"LAS TRECE ROSAS"
5 de Agosto del 2012
El 5 de agosto de 1939, trece mujeres, la mayoría menores, fueron ejecutadas ante las tapias del cementerio del Este

Antonio Ortiz Mateos
El 5 de agosto de
1939, trece mujeres, la mayoría menores, fueron ejecutadas ante las
tapias del cementerio del Este. Conocidas como las “Trece Rosas” su
historia sigue viva hoy en forma de libros, teatro, documentales y
cine.
Dos días antes habían sido juzgadas en
el tribunal de las Salesas, junto a cuarenta y cinco compañeros más del
PCE y de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). Se las acusaba
de intentar reconstruir a las JSU, así como de intervenir en “actos de
sabotaje e intentos de complot”. La sentencia fue implacable, siendo
condenados a muerte cincuenta y siete de los cincuenta y ocho acusados:
“Reunido el Consejo de Guerra Permanente número 9 para ver y fallar la
causa número 30.426 que por el procedimiento sumarísimo de urgencia se
ha seguido contra los procesados (…) responsables de un delito de
adhesión a la rebelión (…) Fallamos que debemos condenar y condenamos a
cada uno de los acusados (…) a la pena de muerte”.
Todo comenzó a finales de marzo, tras
la entrada de las tropas de Franco en Madrid. Con la mayoría de los
dirigentes encarcelados o en el exilio, un grupo de jóvenes, hombres y
mujeres, se hizo cargo de la JSU y el partido, con la intención
fundamental de ayudar a los camaradas presos y a sus familias y
esconder a los perseguidos.
Poco pudieron hacer, salvo la creación
de algunos grupos. En mayo de 1939, casi todos los integrantes del
Comité Provincial de la JSU y parte de los dirigentes del recién
reorganizado PCE en Madrid habían sido ya detenidos, al igual que miles
de personas cuyo único delito era ser “rojas”.
Una de las acusaciones que se les
imputaron a los jóvenes de la JSU detenidos fue la colocación de unos
pasquines en algunas calles madrileñas con anterioridad a la
celebración del día del desfile de la Victoria que decía: “Menos Viva
Franco y más pan blanco”.
A las cuatro de la madrugada del día
cinco de agosto, un camión viejo y destartalado se detenía ante la
puerta de la cárcel de Ventas. Poco después salieron las trece jóvenes
que desde hacía varias horas permanecían en capilla. Según comentaría
María del Pilar Parra, una presa que se encontraba en aquel momento
asomada a la ventana: “Pasaban repartidores de leche con sus carros. La
Guardia Civil los apartaba. Las presas iban de dos en dos; tres
guardias civiles escoltaban a cada pareja. Las presas fueron subidas en
grandes camiones. Desde donde yo estaba, en el cuarto piso, no se las
podía ver con claridad. Pero parecían tranquilas. Llevaban la cabeza
muy levantada”. Primero fueron fusilados los hombres y posteriormente
las mujeres. Los tiros de gracia de “Las trece Rosas” se oyeron hacia
las ocho.
Sobre la mesa del despacho de Carmen
Castro, directora de la cárcel de Ventas, quedaron las solicitudes de
indulto que cada una de las condenadas había redactado el día 3, al
volver de la vista en las Salesas, para pedir clemencia al Caudillo, y
que la directora no había querido tramitar. En realidad se trataba de
un acto de venganza del franquismo por la muerte del oficial de la
guardia civil Isaac Gabaldón, su hija y el conductor en las cercanías
de Talavera, como bien señalaba el diario ABC en su edición del día 6
de agosto:
“Decisiva e inflexible, la Justicia ha
quedado cumplida en sus leyes más elementales con motivo del espantoso
crimen que hace muy pocos días costó la vida, por España, al comandante
de la Guardia Civil D. Isaac Gabaldón, a su hija, de diecisiete años, y
al agente conductor D. José Luis Díez. A las pocas horas del atroz
suceso –atroz, además, por las circunstancias en que se produjo- habían
sido detenidos, no solamente todos los ejecutores materiales, sino una
compacta y considerable banda de inductores, reclutados en los fondos
más siniestros del marxismo y de la criminalidad social, alentados
desde algunos centros tenebrosos de la revolución comunista. Respecto
de esta banda de inductores, quedó cumplida, en la mañana de ayer, la
sentencia que dictó el Consejo de guerra correspondiente.”
“Que mi nombre no se borre en la historia”
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