LECCIONES DE AMÉRICA LATINA PARA LOS PUEBLOS DE EUROPA:! NEOLIBERALISMO NUNCA MÁS!

1 Introducción
El Neoliberalismo ha sido la ideología
hegemónica en materia económica desde el comienzo de la década de 1980.
Desde el inicio del nuevo siglo, sin embargo, la intrínseca
irracionalidad de sus planteamientos socioeconómicos, su fracaso en
promover el crecimiento económico de los países en desarrollo, su
tendencia a profundizar la concentración del ingreso y a aumentar la
inestabilidad macroeconómica (demostrada primero por las continuas
crisis financieras de los 90 y ahora por los graves problemas de deuda
pública por los que están atravesando diferentes países de la periferia
europea), constituyen indicadores claros de su agotamiento, ya no solo
allí donde nunca llegó a funcionar -los países subdesarrollados-, sino
en el mismo corazón del occidente hasta ahora considerado próspero y
rico y en el cual, supuestamente, el neoliberalismo demostraba su
eficiencia.
El castillo de naipes neoliberal, que
por algunos años ofreció cierto grado de buen rendimiento en cuanto al
aumento de determinados valores macroeconómicos a nivel internacional
se refiere, ha comenzado a dirigirse hacia el abismo víctima de sus
propios errores, desde su misma base: los países capitalistas
desarrollados. Pero, como siempre ocurre en estos casos, son aquellos
países subdesarrollados situados en la periferia del sistema los que en
mayor medida están teniendo que soportar los efectos de la actual
crisis económica capitalista generada por la especulación y la avaricia
neo-liberal. Tras décadas de imposiciones neoliberales a las políticas
de desarrollo de estos países (vía BM y FMI), con unos resultados, a
diferencia de lo ocurrido en el ámbito de los índices macroeconómicos
internacionales, más bien modestos, la llegada de la crisis ha vuelto a
poner de manifiesto la insostenibilidad del paradigma neoliberal como
modelo de desarrollo para los países situados en la periferia del
sistema. Es ahora cuando la ineficiencia de estas políticas, así como
lo inadecuado de sus planteamientos para con el papel que el Estado
debe jugar en el crecimiento de estos países empobrecidos, se ha
ejemplificado con toda claridad. Incluso los logros alcanzados en los
últimos años, tras la aplicación a escala mundial de toda una serie de
medidas destinadas a alcanzar los Objetivos del Milenio (ONU, 2000), se
están viendo ahora amenazados por los efectos de la crisis actual. No
obstante, no solo la población de estos países están siendo víctimas de
la implosión previsible del neoliberalismo capitalista.
La pobreza, el hambre, el desempleo, en
pocas palabras, la falta de alternativas reales para una vida digna,
están alcanzando ahora cifras nunca vistas en la historia, y este es un
fenómeno que se está dando tanto en los países empobrecidos como en
los países ricos. Solo hay una región del mundo que haya sido capaz de
hacer frente con cierta fortaleza a la actual crisis del capitalismo:
América Latina. Y lo ha sido precisamente porque, desde finales de los
90, primero Venezuela y después una amplia mayoría de los países de
dicha región, se han salido de la senda de desarrollo que el
neoliberalismo les impuso durante más de dos décadas, aplicando toda
una agenda verdaderamente reformista que ha devuelto a los estados una
amplia capacidad de control sobre el devenir de sus economías, así como
el dominio de buena parte de sus recursos naturales y la posibilidad
de desarrollar estados fuertes que no se pliegan a las demandas de las
instituciones financieras internacionales ni se ponen a la primera de
cambio de rodillas ante las potencias imperialistas y sus
multinacionales. Todo ello, además, a pesar de que los apologetas del
neoliberalismo siguen fieles a su discurso según el cual “para
cualquier observador más o menos lúcido de lo que ha ocurrido con las
economías estatizadas y el intervencionismo estatal, es inevitable
reconocer que sólo una economía abierta trae desarrollo y progreso”
(Vargas Llosa, 2009). Las evidencias, podríamos responder tras analizar
el caso de América Latina, sugieren justamente lo contrario.
Si tras tres décadas de aplicación
sistemática de los postulados neoliberales, a lo largo y ancho de todo
el planeta, los índices de pobreza, de desigualdad social y, sobre
todo, de acumulación del capital en cada vez menos manos, no han hecho
sino aumentar, debe ya quedar más que claro que no será el
neoliberalismo quien traiga desarrollo y progreso a los pueblos del
mundo, ni para los países empobrecidos de la periferia capitalista ni,
por supuesto, para los pueblos que viven en eso que se conoce como el
mundo desarrollado. Más bien, insistimos, las evidencias hacen ver todo
lo contrario. El neoliberalismo, como mucho, traerá para los pueblos
del mundo el desarrollo de la dependencia y la explotación, el
desarrollo del subdesarrollo. Sus dramáticos efectos, que con tanta
evidencia se pusieron de manifiesto en América Latina durante la década
de los 90, pronto comenzarán también a ser visibles – de hecho, ya lo
están siendo-, en todos aquellos países europeos, incluido el propio
estado español, cuyos gobiernos traten de aplicar las mismas políticas
de recortes sociales, control del déficit como finalidad exclusiva de
la política económica, desmantelamiento de los servicios públicos y
privatizaciones, que en su momento los gobiernos neoliberales aplicaron
en América Latina durante las décadas de los 80 y los 90, conduciendo
con ellas a la región al drama social y económico que posteriormente
detallaremos. Mirando la historia de estos países podremos ver el
futuro de los países europeos que ahora mismo están repitiendo el guión
establecido en aquel momento por el FMI y el BM para la región y que
ahora la Troika ha rescatado del basurero de la historia al que países
como Venezuela, Bolivia o Ecuador lo arrojaron.
Como ya he escrito en alguna ocasión,
los poderes fácticos que gobiernan el mundo a su antojo, vinculados al
poder económico y financiero, y representados por los diferentes
gobiernos capitalistas que existen sobre la faz de la Tierra, han
emprendido una batalla a gran escala cuyo objetivo no es otro que
atacar sin piedad los derechos sociales y laborales de nuestra clase.
Es una guerra, una guerra de clases. Con la excusa de la crisis, y con
el apoyo imprescindible de los principales medios de comunicación del
mundo -que difunden e insertan el discurso neoliberal entre las masas-,
son innumerables los ejemplos de gobiernos que están imponiendo a sus
pueblos la agenda neoliberal/capitalista, como ya antes se hiciese en
décadas pasadas en la inmensa mayoría de países de eso que se vino a
llamar falazmente el “tercer mundo”, y en especial en los países de
África, el sudeste asiático y América Latina, con las trágicas
consecuencias, sobradamente conocidas y certificadas, que tal hecho
tuvo para el desarrollo de tales países, entre otras cosas
estableciendo las mayores diferencias económicas jamás conocidas entre
países ricos/desarrollados y países empobrecidos/subdesarrollados, así
como alcanzando los mayores niveles de pobreza y hambre jamás vistos en
la historia del mundo. Como dijese Fidel Castro, “el Neoliberalismo no
es una teoría del desarrollo, el neoliberalismo es la doctrina del
saqueo total de nuestros pueblos”.
El modelo capitalista/neoliberal es
progresivamente impuesto, desde lo ejecutivo, lo legislativo, lo
económico y lo mediático, como único camino posible para afrontar las
consecuencias terribles que la actual crisis global está teniendo sobre
las condiciones de vida de los trabajadores y trabajadoras a lo largo y
ancho de todo el Planeta. Los gobiernos capitalistas explotan la
situación de miedo y desesperación en la que viven cada vez más
personas, abrumadas por los efectos de una crisis que está condenando a
amplias capas de las clases trabajadoras al desempleo, la precariedad y
la pobreza. Ayudados por los medios de comunicación al servicio del
capital, estos gobiernos hacen creer a los pueblos que no existe otra
salida posible a la crisis, y que no nos queda más remedio que aceptar
los brutales recortes de derechos sociales y laborales que estamos
sufriendo, si queremos en algún momento aspirar a estabilizar la
situación económica, y, por tanto, a restablecer la senda de la
creación de empleo y el crecimiento. La ofensiva neoliberal, en
realidad, va mucho más allá de lo meramente político o económico, es
una ofensiva que abarca todos aquellos ámbitos donde puede actuar lo
que Gramsci definiese en su momento como “hegemonía” y tiene en los
aspectos mediáticos, ideológicos y culturales algunas de sus más
importantes expresiones. Así ha sido desde sus orígenes y así sigue
siendo a día de hoy. Es lo que desde la izquierda se ha pretendido
combatir aludiendo a la necesaria “batalla de ideas” con la que poder
combatir estos intentos neoliberales por imponerse no solo en la agenda
política y económica de los estados del mundo, sino, simultáneamente y
con igual nivel de importancia, en la agenda mediática, sociológica y
cultural de los pueblos. Este artículo pretende ser una contribución a
tal batalla. Los pueblos que ahora están sufriendo las mismas políticas y
las mismas campañas mediáticas que durante décadas pasadas tuvieron
que sufrir otros países del mundo, deben saber que existen motivos
fundados, demostrados empíricamente, para no dejarse embaucar por
aquellos que pretenden presentarnos estas medidas neoliberales como una
salidad para la actual crisis económica, como la única salida posible.
Primero porque no es ninguna salida, sino la profundización de la misma
hasta grados insoportables. Pero, sobre todo, porque la experiencia ha
demostrado que son otras las políticas que harán posible dicha salida.
América Latina se ha encargado de demostrarnos ambas cosas. Su
experiencia nos debe servir como guía para no dejarnos vencer por la
guerra de propaganda neoliberal que nos asola.
2 Consecuencias del neoliberalismo en América Latina
América Latina fue el lugar donde nació
el neoliberalismo y el lugar donde más se expandió, fue el laboratorio
de experiencias neoliberales por excelencia. En ninguna región del
mundo pasó algo similar: en un momento, únicamente Cuba no era
neoliberal (Sader, 2008). El programa fue aplicado originalmente por la
extrema derecha en el Chile de Pinochet. Encontró otros adeptos en la
derecha –como Alberto Fujimori en Perú–, pero también absorbió fuerzas
que históricamente habían estado asociadas al nacionalismo: el PRI en
México; el peronismo en Argentina bajo el mandato de Carlos Menem, y,
en Bolivia, el Movimiento Nacionalista Revolucionario, el partido que
había encabezado la revolución nacionalista de 1952 con Víctor Paz
Estensoro. Después, el neoliberalismo se apoderó de la
socialdemocracia, ganando la adhesión del Partido Socialista chileno,
de Acción Democrática venezolana y del Partido Socialdemócrata
brasileño. Se convirtió en un sistema hegemónico en prácticamente todo
el territorio de América Latina[1] (Sader, 2008b). El neoliberalismo se
implantó rápidamente, sobre todo bajo la influencia de los organismos
financieros internacionales (FMI, BM), quienes impusieron sus
condiciones para los créditos a través de los PAE (Planes de Ajuste
Estructural), exigiendo, como ocurre ahora en los países europeos en el
caso de los “rescates”, rigor en las políticas monetarias, la
reducción de las funciones del Estado y la disminución de sus gastos, a
través de las privatizaciones, el pago regular del servicio de la
deuda, etc. (Clacso y Cetri, 2002). Sus resultados, los mismos que ya
se están empezando a ver en países como Grecia, Portugal o España, no
pudieron ser más desalentadores.
No por casualidad, en América Latina
los años 80 fueron denominados como “la década perdida”, principalmente
porque en vez de continuar creciendo, el producto per cápita se redujo
a los niveles de mediados del 70: “Descensos en el ingreso per
cápita del orden del 10 al 15% eran comunes y alcanzaron o sobrepasaron
el 25% en Argentina y Perú. América Latina fue marginada del tráfico
comercial mundial. Toda América Latina y el Caribe, con una población
de unos 450 millones, vio reducir su participación en las exportaciones
mundiales del 4% en 1970 y 1980 a un 3% en 1990. Es decir, menos que
Holanda, con sólo 15 millones de habitantes y escasas materias primas.
Del 3% del total latinoamericano, a su vez, casi uno de estos tres
puntos se debía a las exportaciones petroleras” (Frank, 1993).
Pobreza y necesidades básicas
La consecuencia más directa de esta
“década perdida” fue, por supuesto, una acelerada pauperización de las
masas latinoamericanas: un informe de la CEPAL (Comisión Económica para
América Latina y Caribe) de 1997 situaba los índices de pobreza en
niveles verdaderamente preocupantes, todo ello a pesar de que se
hubiera producido una reducción de la misma durante los años
precedentes a la gran ofensiva neoliberal, una reducción que quedó
definitivamente sin efecto después de la denominada “crisis del bienio
1998/99”. Para 1997, tras dos décadas de aplicación sistemática de las
políticas neoliberales, en América Latina y el Caribe aproximadamente
el 40% de los hogares eran pobres (CEPAL, 1997). Para 1999, en torno al
43.8% de la población de la región se encontraba en situación de
pobreza. En términos del volumen de población en situación de pobreza,
éste alcanzaba en 1999 a algo más de 211 millones de personas, de las
cuales algo más de 89 millones se encontraban bajo la línea de
indigencia. Con respecto a 1997 esta cifra representa un aumento de 7.6
millones de personas pobres, en tanto que el número de indigentes tuvo
también un ligero incremento en el trienio, que abarcó a 0.6 millones
de personas (CEPAL, 2001b).
En consecuencia, para el año 2000 la
caracterización de los hogares pobres de América Latina revelaba, entre
otros rasgos, que: “la mayoría de ellos habita en viviendas que
carecen de acceso al agua potable y, en menor medida, con más de tres
personas por cuarto. Además, son hogares con una alta tasa de
dependencia demográfica y baja densidad ocupacional, donde el jefe
generalmente posee menos de tres años de estudio y en algunos casos se
encuentra desempleado. Los niños y jóvenes de hogares pobres suelen
desenvolverse en entornos de bajo clima educacional, se incorporan
tempranamente al trabajo, y muchos de ellos no estudian ni trabajan. En
términos absolutos, poco menos de 77 millones de habitantes de la
región residen en viviendas hacinadas, condición que caracteriza al 29%
de los pobres y al 6% de los no pobres. A su vez, 165 millones de
personas, de las cuales más de 109 millones son pobres, no tienen
acceso al agua potable. Asimismo, el 39% de los 130 millones de
personas que viven en un hogar cuyo jefe tiene menos de tres años de
estudio son pobres. Aunque la inasistencia a la escuela es una realidad
cada vez menos común entre los grupos pobres y no pobres, los menores
de 15 años que residen en hogares con bajo clima educacional ascienden a
más de 83 millones, de los cuales un 74% es pobre” (CEPAL, 2001b).
Por otro lado, la inseguridad
alimentaria y el hambre son fenómenos que en América Latina y el Caribe
están estrechamente asociados a la pobreza extrema, pero no se
confunden con ella. También aquí las cifras eran alarmantes tras el
paso ciclónico del neoliberalismo. Para finales del siglo pasado
(1998-2000) casi 55 millones de latinoamericanos y caribeños sufrían
algún grado de subnutrición, lo que suponía un 11% de la población,
todo ello a pesar de que, según diversos estudios, la región tiene
capacidades para producir hasta un 30% más del alimento necesario con
el que cubrir todas las necesidades alimenticias básicas del global de
la población. Los escasos avances en materia de seguridad alimentaria
registrados desde 1990-1992 en la mayoría de los países sólo
permitieron reducir en poco más de un millón el número de personas que
padecían esta situación de subnutrición: según estimaciones de la
Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la
Alimentación (FAO), hacia fines de los años noventa la subnutrición
afectaba en algunos países a más del 20% de la población (Bolivia,
Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua y República Dominicana) (CEPAL,
2003). En la mayoría de los países de la región, además, la
manifestación más habitual del hambre y la pobreza extrema entre los
niños era la desnutrición crónica (insuficiencia moderada o grave de
talla con respecto a la edad, o retardo en el crecimiento). El 8% de los
niños menores de 5 años en la región se encontraban para el año 2000
en tales condiciones (CEPAL, 2003).
Desigualdad social, condiciones laborales y desempleo
Otra de las consecuencias directas que
el neoliberalismo tuvo sobre la región fue un aumento sin parangón en
la desigualdad de la distribución de los ingresos. Alrededor de 1999,
la desigual distribución de los ingresos se presentaba al mundo como el
rasgo más sobresaliente de la estructura económica y social de América
Latina, lo que le valió para ser considerada como la región menos
equitativa del mundo: “La distribución del ingreso en América
Latina resalta en el contexto internacional, especialmente por la
abultada fracción de los ingresos totales que reúne el 10% de los
hogares de mayores recursos. Salvo en Costa Rica y Uruguay, este
estrato recibe en todos los países de la región más del 30% de los
ingresos, y en la mayoría de ellos ese porcentaje supera el 35%. En
contraposición, la fracción del ingreso recibida por el 40% de los
hogares más pobres es muy reducida, y se ubican en casi todos los
países entre el 9% y el 15% de los ingresos totales, con excepción de
Uruguay donde el grupo mencionado recibe cerca del 22%” (CEPAL, 2001b). La propia CEPAL explicaba así este alarmante fenómeno: “El
escaso dinamismo del ingreso por habitante y del mercado laboral para
crear fuentes de empleo bien remuneradas ha sido insuficiente para
paliar uno de los rezagos que más se reproducen y que es la creciente
polarización social, que se manifiesta en estructuras distributivas
inequitativas y en niveles de pobreza y marginación sumamente elevados” (CEPAL, 2001a).
Por otro lado, de 1989 a 1999 el número
de desempleados en la región aumentó en 11,1 millones, con la tasa de
desempleo a nivel regional pasando de un 4,8% a un 9,2%, según la OIT
(Weisbrot, 2006). Este fenómeno afectó particularmente a la población
urbana, al punto que entre 1990 y 1999 la tasa de desempleo en esas
zonas se elevó de 5.5% a 10.8% en el conjunto de la región (CEPAL,
2001b). En 1989, 57,8% del total de la ocupación latinoamericana eran
asalariados. En 1999, ese porcentaje había caído a 51%, con la pérdida
de 4,7 millones de empleos, siendo 3 millones sólo en el sector
industrial (Weisbrot, 2006). “Uno de los rasgos característicos de
los mercados laborales en la mayoría de los países -de América Latina-
es que la exclusión afecta a una proporción cada vez mayor de la
población; asimismo, son rasgos comunes el mercado creciente de trabajo
informal y una importante dinámica migratoria. Es por esto que durante
las últimas décadas, siete de cada 10 nuevos puestos de trabajo se
crearon en los sectores informales de las economías, la mayoría de
ellos de ínfima calidad” (CEPAL, 2000). Además, en 1995 el salario
mínimo real era inferior al de 1980 en 13 de los 17 países de la
región (CEPAL, 1997).
Crecimiento económico
En lo relativo al crecimiento económico, Atilio Borón (2003) nos aporta unos datos que lo dicen todo: “la
performance de las economías latinoamericanas a partir de 1980
difícilmente podría haber sido más decepcionante. El producto bruto
interno creció a un ritmo anual medio de 1,7% en la década de los
ochenta, y a 3,4% en la siguiente. Dado que en el primero de estos
períodos el crecimiento de la población se situaba en el 2% anual, esto
significó una caída en el PBI por habitante de alrededor de 0,3% por
año a lo largo de toda la década. En la siguiente, con la tasa de
crecimiento poblacional un tanto más disminuida, apenas si se revirtió
la tendencia, quedando el crecimiento del PIB per cápita en una cifra
cercana a un modesto 1,7% anual. Siendo positiva, esta magnitud equivale
a menos de la mitad de las tasas de crecimiento del PIB per cápita que
prevalecían en la región en las tres décadas comprendidas entre los
años de la posguerra y la crisis de mediados y finales de la década de
los setenta, cuando según los diagnósticos del FMI y el BM las
políticas económicas en vigencia adolecían de incurables defectos y
conducían a los países de la región por el sendero del atraso y el
estancamiento”.
De hecho, tal fue la ineficacia
manifestada por el neoliberalismo a este respecto que mientras en los
años que fueron desde 1960 a 1980 el ingreso per cápita en América
Latina, como consecuencia de las políticas desarrollistas aplicadas en
la región por diferentes gobiernos, creció en un 82% en términos reales
– es decir, ajustado por inflación-, de 1980 a 2000, en plena orgía
neoliberal, creció tan sólo 9%; y en los primeros cinco años de esta
década (2000 a 2005), el crecimiento total fue de un 4%. Si queremos
encontrar en América Latina un crecimiento siquiera cercano al fracaso
que supieron estos años de apogeo neoliberal, tendríamos que retroceder
casi un siglo y escoger un periodo que incluya ambos, la Primera
Guerra Mundial y el inicio de la Gran Depresión (Weisbrot, 2006).
Por lo que respecta a la actividad
sectorial, la tasa de crecimiento medio anual pasó de 3.4% en 1970/1980
al 2.1% en 1980/1990, a 1.8% en 1990/1993 y a 2.9% en 1995. El sector
más afectado fue, sin duda, la industria, cuya tasa de crecimiento
medio anual pasó del 5.9% en 1970/ 1980 al 0.5% en 1980/1990 y -0.5% en
1995. Ello contribuyó al establecimiento de cambios significativos en
la estructura productiva de la región. El cambio principal quedó
reflejado en una participación cada vez menor del sector industrial en
la generación del PIB de los respectivos países (Ramírez López, 1999).
Las economías latinoamericanas quedaban así definitivamente ancladas en
su papel de economías de carácter principalmente exportador, según las
demandas de los países desarrollados en el sistema-mundo capitalista,
así como importadoras de productos de consumo generados en los países
desarrollados, todo ello en un marco determinado por la aplicación de
la ley del valor globalizado, mecanismo principal mediante el cual se
producen los desiguales flujos de capital, según nos dicen los
defensores de las teorías del desarrollo desigual, que perpetúan y
hacen aumentar el subdesarrollo en los países de la periferia del
sistema.
¿Neoliberalismo para salir de la crisis y acabar con los problemas de deuda pública?
Por otro lado, a consecuencia de esta
extrema dependencia y la elevada vulnerabilidad a la que el
neoliberalismo, con sus políticas para el ajuste, abocó a América
Latina respecto de las economías desarrolladas, la región se vio
asolada por tres graves crisis económicas en menos de 10 años en el
periodo que va desde 1995 a 2002, todas ellas, por supuesto, generadas
por perturbaciones en las economías del mundo desarrollado, como así lo
reconocía la propia CEPAL: “La crisis por la que atraviesa América
Latina y el Caribe –año 2001- es el tercer episodio en menos de una
década en el que el ritmo de crecimiento del producto interno bruto
regional sufre una brusca caída, haciendo disminuir el producto por
habitante. Las crisis anteriores tuvieron lugar en 1995 y en 1998-1999.
Todas fueron producto de fenómenos de origen externo, lo que coloca en
el vértice de la atención el modo de transmisión de su impacto,
reflejado naturalmente en las cuentas de la balanza de pagos: el
comercio y las corrientes de capital” (CEPAL, 2001c). Además,
entre los años 1980 y 1998 se produjo también un aumento acelerado de
la deuda externa. La deuda externa regional ascendió, de cerca de 290
mil millones de US$ en 1981 a casi 540 mil millones en 1994 (Suárez
Salazar, 2006), llegando a los 725 mil millones en el año 1996 (Daher,
2003). En consecuencia, entre 1982 y 1996 el continente pagó por los
servicios de esa deuda aproximadamente 706 millones de US$ y en 1998 la
deuda desembolsada ascendió a 740 905 millones US$, más del triple de
su monto en 1980 (Miranda, 1999). Entre unas cosas y otras, la
situación financiera de la mayoría de países de la región para finales
del siglo XX era poco menos que agónica.
¿Gobernar para el pueblo o para los intereses del capitalismo internacional?
Al mismo tiempo, y en muchas ocasiones
obligados precisamente por estas calamitosas situaciones financieras,
además de ser un aspecto central en las recomendaciones de las
instituciones neoliberales internacionales, entre 1990 y 1999, las
privatizaciones en América Latina sumaron casi 180.000 millones de
dólares. En las 500 mayores empresas de la región, la propiedad
extranjera pasó de 27,4 a 43 por ciento y la estatal se contrajo de
33,2 a 18,8 por ciento (Daher, 2003), todo ello a pesar de que más del
55% de la población de la región se oponía a tales procesos de
privatización. Las privatizaciones afectaron a casi todos los sectores
de la economía, desde la agricultura, la pesca, la manufactura, el
petróleo, el gas, la industria minera hasta los servicios públicos. En
total, alrededor de 1.500 compañías públicas fueron transferidas al
sector privado o, simplemente, cerradas o declaradas en bancarrota
(Estache y Trujillo, 2004). Los países de la región no solamente
transfirieron al sector privado las pequeñas empresas que estaban en
sectores donde había competencia y para los cuales había muy poca
justificación para la propiedad estatal, sino que también lo hicieron
con sus grandes empresas, en sectores estratégicos de sus economías o
donde hay monopolios naturales, desnudando por completo las capacidades
productivas del sector público. Unos de los primeros efectos de estas
privatizaciones fueron las pérdidas de empleos en las nuevas empresas
privadas respecto de las antiguas empresas públicas. Sólo un 44% de las
empresas mantuvo el total de la plantilla 18 meses después de su
privatización. En algunos casos las pérdidas de empleo llegaron a
afectar a más del 70% de la plantilla (Estache y Trujillo, 2004).
Un caso especialmente significativo fue
el de Argentina, país que no mantuvo en poder del Estado ninguna
compañía importante, con la excepción de algunos bancos nacionales y
provinciales y algunas empresas provinciales de salubridad. Los
resultados de este proceso privatizador se vieron a las claras en la
escandalosa crisis económica que el país tuvo que soportar en el año
2001, una vez estaba completamente vacío de propiedades. Las empresas
públicas fueron privatizadas con las excusas de fomentar su eficiencia,
aumentar los ingresos fiscales del Estado, reducir el déficit público y
acabar con las elevadas deudas externas presentes en los países de la
región. Sin embargo, desde 1982 al 2002, América Latina pagó 1,4 billón
de dólares, por lo menos seis veces más que la deuda acumulada en
1981. “Así, después de malvender empresas públicas y sectores
estratégicos de las economías regionales, la deuda externa sólo siguió
creciendo” (Daher, 2003).
Incluso algunos servicios básicos
fueron progresivamente privatizados en mayor o menor medida, tales como
los servicios de Salud o el agua. Para 1994, según se desprendía de
diversos estudios, se habían referido ya evidencias de tendencias
privatizadoras en los servicios de salud en 15 países de la Región
(Maingón, 1994). La agenda de privatización del agua, por su parte, se
inicia igualmente en la década de los 90. En 1992, en la Cumbre de Río
sobre Biodiversidad se define como horizonte el año 2000 como meta para
establecer nuevas estructuras institucionales y jurídicas en torno al
agua bajo el diseño, apoyo y financiamiento del BM y del FMI quienes
serían los acicates por medio de los cuales se presionaría a los
gobiernos a modificar sus legislaciones y preparar el terreno para el
mercado abierto –liberalizado y privatizado- del agua (Castro Soto,
2006). En consecuencia, entre 1990 y 2005 en América Latina se firmaron
147 contratos de privatización del agua, por un valor de 20.971
millones de US$, lo que supone un 38,6% del total de contratos firmados
en este sentido en el mundo entero, siendo así la región del mundo con
un mayor número de contratos firmados al respecto (Castro, 2007).
Servicios públicos y consecuencias medioambientales
Todo lo anterior, cómo no, tuvo
consecuencias sociales directas en la región. Si para 1992, tras la
“década perdida”, ya eran más de 130 millones de habitantes los que no
tenían acceso a agua segura ni potable; 145 millones no disponían de
sistemas sanitarios de eliminación de excretas y desagües; 300 millones
contaminaban los cursos de agua arrojando sus desechos sin tratamiento
previo; 100 millones, de los cuales el 90% viven en las áreas
urbano-marginales, no tenían acceso a un sistema de recolección de
basuras; 240 millones estaban en condiciones de riesgo para su salud
por el modo en que disponen sus basuras y el medio ambiente; y 100
millones no tenían acceso a servicios permanentes de cuidado directo de
la salud (OPS, 1992), un estudio de la Organización Panamericana de la
Salud (OPS) y de la Organización Internacional del Trabajo (OIT),
señalaba que, a fines de 1999, 267 millones de latinoamericanos y
caribeños sufrían exclusión de los servicios de salud relacionados con
el déficit de camas en los hospitales; 152 millones no disponían de
agua potable y/o alcantarillado y más de 125 millones estaban en
condiciones de “inaccesibilidad geográfica” a los servicios de salud .
Entre una fecha y otra, los logros en estas materias fueron escasos, e
incluso se produjeron retrocesos en algunos de los asuntos mencionados.
Igualmente, para 1997, entre 40 millones y 50 millones de menores de
la región (entre 6 y 14 años) estaban condenados a intentar sobrevivir
en las calles (Suárez Salazar, 2006). En América Latina, además, los
efectos de la crisis mundial de la producción capitalista se combinó
con el retroceso histórico relativo del subcontinente, que inclusive la
precedió, confiriendo localmente a esa crisis una forma
particularmente destructiva, con ejemplos variados de barbarie, que han
ido desde la represión sangrienta hasta las diversas formas de
descomposición social, rural o urbana (Coggiola, 2006).
También, por supuesto, el
neoliberalismo tuvo consecuencias ambientales. En la década de los años
noventa del siglo pasado, cuando el neoliberalismo dio la orden de
privatización y los gobiernos lacayos de Latinoamérica vendieron a
precio de miseria las empresas estatales, las multinacionales,
especialmente españolas y estadounidenses, se lanzaron sobre
Latinoamérica con un afán absolutamente depredador. Los resultados de
parte de esta acción capitalista depredadora, concretamente los efectos
causados por la acción de las multinacionales españolas en la región,
quedaron recogidos en el informe elaborado por Greenpeace España
titulado “Los nuevos conquistadores. Multinacionales españolas en América Latina“,
en el que se analiza el comportamiento de dichas empresas y los
impactos sociales y medioambientales de sus actividades en el
continente. Según Greenpeace: “las multinacionales españolas que
operan en América Latina siguen un modelo de obtención de máximos
beneficios en el plazo de tiempo más breve posible, vulnerando derechos y
mediante la presión a autoridades locales” (Greenpeace, 2009). En
el informe se detallan una serie de prácticas y proyectos de futuro
que atentan descaradamente contra la sostenibilidad ambiental en la
región. Estas prácticas y proyectos comenzaron desde el mismo momento
en que las multinacionales españolas llegaron a la zona de la mano de
los gobiernos neoliberales locales y, aunque generaron grandes olas de
rechazo entre las poblaciones autóctonas, contaron desde el principio
con todo el apoyo de los diferentes gobiernos. Entre otros asuntos,
estos gobiernos neoliberales permitieron a estas empresas el uso del
fenómeno jurídico conocido como “dobles estándares”, es decir, poner en
marcha en América Latina prácticas que no estarían permitidas por la
legislación española y que, caso de ser usadas en España, serían
difícilmente aceptadas por la opinión pública.
Neoliberalismo nunca más
En definitiva, a la vista de estas cifras y acontecimientos, podemos decir con total propiedad que “en
el marco de las políticas neoliberales implementadas casi sin
excepción en toda la región en los años ochenta y noventa se observa
una intensificación sin precedentes de la exclusión social y la pobreza”
(Boron, 2003). En consecuencia también, los pueblos de la región no
podían esperar por más tiempo para emprender un combate a muerte contra
el neoliberalismo, un combate que los hiciera sanar de la enfermedad
cada vez más aguda que padecían en el interior del actual sistema-mundo
capitalista. Y la respuesta de los pueblos llegó: en forma de
movimientos sociales de resistencia primero y de gobiernos progresistas y
de izquierdas después.
Unos gobiernos que han sabido hacer
frente a las políticas neoliberales y que han dado un giro radical a la
realidad política y económica de la región en la última década. Unos
gobiernos que, incluso, han empujado a los gobierno de corte más
liberal que aún existen en la región a abandonar también en gran medida
la agenda neoliberal y que han devuelto a América Latina por la senda
del crecimiento y el desarrollo, devolviendo con ello también la
esperanza a sus respectivos pueblos. Unos gobiernos que, por eso mismo,
han tratado de ser ridiculizados y denostados por las potencias
imperialistas, tratados como gobiernos autoritarios y obsoletos por los
medios de comunicación capitalistas, pero cuyos logros no solo han
dejado en evidencia el carácter manipulador y reaccionario de tales
medios, sino que han demostrado también que los pueblos cuando quieren,
pueden; que realmente hay alternativas al modelo neoliberal para salir
de la crisis económica. Que mientras el neoliberalismo es un cáncer
para el desarrollo de los pueblos, hay otras alternativas que, de
verdad, pueden ayudar a los países asolados por la ofensiva neoliberal a
enderezar su rumbo.
Hugo Chávez fue el primero en iniciar
esta tendencia al cambio en la República Bolivariana de Venezuela, al
resultar vencedor en las elecciones presidenciales del 6 de diciembre
de 1998. En abril de 2002 tuvo que superar un intento de Golpe de
Estado que lo derrocó del poder por un periodo de tres días (del 11 al
13 de abril). Evo Morales, por su parte, llegó al sillón presidencial
boliviano en diciembre de 2005 tras resultar vencedor en las elecciones
presidenciales. Daniel Ortega en Nicaragua y Rafael Correa en Ecuador
llegaron al poder por esta misma vía en el año 2006. Todos ellos han
llevado a cabo sus respectivas medidas revolucionarias, así como el
proceso de integración al ALBA, en el marco de la legalidad democrática
instituida en sus respectivos países, impulsando, eso sí, una reforma
estructural de tal marco democrático cuando la situación así lo ha
requerido para dar cabida a las nuevas orientaciones políticas y
económicas del país. La estrategia política a seguir por estos países
para llevar a cabo los cambios revolucionarios presenta, por tanto, un
carácter puramente democrático, a través de una combinación de varios
elementos: “sublevación popular, salida electoral y refundación del
Estado. Parten fuera de los límites estrictos de la institucionalidad,
llegan a una solución política y, sin embargo, no tratan de
transformar la sociedad con el Estado existente: buscan refundar el
Estado alrededor de la esfera pública, de su democratización conforme a
las características del país, multicultural, multiétnico, etc. Es
una nueva estrategia que combina elementos de sublevación popular con
elementos de salida política (…) no es ni una solución puramente
electoral, ni una solución insurreccional que destruya al enemigo, sino
una alternativa de disputa.” (Sader, 2008b).
Los países citados – que se aglutinan
en torno a la Alianza Bolivariana de las Américas (ALBA)-, en
colaboración con otros países regidos por gobiernos progresistas en la
región, han sabido hacer frente a las amenazas de las potencias
imperialistas, así como a las nefastas consecuencias dejadas en sus
respectivos países por los pasados gobiernos neoliberales, extendiendo
sus procesos de cambio mediante la integración regional y llevándolos
además más allá del ámbito de los acuerdos firmados estrictamente en el
marco comercial e institucional de las diferentes organizaciones
regionales existentes (ALBA, Mercosur, Unasur, etc.). Una verdadera
ruptura con la hegemonía capitalista del sistema-mundo globalizado así
lo requiere. El nacimiento del Banco del ALBA, el Banco del Sur,
PetroCaribe, TeleSur, y otra serie de instituciones colectivas han
demostrado a las potencias imperialistas que el desafío de estos
gobiernos a la ofensiva neoliberal no es algo que haya venido para
marcharse, sino que pretende consolidarse y evitar que nunca más los
pueblos de América Latina deban pasar por lo vivido durante la época de
hegemonía neoliberal. El ALBA, por ejemplo, no es solo un acuerdo
comercial de integración de los pueblos latinoamericanos que conforman
la organización, es mucho más que eso: es un canalizador de los deseos
de soberanía e integración regional que mueven a millones de ciudadanos
y ciudadanas en todo el continente y el Caribe. Acabar con la
dependencia de los países de la región respecto de cualquier forma de
hegemonía (económica, política, cultural, etc.) en relación a los
países del centro desarrollado es también, de manera colateral a todo lo
dicho, su principal objetivo. Y, de momento, los resultados están
siendo bastante buenos, al menos en cuanto a lo que la recuperación de
sus respectivas economías se refiere, así como en la lucha contra la
desigualdad social y la exclusión económica de las mayorías trabajadoras
que residen en sus respectivos países. El patio trasero de los EEUU ha
dejado de serlo y se ha convertido con ello en la esperanza para la
izquierda mundial y un ejemplo a seguir para los pueblos que a día de
hoy están siendo sometidos a las políticas salvajes del neoliberalismo.
3 América Latina y Europa en la actualidad
Diferentes instituciones y organismos
internacionales han podido certificar el progreso realizado por los
diversos países de América Latina durante los últimos años. La región
esta siendo una de las menos afectadas por la crisis actual del
capitalismo y, pese a no estar completamente ajena a la misma, ha
podido consolidarse en la vía del crecimiento económico, así como ha
conseguido importantes avances en la lucha contra la exclusión social,
la disminución de la pobreza y, en general, el respeto a los derechos
sociales de las mayorías trabajadoras. Datos estos que contrastan
enormemente con la actual situación por la que están atravesando la
mayoría de países europeos, y en especial aquellos, como Grecia,
Portugal, Irlanda, Italia o España, más afectados por los problemas de
deuda pública. Paradójicamente, estos países están tratando de resolver
sus actuales problemas mediante la aplicación de las mismas políticas
que hundieron en la más absoluta miseria a los pueblos y las economías
de América Latina, situación de la que solo han sido capaces de escapar
cuando han apostado decididamente por salirse del marco impuesto por
las mismas. Tal vez estos debería hacer reflexionar no ya a los
gobiernos que actualmente están aplicando de manera sistemática tales
políticas -entregados a sus intereses de clase-, sino a los pueblos que
las están sufriendo y que, en última instancia, serán quienes deberán
decidir, si les dejan, el futuro que quieren afrontar y el tipo de
sociedad en la que quieren habitar. Si los pueblos europeos quieren
soluciones, los actuales gobiernos de América Latina, en especial
aquellos que más decididamente han apostado por alejarse de la vía
neoliberal, se las pueden dar. Y no lo digo yo, lo dicen hasta las
propias Naciones Unidas.
En su último informe, la Conferencia de
Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), órgano principal
de la Asamblea General de Naciones Unidas para el análisis de
cuestiones relacionadas con comercio, inversión y desarrollo en el
marco de las relaciones internacionales, reconoce explícitamente el
éxito alcanzado por diferentes estados de América Latina durante los
últimos años, como consecuencia de su progresivo alejamiento de las
políticas neoliberales ortodoxas aplicadas en décadas pasadas por
gobiernos anteriores. El Informe sobre el Comercio y el Desarrollo
(ICD) 2012 revisa las tendencias recientes de la economía mundial y
explora los vínculos entre la distribución del ingreso, el crecimiento y
el desarrollo. Su principal conclusión es demoledora: el crecimiento
de la producción mundial se está desacelerando. Y responsabiliza de
ello a las economías desarrolladas, de las que dice que el alto
desempleo, el desapalancamiento en curso y las presiones a la baja
sobre los salarios están causando una falta de demanda que impide la
dinamización y crecimiento de sus respectivas economías. E incluso se
atreven a dar una recomendación: Una salida de la recesión en los
países afectados por la crisis no se puede dejar exclusivamente a las
fuerzas del mercado por sí solas, sino que las políticas económicas,
impulsadas desde los estados, deben tratar de restablecer la demanda,
en lugar de seguir presionando para imponer la reducción del déficit y
la presión fiscal como única finalidad.
Acerca de la relación entre la
desigualdad de ingresos y el crecimiento, la UNCTAD sostiene que el
aumento de la desigualdad no es una condición necesaria para un
crecimiento económico sólido, ni su resultado natural. Por el
contrario, la plena participación de todos los ciudadanos en los
ingresos de la economía en su conjunto es indispensable para un
desarrollo exitoso y sostenido. Y pone para ello de ejemplo a,
precisamente, América Latina: “La evidencia empírica muestra que el
aumento de la desigualdad de ingresos ha sido una característica de la
economía mundial desde principios de 1980. Sin embargo, en la década
de 2000 en América Latina y en algunas partes de África y el sudeste de
Asia se redujo la desigualdad de ingresos en un contexto de mejora de
las condiciones externas (…) las autoridades deben aplicar políticas
para reducir las brechas de ingresos, lo que a su vez influyen en los
resultados económicos y sociales en general (…) con la reducción de la
desigualdad que se puede lograr así es más probable que se acelere el
crecimiento y la creación de empleo que mediante la tendencia anterior
hacia una menor tributación progresiva y disminución de las
transferencias sociales”. Igualmente, basándose también en la
experiencia latinoamericana, el informe critica la liberalización del
mercado laboral propia de la ortodoxia neoliberal, a la que hace
responsable en gran parte de la destrucción masiva de empleo que se ha
venido produciendo en los países “desarrollados” en los últimos años y
pide que se acabe con dicho paradigma neoliberal: “el paradigma de
la flexibilidad del mercado de trabajo no sólo ha logrado reducir el
desempleo, sino incluso ha tendido a exacerbar. Esto se debe a que los
desempleados se ven obligados a aceptar salarios más bajos con el fin de
encontrar un trabajo (…) es el crecimiento salarial en función del
incremento de la productividad lo que impide un aumento de la
desigualdad, así como apoya el proceso de crecimiento económico y
creación de empleo”. Todo ello, como decimos, apoyándose en los
resultados económicos y de creación de empleo obtenidos en los últimos
años por diversos países que se han alejado del modelo neoliberal,
principalmente en América Latina.
Según el mencionado informe, la
economía mundial se debilitó considerablemente a finales de 2011 y los
riesgos de un agravamiento de ese retroceso se acentuaron en el primer
semestre de 2012. Se prevé que el crecimiento del producto interno
bruto (PIB) mundial, que ya sufrió una desaceleración en 2011, siga
disminuyendo en 2012 y se sitúe en torno al 2,5%. La recesión afecta,
sigue indicando el informe, sobre todo a la zona del euro, “cuyas
autoridades no han logrado hasta la fecha presentar una solución
convincente a los desequilibrios internos de la zona y el consiguiente
sobreendeudamiento. La elección de una política de austeridad a
rajatabla impide volver a un crecimiento económico sostenible. De hecho
no puede descartarse que la situación económica de Europa se deteriore
aún más”. La experiencia de América Latina en los años 80 y 90,
como ya hemos podido ver con anterioridad, así nos lo indica también.
Los problemas para los países europeos, sobre todo si siguen apostando
por la vía ortodoxa para “salir de la crisis”, no han hecho más que
comenzar y, desde luego, apenas si estamos empezando a ver sus
consecuencias sociales.
Sin embargo, el propio informe marca, a
la luz de experiencia abierta en el continente americano, el camino a
seguir para aquellos países del euro que quieran retomar la senda del
crecimiento económico y la creación de empleo: “Aunque el
crecimiento del PIB se está ralentizando moderadamente en América
Latina y el Caribe, se prevé que seguirá siendo del orden del 3,5% en
2012, gracias a una demanda interna vigorosa, sustentada por el aumento
de los salarios reales y del crédito al sector privado. Varios países
han respondido al deterioro de las condiciones externas con medidas
anticíclicas, como el incremento del gasto público y la adopción de
políticas monetarias más favorables. Esos países han aprovechado el
espacio de políticas creado por el aumento de los ingresos públicos y
la aplicación de políticas financieras activas, incluida la gestión de
las corrientes de capital extranjero. En consecuencia, las tasas de
inversión van en aumento y la tasa de desempleo ha descendido al nivel
más bajo de los últimos decenios”. Todo ello, como hemos visto,
pese a haber sido asolados por la destrucción neoliberal durante más de
dos décadas. Por citar algunos ejemplos relevantes, según el informe
“Estudio económico de América Latina y el Caribe 2012” de la CEPAL
(2012), Bolivia, Nicaragua y Venezuela crecerán en torno al 5% este
mismo año, Ecuador un 4,5%, Cuba un 3%. En general, con la excepción de
Paraguay, todos los países de la región crecerán, incluidos aquellos
países con gobiernos derechistas que igualmente abandonaron las
consignas ortodoxas. ¿Nos vamos entendiendo, pueblos de Europa?
Si todavía no hemos sido capaces de
entendernos, el informe de la UNCTAD nos ayudará un poquito más. Dice
el mencionado informe que son los países desarrollados la principal
amenaza en la actualidad para el crecimiento de la economía mundial y
pone, de nuevo, especial énfasis en la situación de los países del
Euro, en los cuales “la austeridad fiscal se ha convertido en la
regla de oro, lo que ha conllevado recortes presupuestarios
particularmente drásticos en los Estados miembros de Europa Meridional.
Tal medida podría resultar no solo contraproducente, sino incluso
fatal para el euro y nefasta para el resto del mundo”, para continuar unos párrafos después asegurando que “a
las sombrías perspectivas de la recuperación mundial se suma el
problema de que, al parecer, los dirigentes de los países desarrollados,
especialmente los europeos, una vez más han depositado sus esperanzas
en las reformas estructurales. Ahora bien, con demasiada frecuencia, se
entiende por reformas la liberalización de los mercados laborales, con
recortes salariales, debilitamiento de los mecanismos de negociación
colectiva y una mayor diferenciación salarial entre sectores y empresas.
El razonamiento que explica ese programa de reformas estructurales es
erróneo, pues se basa en consideraciones puramente microeconómicas y no
tiene en cuenta la dimensión macroeconómica de los mercados laborales y
la fijación de los salarios. Ese empeño en realizar tales reformas
puede ser peligroso en una situación como la actual, de aumento del
desempleo y disminución de la demanda privada. Además, un reequilibrio
asimétrico que coloque la carga del ajuste exclusivamente en los países
de la periferia europea, abrumados por la crisis y con cuentas
corrientes deficitarias, inevitablemente frenará aun más el crecimiento
regional”. ¿Queda claro, no?
El informe en general es toda una
demostración de las nefastas consecuencias que el neoliberalismo ha
tenido en la economía mundial durante las últimas tres décadas,
aportando datos claros y contundentes sobre las mismas, así como las
razones que han llevado a las mismas. No obstante, cuando vuelve su
mirada hacia América Latina establece claramente una separación entre
las décadas neoliberales y las políticas aplicadas durante los últimos
años, principalmente por las grandes diferencias que, a nivel de
resultados, se hacen presentes en una época y la otra: “En América
Latina y el Caribe, la desigualdad se acentuó en los años ochenta y
noventa en 14 de los 18 países sobre los cuales se dispone de datos
pertinentes. En 2000, alcanzó un máximo histórico en el conjunto de la
región, pero desde entonces ha disminuido en 15 de esos 18 países”.
También señala el informe la “crisis de
deuda” de principios1980 como el origen de buena parte de los
problemas de los países de América Latina durante la décadas
posteriores, no como conseuencia de la crisis de deuda en sí, sino a
consecuencia de las políticas neoliberales que se implementaron con la
excusa de acabar con tal crisis de deuda pública. ¿Les suena de algo
eso de la crisis de deuda pública y la aplicación de medidas
neoliberales para salir de ella; les recuerda a algo que ustedes estén
viviendo en la actualidad? Seguro que sí. En concreto, el informe
señala que “la desindustrialización que experimentaron varios países
en desarrollo en los años ochenta y noventa es ante todo el resultado
de las políticas macroeconómicas y financieras que adoptaron en el
período inmediatamente posterior a las crisis de la deuda de principios
de los ochenta. En el contexto de los programas de ajuste estructural
aplicados con el apoyo de las instituciones financieras internacionales,
esos países emprendieron al mismo tiempo procesos de liberalización
financiera y apertura comercial, aplicando tipos de interés internos
elevados para contener altas tasas de inflación o atraer capital
extranjero. Con frecuencia, esto provocó la sobrevaloración de su
moneda, la pérdida de competitividad de los productores nacionales y la
caída de la producción industrial y la inversión en capital fijo,
incluso cuando esos productores nacionales intentaban resistir a la
presión sobre los precios con medidas de compresión salarial o despidos
de personal”. Lo cual, por supuesto, no ha impedido que los
gobiernos europeos hayan vuelto a confiar ahora en esas mismas políticas
ortodoxas para, dicen, “acabar con la crisis de deuda pública”. No
hace falta ser ningún premio Nobel en economía para aventurar cuál será
el resultado final: el apartado anterior en el que hemos expuesto los
efectos de las mismas en América Latina, nos lo indica. ¿De verdad
estamos dispuestos a llegar a semejante situación sabiendo, como sabemos
a la luz de estos datos, que es seguro que es hacia esas trágicas
consecuencias hacia donde vamos? Que nadie diga después, si no lo
evitamos antes, que no estábamos avisados y que no podíamos saber lo que
iba a pasar, lo que, de hecho, ya está empezando a pasar en Grecia,
Portugal o la misma España.
Estamos avisados, de la misma forma
que, si queremos, podemos saber cuál es el camino a seguir para evitar
que tales consecuencias sigan haciéndose presentes hasta llegar a la
tragedia social que tuvieron que vivir los pueblos de América Latina en
la década de los 90 y principios de este mismo siglo XXI. De nuevo es
la UNCTAD la que, apoyándose en los datos de los países de América
Latina durante los últimos años de abandona de la ortodoxia neoliberal,
nos indica el camino: “desde 2002, algunos países ricos en
recursos naturales, especialmente de América Latina, han conseguido
convertir la mejora de la relación de intercambio en un aumento
generalizado de los ingresos en el conjunto de la economía, reduciendo
así las disparidades entre niveles de ingresos. Para ello, estos países
aumentaron sus ingresos fiscales y aplicaron políticas fiscales e
industriales bien dirigidas, lo cual contribuyó a crear puestos de
trabajo de buena calidad fuera del sector de los productos básicos. El
aumento del gasto fiscal creó puestos de trabajo de forma directa en el
sector público y en el sector de los servicios, y de forma indirecta
en las ocupaciones relacionadas con el desarrollo de infraestructuras y
en la industria manufacturera. También fue muy importante a este
respecto la aplicación de políticas fiscales anticíclicas y de unos
impuestos sobre la renta más progresivos. Asimismo, muchos países
dedicaron el aumento de los ingresos públicos a incrementar el gasto
social. Varios países adoptaron además sistemas de tipos de cambio
administrados y medidas de control de capitales para poner freno a la
entrada de capitales con fines especulativos e impedir una revaluación
excesiva de sus monedas”. ¿Nos entendemos ya del todo, o hacen
falta todavía más evidencias? A estas alturas del texto, el que no haya
comprendido ya cuál es el camino que deben seguir los pueblos europeos
para salir de la actual situación de crisis capitalista, para hacer
frente a la estafa que nos están haciendo tragar desde los diferentes
gobiernos neoliberales al dictado de la Troika, o es un burgués con
intereses de clase en que se siga discurriendo por la vía neoliberal o
es un inconsciente al que no le importa que millones y millones de
personas se vayan a ver abocadas a situaciones de auténtico dramatismo
social solo para que unos pocos intereses privados se sigan
enriqueciendo a manos llenas. No cabe otra opción.
Nos dicen que no hay otro camino para
salir de la crisis económica actual y, sobre todo, que la aplicación de
estas políticas son la única solución posible para la crisis de deuda
pública a la que actualmente se están viendo sometidos diversos países
de la periferia europea. Sin embargo, ya vimos con anterioridad como,
ante circunstancias similares, la aplicación de estas políticas no solo
no acabaron con el problema de la deuda pública, sino que lo agravaron
hasta niveles insostenibles, obligando a los estados latinoamericano a
pagar cada vez mayores cantidades solo en intereses de la misma.
Justamente lo que estamos viendo que está ocurriendo en, por ejemplo,
el estado español desde el comienzo de la ofensiva neoliberal en Mayo
de 2010, y no hay más que mirar los Presupuestos Generales del Estado
desde el 2010 a 2013 para comprobarlo. Para ese 2013 la deuda del
estado español está previsto que llegue a ser del 100% del PIB estatal,
y solo en intereses de tal deuda el estado deberá pagar cerca de
40.000 millones de euros. La situación actual en América Latina, una
vez que consiguieron salirse del bucle neoliberal y hacer frente a las
graves crisis de deuda que muchos de estos países atravesaron también
tanto a principio de los 80 como a finales de los 90 y principios del
siglo XXI, es bien diferente. Según la CEPAL (2012) en 2011 algunos
países de América Latina, como Venezuela, el Ecuador, Guatemala, Haití,
el Paraguay, el Perú y Chile, mantuvieron una deuda pública inferior
al 30% del PIB. Considerando las políticas fiscales prevalecientes y
las proyecciones de crecimiento, asegura la CEPAL, se espera que
continúe la tendencia a la baja en los próximos años. De hecho, se
espera un promedio regional en torno al 30% del PIB hacia 2015. ¡Un 30%
del PIB en una región asolada por los problemas de deuda pública en
buena parte de sus países hace algo menos de 10 años! Parece ser
entonces que alguien nos está engañando en Europa cuando nos dicen que
las actuales políticas de reformas estructurales y recortes sociales se
hacen para acabar con el problema de la deuda, ¿no? En numerosas
publicaciones de la CEPAL se ha documentado la caída del nivel de la
deuda pública como porcentaje del PIB en la mayoría de los países de la
región y el cambio en su composición, con una predominancia, en los
últimos tiempos, de la deuda interna. Actualmente, la deuda pública
externa representa cerca de 15 puntos del PIB de la región, en
comparación con el 85% que registraba este indicador en 1990. ¿Qué dirá
De Guindos de todo esto?
En línea de lo expuesto por el informe
de la UNCTAD, que fijaba en el año 2002 el punto de inflexión a nivel
global en la modificación de las tendencias macroeconómicas reflejadas
por los países de América Latina, es decir, justo después de alcanzar
los peores datos económicos y socioeconómicos a consecuencia de la
barbarie neoliberal y su “década perdida” en los 80, la CEPAL nos
explica también de qué manera actuaron los países latinoamericanos a
partir de tal año en materia de políticas fiscales, dejadas ya atrás,
en la mayoría de países, la ortodoxia neoliberal que había marcado a la
región en las dos décadas anteriores. Entre 2003 y 2012, dice la
CEPAL, la política fiscal en la mayor parte de los países de América
Latina y el Caribe se ajustó a la naturaleza del ciclo económico en que
se encontraba la región y tuvo cuatro orientaciones generales: i) la
generación de superávits primarios y la reducción de la deuda pública
entre 2003 y 2008, previamente a las adversidades externas del período
2008-2009; ii) la reorientación del gasto y de los impuestos para
evitar los efectos regresivos del aumento de precios en 2008; iii) la
estabilización de la demanda interna mediante el aumento del gasto
público en 2009, y iv) el inicio de reformas fiscales, por el lado de
los ingresos y del gasto, para consolidar las finanzas públicas a
partir de 2010. La reorientación de gastos e impuestos de 2008 incluyó,
por el lado de los ingresos, la reducción de impuestos aplicables al
consumo o a la importación de alimentos, subsidios para transporte y
energía, ayuda alimentaria, créditos preferenciales para fomentar la
producción agropecuaria y la compra directa de alimentos por parte del
sector público en algunos casos. El informe de la CEPAL fija en el año
2009 una especie de “prueba de fuego” para las economías de América
Latina y sus políticas fiscales, así como la estabilidad de su sistema
fiscal y el nivel de su deuda pública asociado de manera directa a la
aplicación más o menos eficiente de la misma. 2009 es el año en que los
efectos de la crisis internacional desatada en 2008 en los EEUU se
hace presente en la región y con ello las dificultades de los estados
para mantener el nivel de los ingresos fiscales en proporciones
adecuadas al elevado volumen de gasto público que venían desarrollando,
ante el elevado nivel de ingresos que habían recibido, durante los
años anteriores a tal fecha. Un desfase entre ambos aspectos podría
devolver a los países de la región a los tiempos de los problemas
vinculados a la deuda pública. Esto llevó a los estados a verse
obligados a tener que hacer una serie de reformas que evitaran dicha
situación, ya que el ajuste entre ingresos y gastos no se había hecho
de manera natural en ese balance de 2009. El informe de la CEPAL lo
explica así: “La generación de superávits primarios antes de la
crisis en América Latina facilitó la implementación de políticas
fiscales contracíclicas en 2009 mediante un aumento del gasto que no se
ajustó mecánicamente ante la reducción de ingresos fiscales ocurrida
ese año. Las iniciativas se concentraron en aumentos de la inversión en
infraestructura, planes de vivienda, programas de apoyo a las pymes y
una amplia gama de programas sociales. Los rezagos en la formulación y
la aprobación legislativa de proyectos de inversión y los diversos
problemas de capacidad de implementación retrasaron la ejecución de
inversiones en algunos países, mientras que las respuestas en el ámbito
del gasto social fueron más ágiles. Los gobiernos también impulsaron
modificaciones de los impuestos sobre la renta y sobre las ventas, que
incluyeron la disminución de tasas, devoluciones anticipadas y
deducciones. Se flexibilizaron las restricciones fiscales aplicables a
autoridades subnacionales y varios gobiernos moderaron las metas del
superávit primario, al tiempo que se acudió a la banca regional y
multilateral de desarrollo en numerosos países para financiar el mayor
gasto público ante la reducción de ingresos. En síntesis, si bien hubo
variaciones entre países, se aprovechó el espacio fiscal generado
previamente y, por otra parte, se mantuvo el endeudamiento público
dentro de límites que, en general, no amenazaban la sostenibilidad
fiscal”. Pero lo más sorprendente de todo, a la vista de lo que
nos dicen, nos aseguran y nos venden como único modelo válido y
posible, los apologetas del neoliberalismo, es saber que fueron
aquellos países que trataron de combatir dicha situación de riesgo
mediante un aumento del gasto público los que mejores resultados
obtuvieron, en comparación con aquellos otros que aplicaron medidas de
corte liberal como la reducción de impuestos: “En 2009 las acciones
por el lado del gasto parecen haber tenido mayor impacto que los
estímulos promovidos mediante la reducción de impuestos, no solo por su
magnitud, sino también porque incidieron de manera más directa sobre
el consumo en un momento en que existía el peligro de una contracción
severa de la demanda agregada y en que la incertidumbre impedía que el
sector privado, a pesar de contar con diversos estímulos e incentivos,
pudiera aumentar sus inversiones”. Es decir, fue el gasto público
el que permitió dinamizar y revitalizar las economías de estos países
frente a los efectos de la crisis económica mundial, algo que no solo
no generó un mayor déficit y problema de deuda pública para el estado,
sino que consiguió consolidar y en algunos casos aumentar el nivel de
ingresos fiscales de tales países pudiendo seguirse así con mayores
inversiones en gastos social y, a su vez, con el crecimiento económico
mediante la consolidación de la demanda interna (consumo).
Contrariamente a lo ocurrido en crisis previas, en la región en su
conjunto la inversión pública no ha sido utilizada como variable de
ajuste dado que, como proporción del PIB, entre 2008 y 2009 se mantuvo
prácticamente constante, al subir de un 4,5% a un 4,6% . Esto contribuyó
a que, después del aumento observado en 2009 a consecuencia del
impacto de la crisis, a nivel regional tanto en 2010 como en 2011 la
deuda pública cayera en relación con el PIB (CEPAL, 2012b). Si estos
datos los comparamos con lo ocurrido en el estado español y otros
países europeos desde ese mismo 2009, a su vez que comparamos las
medidas aplicadas en unos casos y otros, los neoliberales que ahora
gobiernan estos países simplemente tendrían imposible seguir con sus
discursos y sus cuentos para no dormir, ya que no ni un solo ciudadano
preocupado por su futuro y el de la economía de su estado, les podría
creer. Pero, desafortunadamente, para la mayoría de estos ciudadanos
estas políticas aplicadas en América Latina y que tan buen resultado
les ha dado en los últimos años, es propio de gobiernos totalitarios o,
peor todavía, son medidas “populistas”. Y así nos va, claro.
Pero hay más, con el objetivo de
disminuir la incidencia negativa del alza de precios de los alimentos y
los combustibles sobre la destrucción de empleo y una posible bajada
de salarios, los gobiernos, según la CEPAL, “acudieron
principalmente a nuevos o reforzados programas de transferencias
dirigidas a los más pobres, subsidios y controles de precios y
programas de distribución de alimentos. El aumento de los salarios
mínimos también evitó reducciones de los salarios reales en varios
países. Debido a que el alza de precios de los combustibles y los
alimentos se revirtió, el incremento de los salarios reales contribuyó a
moderar la reducción del consumo como consecuencia de la recesión y
favoreció un mayor nivel de actividad económica en la región en la
crisis de 2008 y 2009. Además, para proteger el empleo durante la
crisis se reforzaron antiguos programas y se crearon otros nuevos que
incluyeron la reducción de la jornada laboral, esquemas de
capacitación, la disminución de las contribuciones patronales a la
seguridad social para bajar los costos laborales, programas de
emergencia para generar empleo, la ampliación del acceso a seguros de
desempleo o su prolongación, y la creación o extensión de subsidios para
la contratación de jóvenes. Los programas de transferencias
condicionadas se ampliaron o se establecieron durante este período;
además, se introdujo una pensión básica no contributiva en algunos
países, se fortalecieron los programas de apoyo alimentario y se
entregaron bonos a personas u hogares vulnerables”. ¿Igualito que
hicieron estos mismos países en las décadas de los 80 y los 90, o que
actualmente se está haciendo en Grecia, Portugal, Irlanda o la misma
España, verdad?
Las consecuencias directas de todo esto
son, ni más ni menos que, a diferencia de lo vivido durante la década
de los 90 o lo que actualmente está sucediendo en Europa, especialmente
en los países con mayores problemas económicos, el empleo en América
Latina se encuentra a niveles de máximos históricos (o el desempleo a
nivel de mínimos históricos, como se quiera ver), así como se ha
producido una mejora considerable tanto en la remuneración como en la
calidad y estabilidad del mismo, lo que, a su vez, contribuyó a mejorar
la salud macroeconómica de los estados. “El aumento del empleo y
la mejora de su calidad, así como los salarios más altos, continuaron
contribuyendo a la expansión moderada de la demanda interna de la
región, y en particular del consumo. En primer lugar, para el conjunto
de diez países para los que se cuenta con información trimestral,
durante el primer semestre de 2012 la tasa de desempleo urbano cayó 0,4
puntos porcentuales respecto del mismo período del año anterior (de un
7,2% a un 6,8% de la población económicamente activa). (…) Tal como
ocurrió en los últimos años, en los cuales hubo un crecimiento
económico relativamente elevado, en muchos países el empleo asalariado
continuó liderando la generación de empleo y en cinco de diez países
con información disponible aumentó su participación en el empleo total,
mientras en dos se mantuvo estable. Esto sugiere que la calidad del
empleo continuó mejorando. (…) La evolución de los salarios reflejó la
situación de empleo relativamente favorable que predominó en la región,
caracterizada por una caída de la tasa de desempleo en un contexto de
demanda laboral todavía fuerte. Además, la inflación contenida
contribuyó a que, en términos reales, el crecimiento de los salarios
del sector formal se acelerara (en el promedio simple de nueve países)
respecto de los dos años previos, con un aumento del 3,0%. La
Argentina, el Brasil, Panamá, el Uruguay y Venezuela (República
Bolivariana de) registraron aumentos reales interanuales por encima del
3%. Estos aumentos alcanzaron entre un 2% y un 3% en Chile y Costa
Rica, mientras que en Colombia, México y Nicaragua las variaciones
fueron menores del 1%”.
En general, el aumento del gasto social
que se ha llevado a cabo durante la última década en la región, una
vez los diferentes gobiernos, y en especial los gobiernos de
izquierdas, abandonaron el paradigma neoliberal, es evidente, como
también lo es la respuesta, desde el gasto y la protección social, para
mitigar el impacto de la crisis de 2008-2009 en los sectores más
vulnerables. Así año a año está disminuyendo la pobreza y la
desigualdad en la región, y su principal causa es, en primer lugar, el
incremento en los ingresos laborales y, en segundo, el aumento de las
transferencias públicas hacia los sectores más vulnerables (CEPAL,
2011). Todo ello, además de reducir las desigualdades sociales y dotar a
la región de una mayor equidad y una mejor redistribución de la
riqueza que va en beneficio principalmente de las clases trabajadoras y
de los sectores más empobrecidos, ha hecho también que las economías
de estos países hayan crecido casi sin interrupción durante los últimos
diez años, así como ha conseguido estabilizar la mayor parte de sus
índices macroecómicos. El abandono del paradigma neoliberal, pues, no
solo ha servido para mejora la calidad de vida de los trabajadores y
trabajadoras de estos países, reducir las diferencias de clase y atajar
algunos de los problemas más urgentes -relacionados con los derechos
humanos básicos- que asolaban a los pueblos latinoamericanos a finales
de los 90 tras la pesadilla neoliberal y su “década perdida”, sino que
ha convertido a las economías estatales en unas economías saneadas y
mucho mejor preparadas para hacer frente tanto a la crisis
internacional como los problemas derivados de su situación de
dependencia respecto de las potencias imperialistas, a muchas de las
cuales están superando ya, por mucho, en cuanto a lo que estabilidad y
salud macroeconómica se refiere. Imagino que no es necesario exponer
mucho más al respecto: la lección para los pueblos de Europa que
actualmente están atravesando por los mismos problemas que pasaron la
mayoría de estos países en los 90 y a los que se les están aplicando
las mismas “soluciones” que entonces trataron de aplicarles allí y que
condujeron a las dramáticas situaciones sociales y económicas en el
apartado anterior expuestas, parece más que obvia.
4 Conclusiones
Los países de la periferia capitalista
han tenido que soportar durante las últimas décadas la terrible
arremetida neoliberal, con los resultado que, para el caso concreto de
América Latina, ya vimos en los primeros apartados de este artículo: un
aumento de la pobreza, la desigualdad social, la concentración del
capital, el hambre, el desempleo, la precariedad laboral, la falta de
oportunidades y la vulnerabilidad económica respecto de los países
desarrollados. En consecuencia, las condiciones objetivas para la
emergencia de los procesos revolucionarios de corte nacional-popular
aventurados no habían hecho sino intensificarse durante las últimas
tres décadas. Los pueblos de la periferia capitalista no se podían
quedar de brazos cruzados ante tal arremetida neoliberal, mientras los
terribles efectos sociales de sus políticas iban en aumento en el mundo
entero. Era sólo cuestión de tiempo esperar que fuesen los propios
pueblos quienes tomasen la palabra y se levantaran en lucha abierta
contra las trágicas condiciones a las que el capitalismo neoliberal los
estaba abocando en virtud de su condición de economías periféricas y
dependientes. Para estos pueblos no quedaba entonces más remedio que,
antes o después, pasar a la acción. En unas circunstancias así, con un
mundo cada vez más polarizado entre aquellos países desarrollados que
lo tienen prácticamente todo, y aquellos países subdesarrollados que no
tienen prácticamente nada, abandonar la senda neoliberal y emprender
el camino del desarrollo auto-centrado y de la desconexión colectiva, a
nivel de bloques regionales integrados política, económica, social y
culturalmente, se abría ante los países de la periferia como una
necesidad prácticamente existencial. Afortunadamente para ellos, no han
sido pocos los países de América Latina que, apoyados en la voluntad
de sus pueblos, decidieron sumarse a esta nueva etapa de desarrollo
económico, una etapa en la que las políticas basadas en criterios de
tipo social (aumento del gasto público, nacionalización de sectores
estratégicos, redistribución de la renta, sistemas fiscales
progresivos, intervención y regulación del estado en la economía
privada, atención prioritaria a las demandas básicas de los sectores
más desfavorecidos, etc.) fueron abriéndose paso frente a las políticas
ortodoxas y antisociales del neoliberalismo, dejando así atrás la
tutela ejercida sobre sus economías por las instituciones financieras
internacionales, recuperando sus propios espacios de soberanía
económica y construyendo sobre tal base un nuevo panorama político y
económico radicalmente contrario al vivido durante las décadas
neoliberales, con unas consecuencias más que positivas para el
desarrollo y estabilización de sus economías estatales, así como para
el beneficio de las clases trabajadoras.
Sin embargo, ironías de la historia,
son ahora los países europeos, y en especial los países de la periferia
de la zona euro (históricamente consolidados como países
pertenecientes al “centro” del sistema-mundo capitalista), quienes se
están viendo abocados a vivir situaciones muy similares a las
atravesadas por la mayoría de países de América Latina en décadas
pasadas. Y, como ya ocurriese entonces en los países latinoamericanos,
nuevamente las políticas de ajuste y reducción del gasto público
propias de la ortodoxia neoliberal, están demostrando ser un
estrepitoso fracaso a la hora de encauzar a estos países por la senda
del desarrollo socioeconómico y el crecimiento económico. Los pueblos,
pues, en este caso los pueblos europeos, se ven nuevamente frente a la
dicotomía de tener que seguir apostando por una renovación de la
confianza en el papel de sus burguesías nacionales como guiadoras del
progreso económico del país y de las instituciones financieras
internacionales como garantes e impulsoras de sus políticas económicas, o
apostar por dar paso a nuevos modelos de corte nacional-popular
mediante los cuales sea el propio pueblo quien tome las riendas del
progreso hacia el desarrollo del país, tal cual han hecho en buena parte
de los países de América Latina, lo que a su vez ha provocado que
incluso países con gobiernos de derechas se hayan visto obligados a
hacer concesiones sociales y económicas alejadas de los dogmas
neoliberales. Ahora solo falta que los pueblos de Europa sepan aprender
de la experiencia latinoamericana y se sumen cuanto antes a los aires
de cambio y esperanza que vienen de aquellas tierras, a poder ser sin
necesidad de tener que llegar a la trágica situación social que aquellos
países vivieron en los 90.
América Latina está viviendo un proceso
de transformación, un verdadero cambio de época. Tras haber sido el
bastión duro del neoliberalismo durante las dos últimas décadas del
siglo XX y primeros años del siglo XXI, los proyectos revolucionarios
que aspiran a orientar a la región hacia la senda de un verdadero
desarrollo auto-centrado de corte nacional-popular, se han multiplicado
por todos sus rincones, de Norte a Sur, de Este a Oeste. La aspiración
para que sean los propios pueblos latinoamericanos quienes tomen en
manos propias el destino político y económico de la región avanza en el
continente. Después de largos años de pérdida de autodeterminación,
caracterizados por los ínfimos resultados a nivel de desarrollo que
proporcionaron a la región la aplicación sistemática y generalizada de
los postulados neoliberales, se fortalece el sujeto colectivo,
integrador y solidario, que construye su propio futuro. El ALCA ya fue
enterrado en Mar de Plata, Argentina. El sur que orienta ahora a los
pueblos del continente es la vida concreta de las mayorías. Venezuela
en su nueva constitución situó oficialmente al ser humano en el centro
de la economía. Bolivia, Nicaragua y Ecuador se sumaron rápidamente al
proceso de cambio y cada vez más pueblos latinoamericanos juntos
construyen lazos solidarios. Cuba se mantiene impertérrita a los
desafíos de las décadas. Fruto de todo ellos es el nacimiento de la
Alternativa Bolivariana para los pueblos de nuestra América (ALBA). Una
organización que ha sabido aglutinar las luchas y resistencias
anti-neoliberales de los años 90 con la emergencia de los nuevos
proyectos bolivarianos de principios del siglo XXI en torno al
denominado socialismo del Siglo XXI. Colectivos sociales y Gobiernos
revolucionarios se dan la mano en el interior de esta organización que
lucha por la defensa de la soberanía y por la implantación de una
democracia verdaderamente participativa en América Latina. Su
estructura de integración territorial, solidaria y comprometida con el
desarrollo auto-centrado de los pueblos, supone un verdadero desafío
político y económico a la hegemonía capitalista que perdura aún hoy a
nivel mayoritario en el mundo. El ALBA ha tomado la desconexión
colectiva del sistema-mundo capitalista como su principal prioridad de
acción para llevar a los pueblos integrantes por la senda de la
justicia social, el reparto equitativo de las riquezas, el respeto de
los derechos humanos, la extensión de las garantías sociales y, en una
palabra, el desarrollo. Desconexión, democracia y transición hacia el
socialismo son, al igual que lo planteado por el economista marxista
Samir Amin en sus teorías, sus tres ejes fundamentales de
funcionamiento. La integración latinoamericana ha dejado de ser un sueño
posible para convertirse ya en un camino transitable y que poco a poco
comienza a ser recorrido por los pueblos, naciones y Estados de la
región. Será cuestión de tiempo saber hasta dónde puede o no llevar este
camino. El ALBA, en cuanto a su real alcance, aún tendrá que pasar la
prueba del tiempo y, con ella, el paso de los gobiernos que lo apoyan
actualmente, venciendo los obstáculos propios de la lucha por la
hegemonía económica internacional; una prueba que a otras iniciativas
les ha costado superar. Sin embargo, el camino ya está abierto y parece
complicado pensar que tenga visos de quedar definitivamente cerrado en
los próximos años. La transición hacia una desconexión colectiva y una
superación del capitalismo es hoy algo más que un proyecto en América
Latina: es la constatación de una realidad. Pero es mucho más que eso:
es también la constatación definitiva de que el capitalismo, fracasadas
todas las vías para el ajuste, puede y debe ser superado en los pueblos
y países de la periferia. Entre los cuales, para nuestra desgracia, se
encuentran también ahora buena parte de los países europeos que hasta
hace unos pocos años se creían ajenas per se a todo este tipo de
problemas sociales y económicos propios de esos países a los que se los
ha llamado con desprecio “el tercer mundo subdesarrollado”.
Si bien es cierto que la actual
emergencia en algunos lugares del mundo, y específicamente en América
Latina, de procesos revolucionarios de corte “nacional-popular” no
garantiza que el capitalismo, como sistema-mundo de carácter
hegemónico, vaya a ser superado, y el mundo re-direccionado hacia un
verdadero escenario de fuerzas policéntricas, lo que sí parecen
confirmarnos estos procesos abiertos en la actualidad es que Samir Amin
andaba en lo cierto cuando anunció la emergencia de procesos de este
tipo en los países empobrecidos como una consecuencia lógica al propio
funcionamiento del sistema capitalista, sus contradicciones y las
terribles consecuencias que éstas generan en aquellos países incapaces
de ser dueños de su propio futuro, al ser incapaces de tener un
verdadero control sobre el desarrollo de sus fuerzas productivas y
sobre la gestión de sus propios recursos, orientados ambos casos hacia
la dependencia exterior y no hacia un desarrollo interior
auto-centrado, como es el caso de los países desarrollados, y como
sería lo deseable, según la propuesta teórica de Amin, para alcanzar un
verdadero desarrollo. No creemos que Amir estuviera pensando en estado
como Grecia, Portugal, Irlanda, Italia o España cuando desarrolló sus
teorías, pero, qué duda cabe, a día de hoy la realidad hace que debamos
empezar a tratar a estos estados bajo los mismos parámetros con los
que hemos estado mirando y analizando a los países de la periferia
capitalista, una periferia de la que ahora también forman parte. Por
tanto, los pueblos de Europa que atreviesa esta situación actual harían
bien en girar su mirada hacia América Latina, y comenzar a construir
procesos similares a los que allí se han venido construyendo en los
últimos años. La desconexión, al menos parcial, del sistema-mundo
capitalista, la salida de estos estados del bucle económico de
deuda-recortes-recesión económica-y vuelta a empezar, es urgente. Solo
así podrán aspirar a retomar la senda del crecimiento económico, la
estabilidad macroeconómica y la creación de empleo. Todo lo que no sea
eso, los llevará, con toda seguridad, al desastre total.
América Latina sufrió por siglos las
consecuencias de la explotación capitalista, acentuadas con la llegada
de las políticas neoliberales a la región. La emergencia del ALBA y
otros procesos de corte revolucionario nacional-popular no es más que
la consecuencia de ello. Que haya sido precisamente América Latina
donde primero han empezado a emerger estos proyectos colectivos de
desconexión, no es ninguna casualidad. América Latina reunía todas las
condiciones objetivas para que así fuera. Otras regiones del mundo las
reúnen igualmente para secundar estos procesos en un futuro próximo. La
Europa periférica ha pasado a ser una de ellas. Habrá que esperar a
ver si siguen el ejemplo latinoamericano. Por su bien, por el de todos
los trabajadores y trabajadoras que aquí vivimos, esperemos que así
sea. Ya es hora de acabar con un sistema-mundo que condena a la inmensa
mayoría de sus pueblos a la pobreza, la miseria, el hambre y el
subdesarrollo. Y que no sólo afecta a los pueblos de los países
subdesarrollados como ingenuamente se habían llegado a creer la mayor
partes de los trabajadores y trabajadoras de los países
“desarrollados”, sino que también nos ha estado afectando a nosotros y
ahora estamos empezando a pagar todas las consecuencias. No basta ya
con mirar para otro lado. O nos sumamos a la nueva tendencia de cambio
político y económico que nos llega desde América Latina o lo pagaremos
muy caro. Tan caro como ellos lo pagaron en la década de los 90 y que,
por fortuna, en la actualidad parecen haber conseguido comenzar a
paliar única y exclusivamente por haber sido capaces de dejar atrás las
políticas neoliberales que ahora se están arraigando en los gobiernos
de nuestros estados capitalistas. A tiempo estamos de que las
consecuencias de ello no vaya a mayores. Aprendamos de América latina,
es urgente.
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