¿ QUIÉN MATA LA FILOSOFÍA?
28.01.2013
La
nueva reforma educativa del ministro Wert ha puesto en pie de guerra a
muchos sectores de la educación secundaria y universitaria, entre
ellos al gremio de la Filosofía. La eliminación de dos de las tres
materias obligatorias que componen el ciclo de estudios de Filosofía en
la educación secundaria pero también el claro menosprecio con que es
tratada en el borrador del Plan Estatal de Investigación 2013-2016 y
que la condena a una previsible ausencia de financiación ha hecho que
la comunidad filosófica, sobre todo con la creación de la REF (Red
Estatal de Filosofía) y bajo el lema “¿Quién teme a la Filosofía?”,
haya empezado a movilizarse
Ahora bien, nadie teme a la Filosofía,
por eso actualmente es tan sencilla de eliminar. ¿La filosofía se
muere… o la están matando? ¿Quiénes son los autores de este asesinato?
¿Y sus cómplices? Desde luego estamos ante un crimen y no ante una
muerte natural. Pero el crimen es doble: no sólo los planes estatales y
europeos han asestado su golpe de cuchillo contra ella; también desde
dentro ha sido herida de gravedad.
Pero este ‘interior’ tiene un espacio
concreto: el espacio de la institución pública, de la Academia, que se
ha dedicado a impartir cátedra en centros de secundaria y en la
universidad. La Filosofía se anquilosó entre los muros de los centros
docentes, se convirtió en mera erudición, en mero repaso histórico de
tendencias de pensamiento y en mera preparación curricular. Y esto a lo
sumo, con suerte. Porque esta erudición, además, en muchos casos,
estaba vacía. Una nada hinchada a base de currículums de profesores que
en verdad dejaron de investigar y de pensar filosóficamente hace
décadas. Ahora, cuando sobreviene la tormenta de su posible
aniquilación, cuando ven peligrar las paredes de la institución que les
dio cobijo y por la que muchos dejaron atrás la valentía, como un
enfermo que hubiera pasado tiempo interminable postrado en una cama,
comienzan a mover sus débiles miembros para proteger su madriguera.
Hay excepciones, por supuesto, pero como tales son las menos. Aun así,
son las verdaderamente capaces de crear cierta resistencia aún, de
ejercer, de verdad, el noble oficio filosófico, de seguir creando
conceptos, aprehendiendo la realidad, buscando ‘la cosa misma’.

Si la corrupción y el cinismo se han
cebado en nuestra sociedad y si, del mismo modo, el pensamiento
tecnocrático, economicista y neoliberal, se ha convertido en el
paradigma dominante de la gobernanza mundial, la Filosofía no ha sido
en absoluto ajena a su contagio. Hace tiempo que perdió la batalla de
las ideas. Despertémonos de una vez, la Filosofía no es per se un lugar
de sacrosanta y eterna pureza intelectual. La Filosofía, como la
realidad misma, es múltiple y deviene, así a ella también le acechan
los mismos males que a todos las otras dimensiones humanas.
No obstante, este contexto de crisis de las ciencias humanas tiene una
peculiaridad en el ámbito filosófico (quizá también en el resto): la
Filosofía puede convertirse en su propia enemiga, en su contrario… en
necedad. Por tanto, deja de ser Filosofía y es así que muere, que es
asesinada tanto por los recortes como por los mismos que dicen ser sus
portavoces.
Si, como decía Deleuze, la Filosofía
sirve para entristecer, para resistir a la estupidez y a la majadería
con su sola existencia, entonces al mirar a nuestro alrededor
constatamos que su labor ha sido exigua dados los resultados, que acabó
cediendo a una ideología y a unos modos de existencia que la hicieron
sepulturera de sí misma.
Ahora bien, en aquellos núcleos en que
resiste, existe o debe existir la convicción de que no basta con la
defensa del status quo anterior a las medidas que en la actualidad
quieren acabar definitivamente con ella. Los recortes no son más que la
conclusión de toda una larga y dramática historia por la cual se ha
ido desangrando a nuestra vista. Tampoco es suficiente con reclamar más
espacio para ella en una institución que se asienta sobre un sistema
decadente y que ha propiciado su debilitamiento. Esto es incluso
contradictorio. La Filosofía, si lo es, se encuentra siempre al acecho
de su realidad, tratando de cazarla para diseccionarla y extraer de
ella los conceptos que logren transformarla, las ‘ideas-fuerza’ que
procuren su movimiento. Como afirmaba Deuleze: “Los libros de Filosofía
y las obras de arte (…) tienen en común la resistencia, la resistencia
a la muerte, a la servidumbre, a lo intolerable, a la vergüenza, al
presente”. Éste es su verdadero valor, el único que realmente podemos
pretender con verdad. En consecuencia, exigir su presencia en el mundo,
reconocerle un lugar y admitir su legitimidad, pasa inevitablemente
por querer conjurar todos los males a los que el ser humano se enfrenta
hoy, pasa, en definitiva, por demandar la transformación del mundo y
ansiar el instante kairológico en que ésta sea posible.

Así, la Filosofía siempre estará dentro
y fuera del mundo al mismo tiempo, dentro, en su tejido, atareada con
los quehaceres diarios (su docencia, la investigación, la divulgación),
pero, al mismo tiempo, siempre se colocará fuera para conseguir la
distancia justa en que sea capaz de crear conceptos que,
simultáneamente, transgredan y enganchen a lo real.
En este sentido el espacio público en
que ella se incardina no puede continuar la senda actual si de veras ha
de acogerla, si está dispuesto a insertar dentro de sí algo que
traspasa su propio límite y zarandea sus cimientos. Si durante un
tiempo la acogió, esto sólo fue una ficción: no era Filosofía.
Reclamémosla, pues, con la seriedad que requiere.
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