
Para comenzar deja en evidencia ese
manido recurso de quienes dicen estar en contra de todo tipo de
violencia, Losurdo comparte una tesis ya defendida por Alfonso Sastre
según la cual si renegamos de la violencia de todo Estado es que
negamos el Estado y si denunciamos la violencia de todos los
movimientos y organizaciones no estatales estamos solo condenando al
más débil.
Su objetivo con este libro será
“mostrar los dilemas, ‘traiciones’ decepciones y auténticas tragedias
con que ha tropezado el movimiento inspirado en el ideal de la no
violencia”. Así, Losurdo desmonta el mito pacifista de Gandhi y repasa
el compromiso del apóstol indio en el reclutamiento de ciudadanos de su
país para el ejército británico en la Primera Guerra Mundial,
incluso su iniciativa de unirse a los británicos en sus acciones
armadas para sofocar los levantamientos de las colonias zulús en África,
lo que muestra que no era tan pacífico ni tan rebelde contra la
metrópoli. Ya desde su presencia en Sudáfrica, el objetivo de Gandhi era
incorporar a los indios en el grupo social de la élite blanca más que
combatir el racismo, como bien muestra el autor en las citas que
reproduce de los textos de Gandhi.
Frente a una violencia revolucionaria, reivindicada por Marx, Engels o Lenin, que se enfrenta a la explotación y que condena la Primera Guerra Mundial al
considerarla como una matanza de trabajadores contra trabajadores,
Gandhi busca el reconocimiento del fuerte poniéndose de su lado. Es lo
que Losurdo presenta como la dicotomía cooptación/emancipación.
Gandhi, en un primer momento, junto con
los laboristas ingleses e italianos, “reivindica la cooptación de la
clase obrera en la clase dominante en Occidente, aunque ello signifique
avalar guerras y violencias sangrientas en perjuicio de los pueblos
coloniales. Una postura que Engels y las corrientes más radicales del
movimiento socialista rechazan de lleno”.
Una vez comprobado que su estrategia no
sirvió y el imperio británico sigue humillando y marginando a sus
compatriotas comienza a enfrentarse a la opresión de la raza blanca,
condena la industrialización occidental, reivindica la superioridad
moral de la India (ahimsa), presenta a Dios de su parte y termina
liderando un nacionalismo religioso. De este modo Gandhi incorpora el
martirio a su forma de lucha (“Quien pierda su vida, la ganará y quien
intente salvarla, la perderá”).
Mientras el partido de Lenin lucha con
la convicción de actuar en consonancia con la irresistible corriente de
la historia, el partido de Gandhi está convencido de poseer la ayuda
divina. Tal y como sucede con los feyahidines, la violencia/no
violencia de la lucha de Gandhi es, ante todo, una misión moral que se
verá premiada con la salvación eterna. Política y religión irán
indisolublemente unidas. Su carisma y heroísmo serán su principal
patrimonio que le legitiman como líder, de ahí la conmoción social que
provocan sus ayunos de protesta.
No acaban aquí la revelaciones audaces
de Losurdo sobre Gandhi, encontraremos el ruralismo fascista del líder
indio que le lleva a simpatizar con Mussolini (“salvador de la nueva
Italia”, “muchas de sus reformas me atraen”) y sus agresiones a
Abisinia y Etiopía (“sólo puedo rezar y confiar en que haya paz”). Más
tarde se verá su indecisión a apoyar a los aliados contra el nazismo
(“no deseo la derrota de Gran Bretaña, pero tampoco la derrota de los
alemanes”,”Roosevelt y Churchill son tan criminales como Hitler y
Mussolini”).
Losurdo denuncia que los constructores
de la historia “han erigido al líder indio en apóstol y mártir de la no
violencia frente a los héroes de los movimientos revolucionarios por
la emancipación de los pueblos coloniales; y así, inopinadamente,
Gandhi se convierte en la antítesis de Mao, Ho Chi Minh, Castro y
Arafat”.
Otro mito que desmonta Losurdo es la
supuesta eficacia de la “no violencia” de Gandhi en el logro de la
independencia de la India. Al fin y al cabo la descolonización de la
India se hizo en pleno proceso de descolonización mundial con un
imperio británico agotado por la guerra mundial, incluso Irlanda
mediante su sangrienta guerra logró la independencia veinticinco años
antes. El miedo a repetir esa experiencia, en opinión de Losurdo, es lo
que hizo a Inglaterra reconocer la independencia de la India.
No es Gandhi el único “pacifista” que
Losurdo desmitifica, también explica cómo Hannah Arendt aplica
diferente tabla de medir a la violencia judía contra el nazismo y la de
los pueblos coloniales y los negros contra sus opresores.
Otro líder de la no violencia cuya
trayectoria ha sido tergiversada por la historia es Martin Luther King.
Según nuestro autor, la ideología dominante elogia y canoniza al
primer King, al que aspira a conseguir que los negros sean partícipes
del “sueño americano”, pero condena al olvido al líder afroamericano
que condena el racismo blanco de Estados Unidos y la guerra colonial de
Vietnam y expresa su admiración por líderes negros comunistas.
Para terminar Losurdo destapa la farsa
en torno al depositario de la herencia pacifista de Gandhi, el Dalai
Lama. Mientras se nos presentan el budismo y los monjes tibetanos como
sinónimo de no violencia y el comunismo como sinónimo de expansionismo y
violencia, Losurdo destapará el pasado de genocidio y exterminio a
manos del V Dalai Lama, la teocracia feudal con la que dominaron el
Tíbet, los grupos tibetanos adiestrados, armadas y equipados con
material bélico de Washington, el racismo y las vocaciones de limpieza
étnica de los Dalai Lama, el culto que el Tercer Reich reservaba al
Tíbet.
El repaso de estos falsos mitos
promovidos por el poder que tiene como estrategia presentar a los
rivales de Occidente como la reencarnación de la violencia y a sus
amigos como los nuevos “Gandhis”, lleva a Losurdo a denunciar las
nuevas políticas de subversión y manipulación de la opinión pública
internacional a través de las denominadas “revoluciones de colores”. Es
decir, promover rebeliones artificiales mediante el odio religioso,
étnico o cultural; financiar grupos minoritarios que activen estas
maniobras, magnificar su apoyo popular en los medios de comunicación y
establecer paralelismos entre sus líderes y los mitos no violentos
consolidados por la manipulación de la historia. Así, la “no
violencia”, antes arma de los débiles, se transforma en un arma más a
disposición de los poderosos y prepotentes que, incluso desde fuera de
la ONU, están decididos a imponer la voluntad del más fuerte. Ahora la
proclamación del ideal de no violencia coincide con la apoteosis de
Occidente, que se erige en garante de la conciencia moral de la
humanidad y se considera autorizado a provocar desestabilizaciones y
golpes de Estado.
Reseña de Pascual Serrano de “La cultura de la no violencia”, de Domenico Losurdo.
Losurdo, Domenico. “La cultura de la no violencia”. Península. 2011. Traducción de Helena Aguilà
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