ESPAÑA, CIÉNAGA MORAL DE EUROPA. ¿CÓMO HEMOS LLEGADO HASTA AQUÍ?
05.01.2013

Julián Jiménez
El pasado dos de enero, un hombre
desesperado se pegaba fuego ante una situación de miseria económica, sin
empleo y sin futuro. No es algo nuevo, en los últimos meses, hemos
podido ver como muchas personas se quitaban la vida (y los medios de
comunicación se hacían eco). Pero quizá es peculiar porque de esa forma
se iniciaron revueltas en Túnez y Marruecos en 2011, con hombres
desesperados que llegaron a pegarse fuego vivos ante régimenes que
aplastaban a la población humilde y trabajadora.
España tiene la peor tasa de paro de la
UE, la peor situación de miseria de toda la Unión Europea y hasta el 1
de enero, un salario mínimo más bajo que el de Grecia, una tasa de
miseria en el país de un 26%, niños desnutridos que se cuentan por
cientos de miles. Y, ante esto, una política férrea de austeridad, que
nos lleva a más paro, más miseria, más desigualdad y una situación
insostenible. A lo cual hay que sumar un nivel de corrupción política y
empresarial junto a un nivel de fraude fiscal, laboral y empresarial
insostenible.
Con todos estos datos, cualquier
persona que no conociera este país, apostaría al 99,9%, que el país está
paralizado por huelgas, protestas y por un ambiente de grandísima
conflictividad social. Que el país se encuentra, poco más, a las puertas
de una rebelión, revolución importante o al borde del estallido social.
Sin embargo, esa persona fallaría de todas, todas. El país parece, más
bien, una bella granja de cerdos (somos uno de los países pigs) que,
pese al lodazal de inmundicia y miseria, retozan felices en él, con la
simpática mirada de los amos.
Nadie entiende como puede ser que un
país donde nos están machacando y condenando al hambre, estemos
felizmente cómodos, instalados en la paz social más vergonzosa, en un
clima de mansedumbre sumiso. Mismamente yo mismo, como vividor de la
actual y triste realidad, trata de encajar el puzle mental que supone
ver miseria, hambre, paro, desahucios, corrupción, injusticia con una
infumable paz social. A veces cuesta, a uno mismo, comprenderlo.
La conclusión a la que he llegado, tras
mucho exprimir mi mente, para hacer un análisis de este circo, es que
la degradación moral, en muchos aspectos, nos ha llevado hasta aquí. Y
aquí expongo las causas, a mi entender, de esa degradación moral.
Miedo popular: Por
mucho que pueda ser sorprendente, es la razón principal. En este país,
por mucho tiempo que haya pasado, se sigue teniendo mucho miedo al poder
y a quien ostenta el poder. Cuarenta años de dictadura no iban a
olvidarse de la noche a la mañana. Muchas personas recuerdan con horror
lo acaecido durante aquel periodo y, a muchos no se les olvida, que la
transición no dejo de ser una estafa y un engaño: el poder económico,
militar, policial, judicial… en definitiva, el poder real y tácito,
continuó en manos de los mismos que antes, por mucho que podamos votar
cada cuatro años.
Cada cierto tiempo, en cualquier manifestación, vemos como se apalean a
manifestantes pacíficos. Apaleamiento que no tienen empacho en
justificar los que detentan el poder. No hay año en la que no haya casos
de violencia policial, que luego nunca se investigan ni depuran
responsabilidades. ¿Ha cambiado esto respecto al régimen anterior?
Obviamente no. Gobierne quien gobierne, siempre sucede igual. Ya sea con
el PSOE del 82 (Sagunto, Reinosa, GAL, con muertos incluidos), con el
PP (manifestaciones antiglobalización o contra la Guerra de Irak), con
el PSOE de 2004 (Manifestaciones contra el Plan Bolonia o
manifestaciones del 15M o La Marcha Laica), o con el PP en la
actualidad, donde el nivel de represión ha subido exponencialmente.
Siempre son los mismos los apaleados, multados, encarcelados,
asesinados. Y siempre los mismos los que apalean, multan, encarcelan y
asesinan. ¿Alguno ha sido juzgado?¿Cuántos han tenido apoyo
gubernamental? ¿Cuántas veces en democracia algún gobierno se ha
molestado en investigar y tener en cuenta, siquiera, la opinión de los
afectados (fuese o no “de izquierda” ese gobierno)?
Fuera del plano político, en el
empresarial, el poder del patrón sigue siendo omnímodo. ¿Cuántas veces
la denuncia es escuchada?¿Cuántas veces son pisoteados los derechos del
trabajador?¿Cuántas veces los sindicatos mayoritarios han acabado
pactando con la empresa y vendiendo a sus representados?
¿Cómo no va a tener miedo la gente si la impunidad de los que mandan,
los perros de los que mandan o de los que tienen el dinero y el poder,
es total en España?
Desmovilización social duradera.
Frente a una sociedad enormemente movilizada durante los años del
tardofranquismo, que perfectamente podía haberse hecho con las riendas
de un nuevo Estado, quienes representaban mayoritariamente a la
izquierda en aquel momento, optaron y pactaron, a cambio de quedarse sin
la mayor fuerza que tenían. No la perderían de forma instantánea, claro
está, pero a la larga pagarían con una pesada factura su firma y su
genuflexión.
El PSOE, sabiéndose, cerca de 1982, al
filo del poder, no tenía ganas de tener un fuerte movimiento de
contestación. Y desmovilizó, colaborando en ello el PCE y los sindicatos
mayoritarios y la legislación sindical y social del PSOE, al pueblo
trabajador español, que no había tirado la toalla en el tardofranquismo.
Pero si la tiró, porque le convencieron, cuando las cosas eran más
fáciles: en la “democracia del 78”.
La izquierda, falsaria o falsa,
fundamentalmente el PSOE, ya liberal, se encargó de gestionar y se
olvido de donde le venía su verdadera fuerza. Se convirtió en una opción
más de un todo monocolor. Y así, fue desdibujándose. No es de extrañar
que territorios con un fuerte movimiento sindical y político como el
País Valenciano, acabaran transformándose en feudos de la derecha y
extrema derecha. Es una ley natural: el espacio que uno deja otro lo
ocupa. Y cuando el segundo lo ocupa con una buena campaña, llora y
patalea para volver a ocupar el lugar anterior, que pasarán años y años.
Confusión generalizada y generada desde la “izquierda” por traición.
Son ya dos las ocasiones en que el partido principal que se
autoproclamaba de izquierdas (el PSOE), sin serlo ni haberlo demostrado
con los hechos, ha generado la ilusión y la desilusión. Dos generaciones
de españoles han visto como un partido, que se decía de izquierda, se
dedicaba a realizar una política más parecida a la derecha e incluso más
dura (UCD no se atrevió a realizar la reconversión ni a liberalizar
sectores, el PSOE si). Dos generaciones han visto como, aquellos que se
decían de izquierdas, hacían lo contrario a lo que en principio
propugnaban: Entrada en la OTAN, seis reformas laborales (1984, 1988,
1992, 1994, 2006, 2010) que beneficiaban a las empresas, creación de las
E.T.T. en 1995, recorte en las prestaciones por desempleo, tres
reformas de las pensiones en 1985, 1995 y 2010, políticas neoliberales
desde mayo de 2010 por parte de Zapatero (reforma laboral, recorte
social, contratos basura para jóvenes, reforma constitucional para
asegurar el pago de las deudas).
A ello, se suma la política de
concertación promovida desde los sindicatos mayoritarios: desde 1978 el
pacto y el acuerdo ha ido siempre por delante de la movilización. E
incluso en épocas en las que ese pacto era una auténtica traición a los
trabajadores (1997 con el PP, 2010 con el PSOE).
E incluso partidos a la izquierda del PSOE, con un bagaje de lucha y
principios, como Izquierda Unida, ha practicado un pactismo,
desdiciéndose de lo anteriormente prometido, como ha pasado en
Andalucía, en Asturias o en muchas localidades. De hablar de PPSOE, se
pasaba a pactar con el PSOE (o con el PPSOE, según definición de la
misma IU) a cambio de una cuota de poder.
Todo ello, combinado, sumado y
multiplicado, ha hecho por si solo la campaña a los adversarios de la
izquierda y de los mismos trabajadores que, esa izquierda, debía haber
mimado y representado. El mensaje “todos son iguales” acaba calando en
el imaginario colectivo, lanzado continuamente desde los medios de
quienes siempre han tenido el poder real, impidiendo que quienes
realmente no lo son, acaben siéndolo por defecto y por una experiencia
más que demostrada durante más de 30 años (debido a la actuación de
algunos)
Hacer entender a la gente que el PSOE
no ha hecho políticas de izquierda, que la izquierda es otra cosa, que
ser de izquierda es algo diferente a los Rubalcaba, Chacon, Lara,
Valderas, Griñan y su cohorte acaba convirtiéndose en un debate
estéril.
Falta de cultura política en la izquierda. Mientras
la derecha de siempre, vestida de moderna o rancia y falangista como
siempre, ha formado y no ha descuidado jamás la formación y la difusión
(prueba de ello es la obra del Think Thank neoliberal Instituto Juan de
Mariana o las FAES) e incluso la socialdemocracia liberal lo ha hecho,
la izquierda ha preferido no formar ni a sus miembros ni a sus bases.
Para entrar en cualquier partido de
izquierda no necesitas la más mínima cultura política, que decir de
cualquier sindicato, si se trata de uno mayoritario, donde te puedes
encontrar a votantes del PP como miembros de listas de UGT o CCOO
(podría dar casos con nombres y apellidos, que ni siquiera secundan las
huelgas del sindicato al que representan). De esa forma, la batalla de
las ideas está más que perdida. Y perdida la batalla de las ideas, está
perdido todo. ¿Cómo vas a convencer a una persona trabajadora con un
nivel cultural básico de la necesidad de luchar, de la necesidad de
participar, con un bombardeo a la contra desde los mass media y la misma
sociedad, si ni siquiera los mismos militantes izquierdistas de
partidos o sindicatos de izquierdas (salvo contadas excepciones) poseen
la base teórica y práctica para hacerlo?
Y ello sin contar con la losa de la
Iglesia Católica. La batalla se pierde, por goleada, porque mientras
unos llevan tomando el sol en el frente, otros llevan años
aprovisionándose de granadas, rifles, ametralladoras de ideas, etc. El
resultado no puede ser otro que una aplastante y apabullante derrota que
si no es total, es porque al pensamiento dominante
conservador/neoliberal/neofascista le interesa tener siempre una
izquierda domesticada aunque agonizante, no sea que su desaparición de
lugar a una nueva izquierda que ataque a “cara de perro”.
El peso de la Iglesia y los mass media.
La presencia de la izquierda, sea falsa o impostada, no ha permitido en
33 años anular el poder de la Iglesia. Cada domingo, en cada villa, en
cada pueblo, se realiza un mitin político bajo la forma de misa. Cada
domingo, una parte del pueblo, y desgraciadamente, el más humilde en
muchos casos, es adoctrinado contra sí mismo.
El apego y la cobardía han hecho que la
izquierda no haya sido capaz en 33 años de cambiar un ápice esto, salvo
casos puntuales. Un 30% del alumnado español estudia en colegios
concertados religiosos, gracias a Felipe González, colegios donde
sindicatos que se dicen “de izquierdas” no tienen vergüenza alguna en
participar en ellos internamente o en representar a profesores de
religión que son escogidos por la Curia. Nueva batalla de las ideas y de
los principios ganada por los de siempre, y perdida por los mismos de
siempre.
Individualismo y egoísmo.
Con el fomento de la sociedad de consumo, de la ausencia de valores de
grupo, de la falta de conciencia de clase social por parte de los
trabajadores; y dado, en ocasiones, el carácter cainita en España,
tenemos una gran masa de gente en un enorme porcentaje, incluso quien,
en ocasiones, dice mirar por “el bien común”, que ha abrazado de una
forma radical el individualismo más inhumano. “Ande yo caliente, riase
la gente”.
Lo que al final acaba importando, ante
la ausencia de ideas y valores, es cuanto tienes, cuanto consumes,
cuantos placeres te puedes dar, cuan feliz puedes ser tu, tu y de nuevo
tu. Solo cuando la cosa se pone negra es cuando esa persona adoctrinada
en un feroz y selvático individualismo se plantea la solidaridad con
otros. En ocasiones ni eso, y prefiere suicidarse o marchar antes que
pedir ayuda o autoayudarse y ayudar.
El mantra pacifista y el “acomplejamiento” de la izquierda. Nos
han educado en él. Día a día, año tras año. Atrás quedan los tiempos en
los que solo pelear era la forma de conseguir las cosas. Incluso la
“Gloriosa Transición” (que de gloriosa no tuvo nada, más de 200 muertos)
lo ha fomentado y cosas como el 15M, salvo honrosas excepciones, lo han
apuntalado, junto con la izquierda falsa e impostora (PSOE).
En el subconsciente nacional de la
izquierda y de los que plantean cambiar esto no se plantea ninguna
opción que no pase por el pacifismo. Y en subconsciente de la gente
también existe mil veces repetido, mil veces practicado (la solución es
votar, la solución es negociar), ese rigido esquema. Ningun cambio
vendrá por la violencia. “No podemos ser como ellos”.
Sin embargo, ellos, los que siempre han
mandado, jamás se han planteado ese dilema moral. Si hay que matar, se
mata. Si hay que apalear, se hace. Si hay que restringir libertades, se
restringen.
De esta forma, aceptando sin rechistar
el mantra pacifista, se impide cualquier cambio (puesto que todo cambio a
lo largo de la historia, se ha dado (Revolución francesa o rusa) o se
ha impedido (Guerra Civil española) con el uso de una violencia para
construir o para mantener.
Aceptado y asimilado ese mantra, no
debería sorprendernos el proceder de la gente. ¿Asaltar el Ayuntamiento
porque no puedo comer?¿Quemar el banco porque me han dejado en la calle?
Si uno es pacifista, no se plantea eso. Mejor me pego un tiro, que yo
no quiero hacer daño a nadie (aunque haya algunos que hayan hecho daño a
miles).
¿Y qué decir de la izquierda, pidiendo
perdón por existir? Rápidamente condenando lo que ha hecho o hizo en el
pasado, tratando de agradar o explicarse ante sus enemigos. Mientras la
derecha no se arrepiente de nada, ni de haber mandado a las cunetas a
cientos de miles de seres humanos en España o de haber apoyado un
régimen fascista.
Derecha y ultraderecha crecidas.
Basta con mirar la
llegada de Carromero y ver como la “lideresa” no tuvo reparo en ir a
apoyar a un criminal al volante. No tienen complejos en decir lo que
son y lo que defienden. Ni tampoco en defender lo indefendible. Se
sienten fuertes y se sienten impunes. Parte de la culpa la tiene quien
hasta ahora jamás ha tenido el mismo cuajo para defender a los suyos.
Basta con comparar el caso Carromero con Alfon. Siendo el primero
culpable de forma demostrada y el segundo inocente, no ha tenido reparo
la derecha en defenderlo e incluso acompañarle en su celda. ¿Por qué
aun ningun dirigente de izquierda ha tenido la gallardía de hacerlo en
el caso de Alfon?¿Por qué hay presos politicos de izquierda, ya sean
comunistas o anarquistas, o de la izquierda abertzale, de los cuales,
la izquierda institucionalizada siempre ha renegado, fueran o no
inocentes?
Pérdida de la conciencia de clase social.
De esa clase trabajadora u obrera de los años 80, hemos pasado a los
ciudadanos del siglo XXI. Ciudadanos, repite el PSOE en sus discursos,
ciudadanos IU, el 15-M, los mismos sindicatos mayoritarios llamaron a la
última huelga “Huelga Ciudadana” (igual esperaban que Botin se sumase a
ella). Ciudadanos, que rechazan esos “términos antiguos” y “desfasados”
de proletarios, trabajadores.
Ciudadanos, españoles, ciudadanos…
Como si todos fueramos iguales, cuando
nunca lo hemos sido. Como si los grandes empresarios, los banqueros, los
oligarcas o la nobleza que aun existe (también ellos son “ciudadanos”,
también las Koplovitz lo son) tuvieran los mismos intereses que quienes
se levantan cada día a trabajar, si es que aún cuentan con un trabajo.
Al haberse desdibujado las clases
sociales tras campañas más que machaconas (ahora todos somos clase
media) hemos perdido el rumbo y acabamos no sabiendo quienes somos,
acabando no sabiendo cuales son nuestros verdaderos intereses. Por eso
5.000.000 de parados son clase media, los 17 millones de mileuristas son
clase media también o en la prensa lees que Caritas empieza a dar de
comer a gente de clase media (sin llegar a razonar ni el lector ni el
estúpido periodista lavacerebros que si va a Caritas no es clase media, y
que si fuera de clase media jamás acudiría a Caritas).
No es por tanto de
extrañar que esa clase “media” acabe votando lo que quieren sus amos y
vote contra la clase trabajadora a la que pertenece sin saberlo. No es
de extrañar, entonces, que esa persona de “clase media” sea de derechas
porque la izquierda es igual (aunque realmente la izquierda que ella
conoce nunca actuó como tal). Ni será de extrañar que en el futuro, si
no lo remediamos, acabe en los brazos de la derecha populista o
neofascista, porque cree que la culpa de todo es de los inmigrantes
(aunque esos inmigrantes sean de su misma clase y tengan más en común
con ella que el español Botin o F. Pérez)
Para paliar eso hace falta atacar todos esos problemas de décadas.
Pero de ello conviene reflexionar en otro escrito. Lo primero era
reflexionar sobre la dolencia, para después seleccionar el tratamiento,
que es lo más lógico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario