"EL MATERIALISMO DIALÉCTICO E HISTÓRICO ME HA ABIERTO LOS OJOS"
Alexandra Nariño o Tanja
Nijmeijer, su verdadero nombre, es desde hace diez años guerrillera de
las FARC-EP. A su llegada a Colombia, se quedó impresionada con «la
pobreza» que vio a su alrededor. Sintió vergüenza, propia y ajena. Ese
fue «el puente que me llevó a investigar más a fondo las cosas» y a
unirse, posteriormente, a la guerrilla. En la actualidad, es una de las
caras visibles y más mediáticas de la delegación de las FARC en la
mesa de diálogo en La Habana.
Ainara LERTXUNDI
La
incorporación de la guerrillera holandesa Alexandra Nariño a la mesa
de diálogo entre las FARC-EP y el Gobierno colombiano generó un revuelo
entre los medios que se desplazaron a Oslo a mediados de octubre.
Discrepancias de última hora impidieron su presencia en la capital
noruega, uniéndose días después al resto de delegados de la guerrilla
en La Habana.
Sobre ella se han escrito libros y
reportajes de todo tipo. Su nombre de pila, Tanja Nijmeijer, tiene
cerca de 496.000 entradas en internet. Alexandra Nariño, el nombre que
adoptó al entrar en la guerrilla, se reafirma en sus convicciones y
resalta los valores que le ha aportado estar en contacto con «la
miseria que vive el pueblo colombiano». Ha sido testigo de la muerte de
Jorge Briceño o Mono Jojoy en un bombardeo y de otros ataques aéreos
del Ejército. Desde la capital cubana, relata a GARA su experiencia,
haciendo hincapié en la apuesta de las FARC por «la paz y por un país
más equitativo».
¿Qué le ha aportado la guerrilla a nivel ideológico y personal?
A nivel ideológico, el materialismo
dialéctico e histórico me ha abierto los ojos, en el sentido de que me
ha hecho entender por qué el mundo está como está; uno aprende a ver la
realidad desde el punto de vista de la lucha de clases, para así
entender los procesos históricos. Pienso que -sin ser consciente de
ello- yo tenía una mentalidad eurocentrista, tomando como punto de
partida siempre la socialdemocracia europea. Ahora he cambiado esa
visión; creo que todos los pueblos del mundo buscan sus propias formas
de ejercer la democracia y la soberanía. En eso no puede haber
lineamientos estrechos, limitaciones, ni imposiciones. Y aunque hay
voces que dicen que me lavaron el cerebro, yo afirmo que he tenido la
fortuna de ponerme en contacto con nuevas visiones del mundo, sobre
todo aprender a mirar desde los escenarios donde abunda la miseria, las
necesidades de la gente que padece hambre, falta de techo…, por
ejemplo, y me he hecho a herramientas importantes que me permiten a mí
misma buscar las respuestas a las miles de preguntas que volaban en mi
cabeza.
A nivel personal, mi militancia me ha
ayudado a comprender mucho mejor a las personas. Todavía soy crítica
pero no juzgo tan rápido como lo hacía antes. Aprendí a trabajar en
colectivo, pues antes creía que las tareas salían mejor si las hacía
sola, ahora entiendo que no hay nada mejor que el trabajo colectivo,
así no sea lo que yo tenía en mente. Aprendí a compartir, también en
situaciones de escasez. Honestamente, antes me dolía por dentro tener
que compartir cualquier cosa. Ahora recibo algo e instintivamente
empiezo a pensar quién necesita, a quién le puedo alegrar la vida con
un detalle.
¿Cuál fue su primera impresión al llegar a Colombia?¿Cómo fueron sus comienzos en la selva?
Lo primero que me impactó fue la
pobreza. Recuerdo, cuando estaba haciendo la ruta escolar con los niños
del colegio donde trabajaba -niños sin otras preocupaciones que sus
notas o qué ropa ponerse- vimos una familia completa de indígenas
descalzos caminando por la calle; desplazados. Los niños se burlaban y
gritaban: «¡Nosotros tenemos plata y ustedes no!». Sentí vergüenza
ajena.
Otro recuerdo: unos hombres buscando
comida en mi basura una mañana cuando estaba esperando la ruta escolar.
Sentí vergüenza, esta vez no ajena. Esos días fueron de una constante
curiosidad, observar ese nuevo mundo que me rodeaba, me sentía incapaz
de resignarme a esa realidad. La guerrilla es la respuesta del pueblo a
esa realidad, no solo de pobreza, sino también de terrorismo de
Estado, que estaba todavía por descubrir. De exclusión política. La
pobreza es solo el síntoma más palpable de ese Estado de exclusión de
las mayorías y para mí, fue el puente que me llevó a investigar más a
fondo las cosas.
Apenas conociendo algunos aspectos de
la sociedad colombiana, la existencia de una guerrilla se me hizo
completamente natural. Y al mismo tiempo un ejemplo de no resignación,
de combatividad. Y sentí también como natural mi ingreso a la selva,
como consecuencia del proceso que había vivido, no lo sentí como una
decisión radical, sino lógica.
Me identifiqué con esta causa, y eso
fue suficiente. Como tal asumí mi nueva vida, como algo natural, que no
equivale a decir que fue algo fácil, tuve mis dificultades de
adaptación, físicas, lingüísticas, culturales, de todo tipo. Me
desesperaba el sonido de los grillos, que se vuelve más fuerte sobre
las 16.05 de la tarde (ahora me hace falta). No conocía el machete, ni
mucho menos sabía manejarlo (ahora me hace falta). Muchos obstáculos
que sobrepasar. Pero aquí estoy.
¿Cómo es la vida en la guerrilla?
La vida es impredecible, por la misma
dinámica de la guerra. Hoy estás aquí, mañana allá. Somos móviles,
cargamos nuestra casa a la espalda como los caracoles. No nos apegamos a
las cosas materiales. Por la misma dureza de la guerra, los
guerrilleros no nos dejamos achicopalar por nada, en los campamentos
hay un ambiente de alegría y camaradería. Trabajamos hasta las 15.00,
luego nos bañamos y tenemos la hora cultural, con canto, poesía,
lectura de documentos, y discusión sobre las noticias o documentos. Por
la tarde, hay relación militar, donde se ventilan los problemas
habidos en las últimas 24 horas. Y, una vez a la semana, reunión de
partido, donde hay educación, análisis político, críticas y
autocríticas. Las tareas son muy diversas: organización de masas,
educación, alfabetización, cocinar, pagar guardia, pelear, hacer
inteligencia, transportar alimentos, cargar leña y muchas cosas más.
Nunca es monótona: hoy estás en una emboscada, mañana en entrenamiento
político-militar y pasado mañana ranchando.
En estos diez años, ha sido testigo de los bombardeos del Ejército. ¿Cómo los describiría?
Estuve en el bombardeo donde asesinaron
al camarada Jorge Briceño, y antes también había estado en otros
bombardeos. Es difícil describirlos, lo único que puedo decir es que es
una forma de atacar tan cobarde, que sales con una fuerza renovada
para combatir el terrorismo de Estado. Es en esos momentos que
realmente cobra sentido esa palabra: terrorismo de Estado; cuando tú te
das cuenta de que ese Estado está dispuesto a hacer cualquier cosa
para asesinar a sus propios ciudadanos, quienes simplemente tienen
otras ideas sobre política, economía o democracia. Póngase a imaginar
lo contrario, si la guerrilla tuviera aviones y bombardeara a la fuerza
pública masivamente, por la noche cuando están durmiendo: ¿Qué diría
el mundo? ¿Diría también que esas bombas de 500 kilos son «armas
convencionales»? Pienso que todos los organismos de derechos humanos
nos caerían encima, denunciando semejante crimen de guerra.
La también delegada de las
FARC Sandra Ramírez ha denunciado «el menosprecio por las mujeres» por
parte del enemigo, al que acusa de torturas e, incluso, mutilaciones.
¿Qué papel desempeña la mujer en la guerra? ¿Y dentro de la guerrilla?
Hay muchísimas denuncias de mujeres
prisioneras de guerra en manos del régimen, desde torturas hasta
violaciones por parte del Ejército y de carceleros. Es el mismo
machismo tan latente en la sociedad latinoamericana que en la guerra
coge unas formas espantosas y que se pueden resolver acabando la guerra
o regularizándola. En la guerrilla, hombre y mujer son iguales,
cualquier forma de discriminación de la mujer es fuertemente combatida.
Las mujeres que estamos en la guerrilla tratamos de ser un ejemplo
para la mujer colombiana, oprimida de muy diversas maneras, mostrando
en la práctica que las mujeres somos parte activa en esta lucha, que es
la lucha del pueblo en su conjunto, hombres y mujeres.
Sobre usted se han escribo
varios libros y reportajes de todo tipo. ¿Cómo se ha sentido a lo largo
de estos años siendo el foco de atención, y más ahora?
Como para mí fue un proceso tan
natural, al principio me sorprendía sobremanera el asombro de mucha
gente al ver una holandesa en la guerrilla colombiana. Para mí,
francamente esa atención en muchos casos limita con sensacionalismo,
amarillismo, todo el mundo tiene una opinión sobre mí y sobre las FARC,
mucha gente sin siquiera conocer el conflicto o la situación de
miseria que vive el pueblo colombiano. Son rápidos en juzgar, pero muy
perezosos a la hora de estudiar las causas, las razones del alzamiento
en armas del pueblo colombiano. De forma sumisa adoptan los conceptos
doctrinarios «terroristas, narcotraficantes, secuestradores» sin pensar
críticamente.
Tengo que decir que también hay otro
lado de la medalla, hay gente que, motivada por mi ingreso, empezó a
ver la importancia del internacionalismo y la lucha contra el gran
capital, y eso obviamente me llena de satisfacción.
El Gobierno colombiano y las
grandes corporaciones mediáticas utilizaron en su contra y en contra de
la guerrilla unos párrafos de un diario suyo incautado durante una
operación del Ejército. ¿Qué aprendió de aquello? ¿Qué huellas le
dejaron?
Mi diario fue un reflejo de todas mis
vivencias durante los primeros años en la guerrilla. Contenía alegrías y
tristezas, pensamientos críticos y ataques de rabia o de mal genio.
Sacaron cinco o seis frases y con eso hicieron una gran manipulación
mediática. Como si fuera un escándalo que acá hay contradicciones,
problemas y defectos. ¡Somos humanos! ¿Por qué en mi diario no hablo de
las cosas que tanto se le imputan a las FARC? ¿Del reclutamiento
forzoso de niños, ataques a la población civil, narcotráfico….? Nadie
se ha preguntado eso, y muestran como un enorme escándalo el hecho de
que tengamos defectos. Lo que aprendí de todo ese episodio, fue que el
Estado colombiano no escatima esfuerzos ni dinero para satanizarnos y
que uno tiene que ser cuidadoso con eso, en el entendido de que la gran
prensa que está al servicio de las transnacionales, respecto a
nosotros no tiene intención de hacer relucir la verdad, sino el formato
de tergiversaciones y desprestigio que se ha creado para combatirnos.
Uno de los cursos que recibió
en la selva fue impartido por Simón Trinidad. Las FARC han pedido al
presidente estadounidense, Barack Obama, que lo indulte. ¿Por qué tanta
insistencia? ¿Albergan esperanzas de que pueda participar en la mesa
tras la negativa de la Casa Blanca a indultarlo?
Insistimos en la participación de Simón
Trinidad en la mesa, porque ha sido y es hombre de paz, con una enorme
capacidad política y una firmeza ideológica que ha sido demostrada
durante todos estos años. Confiamos en que el Gobierno estadounidense,
tras tantos años de aportarle a la guerra en Colombia, con equipos
bélicos, asesores y tecnología punta, planes militares específicos de
contrainsurgencia, recapacite y haga también un aporte muy importante a
la paz de este país.
Yo creo que la voluntad existe,
escuchando diversas declaraciones que altos funcionarios de ese país
han dado en apoyo a la paz de Colombia, pero lo complicado es que el
Gobierno colombiano, que fue el que lo extraditó inventándose pruebas
falsas, no conceda siquiera la gracia de una simple solicitud al
Gobierno esta- dounidense en el sentido de que analicen el caso, que
entre otras cosas comporta una condena por asuntos diferentes a los que
se argumentaron para extraditarlo.
¿Por qué Bogotá puso trabas a su inclusión a la mesa de diálogo?
Creo que no fueron tanto jurídicas,
como dicen, sino políticas. A ellos, quienes están bajo órdenes
directas de Washington, reciben ayuda militar extranjera, hacen
concesiones permanentes al capital extranjero, les incomoda esta
piedrita en el zapato; les da temor que tal vez mi presencia pueda
despertar un sentido crítico en mucha gente, que tal vez las FARC no
sean terroristas como ellos afirman. Por otra parte, ellos saben que mi
presencia es reflejo de la fuerza que en los movimientos
revolucionarios tienen hermosos y profundos conceptos como
internacionalismo y solidaridad.
¿En qué situación se encuentra el campesinado? ¿Cómo es su contacto con las comunidades más afectadas por el conflicto?
Todos coincidimos en señalar el
problema de la tierra en Colombia, su tenencia y uso desigual, su
acumulación en muy pocas manos mediante el despojo violento como causa
fundamental del conflicto. El 1,15% de la población posee el 52% de las
tierras, tema que hay que resolver con urgencia. La concentración y
despojo de la tierra ha dejado en el último cuarto de siglo cerca de 6
millones de hectáreas arrebatadas. Algunos calculan que pueden ser 8
millones; esa acumulación de tierras sigue su curso, a través del
paramilitarismo desplazan a los campesinos y despojan las tierras para
entregarlas a las grandes empresas multinacionales, para sacar
petróleo, carbón, oro… todas las riquezas naturales que tiene Colombia.
Nosotros pensamos que esa libre entrada
de los inversionistas tiene que ser controlada, que primero está la
soberanía del país, la soberanía alimentaria y el bienestar de su
gente. Esa concentración y despojo de la tierra hace que el campesino
viva en un estado de total abandono, no tiene salud, carreteras por
donde sacar sus productos, viviendas en estado deplorable, hay mucho
analfabetismo. Y en su gran mayoría son ellos los que llegan a las
filas de la insurgencia. El contacto nuestro con las comunidades es muy
estrecho, debido a que son sus hijos, sus hermanos y hermanas quienes
están en la guerrilla. La guerrilla va, habla con la población, hace
que ella misma se organice, y ellos nos llegan con sus problemas,
preocupaciones y conflictos.
A mí me ha tocado construir puentes con
la población, se hacen todo tipo de trabajos en conjunto. Me acuerdo
que una vez estábamos en una casita haciendo dos olladas grandes de
sopa cuando el Ejército nos sorprendió y nos tocó salir. A las 9 de la
noche llegamos cansados a un sitio. Nos acostamos hambrientos porque no
habíamos comido y estábamos seguros de que no íbamos a comer hasta el
día siguiente. Cuando a las 10.30 de la noche nos despertaron los
compañeros de la casita, quienes habían venido con una mula a traernos
la sopa. ¡Orgullosos porque nos habían encontrado y el Ejército no! Son
experiencias muy bonitas que se viven con la población.
En Oslo, el jefe negociador
del Gobierno, Humberto de la Calle, dijo que son las FARC las que están
en deuda con las víctimas, obviando la pregunta que le hicieron sobre
«el terrorismo de Estado». Por su parte, Iván Márquez ha resaltado que
las FARC desean «la reconciliación de la familia colombiana». ¿Qué pasos
estaría dispuesta a dar la guerrilla en ese sentido?
Nosotros siempre pensamos en las
víctimas de esta guerra impuesta por el Estado. Nuestro alzamiento en
armas ha sido una reacción justa, legítima, contra el terrorismo de
estado. Pero también sabemos que la confrontación ha generado en la
contraparte también consecuencias y hay casos de soldados de los que
sus familias no tienen noticia y seguramente otro tipo de situaciones
que hay que analizar. Sobre eso, las FARC-EP siempre han sido claras en
decir que están dispuestas a contribuir en el esclarecimiento de los
casos, de manera directa con los familiares y no con los que juegan con
el dolor ajeno acusándonos de todo, sin tomar en cuenta por ejemplo
que muchos soldados de los que han caído en combate jamás han sido
recogidos del campo de batalla y son presentados como desaparecidos a
sus familiares.
En Oslo, varios colombianos exiliados
comentaron a GARA que «se debe privilegiar una paz estable y duradera
sobre el castigo», mientras que el periodista francés Romèo Langlois
consideró que «la solución pasa por un gran proceso de la verdad». ¿Qué
significan para ustedes términos como castigo y verdad?
Las FARC-EP pensamos que es importante
encontrar la verdad, sin manipulaciones mediáticas, sin la
desinformación y el uso de la propaganda fascista que usan como parte
de la guerra contrainsurgente. En esa búsqueda hay una responsabilidad
fundamental, histórica, del Estado, la cual no se puede seguir
escamoteando. Por lo demás, por siempre nuestras normas internas son
claras en no permitir que la insurgencia se convierta en victimaria de
su propio pueblo.
Otro de los puntos de la
agenda pactada en La Habana en agosto con el Gobierno es la
participación política. En la entrevista a GARA, Marco León Calarcá
afirmó que si se resuelven las causas que dieron origen y alimentan el
conflicto, las armas pierden vigencia. ¿Ven cerca ese día? ¿Qué
garantías exigen para que no vuelva a ocurrir lo de la Unión Patriótica?
Poder participar en la política sin ser
masacrado por el régimen ha sido un sueño y una bandera de nuestra
lucha desde que la iniciamos. Qué tan cerca está ese día, depende de la
voluntad del Estado colombiano. En la mesa hay que buscar precisamente
cómo se garantiza esa participación política. Son los asuntos que
esperamos se puedan conversar y solucionar. No tendría sentido luchar
48 años para entregar los fusiles y luego enfrentarnos -desarmados- al
mismo terrorismo de Estado que ha reinado durante tantos años. Tienen
que producirse unos cambios estructurales, políticos, económicos,
sociales de fondo, ya que realmente la experiencia de la Unión
Patriótica ha sido una lección histórica sobre el carácter criminal y
traicionero del Estado. Las FARC no son una organización bisoña a la
que la contraparte pueda llevar a la rendición o a la entrega de armas y
desmovilización con simples promesas.
El director de la Policía
Nacional de Colombia, José Roberto León Riaño, ha dicho que las FARC
preparan «una oleada terrorista una vez finalice la tregua». ¿Cómo
valoran estas declaraciones?
«Tras de ladrón, bufón», se dice en
Colombia. Tras de que el Gobierno no quiere crear un ambiente de paz,
mediante un cese bilateral al fuego, ni quieren acuerdos para
regularizar la guerra para aliviar el sufrimiento de los colombianos,
están quejándose porque «no cumplimos» o porque estamos preparando
«grandes oleadas terroristas». Es difícil tomar en serio a los que
lanzan este tipo de comentarios. En otras palabras: si no tienen el
valor de tomar decisiones de paz, deben de tener al menos el valor de
quedarse callados.
Llevan ya más de un mes dialogando en La Habana. ¿Qué ambiente se respira en la mesa y entre los delegados de ambas partes?
El ambiente es bueno, se respira
respeto de ambas partes. Somos dos partes en conflicto y como tal hay
contradicciones y muchos puntos de vista diferentes, y se trata de
buscar soluciones a ellos. Recordemos que sobre los puntos de la Agenda
propiamente no se puede esperar que existan resultados mejores que los
que ya tenemos si tomamos en cuenta que son muy pocos los días que se
han dedicado al estudio del primer punto referidos a políticas de
desarrollo rural integral. Antes estuvimos muy centrados en resolver
aspectos metodológicos y técnicos que nos servirán de mucho para
abordar los temas con mayor fluidez.
¿Cuáles son sus previsiones para este año que empieza?
No quisiera ponerme a «brujear», lo
único que puedo hacer es reiterar la voluntad de paz de las FARC-EP en
su conjunto. Sí puedo augurar, con certeza además, que las FARC
volveremos a emprender con mayor determinación, con optimismo, con
mucha esperanza las jornadas de diálogo del próximo año. De hecho,
nosotros estamos estudiando, elaborando propuestas, intercambiando con
la gente puntos de vista para construir iniciativas que permitan que el
proceso avance. Queremos la paz y queremos un país más equitativo,
queremos que se valore y se respete a las grandes mayorías y su derecho
a una vida digna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario