EN DEFENSA DE LA POLÍTICA

Recientemente se ha publicado un artículo en el Diario Digital Nueva Tribuna
escrito por la Diputada en la Asamblea de Madrid Tania Sánchez Melero,
en donde participa de un debate que parece haber entrado con fuerza en
determinados sectores de la izquierda española en los últimos meses y
que se ha intensificado a raíz de las “expropiaciones forzosas” de
alimentos realizadas en diferentes municipios de Andalucía. En este
artículo se realiza un paseo por nuestra historia reciente e introduce
algunos elementos de importancia en el debate planteado, para concluir a
modo de corolario en que «debemos estar del lado de la gente cuando pide que se le reconozca el derecho a aspirar a un orden social justo», un recurso retórico cargado de peligro si no se sustenta en una naturaleza ideológica.
No pretendemos en estas pocas líneas
hacer un repaso teórico a los conceptos de democracia y pueblo, que
tanta tinta consumieron en los textos de numerosos filósofos, políticos
y revolucionarios, pero sí querríamos apuntar que entre las victorias
del capitalismo hegemónico nos encontramos con una usurpación de
conceptos que hacen necesario que aclaremos lo que queremos decir,
antes de utilizar manidos términos como democracia o pueblo.
Así que, siendo apasionante este
análisis teórico, el objetivo es aclarar, y si es posible desmontar,
algunas construcciones que se pueden entrever en el artículo y el
debate en el que nos encontramos, al parecer, en la izquierda española.
Ante algunas de las cuestiones que se deslizan por el artículo al que
nos referimos, es preciso no eludir el debate, sino abrirlo nítida e
intensamente. La izquierda española para ser creíble, debe aclararse
sobre quién considera que es el sujeto político capaz de transformar la
realidad capitalista, sobre cuál es el valor de la representatividad y
el poder simbólico que sus instituciones tienen, así como decidirse
por el movimiento como fin o por la movilización como instrumento de
lucha contra el poder.
En este sentido, lo primero que
observamos es que no sólo se ha (re)abierto el debate sobre la
legitimación de la política como instrumento de intervención social,
sino que por la puerta de atrás se ha colado la conceptualización de
que el sujeto político capaz de transformar la sociedad y el
capitalismo es aquel que se configura en el desclasamiento y la
individualización. Lamentablemente, la izquierda española parece
perdida en este caminar teórico y no es capaz, ni siquiera, de
enlazarlo con la intensa producción que a finales de los años 1960
elaboró la izquierda europea sobre ambas cuestiones, como podemos
comprobar en las interesantes polémicas existentes entre diferentes
teóricos en el seno del Partido Comunista de Francia.
Por otro lado, es notorio que el
capitalismo a lo largo de su historia ha intentado controlar los
procesos de cambio social mediante mecanismos de asimilación que han
concluido en una interiorización en su seno de la protesta y la
crítica, neutralizando eficazmente la posibilidad no ya de
revoluciones, sino simplemente de reformas puntuales. Aquí sí es
preciso remitirnos a la intensa producción teórica de Gramsci,
precursor del concepto de hegemonía cultural, o del más reciente Michel
Foucault, para quienes la hegemonía de una clase se realiza por
asimilación de sus valores culturales por las clases dominadas, lo que
hace que estas últimas adquieran un sentimiento de pertenencia a los
valores hegemónicos, algo que se contrapone con su carácter de clase.
Este asunto tiene una gran relevancia
en el momento actual, pues no de otra manera podemos entender la
facilidad con la que el capitalismo ejerce el control social que le
permite la reproducción de los modos de producción y la posesión de los
medios de producción de ideas. Esto no es algo nuevo, y ya Marx lo
había pormenorizado en la Ideología Alemana: “las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época”.
En esta línea de participación
hegemónica y tomando como referencia algunos planteamientos del
polémico Zizek, no debemos perder de vista que el capitalismo, a través
de diferentes mecanismos es capaz de asimilar la protesta y hacerla
servir a sus propios intereses. Hoy en día, muchos de los
planteamientos de sectores populares, e incluso de la izquierda
organizada, son utilizados por el capitalismo para mayor debilitamiento
y desunión de la clase trabajadora, ya sea a través del descrédito de
los sindicatos (creados para defender a los trabajadores frente a los
empresarios), mediante la equiparación de todos los partidos políticos y
fundamentalmente por la desaparición del concepto de clase y su
sustitución ‑muchas veces indistintamente‑ por pueblo, gente o ciudadanía.
Para poder debatir consecuentemente sobre este cambio de sujeto
político, que deja de ser la clase y que desemboca necesariamente en el
individuo, deberíamos saber qué está entendiendo parte de la izquierda
de nuestro país por estos términos, algo que hasta el momento no nos
queda claro a algunos de nosotros.
Se trata pues de una cuestión
ideológica de primer orden, pues son pocos los que han sido capaces de
desmentir a Marx en este punto, y ni siquiera los más arriesgados
teóricos como Walter Benjamin o Toni Negri han podido desvincular el
sujeto político de la clase, desnaturalizada en la multitud, pero clase
al fin y al cabo. Sin embargo, posiciones sin ningún sustento teórico
pueden hacer caer a la izquierda española en estas ambigüedades,
basándose en el movimiento como fin en sí mismo y no como instrumento
de lucha, lo que hace priorizar las acciones sobre las propuestas,
ridiculizando y eludiendo la elaboración teórica para avanzar a base de
consignas vacías de contenido teórico.
Un pequeño recurso a nuestra historia
nos puede dar algunas pautas, pues a la recurrente polémica sobre la
transición española se ha mitificado el sujeto social que fue
traicionadoy éste no era más que un sujeto organizado. El individuo en
sí poco pudo hacer para cambiar el triste e insuficiente modelo de
ruptura con el franquismo. La resistencia anti-franquista se basó en el
poder de lo común, en la organización, cosa curiosa es que ahora
muchos se empeñen en individualizar esta resistencia y aprovechen el
movimiento de la memoria histórica para dotar al sujeto de una bondad
que le llevó a ser perseguido, calificándolo como “hecho social”. Nada
mas falso, los perseguidos fueron culpables de tener ideología y creer
en el colectivo.
La situación podría empeorar si la
izquierda cae en la trampa que muy bien nos ha tejido el capitalismo,
una trampa que se fundamenta en el fin de la Historia, en definitiva,
en el alumbramiento de una sociedad de individuos en donde se ocultan
las relaciones de clase derivadas del trabajo. El movimiento permanente
y la acción como fin contribuyen a ocultar las relaciones de clase
derivadas de la división social del trabajo, es decir, lo que venimos
llamando la contradicción capital-trabajo. Así, un movimiento
irreflexivo, sin apoyo teórico o que pretenda la superación de la
Historia y la ideología, sólo puede desembocar en un renovado fascismo
que guíe, en nombre de la democracia, a un pueblo despojado de su
carácter de clase.
En definitiva urge este debate, porque
de lo contrario, nos dejaremos arrastrar por hermosos discursos que
yerran en sus enfoques y análisis hechos a partir de generalizaciones
apresuradas y, acaban por ser instrumentos de reproducción del
capitalismo —léase de dominación, si se prefiere— o acaban en fascismo.
Marx no lo quiera.
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