¿ POR QUÉ SOCIALISMO?
21.02.2013.

Albert Einstein
Monthly Review, Nueva York, mayo de 1949.
¿Debe quién no es un experto en
cuestiones económicas y sociales opinar sobre el socialismo? Por una
serie de razones creo que si.
Permítasenos primero considerar la
cuestión desde el punto de vista del conocimiento científico. Puede
parecer que no hay diferencias metodológicas esenciales entre la
astronomía y la economía: los científicos en ambos campos procuran
descubrir leyes de aceptabilidad general para un grupo circunscrito de
fenómenos para hacer la interconexión de estos fenómenos tan claramente
comprensible como sea posible. Pero en realidad estas diferencias
metodológicas existen. El descubrimiento de leyes generales en el campo
de la economía es difícil por que la observación de fenómenos
económicos es afectada a menudo por muchos factores que son
difícilmente evaluables por separado. Además, la experiencia que se ha
acumulado desde el principio del llamado período civilizado de la
historia humana –como es bien sabido– ha sido influida y limitada en
gran parte por causas que no son de ninguna manera exclusivamente
económicas en su origen. Por ejemplo, la mayoría de los grandes estados
de la historia debieron su existencia a la conquista. Los pueblos
conquistadores se establecieron, legal y económicamente, como la clase
privilegiada del país conquistado. Se aseguraron para sí mismos el
monopolio de la propiedad de la tierra y designaron un sacerdocio de
entre sus propias filas. Los sacerdotes, con el control de la
educación, hicieron de la división de la sociedad en clases una
institución permanente y crearon un sistema de valores por el cual la
gente estaba a partir de entonces, en gran medida de forma
inconsciente, dirigida en su comportamiento social.
Pero la tradición histórica es, como se
dice, de ayer; en ninguna parte hemos superado realmente lo que
Thorstein Veblen llamó “la fase depredadora” del desarrollo humano.
Los hechos económicos observables pertenecen a esa fase e incluso las
leyes que podemos derivar de ellos no son aplicables a otras fases.
Puesto que el verdadero propósito del socialismo es precisamente superar
y avanzar más allá de la fase depredadora del desarrollo humano, la
ciencia económica en su estado actual puede arrojar poca luz sobre la
sociedad socialista del futuro.
En segundo lugar, el socialismo está
guiado hacia un fin ético-social. La ciencia, sin embargo, no puede
establecer fines e, incluso menos, inculcarlos en los seres humanos; la
ciencia puede proveer los medios con los que lograr ciertos fines.
Pero los fines por si mismos son concebidos por personas con altos
ideales éticos y –si estos fines no son endebles, sino vitales y
vigorosos– son adoptados y llevados adelante por muchos seres humanos
quienes, de forma semi-inconsciente, determinan la evolución lenta de la
sociedad.
Por estas razones, no debemos
sobrestimar la ciencia y los métodos científicos cuando se trata de
problemas humanos; y no debemos asumir que los expertos son los únicos
que tienen derecho a expresarse en las cuestiones que afectan a la
organización de la sociedad. Muchas voces han afirmado desde hace
tiempo que la sociedad humana está pasando por una crisis, que su
estabilidad ha sido gravemente dañada. Es característico de tal
situación que los individuos se sienten indiferentes o incluso hostiles
hacia el grupo, pequeño o grande, al que pertenecen. Como
ilustración, déjenme recordar aquí una experiencia personal. Discutí
recientemente con un hombre inteligente y bien dispuesto la amenaza de
otra guerra, que en mi opinión pondría en peligro seriamente la
existencia de la humanidad, y subrayé que solamente una organización
supranacional ofrecería protección frente a ese peligro. Frente a eso
mi visitante, muy calmado y tranquilo, me dijo: “¿porqué se opone usted
tan profundamente a la desaparición de la raza humana?”
Estoy seguro que hace tan sólo un siglo
nadie habría hecho tan ligeramente una declaración de esta clase. Es
la declaración de un hombre que se ha esforzado inútilmente en lograr
un equilibrio interior y que tiene más o menos perdida la esperanza de
conseguirlo. Es la expresión de la soledad dolorosa y del aislamiento
que mucha gente está sufriendo en la actualidad. ¿Cuál es la causa?
¿Hay una salida?
Es fácil plantear estas preguntas, pero
difícil contestarlas con seguridad. Debo intentarlo, sin embargo, lo
mejor que pueda, aunque soy muy consciente del hecho de que nuestros
sentimientos y esfuerzos son a menudo contradictorios y obscuros y que
no pueden expresarse en fórmulas fáciles y simples.
El hombre es, a la vez, un ser
solitario y un ser social. Como ser solitario, procura proteger su
propia existencia y la de los que estén más cercanos a él, para
satisfacer sus deseos personales, y para desarrollar sus capacidades
naturales. Como ser social, intenta ganar el reconocimiento y el afecto
de sus compañeros humanos, para compartir sus placeres, para
confortarlos en sus dolores, y para mejorar sus condiciones de vida.
Solamente la existencia de éstos diferentes, y frecuentemente
contradictorios objetivos por el carácter especial del hombre, y su
combinación específica determina el grado con el cual un individuo puede
alcanzar un equilibrio interno y puede contribuir al bienestar de la
sociedad. Es muy posible que la fuerza relativa de estas dos pulsiones
esté, en lo fundamental, fijada hereditariamente. Pero la personalidad
que finalmente emerge está determinada en gran parte por el ambiente
en el cual un hombre se encuentra durante su desarrollo, por la
estructura de la sociedad en la que crece, por la tradición de esa
sociedad, y por su valoración de los tipos particulares de
comportamiento. El concepto abstracto “sociedad” significa para el ser
humano individual la suma total de sus relaciones directas e indirectas
con sus contemporáneos y con todas las personas de generaciones
anteriores. El individuo puede pensar, sentirse, esforzarse, y trabajar
por si mismo; pero él depende tanto de la sociedad -en su existencia
física, intelectual, y emocional- que es imposible concebirlo, o
entenderlo, fuera del marco de la sociedad. Es la “sociedad” la que
provee al hombre de alimento, hogar, herramientas de trabajo, lenguaje,
formas de pensamiento, y la mayoría del contenido de su pensamiento;
su vida es posible por el trabajo y las realizaciones de los muchos
millones en el pasado y en el presente que se ocultan detrás de la
pequeña palabra “sociedad”.
Es evidente, por lo tanto, que la
dependencia del individuo de la sociedad es un hecho que no puede ser
suprimido — exactamente como en el caso de las hormigas y de las
abejas. Sin embargo, mientras que la vida de las hormigas y de las
abejas está fijada con rigidez en el más pequeño detalle, los instintos
hereditarios, el patrón social y las correlaciones de los seres
humanos son muy susceptibles de cambio. La memoria, la capacidad de
hacer combinaciones, el regalo de la comunicación oral ha hecho posible
progresos entre los seres humanos que son dictados por necesidades
biológicas. Tales progresos se manifiestan en tradiciones,
instituciones, y organizaciones; en la literatura; en las realizaciones
científicas e ingenieriles; en las obras de arte. Esto explica que,
en cierto sentido, el hombre puede influir en su vida y que puede jugar
un papel en este proceso el pensamiento consciente y los deseos.
El hombre adquiere en el nacimiento, de
forma hereditaria, una constitución biológica que debemos considerar
fija e inalterable, incluyendo los impulsos naturales que son
característicos de la especie humana. Además, durante su vida,
adquiere una constitución cultural que adopta de la sociedad con la
comunicación y a través de muchas otras clases de influencia. Es esta
constitución cultural la que, con el paso del tiempo, puede cambiar y
la que determina en un grado muy importante la relación entre el
individuo y la sociedad como la antropología moderna nos ha enseñado,
con la investigación comparativa de las llamadas culturas primitivas,
que el comportamiento social de seres humanos puede diferenciar
grandemente, dependiendo de patrones culturales que prevalecen y de los
tipos de organización que predominan en la sociedad. Es en esto en lo
que los que se están esforzando en mejorar la suerte del hombre pueden
basar sus esperanzas: los seres humanos no están condenados, por su
constitución biológica, a aniquilarse o a estar a la merced de un
destino cruel, infligido por ellos mismos.
Si nos preguntamos cómo la estructura
de la sociedad y de la actitud cultural del hombre deben ser cambiadas
para hacer la vida humana tan satisfactoria como sea posible, debemos
ser constantemente conscientes del hecho de que hay ciertas condiciones
que no podemos modificar. Como mencioné antes, la naturaleza
biológica del hombre es, para todos los efectos prácticos,
inmodificable. Además, los progresos tecnológicos y demográficos de los
últimos siglos han creado condiciones que están aquí para quedarse.
En poblaciones relativamente densas asentadas con bienes que son
imprescindibles para su existencia continuada, una división del trabajo
extrema y un aparato altamente productivo son absolutamente necesarios.
Los tiempos — que, mirando hacia atrás, parecen tan idílicos — en los
que individuos o grupos relativamente pequeños podían ser totalmente
autosuficientes se han ido para siempre. Es sólo una leve exageración
decir que la humanidad ahora constituye incluso una comunidad
planetaria de producción y consumo.
Ahora he alcanzado el punto donde puedo
indicar brevemente lo que para mí constituye la esencia de la crisis
de nuestro tiempo. Se refiere a la relación del individuo con la
sociedad. El individuo es más consciente que nunca de su dependencia de
sociedad. Pero él no ve la dependencia como un hecho positivo, como un
lazo orgánico, como una fuerza protectora, sino como algo que amenaza
sus derechos naturales, o incluso su existencia económica. Por otra
parte, su posición en la sociedad es tal que sus pulsiones egoístas se
están acentuando constantemente, mientras que sus pulsiones sociales,
que son por naturaleza más débiles, se deterioran progresivamente.
Todos los seres humanos, cualquiera que sea su posición en la sociedad,
están sufriendo este proceso de deterioro. Los presos a sabiendas de
su propio egoísmo, se sienten inseguros, solos, y privados del disfrute
ingenuo, simple, y sencillo de la vida. El hombre sólo puede encontrar
sentido a su vida, corta y arriesgada como es, dedicándose a la
sociedad.
La anarquía económica de la sociedad
capitalista tal como existe hoy es, en mi opinión, la verdadera fuente
del mal. Vemos ante nosotros a una comunidad enorme de productores que
se están esforzando incesantemente privándose de los frutos de su
trabajo colectivo — no por la fuerza, sino en general en conformidad
fiel con reglas legalmente establecidas. A este respecto, es
importante señalar que los medios de producción –es decir, la capacidad
productiva entera que es necesaria para producir bienes de consumo
tanto como capital adicional– puede legalmente ser, y en su mayor parte
es, propiedad privada de particulares.
En aras de la simplicidad, en la
discusión que sigue llamaré “trabajadores” a todos los que no compartan
la propiedad de los medios de producción — aunque esto no corresponda
al uso habitual del término. Los propietarios de los medios de
producción están en posición de comprar la fuerza de trabajo del
trabajador. Usando los medios de producción, el trabajador produce
nuevos bienes que se convierten en propiedad del capitalista. El punto
esencial en este proceso es la relación entre lo que produce el
trabajador y lo que le es pagado, ambos medidos en valor real. En
cuanto que el contrato de trabajo es “libre”, lo que el trabajador
recibe está determinado no por el valor real de los bienes que produce,
sino por sus necesidades mínimas y por la demanda de los capitalistas
de fuerza de trabajo en relación con el número de trabajadores
compitiendo por trabajar. Es importante entender que incluso en teoría
el salario del trabajador no está determinado por el valor de su
producto.
El capital privado tiende a
concentrarse en pocas manos, en parte debido a la competencia entre los
capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y el aumento
de la división del trabajo animan la formación de unidades de
producción más grandes a expensas de las más pequeñas. El resultado de
este proceso es una oligarquía del capital privado cuyo enorme poder
no se puede controlar con eficacia incluso en una sociedad organizada
políticamente de forma democrática. Esto es así porque los miembros de
los cuerpos legislativos son seleccionados por los partidos políticos,
financiados en gran parte o influidos de otra manera por los
capitalistas privados quienes, para todos los propósitos prácticos,
separan al electorado de la legislatura. La consecuencia es que los
representantes del pueblo de hecho no protegen suficientemente los
intereses de los grupos no privilegiados de la población. Por otra
parte, bajo las condiciones existentes, los capitalistas privados
inevitablemente controlan, directamente o indirectamente, las fuentes
principales de información (prensa, radio, educación). Es así
extremadamente difícil, y de hecho en la mayoría de los casos
absolutamente imposible, para el ciudadano individual obtener
conclusiones objetivas y hacer un uso inteligente de sus derechos
políticos.
La situación que prevalece en una
economía basada en la propiedad privada del capital está así
caracterizada en lo principal: primero, los medios de la producción
(capital) son poseídos de forma privada y los propietarios disponen de
ellos como lo consideran oportuno; en segundo lugar, el contrato de
trabajo es libre. Por supuesto, no existe una sociedad capitalista pura
en este sentido. En particular, debe notarse que los trabajadores, a
través de luchas políticas largas y amargas, han tenido éxito en
asegurar una forma algo mejorada de “contrato de trabajo libre” para
ciertas categorías de trabajadores. Pero tomada en su conjunto, la
economía actual no se diferencia mucho de capitalismo “puro”. La
producción está orientada hacia el beneficio, no hacia el uso. No está
garantizado que todos los que tienen capacidad y quieran trabajar
puedan encontrar empleo; existe casi siempre un “ejército de parados”.
El trabajador está constantemente atemorizado con perder su trabajo.
Desde que parados y trabajadores mal pagados no proporcionan un mercado
rentable, la producción de los bienes de consumo está restringida, y la
consecuencia es una gran privación. El progreso tecnológico produce
con frecuencia más desempleo en vez de facilitar la carga del trabajo
para todos. La motivación del beneficio, conjuntamente con la
competencia entre capitalistas, es responsable de una inestabilidad en
la acumulación y en la utilización del capital que conduce a
depresiones cada vez más severas. La competencia ilimitada conduce a
un desperdicio enorme de trabajo, y a ése amputar la conciencia social
de los individuos que mencioné antes.
Considero esta mutilación de los
individuos el peor mal del capitalismo. Nuestro sistema educativo
entero sufre de este mal. Se inculca una actitud competitiva exagerada
al estudiante, que es entrenado para adorar el éxito codicioso como
preparación para su carrera futura.
Estoy convencido de que hay solamente
un camino para eliminar estos graves males, el establecimiento de una
economía socialista, acompañado por un sistema educativo orientado
hacia metas sociales. En una economía así, los medios de producción
son poseídos por la sociedad y utilizados de una forma planificada.
Una economía planificada que ajuste la producción a las necesidades de
la comunidad, distribuiría el trabajo a realizar entre todos los
capacitados para trabajar y garantizaría un sustento a cada hombre,
mujer, y niño. La educación del individuo, además de promover sus
propias capacidades naturales, procuraría desarrollar en él un sentido
de la responsabilidad para sus compañeros-hombres en lugar de la
glorificación del poder y del éxito que se da en nuestra sociedad
actual.
Sin embargo, es necesario recordar que
una economía planificada no es todavía socialismo. Una economía
planificada puede estar acompañada de la completa esclavitud del
individuo. La realización del socialismo requiere solucionar algunos
problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible,
con una centralización de gran envergadura del poder político y
económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y
arrogante? ¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del individuo y
cómo asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?
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