LA PRENSA BURGUESA MIENTE POR PRINCIPIO
25.08.2012

Critica de la industria político mediática
Iñaki Gil de San Vicente
El muy interesante texto de Dax Toscano
que aquí prologo –“La industria mediática, la alienación y los
procesos de transformación revolucionaria en América Latina”– me ha
facilitado y a la vez exigido volver a una problemática que nunca
debemos despreciar y menos aún olvidar. Aunque el estudio del profesor
Dax está centrado, lógicamente, en América Latina, su valía supera a
este marco geográfico para ser perfectamente aplicable a los diversos
procesos existentes ahora en el mundo. Además de otros méritos de este
texto, también debemos resaltar el de su oportunidad. Vivimos en
tiempos de crisis profunda del sistema capitalista a escala mundial.
Las crisis sociales abren momentos de bifurcación, de optar por una
salida u otra. En una sociedad supuestamente democrática que
hipotéticamente se rigiera por ese utópico reformismo habermasiano de
la “acción comunicativa” en el interior de la “sociedad civil”, en esta
sociedad maravillosa la “libertad de palabra” y el “derecho de
expresión”, así como la “educación gratuita”, etc., garantizarían que
eso que llaman “ciudadanía” pudiera elegir pacífica y libremente la
opción a tomar, decisión mayoritaria que sería aceptada por la minoría.
Pero no existe semejante sociedad, como es bien sabido.
Malvivimos en una sociedad estructurada
por la propiedad privada de las fuerzas productivas. Sobre esta base
material y simbólica se sustenta la explotación de la fuerza de trabajo
asalariada, la obtención de plusvalor y su transformación en
plusvalía, una de cuya parte terminará, al final del todo el proceso
capitalista, siendo beneficio o ganancia exclusiva en manos de la
burguesía. Una característica de este proceso socioeconómico es que,
tarde o temprano, entra en crisis y, cuando son muy graves y
prolongadas, tensionan al máximo el choque entre las dos opciones de
salida: la de los explotadores y la de los explotados. La primera tiene
más recursos, medios y fuerzas para imponerse y salir victoriosa,
sobre todo tiene más recursos militares y violentos, pero también
económicos, legales y judiciales, y de propaganda, mediáticos, de
manipulación, mentira y engaño, de alienación, en suma. La segunda
solución, la de las masas explotadas, tiene muchos menos recursos, y
por eso esta segunda opción ha de organizarse y formarse, unirse,
aglutinar sectores sociales, pensar y debatir, e informarse por su
cuenta, sin dejarse atrapar por las mentiras y medias verdades de la
prensa burguesa.
En lo relacionado con la crisis, la
prensa burguesa trabaja para ocultar sus verdaderas causas, culpando a
razones ajenas al sistema, a la avaricia y al egoísmo “instintivo” de
la especie humana, exculpando a la burguesía de sus efectos y
responsabilizando a lo sumo a un sector muy reducido de ella: a los
pocos especuladores desaprensivos, mientras que, conforme avanza la
crisis, acusa directamente a la clase trabajadora que con sus demandas
salariales “injustificadas” y sus métodos violentos amedrentan a
empresarios y accionistas, a banqueros, de modo que se retiran de la
vida económica. A simple vista y desde una perspectiva simplona, estas y
otras mentiras tendrían que perder su efectividad conforme se
agudizase la crisis y con ella sus efectos nefastos, pero no sucede
exactamente esto. Siendo cierto que el empeoramiento de las condiciones
de vida y de trabajo, el empobrecimiento, la precariedad, la creciente
represión contra las luchas y protestas, etc., facilitan la
radicalización y la toma de conciencia, sin embargo el problema de la
toma de conciencia es más complejo.
Antes de que estalle la crisis, o
cuando sólo late en el fondo de la economía, la prensa ya realiza una
campaña permanente, sin fin, a favor de los intereses de la clase
explotadora, fortaleciendo su ideología y su concepción del mundo.
Durante la “normalidad”, la prensa es uno de los instrumentos de
manipulación y alienación que, con la ayuda de los demás, de la
escuela, de la Iglesia, de la familia autoritaria, etc., asegura y
reproduce las condiciones de explotación, la pasividad de muchos y el
colaboracionismo de otros. Pero en la medida en que se deteriora la
situación socioeconómica, la burguesía multiplica sus esfuerzos
ideológicos con todos los recursos a su alcance, de modo que para
cuando la crisis ha alcanzado una gravedad inquietante tales mecanismos
actúan al máximo de su efectividad. Tener en cuenta esta dinámica
ascendente es vital para entender una de las razones de la efectividad
de la prensa en el retraso de la concienciación obrera y popular
durante las crisis estructurales.
Pero todavía hay una razón más
elemental que pasa desapercibida para el grueso de las izquierdas y que
debemos exponer antes de seguir con el prólogo al brillante texto de
Dax Toscano. La efectividad de la prensa burguesa sería nula o muy
reducida si no se apoyase en dos de los sistemas alienadores más
efectivos del capitalismo, dos sistemas que surgen de sus entrañas, de
mismo proceso de explotación, y que a la vez lo invisibilizan y
ocultan, alterando totalmente, invirtiendo y poniendo cabeza abajo la
capacidad de conocimiento crítico de las personas. Nos referimos, por
un lado, al fetichismo, a la cosificación y reificación, y por otro
lado, a la coerción sorda, sibilina y subterránea consustancial a la
dictadura del salario. Sobre el fetichismo hay que decir que es la
capacidad del sistema para reducir las personas a cosas, a objetos
pasivos e inconscientes, y no a sujetos activos y conscientes, mientras
que, a la inversa, humaniza a las cosas, a las mercancías y a los
objetos fabricados por el sistema, de modo que la gente explotada
acepta la dictadura del capital porque lo ha divinizado, ha otorgado
poderes sobrenaturales, mistéricos y religiosos al dinero, a los
bancos, lo que hace que crea que el patrón es una especie de dios
moderno, que le protege, le cuida y le da trabajo, cuando es justo lo
opuesto, lo contrario. Simultáneamente, la efectividad de este
mecanismo está reforzada por la coerción sorda, por la amenaza
silenciosa, preventiva y siempre presente pero apenas nunca oficial y
pública, de que si la clase explotada se resiste a su “dios-empresario”
éste le condenará al paro, a la miseria, a deambular por el mundo
oscuro y frío, desolado, de la pobreza y del hambre, expulsándole del
paraíso de la producción, al igual que dios expulsó a Eva y a Adán del
paraíso terrenal por negarse a obedecerle.
Es sobre esta base mayoritariamente
irracional e inconsciente, cargada de miedos y de temores, sustentada
en el idealismo y la credulidad, sobre la que se yergue la acción de la
prensa burguesa, teniendo como objetivo estratégico reforzarla y
fortalecerla. La prensa intensifica la producción de miedo físico y de
dependencia psicológica al poder, al “dios-empresario”, al capital como
fetiche mágico y caprichoso que dirige nuestras vidas pudiendo
arruinarlas, a la misma o más velocidad con la que se ahonda y expande
la crisis del capital, para impedir que las clases y los pueblos
explotados se desalienen, tomen conciencia crítica, superen su
credulidad fetichista y religiosa, aunque no practiquen los rituales
mágicos de la liturgia, y pasen a la acción revolucionaria para imponer
la segunda salida a la crisis, la opción socialista. Nos encontramos
ya en el suelo real, la base psicofísica material e histórica, sobre la
que se levanta la estructura de explotación, opresión y dominación a
la que sirve la prensa burguesa. Por tanto, frente al ocultamiento de
lo real, frente a la destrucción de la consciencia para ahogarla con la
inconsciencia, frente al exterminio de la razón para imponer la
sinrazón y la irracionalidad, frente a todo ello, la pedagogía
concienciadora socialista ha de potenciar esa racionalidad lúcida y
lógica, esa consciencia crítica y autocrítica.
Pero antes de desarrollar este crucial
objetivo de todo movimiento revolucionario, que Dax Toscano expone con
rigor y detalle, debemos mostrar cómo la prensa burguesa riza el rizo
de su esencia de clase y, con absoluta coherencia empresarial, por qué y
cómo se lanza a obtener el máximo beneficio económico y político de su
negocio. Desde que la explotación social y el lenguaje escrito se
fusionaron, ambos han ido a la par, creando una unidad de intereses en
la que el segundo, el lenguaje escrito, ha aceptado castrar y dominar
su poder concienciador en beneficio del primero. Los escribas y los
sacerdotes monopolizaron el lenguaje escrito, haciendo de él un sistema
de legitimación del poder establecido, y reprimiendo con mayor o menor
efectividad su potencial concienciador y de conocimiento crítico.
Durante los modos de producción precapitalistas, este matrimonio
funcionó en base al interés común por la propiedad privada y
acaparamiento de riqueza para el consumo ostentoso y suntuoso, que no
para la acumulación ampliada. Con el capitalismo se da un salto
cualitativo ya que irrumpe la producción de mercancías y casi al
instante, en la segunda mitad del siglo XV, la imprenta desata la
producción en serie del libro como mercancía imprescindible para la
burguesía en ascenso, pero también como rama productiva que el
feudalismo en decadencia ha de vigilar y controlar, y a de usar para
sus propios fines, sobre todo a partir del Concilio de Trento.
Es cierto que la economía mercantil
precapitalista ya había iniciado en Grecia, Roma, China, India, países
musulmanes, medioevo europeo, etc., la conversión del lenguaje escrito
en una mercancía, y que incluso se había avanzado en modelos mecánicos
de impresión que sin llegar a la tecnología de la imprenta europea sí
facilitaban una producción creciente de textos escritos. Pero el
capitalismo, como decimos, hace de la cultura escrita una rama
productiva más, que al instante adquiere un enorme poder
político-cultural, como se demuestra ya definitivamente en el siglo
XVII. Una rama productiva que busca independizarse de los controles
medievales, que se rige por la ley del valor-trabajo y por la lógica del
beneficio, lo que le lleva a la lógica de la explotación asalariada de
sus trabajadores. El hecho de que la mercancía producida aparente ser
estrictamente “cultural” e “ideal” y no “material”, en el sentido
grosero, metafísico y no dialéctico de estos conceptos, esta falsa
apariencia ha sido y es utilizada por la burguesía para negar la
explotación interna a la producción cultural, para sostener que son
simplemente “culturalistas”, que no hacen política y que su economía es
la “economía de lo inmaterial”, la “economía de la inteligencia”, etc.,
dedicada a ofrecer sabiduría, historia, conocimiento, ciencia, o sea,
las bases de la libre capacidad de elección.
La política y la lucha de clases
presionan internamente en el desenvolvimiento de la ley del
valor-trabajo, pero en las empresas mediáticas tal interacción es más
estrecha que en el resto de ramas productivas debido, por un lado, al
propio contenido ideológico de la mercancía cultural y, por otro lado,
al impacto positivo o negativo de los cambios sociopolíticos en la tasa
media de beneficio de esta rama industrial. Conforme el capitalismo va
encontrando más dificultades para su acumulación ampliada debido a la
caída tendencial de la tasa media de beneficios, la burguesía reacciona
multiplicando el intervencionismo estatal y con él la importancia de
la política como economía concentrada, a la vez que busca nuevos
negocios, mercados y consumidores. Todo ello determina que lo
sociopolítico, lo cultural, lo ideológico, etc., se imbrique cada vez
más con esta industria, reforzándose su contenido político-mediático.
Muy significativamente, esta tendencia objetiva dio un salto con las
guerras napoleónicas entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX,
otro salto con la irrupción del imperialismo y, por no extendernos,
otro que ya se ha hecho estructural y colérico, desde la segunda mitad
del siglo XX. Durante este tiempo se han fusionado los intereses
económicos de las empresas mediáticas, con los intereses políticos
concretos de las fracciones burguesas, dentro siempre de los intereses
generales de los Estados capitalistas. No podemos extendernos aquí en
las contradicciones secundarias, no fundamentales, que recorren esta
fusión y que desaparecen rápidamente, se esfuman como humo, cuando se
trata de aplastar a las clases y naciones oprimidas.
Estos y otros cambios afectan a la
misma forma de acción política, cultural e ideológica de la burguesía.
Por ejemplo, en las campañas electorales los horarios televisivos
determinan los horarios de los mítines y ruedas de prensa, y las
exigencias de la “comunicación televisiva” determinan el lenguaje,
continente y contenido de las campañas electorales. Otro tanto podemos
decir sobre la política parlamentaria común, y lo mismo pero con más
gravedad hay que decir sobre la producción industrializada y
mercantilizada de la culturilla de masas, fabricada según las
necesidades del capital, por no extendernos sobre la manipulación de la
vida cotidiana de las personas, sobre la masiva presencia de las
violencias reaccionarias, sexistas y racistas, sobre el catastrofismo
alarmista provocado mediante las “noticias” sobre desastres,
inundaciones, hambrunas, pandemias, y un imparable etcétera. Según los
medios concretos y sus intereses particulares, ciertas “noticias”
contienen más o menos partes de verdad o de mentira, de interpretación
verificable o de falsedad incontrastable, pero siempre dentro de una
manipulación mediática cada vez más perfeccionada con sofisticadas
técnicas de marketing político-empresarial, del mismo modo que ciertas
industrias culturales son más reaccionarias que otras dependiendo de
sus intereses político-económicos. Sin embargo, todas ellas se mueven
dentro de la política burguesa, dentro de la ley del valor-trabajo y
dentro de la explotación social de los pueblos y de las clases
trabajadoras.
El mito de la denominada “libertad de
comunicación” oculta semejante realidad y hace creer a la gente que una
campesina y un obrero tiene el mismo acceso a la información veraz que
el terrateniente y el empresario. El mito de la comunicación oculta
las insalvables distancias sociales, culturales y educativas que
determinan que las clases explotadas sean manipuladas en medio de su
analfabetismo funcional y relativo, o absoluto, mientras que la
burguesía dispone de sus propios medios. Las naciones oprimidas sufren
esta misma situación, y en su interior las mujeres padecen una triple
dominación cultural y mediática: la de mujeres, la de trabajadoras y la
de oprimidas nacionalmente. A escala planetaria, muy pocas
transnacionales imperialistas monopolizan la producción
político-mediática, destacando las norteamericanas. Un terrorismo
simbólico, cultural e “informativo”, que es la máxima expresión de la
violencia simbólica consustancial al capitalismo, planificado por las
grandes empresas y Estados machaca a los pueblos rebeldes, justificando
las atrocidades burguesas, muchas de las cuales son silenciadas y
negadas –todas las relacionadas con la guerra sucia, con el exterminio
físico selectivo de las izquierdas, con práctica de contrainsurgencia,
con los métodos de otras transnacionales energéticas, alimentarias,
sanitarias, etc.–, y otras justificadas abiertamente o con excusas como
las supuestas “intervenciones humanitarias”.
Las izquierdas revolucionarias, para ir
concluyendo con el prólogo al necesario texto de Dax Toscano, no deben
reincidir en el error de creer que la “comunicación”, tal cual la
define la burguesía, puede ser usada por ella para concienciar
políticamente a las clases explotadas. Las izquierdas deben practicar
la comunicación crítica, o mejor dicho, la concienciación, en vez de
seguir en la trampa de la “comunicación” burguesa que se caracteriza,
primero, por defender la dictadura de la propiedad privada lo que le
permite censurar y amputar, tergiversar, etc., cualquier mensaje de
izquierdas que recurra a sus medios; segundo, por expandir diferentes
subideologías parciales, modas intelectuales fugaces y escapismos
pasotas múltiples, cuando no pura reaccionariez; tercero, por
descontextualizar la poca y muy dosificada “ración de verdad” que
emite, siempre envuelta por la manipulación que limita su efecto
concienciador; cuarto, por anular el tiempo de reflexión y debate
constructivo, o reducirlo al mínimo en sus muy controlados programas de
“debate televisivo”, a la vez que se somete al público pasivo y
atontado a fugaces estallidos de “noticias” inconexas,
sensacionalistas, emotivas e irracionales en su gran mayoría; y quinto,
por mantener el fetichismo y la alienación arriba vistas.
Los reformismos siempre han aceptado
como “neutral” el sistema de “comunicación” burgués, y ésta ha sido una
de las causas de su impotencia para mantener controladas las ansias de
revanchismo y de imponer sus políticas conservadoras, de dureza y de
mayor explotación social de esta clase. Las izquierdas tienen que
desarrollar sus propios sistemas de concienciación revolucionaria y de
comunicación crítica. No puede usar contra su enemigo de clase siempre y
como único recurso las mismas armas de que quien le oprime y domina.
Más temprano que tarde ha de crear sus exclusivos medios de
concienciación revolucionaria que deben regirse de forma antagónica
pero a una escala cualitativamente superior, diferente en todo, a los
burgueses. Y la pedagogía del ejemplo práctico, de la coherencia
transparente, de la sinceridad crítica y constructiva, de la verdad y
de la rectitud, ha de regirla de principio a fin, buscando la
aglutinación e integración de sectores menos concienciados, y, en la
medida de lo posible, remarcando más lo que une que lo que separa:
Primero: una pedagogía basada en la
comunidad, en lo común y lo colectivo, lo horizontal, abierto y
consejista, soviético, que muestre lo inhumano en todos los sentidos de
la propiedad privada de las fuerzas productivas, de las grandes
fábricas y bancos, de las extensas tierras, de lo vertical, cerrado y
burocrático, etc. Segundo, una pedagogía que no anule las diferencias
enriquecedoras y las aportaciones de la creatividad individual, sino
que las potencie desde una perspectiva opuesta al egoísta
individualismo burgués y que, por tanto, no quede encadenada a las
modas de consumo ideológico individualista que lanza la industria
burguesa al mercado de la alienación de masas. Tercero, una pedagogía
que contextualice, enmarque y explique históricamente las causas y el
devenir de los problemas sociales, de la explotación, de las luchas en
su pasado y su presente, enseñando una realidad ausente en la
“comunicación” burguesa pero sin la cual no se comprende nada de lo que
sucede en el presente y de lo que puede suceder en el futuro. Cuarto,
una pedagogía que busque el debate colectivo, la reflexión abierta y
amplia basada en el contraste riguroso de las interpretaciones de los
hechos históricos, que no admite el secretismo burocrático-estatal ni
empresarial, que rechace el secreto de Estado y que imponga la
transparencia de y en la vida socioeconómica. Y quinto, una pedagogía
que acabe con la pasiva y miedosa obediencia fetichista al poder
caprichoso de dios-dinero facilitando la (re)construcción de la
independencia creativa humana dentro de la colectividad social que le
encuadra, de modo que el libre desarrollo de cada cual sea el requisito
para el libre desarrollo de toda la comunidad.
Una explicación más detallada y
enriquecedora que las breves reseñas torpemente expuestas aquí, las
encontrarán las lectoras y lectores en el valioso texto de Dax Toscano
titulado “La industria mediática, la alienación y los procesos de
transformación revolucionaria en América Latina”.
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