mundial (Slow trade),
en 2012-2013 creció menos de la mitad que en los 20 años anteriores y
por debajo de lo que crece la economía mundial, lo que no había ocurrido
en las últimas cuatro décadas. Eso significa que las economías
exportadoras, como la alemana, van a tener en los años venideros muchas
dificultades para lograr los mismos ritmos de crecimiento que en etapas
anteriores.
En segundo lugar, hay que tener en cuenta que las exportaciones
alemanas están cambiando de destino en los últimos años. En 1990, el 50%
de ellas se destinaba a los países que ahora forman la zona euro y en
2014 solo el 40%. Y el crecimiento medio anual registrado en sus
exportaciones a la Eurozona desde el año 2000 (4,5%) es justamente la
mitad del aumento de las destinadas a otras zonas como Europa central
(9%) o Asia (10%). Alemania, por tanto, está empezando a tener otros
socios comerciales preferentes.
En tercer lugar, hay que considerar también que la propia situación
interna de la economía alemana está cambiando. Otro artículo publicado
en diciembre pasado por el departamento de investigación del Banco
Nacional de París (BNP) Paribas (Inflexible Allemagne)
mostraba al respecto que, además de problemas futuros por la caída en
el comercio internacional, Alemania se encuentra ante dos retos internos
de gran envergadura. El primero, el envejecimiento creciente de su
población, que la ha convertido en el segundo país del mundo (tras
Japón) con más porcentaje de población mayor de 65 años, el 21% (Por
cierto, por haber dificultado mucho la compatibilidad entre la
maternidad y el desarrollo de la carrera profesional de las mujeres).
Algo que puede producir, entre otras cosas, una caída muy fuerte en su
tasa de ahorro interno en los próximos años. Además de eso, Alemania
viene descuidando en los últimos años la inversión interna (la privada
ha caído 7 puntos en los últimos 20 años y la dedicada a
infraestructuras públicas es un 30% menor que la media de la OCDE), lo
que hace que hoy día presente unas carencias muy importantes. Según este
estudio del BNP Paribas, la brecha acumulada de 1999 a 2012 entre la
tasa de inversión observada y la óptima supondría un 40% del PIB. Y a
eso se añade que al haber dedicado los excedentes obtenidos en las
últimas décadas a inversión exterior (en gran parte para financiar
burbujas especulativas en otros países) ha descuidado su renta interior,
lo que también ha provocado que la tasa de pobreza alcanzara un nuevo
record en 2013: afectaba al 16,1% del total de la población, al 69% de
los desempleados, al 35,2% de los monoparentales y al 5,7% de los niños y
niñas.
Lo que está ocurriendo, por tanto, es que el futuro para Alemania no
será tan halagüeño, que no le resultará tan fácil obtener excedentes
exteriores, que su focos de interés comercial van a dejar de estar en
sus socios del euro (a los que parece que ya ha exprimido del todo), y
que va a tener que dedicar mucha más atención que hasta ahora a sus
problemas y demandas de inversión internas.
Alemania no va a tomar la iniciativa para romper el actual status quo
del euro porque eso se vería como una agresión en toda regla al
proyecto europeo. Pero sí va a imponer con más rigidez que nunca
condiciones frente a los terceros que ya no considera socios de interés o
de preferencia. Y no le importará, por tanto, apretar la soga hasta que
no les quede otro remedio que rendirse o autoexcluirse del euro.
Alemania ya mira sobre todo a un nuevo eje europeo de referencia con
Francia y Polonia. Es por eso que no esperan buenos tiempos dentro del
euro a países como Grecia, España, Portugal, Chipre o incluso Italia. Lo
sensato sería que todos ellos se empezaran a plantearse si se conforman
con ser invitados de piedra o simples comparsas de un euro diseñado en
favor de Alemania o si tienen en común algo más que ser despreciados por
esta gran potencia.
OTRA HUMANIDAD ES NECESARIA
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